lunes, 30 de noviembre de 2020

Reflexiones, algo extensas, al hilo de unas declaraciones de José María Aznar y Alfonso Guerra

El día 16 de noviembre  hicieron declaraciones dos personas que han sido capitales en la política española posterior a la muerte del dictador Francisco Franco. Me refiero, por orden de importancia, a José María Aznar y Alfonso Guerra.

Establezco la relevancia usando exclusivamente el parámetro de los cargos que detentaron.

El primero fue durante ocho años (1996-2004) presidente del gobierno, y el segundo ejerció de vicepresidente, con Felipe González, entre fines del 82 y el año 91. Sé que existen otros parámetros para marcar la importancia de un líder político que van más allá de los cargos oficiales que haya ejercido. José Martí, el prócer cubano, no tuvo cargo político oficial alguno en su vida, 125 años después de su muerte, sin embargo, en Cuba es un referente político de primera magnitud. Otro ejemplo podría ser Ernesto Guevara, que probablemente poca gente sepa que detentó el cargo oficial de Ministro de Industria en Cuba, y sin embargo, es un personaje universalmente conocido, y relevante, por su acción guerrillera y su influencia en múltiples movimientos revolucionarios en el planeta.

Nunca negaría yo la enorme relevancia política de Alfonso Guerra como muñidor, entre bastidores, de los pactos de la Transición. Él no es uno de de los padres nominales de la Constitución, pero es de dominio público que los sorteadores de escollos fueron Abril Martorell, por UCD, y él, por el PSOE. Tomando en consideración este aspecto, su relevancia quizá sea superior a la de un Aznar que, por aquel entonces, a fines de los 70, escribía textos en la prensa muy críticos con la denominada Carta Magna. 

Dicho esto vamos a entresacar alguna perlita de las declaraciones de ambos. Y a partir de ellas hacer ciertas consideraciones.

Aznar, empezaremos por el ex presidente, afirma que Pedro Sánchez tiene "una cara de tonto útil que no puede con ella”.

En el anterior texto que subí al blog hablaba de las redes sociales como de la plasmación de la tradicional barra del bar de toda la vida. Llamando tonto a Sánchez, el amigo José Mari ha decidido acodarse también, desconozco si con el palillo danzante. No puedo evitar acordarme de Julio Anguita repasando el acontecer político del país con enorme contundencia, sin dirigir ningún exabrupto o insulto o menosprecio a persona  alguna. Lo más duro que le recuerdo, y lo expresó al enterarse de la muerte de su hijo en Irak, fue su famosa: "malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”. 

No me parece la frase más afortunada de Julio, por una sencilla razón: las guerras son malvadas, pero a veces para un pueblo, como la guerra de resistencia contra el fascismo de 1936, son necesarias y diría que hasta un deber ético (y sé que quizás esto escandalice, pero intento ser honesto con lo que pienso y no inclinarme ante la corrección política). Quién le dice ahora al pueblo saharaui, y su infinita paciencia, que no tiene derecho a volver a combatir fusil en mano al invasor marroquí. Quién, salvo un canalla, criticaría las guerras que emprendieron, cuando no hubo otra salida, muchos pueblos colonizados, oprimidos y expoliados (lamentablemente en muchos casos el expolio se mantiene, pero eso es otro tema).

Hecho este inciso sobre Anguita y las guerras, vuelvo a la utilidad o inutilidad, es cuestión de perspectivas, de los tontos, listos, o tontilistos que desde sus atalayas pululan, pontifican y, curiosamente, sean del PP o del PSOE, en este momento político, tienden a confluir.

¿Qué papel desempeñó Aznar en 2003 apoyando la invasión de Irak y mintiendo sobre las armas de destrucción masiva? Desconozco si fue un tonto útil o un listo inútil. Carece de importancia, lo que sí fue es un miserable. La RAE en su primera acepción dice: "canalla o ruin ".

