domingo, 25 de diciembre de 2022

La libertad en y del parlamento. Adenda regia

En los últimos tiempos han salido algunas noticias sobre el Congreso de los Diputados que me han hecho preguntarme acerca de la libertad de expresión en dicha institución que, recordémoslo, junto a los diferentes parlamentos autonómicos y corporaciones locales, es la única que emana del voto popular directo.
El primer caso que llegó a mi conocimiento le ocurrió al parlamentario del Bloque Nacionalista Gallego Néstor Rego cuando en el uso de la palabra fue censurado por el vicepresidente Alfonso Gómez de Celis, en esos momentos en funciones de presidencia,  por utilizar durante su intervención la expresión “monarquía anacrónica y corrupta”. Dos veces la repitió y otras tantas intervino el moderador para retirar la referencia a la corrupción del Diario de Sesiones, alegando que es un insulto, y amenazarle con que si la utilizaba de nuevo le retiraría la palabra. En la última ocasión el diputado Rego después de utilizar el término monarquía se limitó a remarcar, haciendo el signo de paréntesis, el lugar donde iría la palabra innombrable. 
El asunto a mí me parece harto irritante. Tenemos un individuo con el título, para vergüenza de este estado aún no ha sido despojado de él, de Rey Emérito. Esa persona y su hijo, ejerciente actual de la jefatura del estado, tienen un status especial que los hace  inalcanzables por esa ley que, en teoría, es igual para todos. El elemento que los convierte en absolutamente diferentes es una institución llamada monarquía que los sitúa en disposición de hacer u ordenar cualquier tropelía sin riesgo jurídico alguno. Además, incluso mediante diferentes regularizaciones con Hacienda, está bastante demostrado que este individuo usó su posición para enriquecerse ilícitamente, que los hipotéticos grandes servicios que los juancarlistas devenidos ahora en felipistas siempre airean fueron espléndidamente cobrados. Incluso ha hecho prevaler en Reino Unido, ante los litigios puestos por su ex amante Corinna Larsen, su condición, no de inocente, sino de persona con aforamiento absoluto durante los cerca de 39 años que reinó. Tiene claro que su inocencia, incluso su buen nombre, le es indiferente. Ya da por descontado que todo el mundo sabe que ha delinquido y es un corrupto y así,  con descaro, se aferra a un privilegio inmoral. Siendo lo descrito algo que hoy casi nadie niega, sin embargo, un diputado representante de miles de personas que le votaron no puede utilizar la expresión monarquía corrupta. A todo esto se une un agravio mayor: si tú en el ejercicio de tu cargo estás por encima de las leyes lo mínimo que debo tener yo, sea o no diputado, pero en este caso por la representatividad otorgada más, es una libertad absoluta de expresión respecto a esa institución unipersonal que detentas de manera vitalicia y por la "democrática" vía del coito.  Si quieres mantener incólume tu honor desciende al país de los vigilados por la ley (bien sé que el ojo, según la posición social, con algunos está vago o se duerme) y renuncia al privilegio unipersonal y antidemocrático que disfrutas. Si no haces eso considero que debes aguantar cualquier crítica pues el beneficio de tu privilegiado status supera el perjuicio de tu honra. Y a pesar de todo entiendo que no se tolere en sede parlamentaria la descalificación soez, el insulto chabacano que cualquiera de los lectores puede tener en mente y que siendo igual de desaconsejable en otros ámbitos, sea la opinión escrita o el mundo de la cultura, debe ser tolerado en reciprocidad a la inexpugnabilidad del individuo titulado rey.
Otro caso.
La presidenta de la cámara Meritxell Batet censuró a Irene Montero por utilizar, en un debate con la bancada del PP el concepto, ya con decenios de existencia en el mundo del feminismo, de cultura de la violación, que hace referencia a cuando se sitúa el foco en la víctima que padece la agresión (lo que esta debió o no hacer, la vestimenta que llevaba, las copas que tomó o la hora y el lugar por donde transitaba) y no en el culpable. El foco en la víctima lo pusieron, sin entrar en su intencionalidad, pues intento no presuponer maldad, el PP gallego y el madrileño con unos anuncios, ante el Día Mundial contra la Violencia de Genero celebrado el 25 de noviembre, en los que advertían a las mujeres que no salieran a correr en horas inadecuadas y con mallas ceñidas o que vigilaran su bebida cuando salen de fiesta. O sea, anuncios que alientan el miedo y la culpa de las mujeres, circunstancia curiosa, pues en concreto el PP madrileño envió en la campaña electoral un sobre donde todo el texto de su programa, aparte de la cara de la señora Díaz Ayuso, contenía una única palabra: libertad. 
