lunes, 14 de noviembre de 2022

La lentitud en EEUU. Un sello comunista

Acabo de leer en el diario digital Público que tras ganar en Arizona, a expensas de los resultados de Nevada, el Partido Demócrata está a un escaño de controlar el Senado de EEUU.

Les aclaro que poca fe tengo yo en que para la humanidad, no hablo en clave interna, tenga mayor importancia la victoria del burro o el elefante. Su proyecto, y ante el crecimiento chino y el surgimiento de entes como los BRICS se torna aún más peligroso, sigue siendo, además lo verbalizan, el (pre)dominio mundial. Y en ese asunto son el mayor partido único del mundo. En un documental de John Pilger llamado The Coming War on China un analista chino hablaba de que en su país, tras la victoria del PCCh en 1949, habían habido diferentes políticas en 70 años, circunstancia evidente, pero que en cambio, en la bipartidista USA, al menos en lo que respecta a ciertos fundamentos, la política tenía un eje invariable que venía marcado ideológicamente por la doctrina del “Destino Manifiesto” por el que EEUU estaba llamado, siguiendo designios divinos, por supuesto, a liderar el planeta. Y cuando este hecho parecía más cercano, cuando la hecatombe de la URSS dejaba un mundo unipolar, ha llegado, pausada, poco estridente pero inexorable, sin estar en guerra continua como EEUU, la República Popular China, que, con otros a su rebufo, plantea un mundo multipolar.

Pero bueno, no era, ni es, la idea de este pequeño texto, al menos en esta ocasión, darles la vara con las cuitas del Imperio, sino algo mucho más circunstancial, quizás hasta nimio.

Como les digo la victoria del demócrata Mark Kelly me da igual. Pero hay un hecho muy llamativo. La noticia de hoy sábado 12 de noviembre de que ese escaño, con el 83% de los votos escrutados, vaya a este señor para mí es sorprendente precisamente por la fecha. Las elecciones fueron el martes 8 de noviembre. Arizona tiene algo más de 7 millones de habitantes y el total de votantes apenas superó los 2.300.000. Tres largos días para contar ese exiguo número de votos, con el agravante de que la diferencia, si ya es proclamado senador faltando por contabilizar el 17%, no debe ser muy pequeña. O sea, no creo que pueda alegarse lentitud por una elección reñidísima donde hay que escrutar con lupa cada papeleta. Ustedes se imaginan si esas elecciones se celebraran en un país de la "órbita del mal" lo que se estaría especulando. Viviríamos casi una declarativa, desde el imperio y sus terminales, de guerra. Brasil contó en 3 ó 4 horas más de 118 millones de votos. Vaya paradoja, los subdesarrollados del sur convertidos en espejito donde mirarse el opu(lento) norte estadounidense.

Cuando hay elecciones en Venezuela, Bolivia u otros países que los medios ponen en el centro de la sospecha suelen llegar observadores electorales internacionales para que los atrasados y mendaces de la tierra no hagan un pucherazo. Yo creo que llegó la hora de solicitar que esos observadores internacionales (recordemos también la polémica elección de Bush junior en el año 2000 en Florida) acudan en tropel a las elecciones de Estados Unidos bajo amenaza de sanciones por parte de la comunidad internacional. Incluso creo que sería interesante, si su respuesta es negativa y desdeñosa, contemplar la designación, siguiendo el "exitoso" modelo Guaidó (interesante la imagen de Macron y António Costa saludando en la Cumbre del Clima con bastante cordialidad a Maduro, ese extraño dictador que jamás detuvo al mayordomo del Imperio), de un presidente encargado para aquel país que siempre, históricamente, suele encargar o deponer presidentes a su conveniencia.

Este texto, surgido de la lentitud, tenía vocación de cortedad, iba a terminar aquí, pero este mismo sábado ha surgido una noticia, también menor si se quiere, pero con una carga de profundidad que a mí me produce cierta preocupación y mayor asqueo.

Una jueza, de la que me importa un bledo su nombre y su juzgado, ha paralizado, previa denuncia de la asociación ultraconservadora Abogados Cristianos, la emisión de un sello conmemorativo del centenario del Partido Comunista de España que iba a ponerse a la venta el 14 de noviembre. 