No insulto. Describo su actuación en aquellos momentos. No había que ser muy listo, daba hasta siendo un poco tonto, para saber que Sadam Hussein no tenía armas de destrucción masiva. Por una sencilla razón, si las hubiese tenido no lo atacan. A los pocos días de comenzada la invasión se confirmó que las únicas armas de destrucción masiva estaban en manos de la potencia atacante y sus monaguillos. Insisto, llega a entenderse sin necesidad de ser un lince: si a un país le ataca la mayor potencia militar del planeta, que sentido tendría no utilizar toda su capacidad defensiva cuando estás sometido a la mayor prueba de estrés militar posible. En el sendero de lo miserable, no ha tenido la mínima decencia de reconocer su equivocación, probablemente, más allá de su prepotencia, porque tal equivocación no existe desde el momento en que hay una premeditación, una acción criminal alevosa que ha costado la vida (vidas minusvaloradas y distantes en muchos aspectos, aparte del geográfico) de más de 200.000 civiles iraquíes, tan inocentes como cualquier europeo o estadounidense asesinado en un atentado terrorista.

Ahora, convertido en un oráculo de cuarta, quiere volver a engañar a la gente planteando que estamos en un proceso de demolición del estado y deslizándonos por la pendiente del autoritarismo con un “PSOE convertido en plataforma de Podemos”. O que “sin monarquía no hay constitución”, haciendo, sibilinamente, una equiparación entre constitución y democracia, que nos lleva a que sin monarquía, aunque nos robe, no hay democracia.

Por cierto, hablando de tontos, mientras le daba vueltas a este texto, por pura casualidad, accedí a una noticia de 2001, del diario El Mundo, en la que el Fiscal General del Estado “amenazaba” al entonces líder del PNV, Xabier Arzalluz, con proceder contra él porque había llamado “tonto”, en una entrevista con un medio extranjero, al rey Juan Carlos. Arzalluz lo negaba, y tirando de mala leche decía que él no llamaba tonto ni siquiera a Aznar. Sí, hace 19 años llamar tonto al rey podía ser delito, como ahora, pues aún sigue existiendo el delito de injurias a la Corona (aunque sea ladrona). Y sí, tiene delito llamar tonto a un individuo que se lo ha estado llevando crudo durante 40 años, entre un loor de multitudes (cuando el juancarlista no había mutado en felipista) que ha devenido en el pútrido olor de un cadáver que muchos, los juancarlistas en vanguardia, por supuesto, quieren enterrar aprisa y corriendo, pues el “muerto”, que está, y es, muy vivo, cada pocos días suelta una nueva fetidez.

Este texto tiene como arranque o excusa unas declaraciones de dos antiguos prebostes de la política española y ha derivado a la tontería y, por ende, la listeza. Y si alguien me ha parecido el paradigma del listo es Alfonso Guerra. Durante la Transición, una de las frases que hizo fortuna fue: "dales caña Arfonzo”. Era el encendedor que prendía a las masas en unos mítines llenos de chascarrillos, fustigando con un estilo faltón a sus adversarios políticos. Recuerdo, como ejemplo, cuando a un político de segundo nivel de UCD, he olvidado su nombre, obeso, le dijo que parecía el anunciante de piensos Biona. 

También fue el furibundo izquierdista que proclamó que a España no la reconocería ni la madre que la parió. Indudablemente han habido importantes cambios en el país, eso sí, la estructura de poder económico surgida del franquismo sigue incólume. Y la Pandemia nos está mostrando, con gran crudeza, que el estado español, en derechos sociales, sigue teniendo graves déficits y que el tejido productivo es de una endeblez estremecedora.

En sus declaraciones del día 16 dijo, entre otras muchas cosas, lo siguiente: "a mi parecer sostener una alianza con Bildu, nacionalistas y con Podemos no es una tarea digamos democrática”. También, haciendo gala de su chispa habitual, crea el concepto “democratura”. O sea, una democracia donde, aderezada con un chorrito de dictadura, se están tomando “decisiones autoritarias”.

La imprescindible memoria: formar en los años 80, desde el aparato estatal, un grupo terrorista, el GAL, cuando él era vicepresidente del gobierno, en qué escala del autoritarismo o “democratura” está. Ir en 1998 la cúpula del PSOE, a la puerta de la cárcel de Guadalajara, a despedir al ex ministro del interior José Barrionuevo y al ex secretario de Estado de Seguridad Rafael Vera, condenados a 10 años de prisión por el secuestro de Segundo Marey, un señor que ni siquiera tenía relación alguna con ETA,  me pregunto en qué lado de la balanza queda, en el de la  democra o en el de la tura.

