sábado, 27 de agosto de 2016

¿Regalo o robo?

La noticia salió hace unos días. Una más del cotidiano aluvión informativo, carne de relleno entre las catástrofes naturales y el miedo a los extraños suicidas, convertidos al martirio en tiempo digno de record de los fenecidos Juegos Olímpicos. Una noticia estadística más, que a la inmensa mayoría de quiénes la leyeron les dejaría o indiferente o resignado con un toque de hastío o pensando que, en estos tiempos, es lo que toca.
La noticia dice así: el 53,7% de las horas extras trabajadas en el segundo semestre de este año, según la Encuesta de Población Activa, no se pagaron ni se compensaron de otra manera. Se realizaron semanalmente 6,2 millones. De ellas, 3,3 millones no tuvieron pago alguno.
Vamos a otorgarle al trimestre 12 semanas. Multiplicado por 3,3 millones semanales, resultan la nada despreciable cantidad de 39,6 millones de horas extras. Adjudicándole a la hora extra un valor medio, no sé si excesivo pensando en los tiempos que corren, de 10 euros, nos da un total de 390,6 millones de euros que los trabajadores dejaron de cobrar en el mentado segundo trimestre. Si, siguiendo el juego matemático, proyectáramos la cifra trimestral a un año estaríamos hablando de más de 1.560 millones.
Salvo circunstancias excepcionales, que pueden darse en un determinado momento en una empresa, hay dos posibilidades: o hay una masa trabajadora que ama a sus patrones y les quiere regalar, en un extraño amor al arte, parte de su tiempo de trabajo, o los dueños de las empresas, sabiendo la situación de desempleo que acucia al país, roban en un trimestre 390,6 millones de euros a una masa trabajadora precaria, temerosa de perder su puesto de trabajo.
Sí, aunque no haya pistola o navaja de por medio, no me parece excesivo utilizar el término robo, pues lo que subyace es un enorme aprovechamiento de la necesidad. Y es necesario un lenguaje duro, combativo. Un lenguaje que desnude, que libere a muchas personas que visten con el ropaje, ideológicamente conservador y paralizante, del agradecimiento hacia quién en muchos casos le sustrae, impunemente, un tiempo que no le pertenece.

domingo, 21 de agosto de 2016

Votar el 25 de diciembre

Recuerdo que mis padres y yo (niño con edad para guardar instantes en la mente, pues May partió muy pronto y Efrén llegó bastante después, cuando la lógica de la edad empezó a marcar una cierta dispersión), pasábamos las fechas más señeras de la Navidad en casa de mi tía Lola. Desde mi perspectiva eran días alegres, aunque punteados por la flagrante contradicción de ansiar, con una cuenta atrás lentísima, un Día de Reyes que traía como indeseable regalo de propina la vuelta al colegio. Uno de los momentos que sigue registrado en mi memoria es cuando en el paso del 24 al 25 de diciembre (Natividad del Señor y un puñado de dioses más), en mitad de la fiesta, mi tía o mi abuela colocaban al niño Jesús en un pesebre ubicado en un belén colgado de la pared y que tenía forma de botijo. Buscándole una explicación, probablemente peregrina, pienso en el modernismo pop del tardofranquismo de finales de los 60, con Massiel y su apoteosis eurovisiva, y en la apertura, al menos formal, que planteó el Concilio Vaticano II.