La jueza, que roza la prevaricación pues sabe que su resolución es manifiestamente injusta, le hace el trabajo sucio al run run ultraderechista que quiere equiparar esa ideología esencialmente criminal, llamada nazi-fascismo, con la ideología comunista que busca, que tiene como finalidad, un planeta donde los seres humanos tengan una vida digna, solidaria, y sin enormes diferencias sociales. Ya sé que algún lector me dirá que los comunistas han cometido crímenes. No seré yo, cercano a ese pensamiento, quien lo niegue. Muchos crímenes e injusticias se han cometido desde la posición de los comunistas o, durante muchísimo más tiempo, comercio legal de esclavos  incluido hasta el siglo XIX, desde ese capitalismo que nunca tiene el contador de víctimas que con tanta rigurosidad e interesadamente se aplica a una ideología que desde el siglo XIX planteó que había, en la medida de lo posible, que arrancar el paraíso de la (in)certidumbre de la muerte. Y qué decimos de esos grandes cuerpos de ideas que son las religiones. La media luna y la cruz durante más de mil años han chorreado sangre. No obstante, yo hablo de otra circunstancia más concreta, por eso uso el término esencialmente. El nazi-fascismo es criminal no solo por su accionar exterminador sino básicamente por sus propios postulados ideológicos. Defiende esa triada que siempre ha combatido la izquierda, incluida la comunista: la supremacía racial, la jerarquía social (siempre es un recurso excepcional para la burguesía y su dominio) y el machismo. 

Sus valores son deleznables y, para la historia queda, imborrable, por más resoluciones que saque la Unión Europea equiparándolos, que la Unión Soviética, liderada por el PCUS, fue la gran responsable de la derrota de la Alemania nazi, por más que el cine haya vendido que el desembarco de Normandía fue el instante cumbre que giró el rumbo de la guerra. Mentira. En junio de 1944 el avance del Ejército Rojo en el frente del este era implacable. Alemania en esos momentos ya estaba en absoluta desventaja y abocada a la derrota. No, no solo no son iguales sino, narrativas interesadas de la derecha aparte, el comunismo (sé que es un término incorrecto pues no existía comunismo en la URSS, como no ha existido en ningún otro lugar, pero lo utilizo para facilitar la compresión) fue quien más contribuyó a la derrota del nazi-fascismo.

Centrándome en España, sólo especificar que desde el espectro comunista (esto de espectro casa con el arranque del Manifiesto Comunista que dice: Un fantasma recorre Europa...), en el que englobo al mayoritario PCE y a otras formaciones menores generalmente a su izquierda que surgieron a partir de los 60, se produjo, con enorme diferencia, la más importante y constante lucha por las libertades democráticas contra la dictadura fascista del general Franco. 

Acabo con un dato, en 2021 también se cumplió el centenario del Partido Comunista de Portugal. Allí Correios emitió, para conmemorar la efeméride, no un sello, sino dos. Quizás, es sólo una hipótesis, la diferencia esté en la forma en que acabaron ambas dictaduras. Una, la portuguesa, vivió una ruptura que se visualizó en la foto de un represor de la policía política (PIDE) siendo cacheado con las manos en la nuca y el pantalón por los tobillos. La otra, la española, nació de una reforma timoneada por los herederos de Franco que dejó incólume todo el aparato represor (jueces, policías y militares), convertido ipso facto en demócrata de toda la vida.




viernes, 4 de noviembre de 2022

Contrastes: Argentina 1985 y el caso español. Un epílogo brasileño

De entrada, una recomendación: si pueden vean la película Argentina 1985.

Alejada de mí cualquier tentación de ejercer la crítica cinematográfica, sí me permito decir que me parece que en ella confluyen, sin que ninguno anule al otro, dos elementos valiosos en una ficción: la emoción y la reflexión. Sin ser melodramática, incluso con rasgos humorísticos, sobretodo en la relación paterno-filial, conmueve y hace pensar. Y entretiene, virtud que no siempre tiene que ir unida a lo superficial.

La película refleja, desde el ingente trabajo de la fiscalía, como se prepara y como transcurre el juicio a las juntas militares que asolaron Argentina entre 1976 y 1983 ocasionando 30.000 desaparecidos. 

Recuerdo cuando en los años 80, desde el estado español, se hablaba a menudo de la Transición como elemento especular en el que mirarse para el fin de las dictaduras militares que, respaldadas por EEUU, detentaron el poder en el centro y sur de América en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado. 