Imagino que tanto la bancada pepera como  la presidenta Batet pensaron, erróneamente, que la ministra acusaba a la derecha de defender la violación. En este caso, no como con el diputado del BNG, la ministra acabó su intervención y la presidenta decidió otra vez, aparte de conminarla a no usar un lenguaje inadecuado, que la expresión se borrara del Diario de Sesiones. 
El último caso.
El mentado vicepresidente Gómez de Celis procedió a borrar del diario de sesiones una alusión de Irene Montero a VOX como "formación fascista". También, en la misma sesión, decidió eliminar una referencia a Bildu como "filoterroristas". 
El fascismo, más allá del uso adecuado o no del término, es una ideología política. Podemos debatir si se apela en exceso a esa denominación, cuales son sus características esenciales y las peculiaridades que ha podido desarrollar según los marcos históricos y temporales. Podemos debatir múltiples cuestiones para las que existe una amplia bibliografía, pero que existe una ideología con tal denominación es incuestionable. La acusación de Montero podrá ser más o menos acertada, pero no debes tratarla como un simple insulto pues es una calificación política a la que los diputados de VOX pueden, en los términos que consideren, contestar. El oprobio de esa ideología hace que casi la totalidad de quienes la profesan busque denominarse de otra manera, pero por eso no deja de ser, aunque negativa, una apelación política.
Con respecto a la expresión "filoterroristas", aunque bastante más difusa (la habitual dirigida a Bildu es la de "filoetarras") y aplicada mediáticamente en múltiples y bien diferenciados contextos según determinados intereses ideológicos, pienso exactamente igual. Los diputados de Bildu pueden replicar lo que estimen oportuno, e incluso, si alguno considera que están agraviando su honor, dirigirse a los tribunales, pues ellos no tienen el fuero regio que disfrutan los borbones. No obstante, a mí me parecería inadecuado, pues entiendo que el debate político puede tener gran dureza, sin entrar, reitero, en el insulto o la descalificación personal.
Debo aclarar, lo he sabido mientras escribo el texto, vivimos en el mundo de los símbolos y las apariencias, que la retirada del Diario de Sesiones  no es tal. Lo explica perfectamente en un tuit quien fuera presidenta del Congreso con el PP, Ana Pastor: "Cuando, conforme a Reglamento y como presidenta, anuncio que alguna palabra será retirada no desaparece pero sí aparece al lado su retirada y que recibió el reproche de la Presidencia". O sea, usando una expresión en boga, puro y absurdo postureo, además de contradictorio, pues algo no se retira, aunque pongas esa palabra al lado si, negro sobre blanco, permanece. En realidad es una especie de sublimación de las formas, que son importantes, pero no deben caer en el ridículo.
Otro tema que quiero tratar, pues ya no afecta solo a la libertad de expresión de las Cortes Generales, sino a su libertad de acción, es la decisión del Tribunal Constitucional, a propuesta del PP, de impedir un debate legislativo en el Senado (quiso hacerlo en el Congreso pero no llegó a tiempo por motivos técnicos). El TC se supone que tiene que decidir sobre si una ley tiene determinadas inconstitucionalidades después de que el legislativo haya completado su trabajo. Lo peligroso es que un tribunal se arrogue la potestad de intervenir en la actividad de un legislativo antes de que este termine su tarea. 
Hay un cierto revuelo, comprensivo, por esta acción invasiva del TC. Pero no es nueva. Una información del digital Eldiario.es muestra que este tribunal ha impedido en tres ocasiones debates en el Parlament de Cataluña. En uno de los casos lo que se discutía era una moción para reprobar la Monarquía. Este asunto es significativo porque lo debatido y votado no deja de ser algo que es meramente un pronunciamiento político, que no tiene valor normativo alguno. Hagan un ejercicio mental simple: si el parlamento de Canarias u otra Comunidad planteara una moción de apoyo a la monarquía, otro pronunciamiento político sin valor normativo, somos conscientes de que no terciaría el TC. La intervención, o no, depende bastante de la correlación de fuerzas. En Galicia en marzo de 1990 un pequeño partido nacionalista de izquierdas presentó una propuesta para que esa autonomía tuviera la potestad de ejercer el derecho de autodeterminación, que significa tener la posibilidad de constituirse en estado independiente. Se llevó a pleno, se debatió, y con los votos del PP y del PSOE fue rechazada por amplísima mayoría. O sea, en este caso incluso sirvió para manifestar ante la opinión pública el enorme predominio del "unionismo", hecho previsible y al que ningún tribunal se opuso. Claro, el tema cambia por completo cuando la propuesta que cuestiona la unidad territorial del estado tiene la posibilidad e incluso la certeza de ganar. En el caso de impedir la votación sobre la monarquía el tema se agrava por lo que expliqué más arriba. Hablamos de una institución no electiva, hereditaria, e inalcanzable para la ley. Así, se da la odiosa paradoja de que un parlamento electo por el voto popular directo no puede pronunciarse sobre la institución no democrática que acabo de describir. 