Desconozco en que medida sigue en vigor esa tradición de tener el niño guardado hasta el primer minuto del 25, pero cuando me enteré de que el gobierno había programado la investidura de tal manera que en caso de fracaso se fuera a votar el día en que parió ese ser poliédrico que es la Virgen María, me acordé del hueco vacío en el belén de mi infancia. Y pensé, si al final esa cita electoral se lleva a cabo, que a falta de un candidato que se llame Jesús, el mejor posicionado y con perspectivas de engorde electoral, para reocupar el botijo-pesebre monclovita, es un tipo… Mariano.
Reconozco que, desde antes de esta malévola genialidad del PP, ya me daba morbo la posible repetición de las elecciones, con el resentimiento del rojo crepuscular. Ahora, conocida la previsible fecha, en un acto de absoluta y gozosa irresponsabilidad, con la maldad del rojo resentido, anhelo que el 31 de agosto Pedro Sánchez, pie en tierra, aguante el envite (que intente armar un gobierno rojo-separatista podría costarle la muerte, social por supuesto) y nos conduzca a unas elecciones apoteósicas, con turrones, papeletas y miradas asesinas en las antemesas, mesas o sobremesas familiares. Con impíos nietos podemitas emborrachando a sus abuelos peperos en Nochebuena para, resaca descomunal mediante, sisarle votos a la derecha. 
Yo sé quién le indicó a Rajoy la vuelta de tuerca, maestra, al garrote vil en el que está el cuello de Pedro Sánchez. Fue un visionario (no se confundan, no en la acepción que implica ver más lejos): el Ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, que tiene como asesor personal a un ángel llamado Marcelo. Con las instrucciones mafiosas para destruir la reputación de los independentistas catalanes y las leyes mordaza que elabora este hombre influenciado por un ente bondadoso, aún habrá que dar gracias de que, tal como se reflejaban los conflictos de conciencia en los dibujos animados, la otra oreja no se la caliente un diablillo ceñudo que pretenda llevarlo por el mal camino. Un camino que, con vírgenes alcaldesas perpetuas y condecoradas que han atendido la petición de Fátima Báñez de que se cree empleo, mal pagado y precario pero que los aterrorizados trabajadores reciben como maná, se percibe como un ahondamiento, muy fructífero para el pensamiento conservador, del descrédito de la política. Mientras tanto, desde hace decenios, sin necesidad de convocatoria navideña electoral alguna, la izquierda, en el terreno fideliano y esencial (felicidades por los 90 comandante) de la batalla de las ideas, se empeña en estar en Belén con los pastores.