Aquí tengo que hacer otra paradita, otro inciso de esos que me salen al paso con asiduidad. 

El GAL, la cárcel y las comparaciones odiosas se titularía si tuviera vida autónoma.

Los citados Vera y Barrionuevo entraron en prisión el 10 de septiembre y salieron, indultados por el PP (los partidos del sistema se protegen), en diciembre. Poco más de tres meses encarcelados. Alrededor de 100 días.

El socialista Julen Elgorriaga, ex gobernador civil de Guipúzcoa, condenado a 75 años de cárcel por su vinculación con el secuestro, tortura y asesinato de Lasa y Zabala, cumplió 14 meses de cárcel entre el año 2000 y julio de 2001. Fue puesto en libertad por motivos de salud. Han pasado más de 19 años… y sigue vivo. A 75 años de cárcel, por el mismo asunto, también fue condenado el general de la guardia civil Enrique Rodríguez Galindo. Estuvo encarcelado entre 2000 y septiembre de 2004. Fue puesto en libertad por motivos de salud. Han pasado más de 16 años… y sigue vivo.

La comparación odiosa: tres de los jóvenes acusados en Altsasu de agredir a dos guardias civiles, que no estaban de servicio, en un local de copas una madrugada de octubre de 2016, y cuya consecuencia más grave fue una fractura de tobillo, cumplieron el 5 de junio de  este año más de 1300 días de cárcel. No hay que ser muy avispado en matemáticas para observar, cifras en mano, y teniendo en cuenta la gravedad de los delitos, la terrible injusticia comparativa. Lo dijo el que fue muchos años “pareja” de Guerra, Felipe González: “El estado de derecho también se defiende en las alcantarillas”. Le falto añadir, a esa tenebrosa afirmación, que a los que bajan a enmerdarse en las cloacas, el estado ¿de derecho? les protege con su manto, poco divino pero bastante efectivo.

Hecho el minitexto, vuelvo al Sr. Guerra.

También habla del español como "lengua extranjera” en España, refiriéndose, por supuesto, al castellano en Cataluña. Yo soy un tipo poco viajado, un covachero que se aleja escasamente de su callejón, pero en enero del 17 fui a ver el enfrentamiento de mis dos equipos, el de nacimiento, el que va en la sangre, la Unión Deportiva Las Palmas, y el de adopción, el surgido, lo reconozco, de un profundo antimadridismo, el Barça. Estuve cuatro días en Barcelona, algo me moví, solo oí hablar en catalán espontáneamente a tres jóvenes en el metro. Me comuniqué en castellano sin problema alguno y, en mi modesta opinión, un marciano caído en Barcelona habría percibido que si ese es un país bilingüe, la que está en peligro no es la lengua castellana en Cataluña, sino la lengua catalana en Cataluña.

Seamos serios, entre más de 500 millones de castellanoparlantes y 6 ó 7 millones de bilingües, existe un abismo tal, que solo se puede superar a base de la maledicencia hecha campaña constante en los medios de comunicación, con la connivencia de listos útiles como Alfonso Guerra.

Vuelvo a la tarea poco democrática que es aliarse con Bildu, nacionalistas y Podemos. El asco que le da la coalición Bildu, de la que erróneamente hace un trasunto de ETA, no se da con el PP o con los fascistas de VOX, quienes dicen que este gobierno es el peor en 80 años. Sí, VOX considera que cuando el fascismo español fusilaba a miles, y llenaba cunetas y fosas comunes por todo el estado, había un gobierno mejor que ahora. VOX sabe que esa postura fideliza a muchos votantes que han perdido la “vergüenza” de defender la dictadura fascista de Franco. Alfonso Guerra no dice eso, pero rema en la misma dirección. Transmite, con otras palabras, con mayor melifluismo, la misma esencia, ese aroma de ilegitimidad que la derecha otorga al gobierno. Alfonso Guerra es, en estos momentos, un aliado objetivo de VOX y del PP y un enemigo, como Felipe González, del gobierno de coalición que encabeza el partido al que formalmente aún pertenecen.

