viernes, 4 de noviembre de 2022

Contrastes: Argentina 1985 y el caso español. Un epílogo brasileño

De entrada, una recomendación: si pueden vean la película Argentina 1985.

Alejada de mí cualquier tentación de ejercer la crítica cinematográfica, sí me permito decir que me parece que en ella confluyen, sin que ninguno anule al otro, dos elementos valiosos en una ficción: la emoción y la reflexión. Sin ser melodramática, incluso con rasgos humorísticos, sobretodo en la relación paterno-filial, conmueve y hace pensar. Y entretiene, virtud que no siempre tiene que ir unida a lo superficial.

La película refleja, desde el ingente trabajo de la fiscalía, como se prepara y como transcurre el juicio a las juntas militares que asolaron Argentina entre 1976 y 1983 ocasionando 30.000 desaparecidos. 

Recuerdo cuando en los años 80, desde el estado español, se hablaba a menudo de la Transición como elemento especular en el que mirarse para el fin de las dictaduras militares que, respaldadas por EEUU, detentaron el poder en el centro y sur de América en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado. 

España, en esa época en que era muy común el concepto paternalista (aunque parezca contradictorio es así) de "madre patria", se proponía como una especie de guía con su "ejemplar" y "pacífica" (entre 600 y 700 muertos de 1975 a 1982) transición de la dictadura a la democracia.

Sí, seguro que a muchos de quienes vemos Argentina 1985, se nos viene a la mente el final de la dictadura del general Franco. No podemos evitar trazar paralelismos. Y no solo porque en España, bochornosa Ley de Amnistía de 1977 mediante, que se utilizó arteramente para librar a represores cuando la amnistía que se reivindicaba en las calles era la libertad general de todos los encarcelados por motivos políticos, ni un criminal fue juzgado (alguno como el celebre Billy el Niño incluso murió disfrutando de sus pensionadas medallas), sino por algo que me parece bastante interesante. Me refiero a la justificación, a las causas  de la barbarie, elemento que suele utilizarse para no hacer justicia. 

Me explico. 

Los militares argentinos aducían en su defensa que el país libraba una guerra contra lo que ellos llamaban la subversión, la guerrilla comunista. Y las guerras, más aún las civiles, son situaciones excepcionales, con medidas excepcionales ante enemigos poderosos que también utilizan la violencia. Así, más allá de la ilegalidad del propio golpe de estado, que pomposamente denominaron Proceso de Reorganización Nacional, orillaron la justicia por completo, y sembraron el terror secuestrando casi siempre con la alevosía de la nocturnidad, en los célebres Ford Falcon, a personas a las que llevaban a los llamados "chupaderos" o centros clandestinos de detención. En Argentina, con múltiples avatares (leyes de punto final e indultos que acabaron siendo derogados) de por medio, han sido condenados, y los juicios aún prosiguen, más de mil militares que participaron en la represión. O sea, no se han quedado en el reconocimiento de las víctimas sino que han dado el paso siguiente: el castigo a los victimarios. Y de este modo, los 24 de marzo, fecha del golpe militar de 1976, todas las instituciones argentinas, incluso señeros equipos de fútbol como Boca o River, expresan su rechazo a la dictadura.

En España la justificación habitual de "la guerra entre hermanos" y que "todo el mundo cometió tropelías" ha imperado ideológicamente con la connivencia del PSOE. Felipe González declaró en una entrevista, ante el 40 aniversario de la victoria del PSOE en 1982, que su objetivo principal era mantener la convivencia para que "no volviéramos a las andadas", estableciendo una culpa colectiva en lo que fue un golpe de estado ejecutado por los militares fascistas con el apoyo de la clase dominante y con la complicidad y sostén ideológico de la Iglesia. Con el predominio de este pensamiento, sazonado de miedo, en el estado español se impuso que había que correr un velo sobre el pasado y mirar al futuro sin juzgar ni condenar las tropelías cometidas durante 40 años por la dictadura de Franco. Así, más de 100.000 personas siguen en fosas comunes y cuando el ex juez Garzón, en 2008, quiso encausar al franquismo a los pocos años estaba fuera de la carrera judicial. 

Todo esto viene a cuento de que el 31 de octubre, fecha a partir de ahora dedicada a homenajear a los represaliados por el fascismo hispano, se celebró, a la luz de la recién aprobada Ley de Memoria Democrática, el primer gran acto institucional de reconocimiento a estas víctimas de, permítaseme la expresión, segunda división. Esta demoradísma jornada, que estuvo presidida por Pedro Sánchez y otros cargos del gobierno, llega demasiado tarde. Han pasado casi 50 años de la muerte de Franco y, por supuesto, sus herederos políticos, consecuentes con su ultraderechismo, no han acudido.