España, en esa época en que era muy común el concepto paternalista (aunque parezca contradictorio es así) de "madre patria", se proponía como una especie de guía con su "ejemplar" y "pacífica" (entre 600 y 700 muertos de 1975 a 1982) transición de la dictadura a la democracia.

Sí, seguro que a muchos de quienes vemos Argentina 1985, se nos viene a la mente el final de la dictadura del general Franco. No podemos evitar trazar paralelismos. Y no solo porque en España, bochornosa Ley de Amnistía de 1977 mediante, que se utilizó arteramente para librar a represores cuando la amnistía que se reivindicaba en las calles era la libertad general de todos los encarcelados por motivos políticos, ni un criminal fue juzgado (alguno como el celebre Billy el Niño incluso murió disfrutando de sus pensionadas medallas), sino por algo que me parece bastante interesante. Me refiero a la justificación, a las causas  de la barbarie, elemento que suele utilizarse para no hacer justicia. 

Me explico. 

Los militares argentinos aducían en su defensa que el país libraba una guerra contra lo que ellos llamaban la subversión, la guerrilla comunista. Y las guerras, más aún las civiles, son situaciones excepcionales, con medidas excepcionales ante enemigos poderosos que también utilizan la violencia. Así, más allá de la ilegalidad del propio golpe de estado, que pomposamente denominaron Proceso de Reorganización Nacional, orillaron la justicia por completo, y sembraron el terror secuestrando casi siempre con la alevosía de la nocturnidad, en los célebres Ford Falcon, a personas a las que llevaban a los llamados "chupaderos" o centros clandestinos de detención. En Argentina, con múltiples avatares (leyes de punto final e indultos que acabaron siendo derogados) de por medio, han sido condenados, y los juicios aún prosiguen, más de mil militares que participaron en la represión. O sea, no se han quedado en el reconocimiento de las víctimas sino que han dado el paso siguiente: el castigo a los victimarios. Y de este modo, los 24 de marzo, fecha del golpe militar de 1976, todas las instituciones argentinas, incluso señeros equipos de fútbol como Boca o River, expresan su rechazo a la dictadura.

En España la justificación habitual de "la guerra entre hermanos" y que "todo el mundo cometió tropelías" ha imperado ideológicamente con la connivencia del PSOE. Felipe González declaró en una entrevista, ante el 40 aniversario de la victoria del PSOE en 1982, que su objetivo principal era mantener la convivencia para que "no volviéramos a las andadas", estableciendo una culpa colectiva en lo que fue un golpe de estado ejecutado por los militares fascistas con el apoyo de la clase dominante y con la complicidad y sostén ideológico de la Iglesia. Con el predominio de este pensamiento, sazonado de miedo, en el estado español se impuso que había que correr un velo sobre el pasado y mirar al futuro sin juzgar ni condenar las tropelías cometidas durante 40 años por la dictadura de Franco. Así, más de 100.000 personas siguen en fosas comunes y cuando el ex juez Garzón, en 2008, quiso encausar al franquismo a los pocos años estaba fuera de la carrera judicial. 

Todo esto viene a cuento de que el 31 de octubre, fecha a partir de ahora dedicada a homenajear a los represaliados por el fascismo hispano, se celebró, a la luz de la recién aprobada Ley de Memoria Democrática, el primer gran acto institucional de reconocimiento a estas víctimas de, permítaseme la expresión, segunda división. Esta demoradísma jornada, que estuvo presidida por Pedro Sánchez y otros cargos del gobierno, llega demasiado tarde. Han pasado casi 50 años de la muerte de Franco y, por supuesto, sus herederos políticos, consecuentes con su ultraderechismo, no han acudido.

Allí no estuvo un rey que, sin embargo, al igual que su padre, ha participado en innumerables homenajes a las víctimas de ETA. La monarquía española no muerde jamás la mano que la restauró. También es coherente, al igual que la derecha española (la ultra y la más ultra), con su génesis. Lo define perfectamente en un tweet, conciso y magnífico, el periodista Ramón LoboEs difícil homenajear a las víctimas si llevan toda la vida homenajeando a los verdugos.

