martes, 22 de marzo de 2022

Reflexiones alrededor de la invasión rusa de Ucrania

Armándome de cinismo extremo podría decir, parafraseando un refrán de bondad harto dudosa: "no hay invasión (rusa) que por bien venga”.

Digo esto porque tengo la impresión de que no habrá más, de que estamos ante el final de las invasiones gracias al repudio universal, siempre y cuando no estemos ante un despliegue, también universal, de hipocresía. 

A partir del 24 de febrero de 2022 entramos, afortunadamente, en una nueva era donde cualquier intervención de una potencia extranjera (pongamos que hablo de la más invasora: Estados Unidos) en territorio ajeno será sancionada económicamente con extraordinaria dureza. También haremos del deporte, de la cultura y de la ciencia del estado invasor entes parias condenados al ostracismo.

Alguien me dirá que está muriendo y sufriendo mucha gente para que yo me ande con ironías de espectador lejano. Y lejanía parece que es una palabra clave en la gestión emocional. Ya nos decía Doña Carmen, la directora del Alonso Quesada, y nuestra profesora de Lengua en sexto de bachillerato, hablándonos de las noticias y su impacto, que no era lo mismo un asesinato en ese pequeño mundo inicial que es nuestro barrio, que a muchos kilómetros de distancia. Cierto que desde mitad de los 70 ha llovido mucho internet y el barrio ha crecido tanto que cada vez, aunque parezca un contrasentido, es más pequeño. No obstante, su corazón es grande y esta preparado para la acogida, con todo tipo de facilidades administrativas y materiales de los hermanos ucranianos, así, Alfonso Gómez Celis, secretario de política municipal del PSOE anuncia en twitter que “los ayuntamientos están trabajando para poner a disposición de los refugiados de Ucrania más de 100.000 viviendas sociales”,  y también se prepara para los sacrificios anunciados por los líderes europeos, producto de las sanciones implementadas contra Rusia que tienen algo también de sanciones autoimpuestas. Y nada mejor para una nación que observar como sus líderes económicos, esos que en Rusia serían oligarcas en la corte de Putin y aquí son creadores de riqueza o emprendedores o mecenas, predican con el ejemplo. Tal ejemplo ha dado aquella a la que nunca he visto a ningún gran medio dirigirse con el término oligarca, Ana Patricia Botín,  presidenta del Banco de Santander que gana alrededor de 10 millones de euros anuales, poniendo la calefacción a 17 grados y llamando, desde una de sus mansiones, a que la gente común, la clase trabajadora que habita 50, 60 ó 70 metros cuadrados y que quizás ya ahorra calefacción por imposibilidad de pagar la factura, haga esa pequeña contribución para nos depender del gas de nuestro nuevo villano favorito: Vladimir Putin. El Autócrata. El Dictador. El Tirano. El tipo que tiene los ojos muy juntos, rasgo físico que lo hace poco de fiar (les prometo que leí un comentario en ese sentido). En los grandes medios ahora sale el mentalista de turno hablándonos de las paranoias putinescas. Es una película ya vista en múltiples ocasiones cuando los EEUU y sus aliados ponen en la diana a algún líder díscolo o caído en desgracia. Conocimos a Milosevic el depresivo hijo de suicidas, a Sadam el ególatra y su grifería dorada, o a Gadafi el extravagante que dormía en lujosas jaimas, culminando en ese loco supremo de la historia que se llama Adolf Hitler. Todo esto, por supuesto, es bazofia para mentes perezosas capaces de comprar ideas tan peregrinas como la expresada por Pedro Sánchez (y que es el runrún de los grandes medios), que habló en una entrevista para Al rojo vivo de "una potencia nuclear, autócrata, que ha invadido un país democrático". La idea es peregrina porque, guste más o menos y teniendo yo un concepto mucho más amplio de democracia, Putin ha sido elegido en unas elecciones donde se presentaron diversos candidatos de diferentes organizaciones políticas  y adscripción ideológica. Desde la derecha a la izquierda que representa el Partido Comunista de la Federación Rusa, que, por cierto, quedó en segundo lugar. Sin embargo, esa Ucrania que Pedro Sánchez presenta como país democrático tiene ilegalizadas a tres organizaciones comunistas desde 2015 mientras ha dado alas a los nazis del batallón Azov al que incorporaron a la estructura de su ejército. Además, en un acto de profundización democrática, llevándola a una sima, el Consejo de Seguridad y Defensa Nacional ha decidido, el 19 de marzo, suspender la actividad, ilegalización de facto, de otros 11 partidos de izquierdas (Plataforma de Oposición por la Vida, Bloque de oposición, Oposición de Izquierdas, Unión de Fuerzas de Izquierdas, Partido Socialista Progresista, Partido Socialista de Ucrania, etc), uno de ellos con 44 diputados, acusados de ser prorrusos. Ucrania es un país invadido, yo no voy a hacer juegos malabares lingüísticos, porque cualquier estado que ve la entrada en su territorio de una fuerza militar extranjera sufre una invasión, sea dictadura o democracia. Y la invasión no convierte al invadido en democracia, ni al invasor en un estado gobernado por un autócrata siniestro, demenciado y con un fonil en la cabeza. 