Antes de acabar, que me he alargado bastante, quiero decir algo sobre el PP, VOX y Bildu.

PP y VOX son, con más o menos vergüenza, herederos de la Dictadura. Siete ministros de Franco fundaron Alianza Popular, que en los 80 devino en el PP. Ninguno de los dos, PP o VOX, condena de manera explícita y firme la dictadura terrorista que gobernó casi 40 años. No se les ha exigido para estar legalizados, en sus estatutos, el rechazo explícito del régimen fascista y su enorme violencia. A Bildu, coalición de partidos donde, salvo Sortu, Alternatiba, Aralar y Euzko Alkartasuna condenaban las acciones de ETA, y cuyo rechazo a su violencia recoge la coalición en sus estatutos, se le exige cada día un golpe de pecho con respecto a esta organización que, no lo olvidemos, ha pagado y sigue pagando sus atentados con centenares de años de cárcel, llegándose al punto, miserable, de cuestionar los acercamientos de presos a cárceles del País Vasco. Recuerden, fueron condenados los presos, no sus familias.

Los asesinos y cómplices de la Dictadura de la que nacen el PP y los más desacomplejados de VOX, no pagaron ni un año por sus fechorías, les salieron absolutamente gratis. La Transición, esa donde según Nicolas Sartorius (ex dirigente del PCE y de CCOO), lanzando un dardo a los hipócritas que mesan sus cabellos por los votos de Bildu a los Presupuestos, “pactamos con quien nos fusilaba”, los convirtió ipso facto en grandes demócratas.

Y cuando pagaron algo, como el caso de Carlos García Juliá, asesino, en enero de 1977, de los cinco de Atocha, prófugo desde 1991 después de cumplir 14 de 193 años, parece que tienen recompensa. Extraditado desde Brasil a España, en febrero de 2020, para cumplir 10 años que le quedaban de condena, el sujeto obtiene de la judicatura española una especie de milagro a la inversa. En este caso, en vez de la multiplicación de los panes y los peces, se produjo la reducción de los meses: de 120 la condena quedó reducida a 9. Desde el 19 de noviembre está en la calle. Si esperan al 20,  San Francisco Franco, el milagro habría quedado perfecto.

Ni PP, ni VOX, ni Ciudadanos han puesto el grito en el cielo porque a este terrorista le hayan hecho el apañito referido. Para ellos, las tres derechas, el terrorismo se circunscribe a ETA y, en segundo término, a los yihadistas. El periodista Antonio Maestre descubrió que la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), en la sección “In Memoriam” de su página web, no incluye a los abogados comunistas asesinados por este individuo de extrema derecha. Sin embargo, y esto lo he visto yo, sí tienen entre las víctimas del terrorismo al comisario de Brigada Político-Social (BPS) Melitón Manzanas, torturador ejecutado por ETA en agosto de 1968, en plena Dictadura.

Tampoco es víctima del terrorismo (el de estado) el obrero Antonio González Ramos, militante comunista asesinado a golpes, el 30 de octubre de 1975, en la comisaría de Santa Cruz de Tenerife, por el Jefe de la BPS José Matute. Este asesino y torturador se benefició (ni se le llegó a juzgar) de la Ley de Amnistía de 1977, que, al fin y a la postre, más allá de la liberación en ese momento de los antifascistas encarcelados por la Dictadura, sirvió para que los sicarios, los terroristas de ese régimen criminal se garantizaran, para siempre, su absoluta impunidad.


Posdata: este escrito lo empecé a rumiar y a bosquejar en Agaete el 17 de noviembre. Me enerva lo que siento como una enorme lentitud (y desconfianza) a la hora de enhebrar cualquier texto que abordo. Ahora, preparado para subirlo al blog, esas cuítas me trajeron a la mente, más como anhelo que como realidad, un fragmento de "Pequeña serenata diurna" de Silvio Rodríguez.


(...)