lunes, 15 de agosto de 2016

La alegría de la guerra

“La guerra no es triste, porque levanta las almas… porque nos enseña que fuera de la Bandera, nada, ni aún la vida, importa. Gracias Rafa”.
Este tuit se publicó en la cuenta oficial del Ejército de Tierra tras el partido de tenis que perdió Rafa Nadal en su disputa por el bronce olímpico.
El texto está extraído de un artículo llamado “A pie y sin dinero”, escrito el año 1949, en el diario ultraderechista El Alcázar, por Camilo José Cela en honor del arma de Infantería y dedicado al general fascista y fundador de la legión José Millán Astray, a quién, con cierta polémica, se atribuye esa cumbre del pensamiento expresada en seis palabras que reza: “¡muera la inteligencia, viva la muerte!”.
Franco, creador de un ejército a su imagen y semejanza, estaría orgulloso, y quizás también su nieto político, nuestro nunca electo jefe del estado. Éste, si pudiera, seguro que lo retuitearía. Haciendo un poco de humor negro quizás habría que darle la razón al enfervorizado nacionalista español que maneja la cuenta del ejército. Si eres creyente, la guerra es una gran lanzadera de almas. Masas de seres humanos enviados al cielo. No entraré a especular sobre los criterios de admisión que establezcan los cancerberos de los diversos paraísos (Walhalla, huríes o contemplar eternamente la mirada de Dios), creados por las diferentes confesiones.
Y en cierta medida, tirando un poquito más del cabo del cinismo, tiene razón el tuiteador de aromas fascistas, para algunas personas o élites sociales las guerras no son tristes. Son una herramienta básica para levantar, como opción b ante la posibilidad de que seamos unos desalmados a los que espera la nada, imperios económicos y/o políticos.
El problema es que está feo y es erróneo (por eso eliminaron el tuit 3 ó 4 horas después), perdonen el chiste malo, ser tan “franco”. Hay que mantener la apariencia democrática, que es una de las bases de la paz social. Uno tiene el oficio de profesor, y en las escuelas o institutos una de las tantas premisas es “educar para la paz”. Estupendo. Me parece muy pertinente, pero sé que la guerra es una realidad tristísima y cotidiana en muchos lugares del planeta, incluso cuando la quieren vestir con los ropajes, que mucha gente compra, de la intervención militar humanitaria. Y sé que en los colegios hacemos el paripé cada vez que conmemoramos y lanzamos globitos los días de la paz, mientras el estado español, con un sonoro silencio mediático, vende armas a la tiranía saudí para que bombardee hospitales en Yemen (sí, a veces para que las almas suban al cielo divino, se les manda la muerte desde el mismísimo cielo terrenal).
El tuit ha tenido otra consecuencia indirecta y reveladora. Cuando el dirigente de Izquierda Unida y diputado de Unidos Podemos, Alberto Garzón, intentó acceder a la cuenta oficial del Ejército de Tierra se encontró con que tenía el acceso vetado. Garzón es un defensor de la bandera republicana, esa bandera tricolor y humilde que en 1931 enarboló el pueblo trabajador que vive la vida en minúsculas. O sea, Garzón, y él lo sabe, aunque tolerado mientras no huela poder, sigue siendo el enemigo para la mano que mueve al ejército de la mayúscula Bandera o la vida, ese que triunfó, para siempre, en 1939.
Antítesis del espíritu vacío e inhumano del tuit del ejército de Tierra, me permito transcribir los versos, plenos de sencillez y vigencia, que escribió hace casi 80 años, ya en la cárcel donde moriría, el poeta comunista Miguel Hernández. Pertenecen al libro inacabado “Cancionero y romancero de ausencias”.
                                                 
