Seguro que todos ustedes están informados de que, en los próximos días, llega a Madrid, para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) el jefe de la Iglesia Católica Benedicto XVI. Ha suscitado amplia polémica el costo de dicha visita (50 millones de euros) en una situación de profunda crisis económica. Pero no. No es mi intención tratar el coste económico de la visita del egregio personaje, ya ampliamente criticada desde muchas tribunas de izquierda.
Yo quiero poner el foco en otro aspecto de la visita: los 200 confesionarios que se han instalado en el parque de El Retiro. Son, como expreso en el título, de diseño. Nada que ver con los tradicionales y lúgubres cajones oscuros que asociamos a la confesión. Estos son inmaculadamente (nunca mejor dicho) blancos y tienen forma de vela, eso sí, en su cúspide está el emblema tradicional, cierto que esbozado con trazos innovadores, de la Iglesia: la corona coronada (valga la redundancia) por una cruz, muy apropiada para España, con su tradicional maridaje entre la monarquía y la iglesia. Conforman todos ellos una larga avenida donde se podrán confesar y absolver pecados en más de 30 idiomas. Me llama la atención tanto confesionario porque en todas las imágenes que he visto hasta ahora, los jovenes que se nos muestran parecen de lo más educadito y encantador, similares a los componentes de "Viva La Gente", aquel grupo que tuvo su momento de gloria en los 70 y que, sonrientes, saludaban al policía, al cartero y al lechero. Sí, los veo y me pregunto que pecados tienen estos jóvenes, que a buen seguro en su mayoría son hasta cooperantes de las llamadas organizaciones benéficas. No me parecen asesinos ni fornicadores viciosos. Además, que yo sepa, los mandamientos son sólo diez, creo que en la piedra donde dios entrego a Moisés las tablas de la ley se quedó sin espacio para un undécimo mandamiento: lucharás contra la explotación del hombre por el hombre por encima de todas las cosas. Si el citado undécimo mandamiento hubiese existido, los jóvenes que acuden a Madrid para no estar en pecado habrían tenido que ser... rojos. Pero tranquilidad, ni existe el undécimo (Santander, Coca-Cola, El Corte Inglés, etc, patrocinan y desgravan con el evento), ni esos jovenes son rojos. O sea ¿hay pecado pa tanto confesionario?
Acabo con una confesión: desde los 12 años, más o menos, yo no confieso mis pecados (simplezas del tipo: le he dicho una palabrota a mi madre, he hablado en el colegio, etc) a ningún sacerdote por una razón simple: no creo en el pecado, ni tampoco en el perdón otorgado por alguien que no sea el agraviado. Sin embargo, les confieso que no he dejado, problemas de la moral,incluso de la culpa (tan católica ella), de autoconfesarme ningún día de mi vida.
El pecado, otra hipocresía de la Iglesia. Si miramos en el Diccionario de la Real Academia leemos la siguiente acepción: "Transgresión voluntaria de preceptos religiosos". Y digo yo: el que gobernó España durante casi cuarenta años era de misa diaria (confesión y comunión incluidos, supongo, no sé). En ningún momento se apartó de los preceptos religiosos, o en su caso, la Iglesia se los iba perdonando diariamente. Ahora estará en el cielo. Y una mujer que por las razones que sea realiza un aborto está condenada por pecado imperdonable. Bueno, ahora Rouco les da una oportunidad de redimirse: acudir estos días a uno de esos confesionarios blanquísimos.
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