El martes por la mañana, en clase de Cultura Clásica, Josito, de 3º de la
ESO, que ha tenido el empeño y la osadía de hacer, motu proprio, con una
querencia irresistible, un trabajo sobre
la mejor delantera filosófica de la Antigüedad: Sócrates, Platón y Aristóteles
(estando Sócrates ya tiene un cierto aroma brasileño de “jogo bonito”), me
preguntó que era, en la Antigua Grecia, la aristocracia, y si este concepto tenía
algo que ver con Aristóteles. Le explique que el término aristocracia se componía
de la unión de dos palabras: aristoi, que significaba “los mejores”, y cracia,
que hace referencia al gobierno. O sea, la aristocracia era el “gobierno de los
mejores” que, ¡oh casualidad!, coincidía con los poderosos económicamente: los
grandes propietarios de tierra y de ganado. La segunda parte de la cuestión,
desde mi limitado saber, le tuve que reconocer que la desconocía. Pero picado
en la curiosidad de saber si a la hora de nombrar a su hijo la madre o el padre
intuían que tenían un “cerebrito” busqué el asunto. Y sí. Significando el término
“teles” propósito, Aristóteles vendría a ser “el que busca el mejor fin o propósito”.
La curiosidad de Jose, junto a otros de sus compañeros y compañeras un
estupendo preguntón, me produjo una sonrisa y el sentimiento de que quizás es
posible torcer algunos caminos cuyo fin es el embrutecimiento diseñado.
Y en eso llegó la tarde. Y, para producir el efecto contrario, borrarme
la sonrisa, volvió a surgir la aristocracia. Esta vez, no de la mano de un
alumno de secundaria de un barrio obrero, sino de Pedro, adulto de porte
distinguido que podría haber sido, en siglos de antaño, un noble calavera
enredado en lances amorosos entre caza y caza por sus latifundios. Pero no.
Pedro es un líder político actual que, después de acudir al encuentro con el
ciudadano Borbón (abro un paréntesis amplio y te hago una pregunta Alberto: si
es el simple ciudadano Borbón ¿por qué vas a entrevistarte con él? El asunto,
desde mi óptica, no es denominarlo rey -aunque nos disguste lo es- o ciudadano
Borbón. La esencia es denunciar lo irregular de su existencia con el ninguneo
consciente en cada ocasión posible) planteó, tras recibir una propuesta de
pacto de izquierdas hecha por Compromís, que el proponía un gobierno, bajo su
presidencia, compuesto por independientes de amplio espectro. En palabras oídas
por mí lo aclaró mucho más: por los mejores. Así, acorde a su prestancia, Pedro
nos reveló su intención de ser presidente de un gobierno aristocrático. El
mejor entre los mejores. Y hoy los gobiernos de los mejores, más allá de las
vacas, las fanegadas de tierra o las acciones que tenga la familia, se visten
con la asepsia de la tecnocracia. Un gobierno que, como el dios romano Jano,
debe tener una cabeza bifronte, que mire a derecha e izquierda. Aunque al final
esta cara queda mirando al cuarto oscuro.
Para poner mi modesto granito de arena y contribuir a la mejor
gobernanza de la nación, ya que de poner al mando de la nave a los mejores se
trata, planteo que se convoquen, no elecciones, sino oposiciones (quizás el 26
de junio es un plazo excesivamente apresurado) al gobierno de la nación. Y que
cada cuál, si cumple los requisitos, opte a la plaza ministerial que más le
apetezca. Nos ahorramos un Congreso y un Senado. Y, extendiendo la medida,
diecisiete parlamentos autonómicos. Ustedes sonreirán, pero seguro que más de
uno lo vería con la simpatía del furor ahorrador que considera cualquier gasto
político un dispendio inaceptable (ya se recogen firmas para eliminar la próxima
campaña electoral). Y añado una última cuestión: es infinitamente más racional
que unir un macho y una hembra humanos para engendrar un jefe del estado o un
ciudadano Borbón.
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