                                           Tristes guerras
                                           si no es amor la empresa.
                                           Tristes, tristes.

                                           Tristes armas
                                           si no son las palabras.
                                           Tristes, tristes.

                                           Tristes hombres
                                           si no mueren de amores.
                                           Tristes, tristes.

viernes, 12 de agosto de 2016

El padre fundador y la inhabilitación de Otegui

Un tertuliano de Tele 5, el sociólogo Javier Gallego (no lo confundan con un periodista del mismo nombre), en un debate sobre los mil y un dimes y diretes sobre la  hipotética formación de un nuevo gobierno y las mayorías necesarias para ello, dijo que Adolfo Suárez con 165 diputados (menos de los 169 que suman ese falso gandul que es Rajoy, vacacionando en Galicia mientras le da largas al lacayo Rivera y se sonríe observando tanto idiota que habla de la urgencia de formar gobierno sin preguntarse que políticas haría ese nuevo ejecutivo), había cambiado España. Y esa es la visión dominante. España la cambió un ex Ministro Secretario General del Movimiento. O sea, del partido único fascista español. Y cuando el señor se murió, al aeropuerto de la capital del estado se le puso su nombre. Sí, así se escribe la historia, tantas veces repugnante e hiriente, de este país. El gran símbolo de la democracia es un señor que pertenecía a las élites fascistas.
Desde una óptica democrática sería más lógico que ese aeropuerto o alguna otra infraestructura de gran entidad, llevara, es un ejemplo simbólico y por contraponer un nombre propio, el de Marcelino Camacho, que no fue solamente un dirigente sindical, sino un luchador antifascista desde la sublevación del 36 hasta la muerte del dictador en el 75. Pues no. El héroe de la democracia es una persona que se desarrolló, y no pasando por allí en una ventolerilla juvenil, políticamente al servicio de la dictadura. Además, era en ausencia de Manuel Fraga, de visita en Alemania, responsable de Orden Público el 3 de marzo de 1976, cuando se produce la matanza de Vitoria. Esos cinco asesinados que demostraban que muerto el perro, la rabia seguía campando a sus anchas. Y Suárez era el jefe, aunque fuera circunstancial (no me olvido de Juan Carlos, el hijo político del jefe terrorista Franco), de ese ejército rabioso que asesinó en Vitoria sin que ninguno de sus integrantes fuera, no ya encarcelado, sino procesado. Y también fue un hombre necesario para unas élites que querían cambios para que, fenecidas la portuguesa y la griega, la última dictadura fascista de Europa se transformara sin tocar ningún pilar del edificio afianzado por la dictadura tras el susto que supuso la Segunda República, excesivo, pero entendible tras siglos de dominio avasallador en base a una estructura social férrea.
Pero en realidad traigo a Suárez a este texto a cuenta de Arnaldo Otegui, el líder de la izquierda abertzale vasca que ha estado encarcelado seis años y medio, sin reducción de condena alguna. El 25 de septiembre próximo se celebrarán elecciones autonómicas en Euskadi. Y ha surgido la polémica. La fiscalía, con el aplauso entusiasta y del PP, de Ciudadanos y de UPyD, ese partido que aún no se ha enterado de que ya no existe, presenta un escrito ante la Junta Electoral diciendo que Otegui es “inelegible” pues está inhabilitado. PNV y Podemos defienden que Otegui se presente y la ciudadanía vasca decida. El PSOE, que no impugnará la candidatura de Otegui, contrapone su acatamiento a la justicia.
Empieza un baile que, me mojaré, pienso que acabará con Otegui fuera de la pista y sediento, pues según el dirigente del Partido Procesado (PP), Javier Maroto: “a Otegui, ni agua”. A pesar de que desde 2004 fue el dirigente que empezó a trabajar por el fin de la violencia de ETA. Y los que piensen que el fin de una organización que tiene como forma de lucha la acción armada es sencillo, que miren hacia La Habana, donde esa organización “terrorista” llamada FARC y el gobierno colombiano estuvieron varios años negociando hasta lograr un acuerdo. Aquí, el gobierno del PP, tan olvidadizo de las más de 100.000 víctimas del fascismo y de la acción posterior al 75 de los cuerpos policiales y parapoliciales (terrorismo de estado), es un paseante perpetuo, a ver que rédito cae, de las víctimas de ETA.
De este modo, un hipotético líder de los victimarios, Otegui, especie de Sísifo inverso, es perpetuamente arrojado a los infiernos por el pensamiento dominante, servido diligentemente a cualquier hora y formato, del cuál es eje fundamental un partido fundado por Manuel Fraga, un jerarca, un victimario del fascismo gobernante que, ya que de víctimas a sangre fría hablamos, estaba en el Consejo de Ministros que en 1963 dio el plácet al fusilamiento del líder comunista Julián Grimau. Adolfo Suárez, el jerarca sacrificado y angelical, quizás victimario a su pesar, en cambio, cada vez que se le cita, es ascendido, aeropuertos aparte, a los cielos, y nombrado padre fundador de la democracia hispana.
En el estado español, los perseverantes o los conversos a la democracia, provenientes del Movimiento Nacional, ese engranaje político e ideológico del terrorismo fascista, jamás han tenido el más mínimo problema para presentarse a las elecciones ni se vieron afectados nunca por ilegalización alguna. Incluso cuando la justicia argentina osó pedir tomar declaraciones a personas sospechosas de delitos de lesa humanidad, esos conversos o perseverantes, fueron protegidos. Mirando esta realidad, ¿se le puede negar a Otegui su derecho a ser candidato a lehendakari?