Tengo mis cantos 
Que poco a poco 
Muelo y rehago 
Habitando el tiempo
Como le cuadra 
A un hombre despierto




sábado, 14 de noviembre de 2020

Emolumentos

Vivimos momentos álgidos de la antipolítica. Una de las múltiples faces que adopta el pensamiento de extrema derecha.

Cualquier elemento puede ser afilado objeto para atacar eso que habitual y erróneamente se llama clase política. Un ente siniestro que tiene intereses comunes, más allá de sus opciones ideológicas, y que usa la política para medrar económicamente. Estoy convencido de que si hubiera una propuesta que planteara que el ejercicio de los cargos públicos fuera gratuito, no faltaría quien diera, sin pararse a pensar un minuto en las implicaciones que esto tendría, su aprobación fervorosa. 

Cuando doy una vuelta por las grandes avenidas de las redes sociales, repletas de bares y cafetines, esos lugares que Gabinete Caligari definía  como tan gratos para conversar, y leo los comentarios sobre determinados temas, no puedo evitar que en no pocas ocasiones me venga a la mente la imagen, antigua, lo sé, del tipo acodado en la barra y especialista en pasear un palillo de una comisura a otra de los labios, mientras despotrica no dejando títere político con cabeza. El acodado manejaba como herramienta de análisis principal el celebre aserto de que “todos los políticos son iguales y están ahí para robar”. A veces, en un ataque de sinceridad extrema, bajando levemente la voz y la mirada, reconocía que “en el fondo, todos haríamos lo mismo”. Cada vez estoy más convencido de que los bares han sido las principales aulas donde se ha impartido “Educación para la Ciudadanía” en el estado español.

La brocha gorda, la inexistencia del contorno, del dibujo preciso, son elementos perfectos para pintarnos una realidad política detestable. Realidad que impulsa un pensamiento reaccionario y me atrevería a decir que protofascista, cimentando el desprecio a la actividad política, que suele ser el camino de bienvenida a los “cirujanos de hierro” o los atildados tecnócratas que recorren el sendero desbrozado por los primeros.

Cuando la política está interesadamente desprestigiada y convertida en un saco de boxeo donde metemos todas las opciones ideológicas para zurrarles sin distinción alguna, uno de los primeros elementos que exacerba los ánimos del personal es el tema del salario de los políticos. Ahí arde Troya.

Hace algo más de una semana, en Facebook, la gente comentaba una noticia del diario El País que hacía referencia a que el gobierno, en su propuesta de Presupuestos Generales del Estado, pensaba aplicarse a sí mismo la subida del 0,9 % que ha planteado para los funcionarios públicos.

Según los datos aportados en la noticia, el presidente se quedaría cobrando 85.608 euros brutos en 12 pagas, y los vicepresidentes 80.463 € brutos. La subida total sería de algo más de 700 euros anuales.

En estos tiempos de Covid, con millones de personas zarandeadas, enfadadas y temerosas del abismo económico, la hipotética medida me parece una enorme torpeza política. Ninguno de ellos va a salir de pobre ni va a acceder a la condición de rico por un incremento de alrededor de 60 € mensuales. Simplemente sirve de carnaza para la extrema derecha, siempre presta a tender sus redes en el desencanto y la falta de reflexión de los que abrazan la antipolítica, que me parece una variante del apoliticismo, ese paraguas que cobijaba “legiones” en la época de la dictadura fascista.

De todas formas, la gran mayoría de los comentantes (quizás no exista la palabra, pero se me puso entre ceja y ceja) no ponían sus dardos en ese 0,9 %. Los dardos, muy envenenados, iban directamente contra los emolumentos absolutos, lo que cobran actualmente, sin aumento, el presidente, sus vicepresidentes y sus ministros (75.531 euros). La única persona que defendió que el presidente ganara esos alrededor de 85.000 euros brutos recibió una reprobación generalizada, a veces colindante con el insulto.

Inciso o desviación marca de la casa, será breve: sí, uno de los elementos más deprimentes de las redes es la tendencia al insulto, a la descalificación personal de alguien a quien, curiosamente, no conoces personalmente. También me parece nefasto, y se que esto me granjeará pocas simpatías, el haberle dado voz (o escritura, lo que generalmente es peor) a mucha gente que ante un teclado no hace lo mínimo exigible, y no lo circunscribo a derechas o izquierdas, se da en ambos campos: pararse y pensar. 