Ningún tribunal debe tener capacidad de intervenir en el desarrollo de la actividad de los únicos órganos elegidos por sufragio universal. Aparte de la antidemocrática figura del Rey, tampoco el jefe de gobierno es elegido por voto popular directo: lo nombran e incluso lo deponen, vía moción de censura, los parlamentarios. Existe un ejemplo reciente: Rajoy no cayó en las urnas, fue depuesto por una moción de censura consensuada por una serie de grupos parlamentarios. VOX ha anunciado otra próximamente contra Pedro Sánchez y, según parece, ha sondeado a diversas personas independientes para ser posibles candidatos presidenciales. Sí, tampoco es necesario haberse presentado a las elecciones para ser elegido presidente. Lo esencial es tener la confianza de una mayoría de diputados, estos sí, reitero, escogidos por voto popular. Por esta razón, la tutela del TC a los diputados, determinados sectores ubicados en la izquierda lo denominan como "golpe de estado blando". Ante la antigua dureza de la metralleta parece que hoy impera la "suavidad" de la toga. Aunque ojo, el martes 20 el PP, ampliando el frente, se reunió en su sede con nueve sindicatos policiales para animarles a manifestarse contra la reforma de la llamada Ley Mordaza que se supone afrontará pronto el gobierno.
No deja de impresionarme la inquina de la derecha contra un gobierno que, salvando algunas medidas progresistas limitadas, no pone en jaque en ningún momento la estricta jerarquía de clase del estado español. Me cuesta entender esa obsesión con la ilegitimidad de un gabinete sostenido por la mayoría del parlamento en elecciones que nadie calificó de fraudulentas. Me pregunto si en el caso de realizar medidas de calado que cuestionaran el orden social darían un paso atrás las togas y uno adelante las metralletas.
Adelantado en el título, califico esto que viene de adenda porque estando el texto ya concluido me ha surgido este añadido tras las reacciones al discurso del Rey la noche del 24 de diciembre.
Los mensajes navideños de los monarcas son siempre una sucesión de lugares comunes y ambiguos, al menos en lo que hace referencia a la política interna. Mucha apelación a la unidad de los españoles, al interés general, al respeto a la Constitución, a la responsabilidad, etc. A mí me fascinan aquellos opinadores o partidos, que al modo de los arúspices, sacerdotes de la Antigua Roma que indagaban el futuro en las entrañas de los animales, bucean en el magma confuso, siempre velado, de las regias palabras buscando tesoros de enorme lucidez. La cosa suele ser bien simple: del timorato PSOE a la derecha estridente del PP y VOX predomina la alabanza; en el estrecho margen izquierdo surgen Unidas Podemos y otras formaciones nacionalistas progresistas que aportan, con variable intensidad y sutileza, un tinte crítico. 
Este año, por poner un ejemplo, los magos de la derecha han hallado en ese revoltijo de entrañas la pepita de oro de "la erosión de las instituciones" como símbolo de reprobación del monarca al gobierno. Es bastante absurdo, también serviría esa alusión para criticar la renovación, cuatro años pospuesta por el PP, del caducado mandato del Consejo General del Poder Judicial o el bloqueo actual para renovar el TC. Lo de siempre, pura interpretación.
En clave internacional el hombre se suelta más y, entre ditirambos otánicos, este año ha hecho referencia al padecimiento de Ucrania por la invasión de Rusia. Reconozco que no lo he buscado, pero sé que ni él ni su padre en más de 40 años de discursos han hecho referencia explícita a ninguna de las invasiones de EEUU que, parafraseando la bendición papal del 25 de diciembre en que esto escribo, se parecen a una especie de maldición Urbi et orbe que USA esparce periódicamente por el planeta. Tampoco cita otros conflictos tan injustos como perennes: la ocupación de Palestina por Israel y su incesante goteo de asesinados, muchos de ellos menores; la ocupación del Sahara por Marruecos tras la vergonzosa entrega española; o  esa guerra olvidada y por muchos desconocida en Yemen.
Quien haya llegado hasta aquí, permítaseme después del tostonazo una cierta guasa, se ha ganado un 2023 lleno de venturas y salud.

