sábado, 30 de abril de 2016

Josito y Pedro

El martes por la mañana, en clase de Cultura Clásica, Josito, de 3º de la ESO, que ha tenido el empeño y la osadía de hacer, motu proprio, con una querencia irresistible, un  trabajo sobre la mejor delantera filosófica de la Antigüedad: Sócrates, Platón y Aristóteles (estando Sócrates ya tiene un cierto aroma brasileño de “jogo bonito”), me preguntó que era, en la Antigua Grecia, la aristocracia, y si este concepto tenía algo que ver con Aristóteles. Le explique que el término aristocracia se componía de la unión de dos palabras: aristoi, que significaba “los mejores”, y cracia, que hace referencia al gobierno. O sea, la aristocracia era el “gobierno de los mejores” que, ¡oh casualidad!, coincidía con los poderosos económicamente: los grandes propietarios de tierra y de ganado. La segunda parte de la cuestión, desde mi limitado saber, le tuve que reconocer que la desconocía. Pero picado en la curiosidad de saber si a la hora de nombrar a su hijo la madre o el padre intuían que tenían un “cerebrito” busqué el asunto. Y sí. Significando el término “teles” propósito, Aristóteles vendría a ser “el que busca el mejor fin o propósito”. La curiosidad de Jose, junto a otros de sus compañeros y compañeras un estupendo preguntón, me produjo una sonrisa y el sentimiento de que quizás es posible torcer algunos caminos cuyo fin es el embrutecimiento diseñado.
Y en eso llegó la tarde. Y, para producir el efecto contrario, borrarme la sonrisa, volvió a surgir la aristocracia. Esta vez, no de la mano de un alumno de secundaria de un barrio obrero, sino de Pedro, adulto de porte distinguido que podría haber sido, en siglos de antaño, un noble calavera enredado en lances amorosos entre caza y caza por sus latifundios. Pero no. Pedro es un líder político actual que, después de acudir al encuentro con el ciudadano Borbón (abro un paréntesis amplio y te hago una pregunta Alberto: si es el simple ciudadano Borbón ¿por qué vas a entrevistarte con él? El asunto, desde mi óptica, no es denominarlo rey -aunque nos disguste lo es- o ciudadano Borbón. La esencia es denunciar lo irregular de su existencia con el ninguneo consciente en cada ocasión posible) planteó, tras recibir una propuesta de pacto de izquierdas hecha por Compromís, que el proponía un gobierno, bajo su presidencia, compuesto por independientes de amplio espectro. En palabras oídas por mí lo aclaró mucho más: por los mejores. Así, acorde a su prestancia, Pedro nos reveló su intención de ser presidente de un gobierno aristocrático. El mejor entre los mejores. Y hoy los gobiernos de los mejores, más allá de las vacas, las fanegadas de tierra o las acciones que tenga la familia, se visten con la asepsia de la tecnocracia. Un gobierno que, como el dios romano Jano, debe tener una cabeza bifronte, que mire a derecha e izquierda. Aunque al final esta cara queda mirando al cuarto oscuro.
Para poner mi modesto granito de arena y contribuir a la mejor gobernanza de la nación, ya que de poner al mando de la nave a los mejores se trata, planteo que se convoquen, no elecciones, sino oposiciones (quizás el 26 de junio es un plazo excesivamente apresurado) al gobierno de la nación. Y que cada cuál, si cumple los requisitos, opte a la plaza ministerial que más le apetezca. Nos ahorramos un Congreso y un Senado. Y, extendiendo la medida, diecisiete parlamentos autonómicos. Ustedes sonreirán, pero seguro que más de uno lo vería con la simpatía del furor ahorrador que considera cualquier gasto político un dispendio inaceptable (ya se recogen firmas para eliminar la próxima campaña electoral). Y añado una última cuestión: es infinitamente más racional que unir un macho y una hembra humanos para engendrar un jefe del estado o un ciudadano Borbón.