Hecho el inciso, vuelvo al tema.

Siempre lo repito: no se ejerce de presidente del gobierno 40 horas a la semana. Se ejerce 24 horas los 365 días del año, pues la función presidencial no decae ni a las 3 de la mañana del sábado bailando la conga.

No niego los privilegios que los altos cargos pueden reportar: contactos entre las élites (el celebérrimo palco del Bernabéu), posibles puertas giratorias posteriores, etc. Pero criticar unos emolumentos de algo más de 85.000 € brutos para la mas alta responsabilidad política del país, me parece absurdo y errar el tiro por completo. O tal vez, al contrario, el tiro está dirigido, con gran precisión, hacia donde los creadores de ideología, la clase dominante, quiere. Hacia la distracción con minucias que nunca, bajo ningún concepto, cuestionan lo esencial: la estructura de clase del estado, la justicia distributiva, o no, de la riqueza nacional.

Otra partida de los presupuestos es la asignación a la Casa Real que, con el “peligroso” gobierno socialcomunista, sube un 6,9 %, situándose en alrededor de 8 millones de euros que el nieto político de un asesino fascista, e hijo carnal de un ladrón huido, distribuye libremente. El rey se autoasigna 260.000 euros, el triple del presidente del gobierno, teniendo muchísima menos responsabilidad, pues se supone que su papel es meramente representativo.  Leticia se embolsa 135.000 euros y la emérita Sofía 111.000. Hasta el año pasado el comisionista y maletinero recibía alrededor de 160.000 euros. Deducción elemental: cualquier miembro del ente monárquico, por mínima que sea su actividad o su responsabilidad, como por ejemplo la reina emérita, que habita desde hace años en Londres, tiene un salario bastante mayor que el presidente del gobierno, los vicepresidentes, o los ministros.

El 2 de noviembre Amancio Ortega (don Amancio para sus acólitos) recibió, en un año en que se dispara la pobreza, un pago de 647 millones de euros correspondiente al 59 % de su accionariado en Inditex. Su hija que tiene un 6 % de las acciones solo recibió 55 millones de euros. Y este año la ganancia es menor, otros, el pago superaba los 1000 millones de euros.

Esto es lo que debería hacernos reflexionar sobre el mundo en que vivimos, que en tiempos de crisis, de pobreza galopante, los grandes oligarcas sigan ganando, incrementando sus inhumanos patrimonios. Utilizo el término inhumanos porque me parece, honestamente, que quiénes tienen fortunas catalogadas por miles de millones de euros abandonan la escala de lo humano y, diría irónicamente y de manera algo altisonante, lo reconozco, se ubican en una especie de Olimpo que nos hormiguiza al resto de las personas.

Mientras tanto, mientras no dedicamos ni un segundo a pasmarnos ante esas riquezas estratosféricas, debatimos y censuramos que un presidente y sus ministros, que toman decisiones que afectan a la vida de millones de seres humanos, cobren en un año una infinitésima parte de lo que un oligarca gana en un mes. En concreto, esos 647 millones que se embolsó a inicios de noviembre Amancio (Don), significan que ganó durante el espacio natural de un año, en cada hora, no de trabajo, sino de vida, o sea, incluso mientras soñaba con los angelitos o se zambullía en la piscina de oro del Tío Gilito, 73.858 euros, casi lo mismo que el salario anual del presidente del gobierno.

Una última cuestión aclaratoria.

Este texto lo escribiría igual, palabra por palabra, fuese cual fuese la opción política que ostentase la presidencia del gobierno.

Hablo de la responsabilidad y los emolumentos que conllevan unos cargos de altísima responsabilidad, no de las personas concretas que los detentan. 


viernes, 6 de noviembre de 2020

La elección del Emperador: un ejercicio antidemocrático

Empiezo a escribir este texto poco antes de las 12 de la mañana del día 6 de noviembre. El Imperio de nuestro tiempo votó el día 3. Alrededor de 60 horas después de concluida su elección, aún no sabemos, con certeza, quién será el “César Imperator” de la denominada por gente como el lacayo Ferreras (con sus 16 horas infames de programa ininterrumpido acerca de un país cuyos habitantes, aparte de cuatro estereotipos, lo desconocen todo del estado español), "la principal democracia del mundo".