La respuesta más común al porqué de la invasión hace referencia al imperialismo ruso. El mentado Sánchez en la entrevista citada dijo: "hay que parar los pies a Putin ahora, en Ucrania, porque no sabremos qué país será el siguiente". Da la impresión de que a Putin se le ha despertado el apetito de tragar países y le puede tocar a cualquiera. Extenderá el mapa, se tapará esos ojos convergentes, reirá siniestramente, y triste destino el de aquel territorio donde pose su caprichoso índice. Ésta es la idea infantil, de malvado de serie b, que transmite la frase de Sánchez. Aquí no hay ruletas ni caprichos.

Ubiquémonos: Rusia tiene una superficie de algo más de 17,1 millones de kilómetros cuadrados (34 veces la extensión del estado español). Hasta 1991 era la principal república, en cuanto a tamaño y demografía, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que tenía 22,4 millones de kilómetros cuadrados. La URSS, al igual que Rusia hoy, tenía superficie de imperio y materias primas y recursos energéticos en abundancia (no olvidemos que, multitud de sanciones después, el gas sigue fluyendo, en mayor medida incluso, hacia Europa). Hasta su desaparición no era raro escuchar el término "imperialismo soviético" o “social-imperialismo", aunque estos hacían referencia generalmente al denominado "bloque del este” y a la influencia que tenía la URSS en el Movimiento de Países No Alineados, surgido básicamente de la lucha anticolonialista. En un referéndum celebrado el 17 de marzo de 1991 la población de la URSS voto mayoritariamente (77%) por preservar la Unión Soviética. En diciembre ese "imperio" socialista, donde no había oligarcas, que nucleaba Rusia, se disuelve porque un referéndum no basta para contener esa enorme dinámica potenciada por EEUU y adláteres de destruir al estado más extenso del planeta. Y destruida la URSS, ganadores EEUU y el capitalismo global de la Guerra Fría, desaparecido el Pacto de Varsovia, no se produjo la correspondiente disolución de la OTAN. Al revés, lo comenté en un texto anterior, esta organización ha pasado de 16 a 30 miembros, extendiéndose hacia las fronteras de Rusia. Una acción militar, una guerra, casi siempre es injustificable y siempre es inhumana, pero nunca debemos renunciar a explicarla, a buscar sus causas, sus fundamentos. Y tal vez equivocado, pero honestamente, no acabo de ver el designio imperial en la invasión de Rusia, entendiendo como tal la búsqueda de territorios para ganar los recursos antes citados. Tengo claro que EEUU, la propia Guerra de Secesión (1861-65) lo demuestra, no consentiría sin una lucha armada la ruptura de la Unión, esa circunstancia que le ocurrió a la URSS, ignorando la voluntad mayoritaria de sus habitantes, el 26 de diciembre de 1991, cuando la Unión Soviética dejó de existir. También vale la pena recordar que en los años 40 del siglo XIX México perdió, guerra mediante, un 55% (2,4 millones de kilómetros cuadrados) de su territorio que pasó a engrosar el país del Destino Manifiesto, Estados Unidos. 