martes, 26 de abril de 2016

Operación Ataque

Ataque.
Esa es la palabra clave. Por todas las implicaciones negativas que contiene. Por ese mecanismo, carente de análisis, que hace que muchas personas al hipotético atacante, por ser tal, lo asocien automáticamente con el victimario, y al igualmente hipotético atacado con la víctima.
La semana pasada contempló el enésimo revuelo alrededor de la figura de Pablo Iglesias. En esta oportunidad el cogollo fue la libertad de expresión o, para ser más exactos, información, que para múltiples almas cándidas fue puesta en entredicho al referirse el líder de Podemos en un  acto universitario, con tono crítico y jocoso, al modo en que un periodista de El Mundo, Álvaro Carvajal, enfoca sus crónicas (contenido y, casi tan importante, titulares) sobre la formación morada. Al día siguiente, el supuesto medio menos de derechas del arco periodístico en papel, El País, editorializó sobre el asunto introduciendo la agresiva palabra en el titular: “Iglesias ataca a la prensa”.
El domingo, con mucha menor relevancia, ocurrió otro capítulo en esta lucha de las huestes bolivarianas por sojuzgar a nuestros atribulados “tribuletes” (aclaración para quién no llegue a la cincuentena: el repórter tribulete fue un personaje de cómic hasta los años 70). El periódico digital “El Confidencial” publicaba un texto del subdirector, Carlos Sánchez, que se titulaba “La inevitable marcha de Errejón al PSOE”. En el mitin de primavera Iglesias y Echenique mostraron su radical discrepancia con tan absoluta afirmación, haciendo incluso éste último un chiste futbolístico sobre el asunto. La reacción de El Confidencial fue utilizar, también en un editorial, la palabra garrotera de marras (si fuera prudente hablar de titiriteros diría cachiporrera) que, sospecho, ante lo que parece una inminente campaña electoral, va a estar muy en boga en los próximos meses para definir, desde la derecha mediática, la relación de Podemos y los medios informativos: ataque.
A mí todo esto me asquea. ¿A partir de que momento el derecho de replicar o criticar, sin ejercer ningún tipo de presión colateral, una información u opinión periodística es un ataque a la libertad de expresión? Aún recuerdo el clamor interesado que se montó cuando el ayuntamiento de Madrid anunció la creación de una página web para corregir o matizar informaciones erróneas. Yo no salía de mi asombro. Si no quieres que el ayuntamiento utilice su legítimo derecho a salir al paso de una información incorrecta, cerciórate de que es veraz. Y si estás en desacuerdo con lo que la réplica del ayuntamiento, tienes tu espacio mediático, circunstancia de la que la que no disponemos la gran mayoría, para contrarrestar sus explicaciones. La misma libertad de expresión que tiene el periodista (probablemente escasa, por cierto, pero para dilucidar ese asunto que mire “al dueño de la imprenta” que dice el presidente ecuatoriano Rafael Correa), la tiene el dirigente político o la persona de cualquier otro ámbito para replicar una información o una línea informativa que le parezca incorrecta, por carecer de mala fe, o tendenciosa, por supurarla.
El enemigo de la libertad de Álvaro Carvajal no es PI, es su empresa, Unidad Editorial, que el mismo día del acto en la universidad anunció un expediente de regulación de empleo que tal vez deje muchas voces sumidas en la mudez
La pregunta que le haría a cualquier trabajador de un medio de comunicación es la siguiente: ¿su empresa condiciona sus textos informativos? Si la respuesta es sí, si es el eslabón débil, no se haga el ofendido cuando alguien sitúe en el centro del debate esa circunstancia. Si la respuesta es no, usted es enteramente responsable de lo que firma, asuma las respuestas a sus escritos y, desde su tribuna, contéstelas y desmóntelas, pero no acuda al ataque a la libertad de prensa como patético recurso defensivo, que sólo demuestra su incapacidad para aceptar públicamente, cuando le afecta, la actividad que usted realiza cada día.

Una última reflexión. Todos sabemos que la información en estado puro es casi inexistente. De un mismo acto dos crónicas pueden dar visiones diametralmente opuestas. Casi siempre se filtra la opinión en la información, la ideología del periodista o del medio al que pertenece. Y en el caso del estado español, salvo algunos digitales, el peso de la opinión es abrumadoramente derechista. Combatirla dialécticamente, no sólo es un derecho, un uso lógico de la libertad de expresión, diría que es un deber por el que jamás, para mí es el principal error de Iglesias en este tema, hay que pedir disculpas.

domingo, 17 de abril de 2016

El bueno, el malo y el ignorado

Tres personas, con muy distinta dimensión mediática, y por diferentes razones, se reúnen en este texto, convocados por una extraña asociación de mi mente con un mítico título del espagueti western: Jorge, José Manuel y Brahim. Los dos primeros con un rol bastante definido, y el tercero, con el papel más lacerante: el del ignorado.

