miércoles, 23 de marzo de 2016

El llanto de Federica

Quizás fuera buen título para el aria final de una ópera decimonónica. Pero no. Esta tragedia, en forma de atentado indiscriminado, es de un siglo XXI que desconozco si será hijo aventajado del siglo XX, ése alumbrador, en suelo europeo, de dos guerras mundiales que provocaron en conjunto más de setenta millones de muertos. Hago hincapié en lo del suelo europeo, para poner un poco de sordina a la estridencia de algunos, siguiendo el símil operístico, tenores huecos de la comunicación. Éstos proclaman la existencia de unos valores europeos atemporales, llegando quizás a creer que los europeísimos Hitler, Mussolini o Franco, fueron hijos del las llanuras asiáticas o de la junglas o desiertos africanos. Superioridad moral, la justa. Sobretodo cuando la sangre del desarrollo industrial de Europa fueron las materias primas y el trabajo, en condiciones de plena o semiesclavitud, de poblaciones enteras que “disfrutaron” a los civilizadores europeos.

La soprano imposible ha sido Federica Mogherini, Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, que incapaz de contener las lágrimas, tuvo que suspender una rueda de prensa que, con motivo de los atentados de Bruselas, estaba dando en Jordania. Alta emotividad de la señora Mogherini. Y, entendiéndola, la censuro. Imagino que esos ataques suicidas (aquí, el factor humano del desapego por la propia vida es un grave problema, pues no atentas al modo occidental, experimentado por Afganistán, Iraq, Libia o la propia Siria, desde aviones a miles de metros de altura y miles de kilómetros del corazón de Europa. Por cierto, países musulmanes atacados, en apenas 15 años, por países predominantemente cristianos. ¿Nos sorprende, entonces, que pueda existir una cierta facilidad para activar en muchas mentes, turbios intereses aparte, mecanismos de odio?), al producirse en un espacio tan reconocible para ella, la han impactado de un modo especial. En la intimidad, cada uno llora con libertad los muertos que más cercanos siente, aunque tengo claro que el dolor intenso es el de los parientes y amigos de cada uno de los asesinados. El resto, paisanos o conciudadanos, padecen el estremecimiento de la vulnerabilidad. Pero cuando eres una elevadísima representante europea que, además, está en Jordania, pequeño país fronterizo con Siria, escenario, con entre 200 y  300 mil muertos, de la mayor carnicería de los últimos años, que acoge 650.000 refugiados, mientras la Unión Europea, ese territorio de 500 millones de habitantes del que tú, Federica, eres representante, se pelea por el reparto de menos de 200 mil refugiados (0.04% de la población de la UE), tu cargo, aunque sea por un cierto pudor, debe pesar más que tus legítimos sentimientos personales. Si no, además de ser, va a parecer que hay víctimas de primera y víctimas de segunda categoría. Y ya sabemos, voceros hay que lo repiten hasta la saciedad, que la democracia, en esencia, es cuestión de formas.

viernes, 18 de marzo de 2016

Bestias pardas: la ausencia, incluso mendigando, de un poso moral

En la película "El pianista", de Roman Polanski, hay una escena, que no siendo la más violenta, es quizás de las más degradantes. Me refiero a cuando unos soldados nazis, en un puesto de control del gueto de la Varsovia ocupada, obligan a un grupo de judíos a bailar para su diversión y solaz. Pienso que el nazismo es una aproximación bastante lograda a eso que tal vez no existe, por empeorable siempre, que es el mal absoluto. Esos soldados, en su patanería, no siendo el eslabón más peligroso de la cadena, son el eslabón más soez, más irritante, el que pudiendo escudarse, cuando toque, en la obediencia debida o en su carácter de simple tropa, disfruta con fruición de su metro cuadrado de despotismo.
No he podido evitar que acuda a mi memoria esta escena, tras ver la acción nazi de un amplio grupo de seguidores del PSV Eindhoven en la Plaza Mayor de Madrid. Durante un rato, estos tipos xenófobos y fascistas, independientemente de como cada uno de ellos se catalogue, se dedicaron a lanzar, como si con perros juguetones tratasen, monedas al suelo, a un grupo de rumanas de etnia gitana que ejercen la mendicidad. En Barcelona, aficionados ingleses del Arsenal, tomaron como objeto de sus chanzas a otro mendigo con claros síntomas de discapacidad mental. En Roma un seguidor del Sparta de Praga se puso a mear al pie de una mendiga. Escritores como Galeano y Vázquez Montalbán abrieron la bella emoción del fútbol al aprecio no furtivo de la izquierda. Pero cuando ves, salvo honrosas excepciones (es delicioso observar las banderas republicanas en el campo del Rayo Vallecano), la facilidad conque coquetean con el fascismo los seguidores más cerriles, los que nos sentimos "galeanistas", los que esgrimimos su maravilloso libro sobre el fútbol como parapeto ante los intelectuales "puros", libres de la mácula futbolera, sentimos el desánimo de compartir una afición con esa caterva de bestias, nunca mejor dicho por su significación ideológica, pardas.
Es unánime, y lógico, el grito biempensante en el cielo. Se alaba, con toda razón, a las personas que, abandonando la mironería, recriminaron el deleznable espectáculo de la Plaza Mayor. Pero en uno de los vídeos vi unos actores más: la policía. Y su intervención, bastante delicada con los trasegadores de cerveza, me pareció que erró el objetivo. Las víctimas, las mujeres denigradas, más allá de su propia inconsciencia y servilismo, y sobretodo más acá de sus necesidades, fueron las desalojadas de la plaza. Reconozco, ajeno a la corrección política y al bla bla bla de la estricta no violencia, que en este caso una ración de porrazos no habría sido un mal pago al denigrante espectáculo.
Una última idea. Estos varones bien alimentados y que han tenido opciones de recibir una educación adecuada, pero que no ha dejado ningún poso moral en sus personas, humillaron a mujeres, probablemente analfabetas, que han crecido en un entorno social en el cuál, desde niñas, desde su primer uso de razón, ya se han visto bien servidas de ambos elementos: varones despreciativos y situaciones humillantes que, el vídeo lo demuestra, han asumido como consustanciales a su existencia. 

