martes, 25 de agosto de 2020

Los persas de ayer y de hoy. Una perla de la Vicepresidenta Calvo

“Era costumbre de los antiguos persas pasar cinco dí­as de anarquí­a después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor (…)”

Estas líneas son el arranque, bastante conocido, del que ha pasado a la historia con el nombre de Manifiesto de los Persas. No, no se vayan ustedes a dos o tres milenios atrás. Se elaboró en 1814 por 69 diputados absolutistas (los que en mi texto anterior, con el que se imbrica éste, denominaba, según terminología liberal, serviles) para reclamarle a Fernando VII la derogación de la Constitución de 1812.
El desorden, o su ominosa amenaza de destrucción, como vía de respeto y acatamiento al orden social vigente en ese momento histórico. 
Goethe expresó una idea similar diciendo “prefiero cometer una injusticia que soportar el desorden”. Siempre me he preguntado si su opinión habría sido la misma,  o tendría al menos algún matiz, si donde puso la palabra “cometer” surgiera, si no por arte de magia, por arte de clase social, la palabra “recibir”.
La esencia del mensaje puede resumirse de manera más prosaica en el conocido refrán que dice: “el miedo guarda la viña del señor”.
Este manifiesto de hace más de 200 años vino a mi mente por asociación con otro manifiesto mucho más reciente: el manifiesto de 75 ex altos cargos de UCD, PP y PSOE publicado hace alrededor de una semana en apoyo al padre del actual rey.
No me interesa el manifiesto en su conjunto. Como otros muchos que pululan, principalmente por las redes, no creo que tenga mayor incidencia, aunque sí pienso que puede ser un indicio de como respiran ciertos sectores del poder, sobretodo económico. La gran coalición entre el PSOE y el PP, con el aliento de Ciudadanos y quizás cierta complacencia de VOX, es el sueño de la oligarquía. De manera bastante incomprensible para mí, se ha producido una demonización absoluta de Unidas Podemos que, recordando el arranque del manifiesto más célebre de la historia, El Manifiesto Comunista, me hace pensar en un extraño fantasma que recorre el estado español. 
No quiero que el término fantasma lleve a confusión. Lo utilizo no en el sentido popular de envanecido, sino en el sentido de lo que tiene cualidad de evanescente. Me refiero a que la  capacidad de acción de Podemos en eso que se llama por la derecha mema o mendaz (no sé que es peor) el gobierno “socialcomunista” es bastante limitada. No hay, ni se espera (ojalá me trague estás palabras) derogación ni de la Reforma Laboral ni de la Ley Mordaza, ni, en estás dificilísimas circunstancias de la pandemia que vivimos, consigue de su aliado lo que parece elemental, un impuesto a las grandes fortunas. Incluso, siguiendo con la metáfora fantasmal, cuando del regio asunto se trata, el PSOE los ignora por completo y no tiene problema alguno para votar con PP y VOX (cuanto jaleo mediático forman la legión de los hipócritas cuando en una votación coinciden UP y VOX) la no comparecencia del gobierno por su participación en la preparación de la huida del hijo político de Franco. 
Por todo lo anterior me cuesta entender ese temor a una Unidas Podemos  cuyos postulados actuales convertirían en ultraizquierdista un programa socialdemócrata de los años 60 ó 70. 
No obstante, teniendo claro que el manifiesto, más allá del baboseo, es un suspiro por una gran coalición al modo del jefe (Alemania) que afiance la estructura política del 78, mi interés por el texto se centra en una parte de un párrafo que es el que me trajo a la mente a los “antiguos persas”. Dice así:

“(…)pero nunca se podrá borrar la labor del Rey Juan Carlos en beneficio de la democracia y de la Nación, so pena de una ingratitud social que nada bueno presagiaría del conjunto de la sociedad española (…)”.

Entre estas líneas para mí resaltan dos conceptos básicos que confluyen: ingratitud social y malos presagios.
O sea: los pueblos desagradecidos se están labrando sus padecimientos futuros. Que esto lo firme la derecha, partícipe en su mayoría de la extraordinaria placidez que según Mayor Oreja fue la dictadura fascista de Franco, tiene su lógica, pues esta gente en 1814 habría sido  consecuentemente “persa”. Sin embargo que al pie de esas palabras amenazantes figure la firma de hombres y mujeres que han levantado el puño y han cantado La Internacional es una tragedia.
¿Ingratitud social hacia un tipo que desde su cargo ha obtenido una gran fortuna? Y lo afirmo porque si no fuera así tendría a su disposición mil micrófonos (los que muchas personas víctimas de injusticias flagrantes no tienen) para desmentir todo aquello de lo que se le acusa. No. Se ha ido al cobijo de una (los “persas” aparecen de nuevo) monarquía absoluta. Podríamos decir que cierra el círculo vital, que comenzó bajo la protección de un tirano que lo coronó, al cobijo de otro tirano. 
Y cuidado, sociedad española (en gran medida una entelequia, pues hay diferentes intereses de clase), que los presagios son funestos, que la anarquía y sus plagas están acechantes. Mésate con ceniza los cabellos, sociedad incauta, y aleja de ti los impuros pensamientos republicanos.