Jorge es el Papa Francisco. El líder de la Iglesia católica, que ha visitado la isla de Lesbos, donde se hacinan en un centro de detención varios miles de persones que huyeron de la guerra en Siria, ha ido con su papel de autoridad moral que denuncia el sufrimiento de miles de refugiados que son rechazados por Europa. Perdonen mi escepticismo, pero, en principio, nada excepcional en su rol de hombre bueno, de hombre de paz que se desplaza al lugar de la vergüenza y afea al gigante europeo, de más de 500 millones de habitantes, su racanería e inhumanidad con los más de 100.000 refugiados que tocan a su puerta. Insisto, nada novedoso, es lo que le tocaba hacer. Pero ha ido más allá de las palabras. Ha aplicado el famoso refrán que expresa, en lógica actitud preventiva y con algo de brutalidad, una cierta sospecha sobre la posibilidad de la ausencia al otro lado de la oración: “A Dios rogando, y con el mazo dando”. Así, se ha llevado a su microestado absoluto a doce refugiados, entre ellos seis niños (los niños siempre aportan un plus de bondad, o de horror, claro). Y el retorcido que habita en mí no puede dejar de preguntarse cuál habrá sido el criterio de selección seguido para acceder desde el infierno lesbiano (perdonen la humorada) al cielo vaticano. Buscando otra perspectiva, es evidente, en el acto caritativo, el tránsito del tirón de orejas verbal al hecho simbólico reprobatorio. Hasta ahí tolerable. Pero que tenga cuidado el hombre bueno Bergoglio si va uno o varios pasos más allá. Los que dio el obispo Helder Cámara: “Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista”.

José Manuel es Soria. Mi paisano. El habitante de las míticas Islas Afortunadas que buscaba, en familia, otras ínsulas o tierras de allende los mares, de mejor y más opaca fortuna. El individuo cuyo fenecimiento político se celebró ayer entre los sectores de izquierdas de Canarias poniendo a enfriar el cava, como si se tratara, y no en la frustración de la cama, de una segunda muerte de Franco. Place ver al altivo dirigente pepero, apodado por el periodista Pepe Alemán, con reminiscencia de telenovela sudamericana, como el macho Soria, balbuceando y haciendo gala de desmemorias inverosímiles, más propias de un mindundi, que de un tipo que ha controlado su partido en Canarias con mano férrea. Tengo curiosidad, si hay nuevas elecciones el 26 de junio, por ver como afecta al voto del PP en este archipiélago la defenestración del ministro que autorizó, contra el clamor generalizado en la calle, las prospecciones petrolíferas de Repsol. Por otra parte es curioso, y algo providencial, como un individuo que en algún momento se consideró, en formato alto, un doble del bajito Aznar, ha servido también para tapar, o al menos poner sordina mediática a otro escándalo: que un ex presidente del gobierno español haya recibido una multa de 70.000 euros por irregularidades fiscales. Es intolerable que un favorecido, con amplitud, de la fortuna económica que es ajena a la inmensa mayoría de una población con amplios sectores muy castigados por la crisis, que sabe, obviando las consideraciones éticas, que su condición de antiguo presidente le abre, como a cualquier ex alto cargo de la política, puertas importantísimas a lugares exclusivos y muy bien remunerados, busque triquiñuelas para no pagar al fisco lo que le corresponde.


Brahim Faika es el ignorado. El intruso entre el Papa Bondadoso y el Ministro Villano con Presidente al fondo. El hombre que tuvo la desgracia de no ser de Venezuela, esa Siberia tropical a la que peregrinan los medios informativos hispanos en busca de los presos políticos más míticos del planeta, y de la que nos llegan sus familiares a recoger honores. Él era un simple preso saharaui que ha muerto en el hospital tras ser detenido el 1 de abril, sufrir torturas, y declararse en huelga de hambre. El suceso afecta a un pequeño pueblo que fue entregado, hace ya 40 años, por una dictadura asesina, en un acto de cobardía siniestro, a otra dictadura asesina. Brahim no abrirá ningún informativo, ni su familia será recibida por las instituciones españolas con honores. Parafraseando un documental sobre el fallido golpe de estado a Hugo Chávez en abril de 2002, ni su muerte ni la agonía de su pueblo, serán televisadas.