Hay guerras, como atentados, de primera y de segunda. Quizás soy yo, que hago asociaciones extrañas, pero la indignación que se nos muestra como planetaria, la gran ola solidaria con los refugiados ucranianos, me ha recordado los atentados de París de noviembre de 2015, enormemente sangrientos, pero no exclusivos. Parecía que en París, por primera vez, se producía un atentado que masacraba a población civil, cuando por ejemplo hemos leído, con la resignación de lo que percibimos como inevitable, que atentaban en Iraq, en Pakistán o Afganistán en un mercado o una mezquita, en noticias breves absolutamente rutinarias, con decenas de muertos igualmente rutinarios. En París tras el atentado se congregaron y fotografiaron, haciendo piña, muchos líderes políticos mundiales. 

Y eso es lo que a mí me desborda. Ahora cada día me hablan de la insoportabilidad (disculpen si el término no existe, pero a mí me brota como exponente rotundo de cualidad) moral que supone para la humanidad que en el ataque ruso a Ucrania mueran civiles, cuando nunca me han hablado de los 377.000 fallecidos, según cifras de la ONU de noviembre de 2021, por causa de la Guerra en Yemen, esa que implica los ataques aéreos casi continuos de Arabia Saudí sobre territorio del empobrecido y hambreado (muchos de los muertos son por esa razón) territorio yemení. 

Tanta doblez desalienta. Borrell, representante de la UE para Asuntos Exteriores, clamó en el Parlamento Europeo: "No hay igualdad entre agresor y agredido, nos acordaremos de quienes no estén a nuestro lado". Un par de semanas más tarde, el presidente del gobierno y secretario general del PSOE, al que también pertenece Borrell, en un viraje lleno de indignidad, da su apoyo, en el conflicto de la ex colonia española en el Sahara Occidental, a la postura marroquí (el agresor y ocupante), que plantea una autonomía  con la aquiescencia de EEUU, con respecto al pueblo saharaui (agredido y ocupado), que resiste y lucha porque se lleve a cabo el referéndum que, con el respaldo de la ONU, se planteó hace más de tres décadas. Y apenas seas un poco perspicaz te das cuenta de que en la postura de defensa de Ucrania, enviando armas España y la UE a ese territorio, práctica que nunca se ha hecho con la justa lucha de saharauis o palestinos o yemeníes (en este último caso el estado español vende armas a los atacantes saudíes), no hay apoyo al agredido, hay simple seguidismo y obediencia a las ordenes del amo yanqui y la búsqueda, ajena a cualquier principio ético, de que Marruecos mantenga bien vigilada la "frontera sur" de la Unión Europea. Mientras tanto surge, siendo algo frívolo, una especie de competición por ver que comunidad acoge más refugiados ucranianos a los que se les allana un camino administrativo que para los que desde el sur huyen de otras violencias silenciadas se torna valla amenazante, al pie de la cual, si la superas, te esperan unos amables funcionarios porra en mano.

https://twitter.com/RTVEMelilla/status/1499475809987350534?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1499475809987350534%7Ctwgr%5E%7Ctwcon%5Es1_&ref_url=https%3A%2F%2Fwww.publico.es%2Factualidad%2Fsale-luz-video-muestra-brutalidad-policial-migrantes-valla-melilla.html

La doblez también la observas cuando lees acerca de juzgar a Putin por crímenes de guerra. Me imagino, volviendo al sarcasmo, que Putin tendrá que coger número o esperar turno poniéndose en la cola. Primero, por no irnos muy atrás (obviaré Vietnam y los bombardeos con napalm, el agente naranja y los incendios de aldeas pues éstas daban sustento a la guerrilla del Vietcong), podemos pasar por el banquillo a Bush padre y su invasión el 20 de diciembre de 1989, en una operación denominada "Causa Justa", de Panamá. Como para mucha gente queda algo lejana o la desconocían, les pondré  lo que decía en 2019, en el 30 aniversario, la página web de una emisora tan poco sospechosa de veleidades izquierdistas como la BBC. La entidad perteneciente al estado británico lo cuenta así:


Faltaban 30 minutos para la medianoche cuando la alerta sísmica se disparó.

Y entonces, aquel día de hace 30 años, solo se oyó el ruido de las explosiones: una avalancha de cazabombarderos estadounidenses surcaba el cielo de Panamá en vuelo rasante, dejando un estruendo de turbinas y proyectiles tras de sí. 