domingo, 7 de agosto de 2016

Echenique… sueña con serpientes pegajosas

Tradición.
Concordarán conmigo en que es un término bastante complejo. Tranquilidad. No es mi intención polemizar en este texto sobre “el noble arte de la tauromaquia” o “un ritual donde se tortura hasta la muerte a un toro”. Tampoco lo es referirme al vigoroso “paseando a tu puta madre” con el que Carlos Herrera zanjó un tuit en el que, tras un comentario emocionado del locutor acerca de una procesión en honor de la Virgen de Las Nieves, la web Cartelera Polítika se hacía la siguiente pregunta: “ya estamos paseando muñecos?” No. Mi objetivo no es hablar de estás tradiciones. No obstante, me permito hacerles una recomendación a quiénes gusten de ejercer la sátira: cuidado, no está, acogiéndome a la tradición refranera, el horno para bollos. La semana pasada la revista El Jueves habló de Fuerteventura como “el Caribe de los pobres” y toda la institucionalidad de este archipiélago, olvidándose de que todos somos Charlie y blablablá, expresó su malhumorado rechazo.
A mi mente han acudido dos tradiciones menores, tan prosaicas como veraniegas, que hunden sus raíces en mi lejana adolescencia y, temo, se están perdiendo (quizás fuera más adecuado el pasado que el presente continuo): la canción y la serpiente. La primera declinó tras el largo y férreo reinado de Georgie Dann y el efímero, casi bufonesco, de King África. Ahora, los lugares de fiesta nocturna tienen en los disjeys a sus dioses creadores de una única, magmática, canción río encauzada por una especie de tam tam acelerado y diseñado para ser soportado mediante aportes químicos varios. La segunda, que es a la que yo quiero llegar (aunque sea casi a la mitad del texto), hacía referencia a los medios informativos, a la sequía estival que, en general, tenían los teletipos (hasta este concepto nos sitúa en lo añoso), lo que producía que saltaran a la primera página noticias de poca enjundia o incluso rumores de muy dudosa veracidad.  Actualmente, sin distinción estacional alguna, vivimos en un enorme nido de ofidios. Algunos de ellos enormemente venenosos, que buscan, generalmente con eficacia, inocular en nuestras mentes el veneno pegajoso de la confusión, del totum revolutum, de una cierta perversidad intrínseca, y ventajista, del ser humano. Un ejemplo. Ayer durante un almuerzo familiar, delicioso y amplio, uno de los miembros más jóvenes hizo dos afirmaciones rotundas que son ejemplo de esa confusión. La primera fue un clásico: “todos los políticos son unos corruptos”. El problema no es lo que piense este joven que me pareció una estupenda persona, lo grave es que su pensamiento está melosamente extendido y lleva las adherencias, peligrosas, de la antipolítica. La segunda también es un clásico, aunque bastante atenuado por el encogimiento del peligro que representan los sujetos a desacreditar: “todos los sindicatos son corruptos y viven del estado”. Reafirmó mi percepción de que la huelga en un futuro quizás no muy lejano, transite, de donde ya casi está, la historia, al mito.
A los ofidios de derechas, expertos en intranquilizar la candidez de mucha gente de izquierdas,  hizo referencia tangencial Pablo Echenique cuando, tras descubrirse que tiene alma, pequeña, pues no es rico, de estafador a la Seguridad Social, dijo que la relevancia de su caso le parecía una serpiente de verano. ¡Echenique dimisión!, bramaron las derechas y algunos izquierdistas que quizás en algún momento han pagado a alguien, un profesor en paro por ejemplo, por ir una horita diaria a darle clase a un estudiante poco talentoso o que atraviesa dificultades en alguna materia.
Mientras esta magnífica crisis ha llevado a muchísima gente al limpísimo reino de los sueldos de miseria, el gobierno nos dice que el paro decrece y que cada vez se contrata más. Siempre se recalca por los decrecientes sindicatos la temporalidad del empleo, pero casi nunca sale el dato, esencial, de cuál es el salario medio de los nuevos contratos. No, no me he ido del asunto Echenique, que pagaba 300 euros mensuales a una persona por una hora diaria de trabajo como ayudante personal. Si  su labor era de lunes a viernes ese trabajador recibía por cada hora casi 15 euros. Reconozcámoslo, en un país donde muchas personas trabajan 8 o más horas diarias por salarios que no siempre llegan a los 1000 euros (al trabajador que ingresa esta cantidad por 8 horas diarias le sale de media la hora a 6.25 euros), el salario que abonaba Echenique no era, ni mucho menos abusivo si lo comparamos con los niveles salariales que están proliferando en este país. De hecho, lo que no ha salido a los medios es la cantidad con la que se quedaba la empresa cuando era ella quién pagaba a este trabajador, que quizás, cuando aquella prescindió de sus servicios y Echenique decidió seguir contando con él, por su apurada situación no cotizó a la Seguridad Social.

Da asco. Los criminales y sus lacayos ponen focos de criminalización en lugares de sufrimiento, espacios donde dos personas, una con grave dependencia y otra, seguramente, con gran necesidad, llegan a un acuerdo que les facilita un poco la vida a ambos. Mientras, hónrenme llamándome demagogo, la cotización de las grandes empresas es mucho menor del 19% que me retienen cada mes a mí, la evasión fiscal de los grandes patriotas sigue siendo de miles de millones y, lo vuelvo a repetir, los 20 españoles más ricos tienen la misma riqueza que los 14.000.000 más pobres. Sí, este tendría que ser un titular informativo perenne. Y aquí no hablaríamos de una serpiente, sino de un dragón pertinaz que achicharra a los que, cada vez son más, van quedando a la intemperie.