martes, 12 de abril de 2016

Un camino para no conmemorar el 14 de abril

Otro año más llega el aniversario de la proclamación de la 2ª República. Por todo el país brotan actos, generalmente no muy numerosos, que miran atrás con pasión de pasado y frustración de futuro.
Hablando de pasiones frustradas, me resultó enternecedor un momento concreto de un programa de Salvados dedicado a los esclavos del Franquismo. Fue protagonista un señor de 99 años espléndidamente lúcido, Luis Ortiz, que cuando Jordi Évole le preguntó por su mayor anhelo, con un resorte que impidió al presentador completar el cariz de su pregunta, le espetó, ilusionando el gesto: “me gustaría ver antes de morir la 3ª República”. Entrañable, desde su previsible horizonte vital, tal derroche de entusiasmo. Y no pude evitar acordarme, creo que no es la primera vez que lo hago en este blog, de la celebre frase del Cantar de Mio Cid: “que buen vasallo si hubiese buen señor”.
Sí, los hipotéticos señores de la causa republicana, mucho de ellos juancarlistas marchitos en proceso de reconversión a un felipismo compiyogui, consideran esta lucha, desde hace muchos años, por no decir siempre, no prioritaria. Es una excusa miserable y cobarde para la postergación sine die. Recuperar la dignidad arrebatada siempre es prioritario. Y el acto más indigno del siglo XX en España, fue la sublevación militar fascista de la que yo llamo “la 18 de julio, la banda terrorista más criminal de la historia de España”. Consecuencia directa de ese crimen, fue la muerte de la 2ª República y la restauración de la monarquía borbónica en la persona de Juan Carlos I por el líder de la banda: Francisco Franco.  Los, o bien débiles mentales, o los maliciosos, intentan vender la idea de que la monarquía se legitimó al estar incluida en el todo o nada, con las bayonetas pinchándonos el culo, del paquete constitucional que mucha gente, Borbón y bandera bicolor incorporados, percibía como el único camino para salir de la más atosigante tiniebla dictatorial.
Obvian los defensores de esta vía legitimadora que en Italia y Grecia, tras la Segunda Guerra Mundial y la Dictadura de los Coroneles, respectivamente, ante la connivencia de ambas monarquías con el fascismo, se hizo lo democrático: que a la luz de la experiencia vivida los pueblos decidieran, consulta mediante, si querían mantener la arcaica institución o instaurar la forma republicana. En el estado español, después de ahogar la 2ª República en sangre, la razón para realizar ese referéndum era, y es, harto poderosa: el imperativo moral (aunque parece, si vemos el hipotético reforzamiento del PP, contra todo escándalo y corrupción, según las nada inocentes encuestas, que buena parte de este país padece anemia de tan necesaria sustancia). Y esa razón, entre chanchullos económicos del padre, el cuñado y la tía, ha crecido en la misma medida en que, intentando establecer cortafuegos, ha decrecido la llamada "familia real". Cuando abdicó Juan Carlos, por el encadenamiento de escándalos, el PSOE, putrefacta alma republicana incluida, quedó aún más retratado en su pleitesía. Son un partido esencial, y muy leal, del régimen borbónico.
En esta lucha, por desgracia, no se les espera.
Pero sí espero, y de manera contundente, a otros. Cuando Podemos surgió, con el morado por emblema, pensé que era un guiño a la bandera republicana. Desgraciadamente, al menos en los hechos, no es así. Para Podemos, se supone que netamente republicanos, traer la república a la lucha política, en pujoliano lenguaje, tampoco toca. Con medido cálculo hacen tibias alusiones a que si Felipe VI se  presentara a unas elecciones quizás las ganaba (lo terrible es que quizás tienen razón) en vez de junto a Izquierda Unida y otras fuerzas situar en el escenario del debate, inexcusablemente, que ya es hora de decidir, libremente, tras cerca de 80 años, la forma de estado. Son tan cautos que, como organización, más allá de participaciones individuales, no harán un llamamiento a secundar las diversas manifestaciones que se celebrarán con motivo del 14 de abril. Además siendo un lema, controvertido, de Podemos, que con ellos entra la calle en el parlamento se produce la paradoja de que los republicanos siguen, salvo excepciones, muy huérfanos en esa casa. Sólo Garzón, con su millón de votos, defiende con claridad la opción republicana. Pero creo que debería dar un paso más.