El panegírico de nuestros grandes medios de comunicación es tan pertinaz como vergonzoso. Pero no es mi intención, en principio (mis textos son muy suyos, malagradecidos, tienen tendencias independentistas con respecto a mí), hablar de los medios y la elección de los EEUU. Por cierto, hablando de medios, la Ministra de Asuntos Exteriores del reino con la Corona, corrupción mediante, más apestosa de Europa, dijo en la emisora de radio Onda Cero lo siguiente: “España será respetuosa con la decisión que tome el pueblo norteamericano y trabajará con el Presidente elegido, sea quién sea”. Dos aspectos a destacar: primero, a nadie se nos oculta que uno de los fundamentos básicos del lenguaje diplomático es la precisión de las palabras. Y la ministra resbala con un “pueblo norteamericano” que obvia Canadá y otros Estados Unidos que es México. La segunda precisión es la posición de firme que adopta diciendo que el estado español “trabajará con el Presidente elegido, sea quien sea”. Ninguna mención a los problemas del recuento y las acusaciones de fraude. Lógico. La ministra, y el gobierno, conocen su posición subsidiaria. Al Imperio no se le chista, con el Imperio, aunque algunos tengamos la esperanza malévola de que empiecen a hostia limpia, esperan las decisiones sin decir una palabra más alta. Las palabras altisonantes y la altivez supremacista el estado español  (sí, es una política de estado en la que Unidas Podemos ni pincha ni corta) las emplea con Bolivia, apoyando el año pasado un golpe de estado contra Evo Morales; con Venezuela cuyas elecciones parlamentarias de dentro de un mes ya adelantamos, desde hace meses, que no reconocemos; con Bielorrusia, porque somos parte de la expansión de la OTAN hacia el este, en cuya estructura militar apoyamos en referéndum no entrar, en su intento de cercar a Rusia.

Ahora, un elogio de la lentitud. En el 24 horas de TVE Carlota G. Encina, analista del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, cuya presidencia de honor ostenta el hijo del ladrón huido a los Emiratos Árabes, expresó: “El recuento de voto está siendo muy lento, y eso significa que está funcionando”. Buscando significados, también  podría indicar todo lo contrario, que se está cociendo un magnífico puchero. O sea, un pucherazo. Ojo, no estoy diciendo que sea así, lo desconozco yo y lo desconocen la inmensa mayoría de los opinadores que, según su adscripción o simpatía, defienden una postura u otra. Pero tengo cierta memoria, y sé que en otros momentos y lugares la lentitud no ha sido elogiada, sino todo lo contrario, vilipendiada, ha servido de excusa para poner en entredicho a determinados gobiernos incómodos y montar acusaciones que, como en el citado caso boliviano, supusieron el exilio de un Presidente con la connivencia de una organización que ahora permanece silenciosa. Almagro, secretario general de la OEA, siempre deslenguado cuando de desprestigiar y socavar a los gobiernos antiimperialistas se trata, como la Ministra González Laya, también sabe que ante el Imperio, chitón.

En realidad mi pretensión en este texto es dar datos sobre el peculiar sistema electoral norteamericano que a mí me lleva decir, que es antidemocrático.

En 2016 Hillary Clinton sacó 65.853.000 votos, Donald Trump obtuvo 62.984.000. No es muy difícil la resta: la señora Clinton sacó cerca de 2.900.000 votos más que el señor Trump. Sin embargo, debido al sistema electoral de EEUU el presidente elegido fue Donald Trump. Esto sucede porque se trata de un sufragio indirecto: los electores eligen en cada estado una serie de delegados que son los que designan al presidente. Como el total de delegados es de 539, el que llega a 270 obtiene la presidencia. La peculiaridad está en que el candidato, Clinton o Trump en el 2016, que gana en un estado se lleva todos los delegados de ese estado (salvo en Maine y Nebraska, para ser precisos). Da igual que tu victoria sea por 1 punto porcentual o por 25. Por supuesto, el número de delegados va en función de la población del estado. California con 39,5 millones de habitantes tiene 55 compromisarios; Dakota del norte con algo más de 700.000 habitantes tiene 3. Debido a esta circunstancia, con casi 3 millones de votos menos, Donald Trump logró, en cuanto a delegados, una victoria muy holgada: 304.