domingo, 4 de diciembre de 2022

Joaquín Sabina, el valor de las opiniones, la izquierda y un epílogo sobre Pablo Milanés

Casi siempre si quiero tratar algún tema, sobretodo cuando es fruto de una declaración que, por la relevancia del opinante o la enjundia de lo dicho, levanta cierta polvareda, espero que pase un poco de tiempo para hacer una reflexión, no por exquisitez, sino porque suelo sentirme arrollado por la avalancha de comentarios que, llenos de ruido y furia, rebosan o amor incondicional o desamor despechado. Mis textos suelen ser fruto de un cierto reposo y cien mil vueltas mentales aunque esto implique llegar cuando quizás ya solo quedan, o ni siquiera eso, los restos de la batalla. 

Me refiero a las declaraciones que hizo hace varias semanas Joaquín Sabina en la presentación del documental Sintiéndolo mucho realizado por el cineasta Fernando León de Aranoa. Desde luego, aquí el amor o desamor hacia el cantautor no va a encontrar camino. Sus palabras me servirán como punto de partida para expresar algunas ideas, o pinceladas quizás sea un término más preciso, sobre esa parte esencial de la historia contemporánea de la humanidad que conocemos, desde la Revolución Francesa y la ubicación física en la Asamblea Nacional de aquellos que querían cambios más profundos, con el nombre amplio y genérico de izquierda.  Lo primero que me pregunto, antes de transcribir las palabras que generan este escrito, es por qué tiene tanta relevancia lo que diga Joaquín Sabina. 

Siempre es curioso observar como necesitamos una comunión con aquellos personajes públicos que por alguna razón, generalmente relacionada con el mundo de las artes, son emocionalmente muy importantes en nuestras vidas. Y sería yo un necio si no percibiera que para muchas personas, principalmente adscritas al espectro de la izquierda, Joaquín Sabina, al igual que otros cantautores como Aute, Silvio o Pablo, son la banda sonora de sus vidas. Y tiene lógica, los cantautores casi siempre, incluso cuando cantan al amor, revisan o revientan las costuras del mundo. Hurgan, van mucho más allá del mero amor romántico de esos boleros que tanto me gustan.  Esos boleros y tangos (aquellos que se enfadan con las letras del reguetón  que escuchen algunos) son culturalmente pura derecha. Un hombre y una mujer se aman y ahí se acaba el mundo y sus complejidades e injusticias. No hay más. A mí me da igual. Digo: vivan Los Panchos y, aunque sea la mayor falacia, “si tú me dices ven lo dejo todo”.  En realidad, los pensadores Joaquín Sabina y Los Panchos o el recién fallecido Pablo Milanés, creo que no deberían pasar, en cuanto al valor de sus muy respetables opiniones sobre los aconteceres del mundo, de la ajenidad (quizás me invento la palabra, pero me expresa y creo que quien me lee en este momento la entiende) que le daríamos a cualquier otra persona anónima de otra profesión. El único elemento de valoración debe ser la enjundia, el ánimo reflexivo sobre el meramente enunciativo que alimenta titulares de prensa.