El Borbón ha convocado a las fuerzas políticas parlamentarias para dentro de dos semanas. ERC y Bildu no acudieron a las anteriores rondas. Izquierda Unida debería, en un acto de coherencia absoluto, de rechazo de facto, trascendiendo la inocua travesurilla de denominarlo ciudadano Borbón, de no acudir a esa cita. Y explicar que ya es hora de que quién reciba a los electos por el pueblo, y proponga candidato a la presidencia del gobierno, sea alguien que tenga esa mínima condición similar. Igual, con ese pequeño paso, aunque de entrada habría que aguantar el chaparrón mediático, se empezaría a abrir una brecha en la que quizás pronto arrimaría el hombro Podemos. Y quién sabe, quizás Luis Ortiz, esclavizado por el abuelo político de Felipe, con sus casi 100 años llenos de vitalidad, vea, al menos, que el demorado asunto que le ilusiona, con tanto tiempo de retraso, entra en la agenda. Y se empieza a transitar el camino de la nueva fecha, la que nos lleve a no conmemorar, con nostalgia de futuro, el 14 abril.

domingo, 10 de abril de 2016

El sillón

Fue tremendamente criticado Pablo Iglesias por proponerse, en su momento, como vicepresidente de un hipotético gobierno de coalición de izquierdas. Desde el punto de vista aritmético la propuesta parecía bastante irreprochable. Si 5.500.000 votos le otorgan al PSOE el derecho a la presidencia del gobierno, los 5.200.000 votos de Podemos le sitúan como fuerza candidata a la vicepresidencia, que además, parece bastante razonable que sea asumida por el líder de la formación que, los datos cantan, quedo a tan escasa distancia.
Por eso me decepcionó Pablo “renunciando”, ante la polvareda mediática, si él era el obstáculo para la conformación de un gobierno. Preguntémonos si habría sido lícita una exigencia inversa de Podemos que cuestionara la opción presidencial de Sánchez. Alguien me objetará que el gobierno lo designa libremente el presidente investido por el Congreso. Esa es la formalidad constitucional y la realidad a la que te aproximas si tienes mayoría absoluta, o bien la bordeas pudiendo negociar apoyos puntuales con pequeños grupos. Pero en un gobierno cuasi paritario, por razón del peso de los votos, parece elemental que se discuta el número de puestos de cada formación en el Consejo de Ministros y quién los va a desempeñar.
Los sillones, la idea primigenia, el motor de arranque de este texto en mi mente, no son elemento baladí, ni ese ente maléfico que transforma el candor callejero en maldad de covachuela. “Iglesias busca el sillón” bramó la apabullante derecha mediática, mostrándonos ufana que la nueva política (concepto absurdo, típico del diccionario progre) emula a la vieja. El sillón se nos presenta como una doble metáfora del ansia de poder enfermiza y, en paralelo, del acomodamiento del individuo, del deseo de medra personal, de ingresar a la denostada casta.
Teniendo claro que los sillones más poderosos son invisibles o al menos, curiosamente, no son asociados con el enorme poder que detentan, pues son los dueños de ingentes cantidades de capital, no dudo de la importancia de los sillones desde los que se ejercen cargos públicos de primer nivel, y de la legitimidad de querer ocuparlos para intentar cambiar políticas regresivas por otras que favorezcan la vida de las clases populares.
Sánchez Gordillo ha combinado perfectamente el sillón de alcalde de Marinaleda, desde el que seguramente a firmado cientos de documentos que han contribuido al bienestar de su municipio, con el activismo social y sindical más reivindicativo (hoy estaba en una marcha del SAT por la libertad de José Bódalo). Y, aspecto colindante, lleva más de 30 años instalado, por sus vecinos, en el sillón. Esto refuerza mi oposición a limitar los mandatos de los cargos públicos, siendo por añadidura, esta petición, en un país monárquico, casi una burla. Pienso que los líderes deben ser jubilados por el pueblo, verazmente informado (lucha colosal), si lo cree conveniente. Además, quién va a votar ostenta la condición de adulto, digno de hacer frente a las consecuencias de sentar a una persona sin escrúpulos, a veces reiteradamente, en un sillón oficial.