lunes, 14 de marzo de 2016

Facha-da: un mundo ideológico entre Leopoldo y los presos saharauis en huelga de hambre

En el último texto que escribí, “El reino de la derecha”, defiendo la idea de que la derecha triunfa sin apenas oposición y que gran parte de la hipotética izquierda no es tal, pues no cuestiona el sistema capitalista y, además, esto lo añado ahora, tiene un enorme complejo ideológico. Me atreví a pedirle al PSOE que, por pura coherencia, renunciara a la S de socialista. Con todo derecho, y con el respaldo de esa realeza que se burla de nosotros (nos lo tenemos merecido, es repugnante ver a tanto idiota hablando sobre el error de los regios comentarios sobre López Madrid, eludiendo, por un lado, la lógica del desprecio que merece ese súbdito colectivo que, nos guste o no, es ese ente llamado pueblo español, y por otro, la idea esencial y única, que es la ilegitimidad de la monarquía, más allá de que en un desliz nos muestren su patita peluda de ente voraz. Perdón por lo extenso del paréntesis), el PSOE puede mandarme a la “merde”. Y admiro a la derecha porque sabe, sin complejos, y a veces con la colaboración de la hipotética izquierda, imponer su agenda. Ubicarla en el centro y agrandar su hegemonía ideológica.
Y justo en el centro, en el kilómetro cero, en la fachada de la Comunidad de Madrid, el gobierno del PP y Ciudadanos acaban de colocar una doble pancarta con el rostro del preso político con más fama en el estado español: el venezolano Leopoldo López. Una persona condenada en Venezuela como instigadora de las guarimbas, que hace dos años ocasionaron 44 muertos y grandes destrozos de bienes públicos. Me permito recordar que, hasta no hace mucho, la quema de un contenedor en Euskadi te podía llevar unos cuantos años a la cárcel. O que en esta bendita democracia dos titiriteros, por inaudita violencia con muñecos de trapo, padecieron prisión  durante cinco días  y están pendientes de un juicio donde podría pedírseles hasta siete añitos de trullo. O que en estos momentos, con el clamoroso y nada inocente silencio de los grandes medios informativos españoles, hay, en una prisión de Rabat, trece prisioneros políticos saharauis en huelga de hambre desde el uno de marzo. Aunque sea por vergüenza, por el cruel abandono hace ya cuarenta años de la población saharaui a su suerte, por la potencia administradora de su territorio que era España, el rostro de esos hombres debería ser difundido y objeto de toda la solidaridad institucional, aparte de la popular, en este país. También somos incapaces de ponerle rostro, aunque sea en una cuartilla del tamaño de la que daba vivas a alkaeta, al poeta palestino Ashraf Fayadh, condenado en Arabia Saudí, cuya familia real tanto se quiere con la nuestra, a ochos años de cárcel y ochocientos latigazos por renegar del Islam en unos poemas.