Puede pasar en cualquier ámbito del arte: la decepción. El héroe, por mor de abrir la boquita fuera de su ámbito, o por cambiar sus opiniones, o por enterarnos de que es un ser humano manifiestamente mejorable, cuando no despreciable, es villanizado. Y el admirador decepcionado que ve ensuciarse en su alma el arte, narrativo, plástico o musical, que hasta hace cinco minutos lo conmovía, sabe que su rotura ya no va tener reparo y que el disfrute de la comunión ya no volverá. Y en el otro lado, o con la visión opuesta, estará quien, aun desencantado o al tanto de ciertas bajezas o ignominias, es capaz de extraer el arte del artista. Reconozco que, con mis dudas,  creo estar más cerca del segundo grupo pues soy poco dado a encumbramientos, probablemente tan fruto de la pereza como del escepticismo. Escepticismo que cada vez me produce  más una faceta de mucha gente del arte que es el abajofirmantismo. Yo también a veces voy, por puro marujeo, a ver quienes apoyan tal o cual lucha o una u otra formación política ante las elecciones generales. Sé que es absolutamente banal. Las  luchas tienen que apoyarse en su justeza y el escritor, el cantante o el actor comprometidos, que cualquier día se descompromenten, no le aportan, fuera del soporte emocional, valor añadido alguno. 

Voy con lo declarado por Joaquín Sabina. Lo tomo, para que no se me acuse de tendencioso, del digital con el nombre más bonito del mundo: El Español.

El músico Joaquín Sabina ha presentado en Madrid el documental Sintiéndolo mucho, que ha dirigido Fernando León de Aranoa sobre los últimos años del cantautor, lamentando "la deriva de la izquierda latinoamericana" que le ha llevado a replantearse su ideología.

"Esta deriva me rompe el corazón, justamente por haber sido tan de izquierdas. Pero ahora ya no lo soy tanto, porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando. Y es muy triste", ha explicado Sabina, acompañado del propio director y del músico Leiva, que ha creado la banda sonora de este trabajo.

Sabina ha reconocido que ha estado "mucho tiempo enfadado" con el siglo XXI. "Todo lo que pasaba: Trump, Putin... Eran cosas feas, incluso el lenguaje de gente a través de redes sociales que lo degrada mucho", ha apuntado, para luego añadir que se viene del "fracaso feroz" del comunismo en el siglo XX.

De todo el texto para mí la frase más enigmática está en la tercera línea del primer párrafo: "la deriva de la izquierda latinoamericana" como origen de su replanteamiento ideológico. La palabra clave es deriva. Y hace referencia a la segunda acepción de la RAE: Evolución que se produce en una determinada dirección, especialmente si esta se considera negativa. Esta definición establece que para Joaquín Sabina la izquierda latinoamericana ha evolucionado en un sentido indeseable. En el segundo párrafo, como complemento, dice que esa evolución a peor le rompe el corazón por haber sido tan de izquierdas. O sea, de la conjunción de esas dos frases infiero que lo que le duele es, grosso modo, que la izquierda latinoamericana ya no es, perdonen la redundancia, tan de izquierdas. Deduzco que él echa de menos la izquierda latinoamericana de los 60 y 70 que se planteaba la toma del poder, en no pocas ocasiones por las armas con el impulso que supuso la Revolución Cubana, para realizar cambios estructurales que condujeran al socialismo superando el sistema capitalista. La izquierda latinoamericana que hoy en día gobierna o aspira a gobernar, aunque sé que existen muchísimos matices entre organizaciones y países,  tiene una agenda que propone, con mayor o menor profundidad, reformas del sistema imperante que generen mayor igualdad social y avances dentro del sistema capitalista. Ninguna izquierda gobernante de Latinoamérica tiene  la ambición de la Unidad Popular de Chile que se planteaba la construcción del socialismo. El recién elegido Lula da Silva se plantea beneficiar a los desfavorecidos sin cuestionar nada del sistema de clases de Brasil. Curiosamente, a pesar de lo expuesto, expresa que la decepción con la derechización de la izquierda lo ha llevado, ojos, oído y cabeza mediante, a derechizarse. 