Sí. El desacreditado sillón, que no chupa las almas, sino las revela (y eso es una virtud), también es necesario para mejorar la sociedad. Ojalá la izquierda transformadora tuviera la fuerza popular que la llevara a ocupar muchos más sillones. Sillones que aumentan su valor si hay una calle fuerte, lo que sólo se consigue con un elemento básico que quizás mueva a la sonrisa: la movilización de las mentes inertes. Ésa que empieza por el enfado, por el odio (concepto cuya descontextualización y criminalización interesa a los poderosos) a la injusticia y a tantas lacras que azotan a la humanidad. Un odio que agite la calle y quiera cambiar una realidad llena de desigualdades atroces (un ejemplo que no me resisto a citar pues me dejo asombrado y asqueado: la única maquina de radioterapia de Uganda, país de 37 millones de habitantes, se estropeó definitivamente, después de reiteradas reparaciones, y cambiarla cuesta un millón y medio de euros para los que el hospital de Kampala busca financiación. Son optimistas: parece que habrá una nueva para el año que viene). Desigualdades que, más pronto que tarde, necesitan el sillón, sea para legislar o, en el buen sentido, para ejecutar (las leyes, claro).

viernes, 1 de abril de 2016

Radical y pesimista

Seguro que es mi naturaleza, propensa a una cierta penumbra, al embeleso de los días lluviosos. Uno de mis primeros recuerdos es, observándola en contrapicado, con mi madre en la sombra, la lluvia tras un cristal. Seguro que ella, mi pérfida naturaleza, me lleva a tener la certeza de que la derrota es irreversible. Aún recuerdo, de la casi adolescente época de militancia en el PUCC (uno de los múltiples grupos comunistas de los 70), a la camarada que me tildó, asistiéndole la razón sólo en la primera parte de la definición, de pesimista-leninista. Un desastre, por supuesto, mi escasa militancia. Si algún bagaje debía poseer el austero morral de un comunista, era un irredento optimismo histórico, la certeza absoluta de que el futuro, sí o sí, era un esplendoroso -plagiando el título de la película estadounidense de 1984- “amanecer rojo”. Y no, los soviéticos, aquellos que estaban en la antesala de la sociedad comunista, jamás invadieron los EEUU. Al revés, en un siniestro juego de la oca histórico, en un plis plas fueron enviados, por su burocratismo y la falsificación de esa expresión de democracia directa que eran los soviets, a la casilla de salida del capitalismo salvaje, y apenas unos pocos años después, Moscú, con sus recién estrenados oligarcas, se convirtió en la capital del lujo.

Y, desde entonces, con una hegemonía ideológica apabullante, que convierte tenues propuestas socialdemócratas, que jamás se plantean tocarle un pelo a los poderosos, en imaginarios asaltos al Palacio de Invierno,  el capitalismo reina con una solidez envidiable. Salvo minorías activas en las redes y con una limitada relevancia social, las grandes mayorías lo asumen como el único sistema posible. Un sistema asqueroso en el que si coges unas migajas (una trabajadora de un comedor social de Tenerife, que cobraba menos de 500 euros, ha sido despedida por llevarse 150 gramos de queso y tres panes para sus hijos) te echan a la calle, y el idiota de turno, ideológicamente sometido y que no escasea, te dirá, con criminal equidistancia, sin atender a realidades diferentes y en muchos casos lacerantes, que hay corrupción y robo en todos los estratos sociales. Un sistema que trata como a un delincuente peligroso, condenándolo a tres años y medio de cárcel, por una agresión no demostrada a un concejal del PSOE, al sindicalista del SAT Andrés Bódalo, linchado incluso por ese referente televisivo del progresismo que es “El Intermedio”, donde, usando un lenguaje perverso, presentaron lo que fue una ocupación en 2005 de la Consejería de Agricultura  como un “asalto”, con la connotación violenta y negativa que la palabra tiene. Un sistema que, lo que es más lamentable por el desarme ideológico que implica, también pervierte el lenguaje de líderes procedentes de la llamada izquierda transformadora. Me refiero a Pablo Iglesias, al que oí descalificar a Albert Rivera usando un término muy querido, y necesario, para cualquier persona anticapitalista (y Pablo lo es, aunque por un tacticismo electoral que a la larga no es rentable disimule). Radical no es ni un insulto ni un rasgo negativo. Es un componente de cualquier pensamiento anticapitalista que quiera ir a la raíz de los problemas que este sistema genera. Y Rivera es, hay que reconocérselo, un esforzadísimo y provechoso, por su ambivalencia pactante, apuntalador del sistema capitalista. Los adalides y los beneficiarios del sistema imperante pueden ser, si las circunstancias lo requieren, tremendamente extremistas en el sentido de usar los métodos más agresivos (la dictadura fascista de Franco es un ejemplo), para mantener un orden social injusto. Pero nunca serán radicales, pues siempre querrán, usando básicamente el método más eficaz, la argucia en la palabra, velar la realidad de un sistema criminal. Y, llámenme pesimista,  pero hasta ahora, siempre lo consiguen.