Para acabar, una perlita de la Vicepresidenta Carmen Calvo, que en el fondo es una pieza, anecdótica pero de mensaje machacón, del mismo collar pútrido.

"Hoy recordamos la liberación de París por un conjunto de antifascistas españoles, 'La Nueve'. Perdieron su vida por defender el orden constitucional. Todos los demócratas debemos defender las leyes y su cumplimiento”.

¿Necesita comentario? En el año 1944 los españoles, de variada ideología, no pocos de ellos anarquistas, que luchaban contra el nazismo, estaban defendiendo el “orden constitucional” nacido… 34 años después. En casa siempre lo decimos, a la señora catedrática, siendo generosos, parece que le falta un agüita o un hervor. Un poco de decencia y de respeto. Porque no debemos olvidar que muchos de los que combatieron al nazismo en Francia, después entraron a territorio español para luchar en las filas de la guerrilla antifascista, como por ejemplo el comunista Cristino García, capturado y fusilado en 1946 por el terrorista fascista Franco, el que puso en el trono al pergeñador del orden constitucional que defienden en el manifiesto los compañeros de militancia de la señora Calvo.
La última frase, equiparando democracia y cumplimiento de las leyes, es el recadito que busca embridar el pensamiento. No llamo a nadie a desobedecer o saltarse leyes, aun sabiendo que casi todos los progresos humanos surgen de la desobediencia, del cuestionamiento de una realidad que siempre, siempre, está respaldada, sean justas o injustas, por las leyes. Los antidemocráticos Emiratos Árabes Unidos que acogen a Juan Carlos tienen sus leyes, por supuesto. Y aquellos que en ese territorio se juegan el pescuezo o la libertad por combatirlas son ¿antidemócratas?
Sospecho que esa es la circunstancia que justifica la casi nula presencia del PSOE en la lucha contra la dictadura de Franco: estaban respetando, y cumpliendo íntegramente, el marco legal elaborado por los fascistas.

martes, 18 de agosto de 2020

El rey ladrón: entre el odio y el servilismo

Este texto lo comencé antes que el publicado el 6 de agosto, que se me cruzó con una extraña fuerza arrolladora. Aun así decidí, pequeño homenaje a mi callejón, mantener el arranque.