Lo dije más arriba, esta no es una reflexión sobre si me gusta o no la posición de Sabina, esta reflexión va sobre un fenómeno que se da entre muchas personas autodenominadas de izquierdas. Justifican su cambio ideológico idealizando a una izquierda que en una deriva derechista o autoritaria ya no es, nunca lo ha sido, impoluta. Y Joaquín Sabina y los decepcionados curan sus heridas en los fértiles campos de la derecha (todos los digitales de esta tendencia, la gran mayoría, han acogido su declaración con alborozo). Tengo claro que todo lo idealizado es tremendamente frágil, se nos quiebra el mundo soñado y nos queda la tremenda decepción que es, en cualquier sistema, eso que se denomina, cortina que cubre egoísmos y corruptelas, la condición humana. Esa condición humana que nada expresa mejor que la letra del tango Cambalache: Que el mundo fue y será/ una porquería ya lo sé/ en el quinientos seis/ y en el dos mil también. Y claro, si el mundo siempre ha sido una porquería, según otra frase famosa el que es comunista a los veinte y lo sigue siendo a los sesenta ha pasado de tener un gran corazón a ser portador de un menguado cerebro. A eso alude Sabina cuando declara que ha adquirido una cabeza, a que le ha crecido el órgano del pensamiento y ha disminuido el que asociamos a los impulsos. A mí, en contraposición, se me viene a la mente, por ejemplo, José Luis Sampedro. Un cerebro que, habiendo sido senador de designación real en 1977, con los años crecía y era cada vez, sin alardear de haber sido el más rojo de la clase, más crítico con el mundo injusto que le rodeaba. 

Creo que los años necesariamente no nos hacen más sabios o sensatos, sí suelen hacernos más resabiados, que es una sabiduría aderezada con cierta dosis de mala leche.

Sobre la fealdad de Trump y Putin solo comentar la utilidad de los monstruos oficiales, esos monstruos que lo llenan todo y ocultan que Bush hijo o el increíblemente nobelizado Obama fueron presidentes, objetivamente, yendo a la frialdad de los datos, mucho más bombardeadores que Trump. De Putin poco que decir, tras la guerra de Ucrania, es, perdóneseme la simbiosis, el Stahitler de nuestro tiempo mientras preparamos la salida a la escena mediática del próximo Fu Manchú: Xi Jinping, que imagino es digno sucesor del fracaso feroz del comunismo en el siglo XX. Peor imposible: ferocidad y fracaso. Sé, no quiero manipular las palabras de Sabina, que el término feroz se refiere al fracaso, pero, como casi siempre en un mundo tan plagado de ferocidades perpetuadas en el tiempo, se une a la palabra comunismo, que ni siquiera se merece un fracaso de andar por casa: a una ideología feroz, según el pensar de estos tiempos, un fracaso feroz. Fracaso que no sé si Sabina aplicará al gobernante PC de China que ha sacado en 70 años a centenares de millones de personas de la pobreza extrema.

Muestro mi acuerdo con la fealdad que aprecia en el degradado lenguaje que en muchas ocasiones utiliza, sin necesidad alguna, la gente en las redes sociales, cuando pueden ser, entre otras muchas cosas, un estupendo instrumento comunicativo de intercambio de reflexiones e ideas. Por eso en este texto y en cualquier otro de este blog está habilitada para quien lo lee la opción de comentar libremente. Y jamás, salvo que hubiera un insulto personal, borraría comentario alguno. Hace años, en los albores, cuando logré que este callejón tuviera su pequeña pujanza, un amable señor, ante mi querencia ideológica, me puso muy educadamente un comentario con el listado de los precios de los billetes de avión de avión a La Habana, Pekín, Pyonyang y otras capitales del mal. Por supuesto, pervive.

Para acabar quiero, como en el anterior texto, poner un video musical. Como dije más arriba, acaba de fallecer Pablo Milanés. Ha habido consenso general en la merecida alabanza. No obstante, no puedo dejar de cuestionarme sobre si esta habría sido tan unánime, incluso desde sectores abiertamente hostiles a la revolución cubana, en el caso de que su posición respecto a la citada revolución no hubiese cambiado a partir de los 90 tras la caída del campo socialista. Han salido a la palestra desde sus maravillosas y eternas canciones de amor como Para vivir o El breve instante en que no estás a alguna menor como la muy popular Yolanda. De las canciones manifiestamente políticas se ha recordado la emocionante Yo pisaré las calles nuevamente sobre la represión sangrienta en el Chile de Pinochet. Yo me voy a permitir traer aquí, como colofón, una bastante menos conocida y que tiene que ver con la preocupación de Joaquín Sabina por la izquierda latinoamericana. Se llama Canción por la unidad latinoamericana. Recomiendo su escucha atenta. Su última estrofa dice lo siguiente:

Bolivar lanzó una estrella que junto a Martí brilló/ Fidel la dignificó/ para andar por estas tierras.