Ni Núñez Feijóo, ni Díaz Ayuso, ni Martínez Almeida, invitados al acto, acudieron. Ustedes se imaginan el escándalo y los epítetos que se usarían si estando en el gobierno el PP ningún líder del PSOE o Unidas Podemos fuera a un acto por las víctimas de ETA. Al PPVOX, Ciudadanos es un cadáver aún insepulto, las víctimas de la dictadura franquista les importan un bledo. Saben que el Pacto de la Transición fue un pacto de olvido a sus desmanes: "yo te dejo de encarcelar o matar y tú te olvidas de que fuiste encarcelado y en muchas ocasiones asesinado por mí".

Reconozco que esa faceta de la ultraderecha española me admira. Defienden sus ideas desde la insolencia, desde la costumbre de la impunidad de clase. Saben cual es su matriz y la justifican abiertamente, juegan sus bazas sin complejo alguno (tremendo ejemplo la renovación del Consejo General del Poder Judicial, caducado hace más de tres años, que no se hará hasta que el PP gane las elecciones con la muleta voxera), mientras ese conglomerado llamado izquierda se mueve en una timoratez que la lleva a arrinconarse cada vez más.

Aquí, no lo tenía previsto, pero de ultraderecha hablamos y en mi callejón, no siendo rey, me siento soberano, me atrevo a enlazar con Brasil, donde los seguidores de Bolsonaro, derrotado en las elecciones presidenciales por un margen de 2.100.000 votos (1,8%), muchos de ellos haciendo el saludo nazi-fascista, se están concentrando ante los cuarteles pidiendo una intervención militar que los libre del "comunismo" de Lula. O sea, son más atrevidos aún que sus colegas españoles (aunque también nuestros fascistas han hablado de gobierno ilegítimo), han salido a la calle decenas de miles de personas para pedir explícitamente un golpe de estado, que el ejército ignore el resultado de las urnas. 

Quizás yerre, pero es una acción que, al menos a corto y medio plazo, no tiene futuro. Incluso de prolongarse podría ser perjudicial para el propio bolsonarismo pues si se mantiene en esa postura golpista, más allá de la sensación de "musculatura"  que ahora siente, quedaría quizás desacreditado para siguientes convocatorias electorales. Y estoy convencido de que las cabezas  pensantes de ese movimiento (entre las cuales no sé si la principal será Bolsonaro) saben que no les interesa prolongar esas acciones inciertas siendo el principal grupo parlamentario y teniendo un importante poder federal a través de los gobernadores de estados importantes, circunstancia que probablemente supondrá un devenir complicado para el futuro gobierno de Lula y, mucho me temo, importantes opciones para la ultraderecha de retomar el poder en el 2026, o antes, si se impone el ejemplo peruano donde el presidente Pedro Castillo, desde su asunción, no ha tenido un minuto de paz jurídico-parlamentaria.

Por otra parte, y esto es lo esencial, estoy convencido de que la propia clase dominante brasileña tendrá,   desde la perspectiva que dan las alturas, viendo ese movimiento, muy fanatizado religiosamente y con el lema cuasi absolutista de Dios, Patria y Familia, con gente que se arrodilla para rezar en las calles y parece que busca el trance,  un mohín de desagrado o de extrañeza. Pensarán, sabiendo la distancia sideral a la que está el comunismo: "carajo, la cosa no es para tanto". Lo conocen, Lula ya gobernó, no lleva ningún programa socializador, no piensa cambiar la estructura social brasileña. Sí, imagino, intentará mejorar, y es muy importante, las condiciones de vida de las capas más desfavorecidas y empobrecidas. Una de las condiciones esenciales para un golpe de estado (no digo que sea la única), la agudización de  las contradicciones de clase, el peligro del predominio de la oligarquía, no existe. 

Además, tampoco suele ser ya necesario dañar el pavimento de las calles con las cadenas de los tanques, se han buscado vías más creativas, más sofisticadas y menos sangrientas, como el Lawfare o Guerra Jurídica, término inglés que significa perseguir al oponente político usando las ley de manera torticera.  De hecho, por vía judicial, el juez Sergio Moro, encarcelando a Lula, posteriormente declarado inocente, lo sacó de la carrera electoral de 2018 que acabó ganando un Bolsonaro que después, ¡oh sorpresa!, con el descaro típico de la derecha, nombró al señor juez Ministro de Justicia.