Llevo meses, en cuanto a escribir en éste mi callejón, lugar que un día decidí convertir en mi tribuna de expresión, callado, profundamente callado, contradictoriamente callado. Sin embargo, conversación continua en mi mente, torbellino de neuronas frenéticas, lo merodeo con pertinacia digna de mejor causa, con afán delictivo y con pensamiento criminal, pues poco más cabe esperar de un siniestro callejón que nunca osarían rondar las buenas personas, esa estirpe atemporal que responde al concepto “españoles de bien”.
Publicó el 19 de julio en su muro de Facebook el antropólogo catalán Manuel Delgado (independentista y comunista, para que le explote el cerebrín a tanto internacionalista de nuevo y falso cuño) el siguiente texto:
“Es sobre esto del papel del odio en las luchas sociales. Ese escándalo que le merece a algunos la mera mención de la palabra "odio" se me antoja un resultado más de esa colosal máquina antipasional que es la llamada "educación en valores", que es educación en las nuevas formas de conformismo y sumisión. 
He tenido tres hijas y a todas las hemos educado en el odio. No el odio a nadie, quede claro, sino en el odio a lo que de injusto y arbitrario tiene el mundo que les rodea y padecen. Hemos hecho lo posible para que la realidad les soliviante y les haga sentir rabia”.
Sé que lo que diré gustará poco y parecerá, quizás, intransigente (otra palabra convenientemente denostada para que, simplemente oírla o leerla, nos produzca un rechazo instintivo) pero tengo ya fijada, para los restos de mi vida, mi posición ideológica, mi bando, mi trinchera. Y si estás en una trinchera, compa, una de las cosas que no debe faltar es la munición. Y sobretodo, cuídate de comprar (haciéndole el trabajo al enemigo ¡oh izquierda mía!) munición ideológica averiada que te explote en la cara.
Y la estigmatización del odio, con su para mí asombrosa tipificación penal, y esa alteración, con tendencia al apagón, que produce en las mentes biempensantes de la izquierda, es, no ya la compra de munición averiada, sino puro abandono del campo de batalla, ni siquiera para replegarte a idear futuras contiendas, sino para “cautivo y desarmado el ejército rojo” (¿les suena?) entregarte al enemigo.
Sí, vuelvo a garabatear en mi callejón, sin complejos, observando una realidad que, usando las palabras de Manuel Delgado, me solivianta y me hace sentir rabioso.
Para empezar o continuar (siendo honesto, no sé a donde arribaré, mis escritos, aunque suene contradictorio, son muy suyos) hay una palabra en el texto de Manuel en la que quiero detenerme: arbitrariedad.
Definición de arbitrario de la RAE: “Sujeto a la libre voluntad o al capricho antes que a la ley o a la razón”. Quizá sea un osado, pero matizaría que la ley sea siempre una fuente de no arbitrariedad. Nadie niega el avance que supusieron hace alrededor de 5000 años los primeros códigos escritos que regularon la convivencia de los seres humanos, pero del mismo modo es imposible negar que las leyes han reflejado históricamente la estructura de poder, la división social en clases que es una de las principales fuentes de arbitrariedad.
Por supuesto, la arbitrariedad es la praxis de lo arbitrario. Y pocas cosas hay más arbitrarias que ostentar un cargo público que se basa en una de las cuatro funciones esenciales de cualquier ser vivo (independientemente de su complejidad o simplicidad): la reproductiva. 
Salvador Sostres en una columna titulada El Rey, publicada el 5 de agosto en el ABC, decía lo siguiente (las cinco líneas iniciales reflejan la esencia de su pensamiento): 
“Los reyes, como los papas, no tienen que ver con los hombres sino con Dios. Es estúpido juzgar a los monarcas con criterios terrenales y además no sirve de nada. La monarquía es un don, una encarnación divina; ni es democrática ni está sujeta a las leyes que los hombres nos hemos dado, ni queda totalmente a nuestro alcance comprender su última profundidad y significado (…)”.
Por supuesto, Sostres recibió de lo lindo en las redes. No es mi voluntad defenderlo, pero sí quiero dejar clara una circunstancia: la única manera en que yo podría ser monárquico es si pensara acorde a lo expresado por él. Sólo podría ser monárquico si deificara a un individuo y a su estirpe o, lo que es lo mismo, su semilla. Fíjense que el párrafo es la entronización (nunca mejor dicho) de lo arbitrario, pues se evade por completo de la razón. Para Sostres el poder del rey, como, en el caso español, el del asesino que lo puso (“Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”), proviene de un espacio vetado para el tránsito de los mortales: el divino.
Mucha gente califica de disparatado el texto de Sostres, pero la realidad es que la Constitución Española diviniza de facto a una persona a la que considera “inviolable y no sujeta a responsabilidad”. La irresponsabilidad es, por su omnipotencia de facto, cualidad privativa de los dioses. Dioses que en casi todas las tradiciones operan caprichosamente. Y que, específicamente en la tradición judeo-cristiana, es un tipo muy arbitrario (tú eres mi pueblo elegido y a los otros que los zurzan, o un buen Diluvio Universal para purgar las impurezas humanas, o convertida en estatua de sal por curiosa mientras doy matarile a los sodomitas, o un chivatazo a María y a José para que se piren antes de que Herodes liquide a toda la primogenitura de sus dominios). Un dios protector y (muy) castigador. 
Sin duda, Sostres habría sido un buen servil, que era el nombre que recibían en 1812 los absolutistas partidarios de Fernando VII. Pero para mí la sima, el más abyecto de los serviles, es el juancarlista (ahora reconvertido a toda prisa en felipista) pues son gente defensora de la odiosa arbitrariedad de la institución monárquica viniendo, al menos eso aducen ellos, del republicanismo. 
Tras la huida a Emiratos Árabes Unidos del ladrón salió, como representante de los serviles juancarlistas, Cándido Méndez diciendo que el mutis por el foro regio había sido “duro” para él , pues en la casa de sus republicanos padres había una foto del tipejo. Y me quedo rumiando que ese tipo fue 22 años secretario general de un sindicato (UGT), se supone que de clase, que tiene aún en las cunetas de este país decenas de miles de desaparecidos. Desaparecidos para los que el miserable Borbón no ha tenido nunca una palabra de reconocimiento. En este país tuvimos durante 38 años en la jefatura del estado a un engendro que jamás reconoció a ninguna de las personas que lucharon contra el fascista divinizado que le puso la corona sobre las sienes. Y ese engendro es el que, en otra rosca servilista más de los grandes medios de comunicación, donde es pilar básico el PSOE, trajo, como un moderno Jasón tras arduos trabajos, el vellocino democrático a España, país, por lo que parece, hecho, más que para conquistar derechos, para recibir donaciones de hombres providenciales. 
Para los débiles mentales (al escribir esta expresión se me ha venido a la mente un vídeo repugnante y desolador de toreros dando las gracias a “sumajestá” por apoyar la matanza taurina y hacer tanto por España) que hablan de su derecho a la vida privada, explicarles que desde el momento en que ganas un euro, fuera de tu asignación oficial en metálico y en especie, por tu condición de jefe del estado, para más inri no electo y hereditario, nunca se puede alegar privacidad. Y en el caso de que una gestión tuya contribuya a un beneficio económico al estado, eso jamás justifica una comisión: no eres un comercial. 
También hay que ser simplón, o querernos hacer pasar por simplones a los demás para hacernos creer que el hijo no sabía nada, que la mujer no sabía nada, que la prensa no sabía nada, que los sucesivos gobiernos no sabían nada. Todo el mundo que tenía una migajita de poder miraba, entre loas al bribonzuelo, para otro lado. Y no olvidemos que de esos 38 años de reinado 21 fueron con gobiernos del PSOE. 