Arrojaban bombas sobre áreas populares de El Chorrillo -un barrio en pleno centro de la capital, bastión del régimen militar de Manuel Antonio Noriega- destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

Aunque el objetivo era el cuartel central de las Fuerzas de Defensa, todo el barrio desapareció entre las llamas, junto a un aeropuerto y varias bases militares en Ciudad de Panamá y en Colón.

“Utilizaron artillería y aviación para bombardear las zonas más densamente pobladas de la capital, donde había una gran cantidad de población viviendo en caserones antiguos de madera”, le cuanta a BBC Mundo el sociólogo panameño Guillermo Castro Herrera.


Damos un salto de 10 años y nos encontramos con un militante del mismo partido que Borrell y Sánchez, Javier Solana, secretario general de la OTAN en 1999, cuando esta organización bombardea Yugoslavia durante tres meses de manera ininterrumpida atacando, por ejemplo, la televisión donde fueron asesinados once trabajadores o la embajada de China donde fallecieron tres personas.

Después vamos a por el Trio de Las Azores: Bush, Blair y Aznar. Arietes de la invasión de Iraq  con el pretexto de unas armas de destrucción masiva que evidentemente ese país no poseía, pues no tenía sentido la acumulación de armas de enorme poder destructivo y cuando te ataca la mayor potencia del mundo no las usas (lo siento, a mí me parece una lógica elemental). Esta invasión, según dos organizaciones británicas citadas por el propio Tony Blair, costó la vida a entre 106.000 y 112.000 civiles.

Tras este trio podemos llevar a varios primeros ministros israelíes. Su política con respecto a Palestina es inmisericorde. Con enorme superioridad tecnológica e impunidad internacional practican lo que llamo “el tiro a Gaza”.

Acabo la lista, sé que podría ser mucho más larga, con un perfecto desconocido para casi todo el mundo, Salman bin Abdulaziz, soberano de Arabia Saudí y martirizador del pueblo yemení, al que desde 2014 somete a bombardeo y a una enorme crisis humanitaria.

Sobre los crímenes de guerra El País nos dice que “EEUU advierte que atacar intencionadamente a civiles es un crimen de guerra”. A Estados Unidos le sobra razón al hacer esa afirmación, pero le sobra muchísima más desvergüenza. Dos bombas atómicas liquidaron en un instante a más de 200.000 habitantes de Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945. Ese mismo año, unos meses antes, la noche del 9 al 10 de marzo, el mismo ejército llevó a cabo, en el mismo país, sobre la ciudad de Tokyo, el mayor bombardeo no nuclear de la historia, con bombas incendiarias de napalm que convirtieron la ciudad en una “hoguera gigante” según la antes citada BBC, ocasionando 100.000 muertos.  Estos crímenes de guerra, las mayores matanzas de civiles de la historia en bombardeos, deberían hacer a esa potencia que, como Rusia o China, no reconoce al Tribunal Penal Internacional, taparse un poquito antes de mostrar tal descaro a la hora de hablar de ataques intencionados a civiles.

Son muchas las ideas que me rondan y espero no estar siendo muy deslavazado. Antes de terminar quisiera tratar un aspecto que me parece muy grave: la censura informativa.

Y cuando hablo de censura informativa ya no me refiero a la ejercida por los estados o entidades como la UE que han decidido borrar al canal RT por pertenecer al estado ruso y propagar mentiras. No voy a entrar en valoraciones personales sobre la bondad o maldad de dicho canal. Sería vano. Sí me atrevo a decir que la pertenencia al gobierno ruso no debería ser un criterio. Todos los países europeos tienen emisoras estatales y si de verdad pensamos que su información es aséptica, circunstancia que además no existe, estamos en la higuera. RT, yo la he visto, como cualquier otro medio, público o privado, selecciona y prioriza informaciones, e invita a dar su opinión a determinados comentaristas, según sea su línea ideológica o los intereses de sus dueños en el caso de las emisoras privadas. Déjeme usted oír y valorar la postura de una emisora rusa que emite en castellano, no ya para España específicamente, sino para los cientos de millones de personas que habitan en América Central y del Sur. En general, y sé que el tema de las noticias falsas (las famosas fake news) es espinoso, estoy en contra de la censura, y creo que es el crédito de la verdad el que debe ir cubriendo, aunque sea lentamente, de descrédito la mentira.