Elecciones de 2020. En el momento que escribo este texto, avanzadísimo el recuento, los datos son los siguientes: Biden obtiene 74.811.000 votos y Donald Trump 70.554.000. La diferencia a favor de Biden es de más de 4.200.000 votos. En cualquier país que haga gala de una elección democrática no habría dudas acerca de quién es el nuevo presidente. Sin embargo, con el tema de los delegados y la posibilidad de decantar estados por diferencias mínimas, Biden aún no es oficialmente presidente. 

Y esto es grave, pues estamos hablando de un sistema presidencialista, como el francés, donde los mentados presidentes poseen amplios poderes.  En Francia gana, como la lógica indica, el candidato que en la segunda vuelta saca un voto más que su oponente. Casos diferentes serían, por ejemplo, el alemán y el italiano, donde los presidentes tienen funciones básicamente protocolarias y son elegidos, buscando un cierto consenso entre los diferentes partidos, por el legislativo.

Parece evidente que no va a suceder, pero se habría podido dar la enorme paradoja antidemocrática de que Donald Trump obtuviera dos presidencias consecutivas sin ganar en ninguna de las dos la mayoría del voto popular.

Alguien, quizás, me podría objetar que Francia es un estado centralista y EEUU es un estado federal. Da igual, en ambos casos se está eligiendo un presidente para el conjunto del estado, independientemente de su estructura interna, y la mínima decencia democrática, ese liderazgo del que tanto presumen y que los grandes medios de comunicación tanto enaltecen, nos debería llevar a denunciar que, incluso en lo formal, ya no hablo de su política exterior, ante la que existe un partido único que sitúa al resto de las naciones como entes subsidiarios de sus intereses, EEUU tiene un sistema antidemocrático.

No quiero acabar sin hablar del censo de votantes. EEUU tiene 328 millones de habitantes. El censo de estas elecciones es de 231.884.000 personas inscritas. Sí, esa es otra clave antidemocrática. En el estado español cuando cumples 18 años automáticamente eres inscrito en el censo electoral. La mayoría de edad otorga por ley el derecho a elegir y ser elegido. Nadie tiene que ir a oficina alguna para formalizar su inclusión en la lista de posibles votantes. 

En Estados Unidos, en cambio, deben haber no menos de 20 de millones de personas que no están inscritas para votar aunque tengan edad para ello. Hago esta deducción por una sencilla razón: es imposible que los 96 millones de no inscritos (30% de la población) sean menores de 18 años, pues las tendencias demográficas propias de los países desarrollados, desde hace decenios, conllevan una reducción de la natalidad y el consiguiente envejecimiento de la población.

Una última observación: los datos nos revelan que la movilización del voto anti Trump ha sido poderosísima, pero no debemos olvidarnos de que también se ha dado, pandemia por medio, el movimiento opuesto, Trump ha crecido, en términos absolutos, con los datos que hay en este momento, más de 7 millones y medio de votos con respecto a los anteriores comicios. Y me hace preguntarme, careciendo de respuesta, si esto puede tener alguna implicación política en el futuro próximo, o a medio plazo, de EEUU. No toda la acción política se plasma en una contienda electoral. 

El oligarca histrión, y con fama de imprevisible, se va. Algunos optimistas, desde mi perspectiva, dicen que deja a la sociedad americana fuertemente dividida, a punto de liarse a tortas o a tiros.  Si así fuera, el pequeño malvado de aviesas intenciones que habita en mí, quizás lamente que el “father of the pelucons”, en palabras de Maduro, no siga otros 4 añitos. Parafraseando e invirtiendo un título del historiador Josep Fontana, "por el mal del Imperio".