El rostro de Leopoldo en los muros de la antigua Dirección General de Seguridad de la policía fascista, no es la reivindicación inocente de un hombre encarcelado por sus ideas (y yo no niego su condición de preso político, pues puede haber un preso político con delitos de sangre). Es la condena, la demonización permanente de un proceso político de horizonte anticapitalista, que habla de construir el socialismo, que incomoda profundamente a la dominante derecha mundial. Un proceso político que, extraña dictadura, vio la victoria de la oposición en unas elecciones que, por primera vez en muchos años, oh casualidad, no sufrieron el baldón acusatorio del amaño. La derecha tiene clara su agenda y, con al aplauso de la pseudoizquierda del PSOE, o el silencio vergonzoso, sin lucha, para no perder votos, de Podemos, nos impone sus símbolos y nos planta con descaro, en formato gigante, el rostro de un mártir de la oligarquía, mientras ignoramos la existencia un grupo de humildes, olvidados, presos saharauis encarcelados por la dictatorial monarquía marroquí.

viernes, 11 de marzo de 2016

El reino de la derecha

¿Tiene sentido hablar de derecha e izquierda en el ámbito de la política parlamentaria?
No puedo apartar de mí la pegajosa impresión, o intuición, de que los debates son más grandes, o aparatosos (debido al amplificador mediático), en la forma que en el fondo. Se lanzan besos o cal viva mientras ruge la grada, incluso hacen pasarela con admiradores camino del hemiciclo. Pero percibo (y hago énfasis en este concepto porque es como si lo olisqueara) que la capacidad y la voluntad real de maniobra, de cambio, de los señores que están en la contienda, enarbolando las banderas del hipotético campo de la izquierda, o de los de abajo, es ínfima. No sólo por ataduras externas, como la draconiana UE, o internas como los intereses oligárquicos.
Me planteo si tiene sentido hablar de derecha e izquierda en el Parlamento (sospecho que podría hacer la misma reflexión con respecto a la inmensa mayoría de los órganos representativos existentes en el planeta), cuando, a excepción de IU (con matices y sin llegar al millón de votos) y otras fuerzas electoralmente marginales, ninguna otra organización política, salvo quizás Bildu, presente en el parlamento, hace una crítica global, contundente, al sistema capitalista. Y lo peor de todo es que, desde el punto de vista de sus inmediatos intereses electorales, hacen bien. Vivimos en un estado, y en un mundo, de derechas. El emblema básico de la derecha no es trabarse del bracete con la Iglesia para oponerse al matrimonio gay o al aborto. Su sagrada línea roja, imperante por encima de las formas que utilice en cada momento (el fascismo o las variantes autoritarias surgen cuando suena la señal de peligro), es la defensa a ultranza del sistema capitalista, el sistema que perpetua la división  en clases sociales  y que genera un planeta cada vez más desigual donde una oligarquía,  que no llega al 1%, acumula la mitad de la riqueza mundial sin que, y esto es lo más grave, a la inmensa mayoría de la población le parezca inaceptable y le produzca, aunque esté mal visto y me consideren un bárbaro, un odio que quizás no sea sano pero sí vivificante. Y el sistema capitalista, que es la esencia de esa clasificación social que llamamos derecha, no es cuestionado (salvo con matices y grados por algún país de América Latina), por ninguna fuerza política de relevancia a nivel mundial, pues ya no existe el PCUS y los magnates chinos decoloran el rojo de su bandera. Y, además, la fuerza que lo hiciera seguramente se vería condenada al ostracismo electoral.
Sé que las personas no se movilizan por grandes conceptos como socialismo, que, por añadidura, han sido impúdicamente arrastrados por el barro, sino por las motivaciones cotidianas. Aunque esa cotidianidad sea fruto del capitalismo imperante que, arrollando ideológicamente, impone una visión del mundo carente de alternativas al oprobioso día a día que, tanto en su bonanza como en su fatalidad, nos parece un hecho comparable a fenómenos de estricta obediencia natural.

A veces, lectores de izquierda enfadados con las políticas del PSOE, claman porque quite de su nombre la S de socialista y la O de obrero. La eliminación de la O me genera dudas. Tengo claro que hay, hartazgos de coyuntura aparte, más obreros (o trabajadores) de derechas que de izquierdas. Sin embargo, la eliminación de la S, y lo digo como mero opinante, sin ánimo de desprecio o injerencia, sí deberían planteársela. Por pura honestidad y coherencia. Cuando se funda en 1879, y aún muchos decenios después, el PSOE es un partido que defiende la posibilidad de construir, al plazo que marque la acumulación de fuerzas, una sociedad socialista, una sociedad donde impere la propiedad pública, en la que no existan las desigualdades abismales que genera el capitalismo y la potencialidad de cada ser humano, nazca en el ámbito que nazca, pueda ser aprovechada y fomentada. El PSOE, reconociéndole que es una derecha con mayor sensibilidad social que la que representa el PP, no aspira, desde hace mucho tiempo, a una sociedad socialista y desecha de su vocabulario, pues le horroriza electoralmente debido a que todo aquello que suena a confrontación ha sido sabiamente demonizado por la oligarquía, un concepto esencial para describir la realidad y crear conciencia: lucha de clases. Y cuando digo PSOE estoy nombrando a cualquier partido de ese ente mal llamado Internacional Socialista. Vivimos en el reino de la derecha. El socialismo, como ideología potente y alternativa al desastre capitalista, esta desterrado del horizonte, visible o intuible, de la humanidad. Desde el pesimismo me permito sugerir al PSOE que, desechado el objetivo, decline la esencia del nombre.