Reconozco, haciéndome el iluso, que me ha sorprendido la desfachatez con la que se pretende que tengamos una visión uniforme del conflicto. En ninguna de las invasiones de EEUU que cité antes se generó una reacción tan vergonzosa. Y no me refiero a la posición oficial de la UE o los propios EEUU y algún otro aliado, esos que representando alrededor de 1500 millones de personas (20% de la población mundial) se arrogan el rimbombante título de Comunidad Internacional. La mención es a lo que citaba al inicio de este texto: convertir a los rusos en parias, en apestados. Nunca hasta ahora se había planteado censurar o limitar la actividad de ciudadanos de un país que invade a otro. Si tal se hiciera creo que los artistas, los científicos o los deportistas de Estados Unidos no habrían puesto, en decenios, un pie fuera de su país, que ha ido, como en el juego de la oca, saltando de invasión en invasión. Y a nadie, con toda lógica, se le ha ocurrido vetarlos. Pues eso que nunca había sucedido ahora está a la orden del día. Así, por ejemplo, la Filarmónica de Cardiff llegó a cancelar un programa con obras de Tchaikovsky. 

Mención especial quiero hacer al mundo del deporte. Siempre he aguantado la matraca de que no hay que mezclar política y deporte. Ese mito, es una ventaja para tiempos futuros, ha quedado arrumbado y de paso la hipocresía queda desnuda y refulge (o debería). En 2009 el futbolista del Sevilla Frederick Kanouté fue multado con 3.000 euros por el Comité de Competición de la RFEF por lucir una camiseta que ponía la palabra “Palestina” (el contexto fue uno de los bombardeos israelíes) porque no debía mezclarse política y deporte. Ahora,  jornada  tras jornada, en la parte superior izquierda de la televisión, en un rectángulo fijo, aparece en cada partido el lema “no a la invasión”. Ya la política entró, dicho con ironía, al mundo del deporte. Siguiendo con la hipocresía, la Supercopa de España se jugó en enero pasado en Arabia Saudí, la ejemplar democracia, feminista, que bombardea Yemen y que el 12 de marzo de este año ejecutó a 81 personas. En términos futuribles ha salido en la prensa que organización del Torneo de  Wimbledon pedirá a Medvedev “garantías de que no apoya a Putin”. Eso mismo hizo, en el ámbito de la música, la Scala de Milan con el director de orquesta ruso Valery Gergiev, cesarlo por no responder a un ultimátum para que condenara el ataque a Ucrania. El gran maestro ruso Sergey Karjakin ha sido suspendido por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) durante 6 meses por mostrar mensajes de apoyo a Putin en las redes sociales. Dónde quedó la tan cacareada libertad de expresión que en alguno de estos casos sería la simple libertad de lo opuesto: de callarse. Esto se parece muchísimo a un auto de fe en el que te exigen retractación y entonar el mea culpa. Ahora hay que convertirse al “antiputinismo” para no ser señalado o represaliado. Es un sendero peligrosísimo. Y sé que tanto el tenista como el ajedrecista o el director de orquesta son personas privilegiadas, que en ningún caso sufrirán lo que pueden padecer otras personas anónimas de nacionalidad rusa que tal vez se encuentren, ante la enorme avalancha informativa unidireccional, en entornos, sociales o laborales, abiertamente hostiles. 

Esto nunca había pasado, permítanme recalcarlo, con ninguna invasión realizada por EEUU. Por eso hablaba al principio, con una ironía que ojalá la realidad futura me desmienta, de que se iniciaba la era del repudio universal e inexorable a cualquier tipo de invasión de un país por otro. Si, como me temo, así no ocurriera, pensaré que la hipocresía de la doble moral sigue, como siempre, campando a sus anchas.

No quiero acabar sin mencionar al periodista español Pablo González, encarcelado en Polonia por, supuestamente, espiar a favor de Rusia. El silencio de sus “compañeros” es atronador, tanto como sería la bulla y adjetivación mediática si estuviera encarcelado en Rusia por espiar para Ucrania.