Allí no estuvo un rey que, sin embargo, al igual que su padre, ha participado en innumerables homenajes a las víctimas de ETA. La monarquía española no muerde jamás la mano que la restauró. También es coherente, al igual que la derecha española (la ultra y la más ultra), con su génesis. Lo define perfectamente en un tweet, conciso y magnífico, el periodista Ramón LoboEs difícil homenajear a las víctimas si llevan toda la vida homenajeando a los verdugos.

Ni Núñez Feijóo, ni Díaz Ayuso, ni Martínez Almeida, invitados al acto, acudieron. Ustedes se imaginan el escándalo y los epítetos que se usarían si estando en el gobierno el PP ningún líder del PSOE o Unidas Podemos fuera a un acto por las víctimas de ETA. Al PPVOX, Ciudadanos es un cadáver aún insepulto, las víctimas de la dictadura franquista les importan un bledo. Saben que el Pacto de la Transición fue un pacto de olvido a sus desmanes: "yo te dejo de encarcelar o matar y tú te olvidas de que fuiste encarcelado y en muchas ocasiones asesinado por mí".

Reconozco que esa faceta de la ultraderecha española me admira. Defienden sus ideas desde la insolencia, desde la costumbre de la impunidad de clase. Saben cual es su matriz y la justifican abiertamente, juegan sus bazas sin complejo alguno (tremendo ejemplo la renovación del Consejo General del Poder Judicial, caducado hace más de tres años, que no se hará hasta que el PP gane las elecciones con la muleta voxera), mientras ese conglomerado llamado izquierda se mueve en una timoratez que la lleva a arrinconarse cada vez más.

Aquí, no lo tenía previsto, pero de ultraderecha hablamos y en mi callejón, no siendo rey, me siento soberano, me atrevo a enlazar con Brasil, donde los seguidores de Bolsonaro, derrotado en las elecciones presidenciales por un margen de 2.100.000 votos (1,8%), muchos de ellos haciendo el saludo nazi-fascista, se están concentrando ante los cuarteles pidiendo una intervención militar que los libre del "comunismo" de Lula. O sea, son más atrevidos aún que sus colegas españoles (aunque también nuestros fascistas han hablado de gobierno ilegítimo), han salido a la calle decenas de miles de personas para pedir explícitamente un golpe de estado, que el ejército ignore el resultado de las urnas. 

Quizás yerre, pero es una acción que, al menos a corto y medio plazo, no tiene futuro. Incluso de prolongarse podría ser perjudicial para el propio bolsonarismo pues si se mantiene en esa postura golpista, más allá de la sensación de "musculatura"  que ahora siente, quedaría quizás desacreditado para siguientes convocatorias electorales. Y estoy convencido de que las cabezas  pensantes de ese movimiento (entre las cuales no sé si la principal será Bolsonaro) saben que no les interesa prolongar esas acciones inciertas siendo el principal grupo parlamentario y teniendo un importante poder federal a través de los gobernadores de estados importantes, circunstancia que probablemente supondrá un devenir complicado para el futuro gobierno de Lula y, mucho me temo, importantes opciones para la ultraderecha de retomar el poder en el 2026, o antes, si se impone el ejemplo peruano donde el presidente Pedro Castillo, desde su asunción, no ha tenido un minuto de paz jurídico-parlamentaria.

Por otra parte, y esto es lo esencial, estoy convencido de que la propia clase dominante brasileña tendrá,   desde la perspectiva que dan las alturas, viendo ese movimiento, muy fanatizado religiosamente y con el lema cuasi absolutista de Dios, Patria y Familia, con gente que se arrodilla para rezar en las calles y parece que busca el trance,  un mohín de desagrado o de extrañeza. Pensarán, sabiendo la distancia sideral a la que está el comunismo: "carajo, la cosa no es para tanto". Lo conocen, Lula ya gobernó, no lleva ningún programa socializador, no piensa cambiar la estructura social brasileña. Sí, imagino, intentará mejorar, y es muy importante, las condiciones de vida de las capas más desfavorecidas y empobrecidas. Una de las condiciones esenciales para un golpe de estado (no digo que sea la única), la agudización de  las contradicciones de clase, el peligro del predominio de la oligarquía, no existe. 

Además, tampoco suele ser ya necesario dañar el pavimento de las calles con las cadenas de los tanques, se han buscado vías más creativas, más sofisticadas y menos sangrientas, como el Lawfare o Guerra Jurídica, término inglés que significa perseguir al oponente político usando las ley de manera torticera.  De hecho, por vía judicial, el juez Sergio Moro, encarcelando a Lula, posteriormente declarado inocente, lo sacó de la carrera electoral de 2018 que acabó ganando un Bolsonaro que después, ¡oh sorpresa!, con el descaro típico de la derecha, nombró al señor juez Ministro de Justicia.

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