jueves, 3 de marzo de 2016

Otro 3 de marzo o la sempiterna impunidad del fascismo en España

En el estado español el fascismo no murió con Franco, ni la democracia llegó con Juan Carlos, ese designado al que el fascista agonizante tomó de la mano en su sangriento lecho de muerte y le pidió, en una escena desbordante de ternura, que, por encima de todo, preservara la unidad de España. Este mismo individuo, en una entrevista televisiva emitida en Francia, con expresión lacrimosa, expresó su hondo pesar por las más de 800 víctimas de la violencia de ETA. A mí no me extraña su llanto de un solo ojo, pero para aquellos que defienden la necesidad de la regia figura (tragándose la píldora hereditaria y vitalicia), escudándose en su papel arbitral por encima de la contienda partidista, debe ser una decepción observar como para el rey d-emérito no todas las víctimas de la violencia política tienen el mismo valor. Y no me remito a lo que ya debiera estar archisabido: la dictadura fascista mientras vivía Franco. Me remito al tiempo iniciado el 22 de noviembre de 1975. A cuando él ya ostentaba, sin precariedad, la jefatura del estado.
El 3 de marzo de 1976, en Vitoria, fue la carnicería. 5 muertos y decenas de heridos de bala. Según palabras textuales captadas en la emisora de la policía, se había producido "la paliza más grande de la historia". Y es que la llamada Transición, que durante muchos años se quiso poner como ejemplo a los países que en Latinoamérica acababan con sus dictaduras militares, estuvo jalonada, aparte de ésta de Vitoria, escandalosa, de impunes palizas policiales. Decenas de personas que protestaban de formas variadas y no tenían  ninguna relación con actividades violentas fueron asesinadas por fuerzas policiales. Nadie, ni en el escalafón policial, ni en el político, en el caso de Vitoria, se sentó jamás ante un tribunal español para responder por esas muertes o, según el audio de la propia policía, por esos "mil disparos" que quedaron como rastro siniestro. 
El Ministro de la Gobernación, o sea, el responsable político de la masacre, pues la dirección política es la que marca la mayor o menor contundencia de la acción policial, era Manuel Fraga Iribarne, fundador apenas un año después de Alianza Popular, nombre del Partido Popular antes de su refundación imaginera. Estos días los dirigentes del PP expresan su disgusto por ver a Otegui, ya libre después de su injusta condena, hablar de la consolidación de la paz. Pues sí, señores del PP, el fundador de su partido, y considerado gran hombre de estado, tenía, y no sólo por su participación en los gobiernos de la dictadura y su pertenencia al Consejo de Ministros que en 1963 dio el visto bueno al fusilamiento del dirigente comunista Julián Grimau, sino por su acción en el primer gobierno del hijo político de Franco, por tener en sus manos el gran poder de las fuerzas coercitivas del estado, las manos bastante más manchadas de sangre de lo que las pudiera tener el dirigente de la izquierda abertzale vasca. Y nunca, ni él, ni ninguno de sus adláteres en la represión, fueron llamados a declarar ante un juez español. Cuarenta años después, la triste batalla por la justicia de las familias y los damnificados sigue. Justicia que, en el remoto caso de que llegue, ya estaría mellada por el tiempo.
La matanza de Vitoria, degradada muchas veces en el impreciso y casi nunca inocente lenguaje a "los sucesos de Vitoria", fue el episodio más siniestro de unos años regados de sangre por las fuerzas policiales intactas, nunca depuradas, de la dictadura fascista. Mientras escribo, me viene a la mente Javier Fernández Quesada, asesinado por disparos de la guardia civil en la puerta principal de la Universidad de La Laguna en diciembre de 1977. Bastante tiempo quedaron los impactos de las balas en los cristales. Y un tiempo mucho mayor, al igual que en Vitoria, ha quedado el predominio lacerante de la injusticia, de la impunidad. Y hubieron muchos mas fallecidos y heridos por las fuerzas policiales, o por la acción de grupos parapoliciales de extrema derecha, a los que no rozo, o acaso lo hizo muy levemente, la acción de la justicia. Tengo el convencimiento de que ninguna de estás víctimas está en el recuerdo ni pone en acción el lagrimal del elegido de Franco. Para el republicano viejo que esto escribe, y no cree en imparcialidades imposibles, es un orgullo.