Sí, yo detesto al hijo y al nieto de Franco y no detestaré a la bisnieta (que sospecho reinará) porque ya no estaré. Para ello me bastaría aquello que expresaba Saint Just de que “todo rey es un usurpador”, pero yo me atrevo a añadir como baldón (que tal vez nos afrenta más a nosotros por aguantarlo con pertinacia y escapismo tuitero, que a ellos), lo que dicen Los bucaneros (peña antifascista del Rayo Vallecano): “Miserable es quién roba al pueblo pese a tenerlo todo”. Miserable, injusto y arbitrario. O sea, odioso.

jueves, 6 de agosto de 2020

A 75 años de Hiroshima y Nagasaki, el mayor atentado terrorista de la historia, obra de los Estados Unidos de América (EEUU o USA)

En realidad, la esencia del texto, imagino que breve, que me propongo escribir, está en su encabezado, que por un lado hace un guiño al kilométrico título original del “Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa, (…) fue proclamado héroe de la patria, besado por reinas de la belleza (…) y olvidado para siempre” de Don Gabriel y, por otra parte, pretende hacer una definición ajustada y a menudo obviada de lo acontecido, poniendo además, el foco, no pocas veces disimulado, sobre la mano ejecutora de las infames masacres.

Imagino que los puristas del concepto terrorismo estarán en desacuerdo con la tesis que plantea mi título. Me da absolutamente igual. De la hipocresía verbal rampante, que ilumina u oscurece según conveniencia de la clase dominante, hace tiempo que nada espero.

Los hechos son que el 6 y el 9 de agosto de 1945 dos vuelos solitarios y secretos de EEUU lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki, dos núcleos de población civil japonesa, sin siquiera relevancia militar, dos bombas atómicas que generaron hasta finales de 1945 alrededor de 250.000 muertos y centenares de miles de damnificados con heridas que padecerán toda su vida. 

Los bombardeos sobre población civil siempre me han parecido el sistema más cobarde de hacer la guerra. Desde las alturas, como un diosecillo maligno, masacro impunemente. Pero, al menos, cuando ataca una cuadrilla de aviones, siendo inevitable la destrucción, se supone que las alarmas antiaéreas avisan a la población, que quizás disponga de unos minutos, para buscar un lugar bajo tierra, un escondrijo donde intentar sobrevivir, aunque el terror, sí, terror, no se lo quita nadie. 

Los bombardeos sobre Madrid, Barcelona, Guernica, Durango o Alicante que la aviación nazifascista llevó a cabo durante la guerra de resistencia antifascista al golpe de estado de julio del 36 (conocida como Guerra Civil), más allá de la muerte y la destrucción que conllevaban, tenían como objetivo fundamental aterrorizar y, consecuentemente, sembrar la desmoralización haciendo vivir al pueblo en un miedo perpetuo.

Lógicamente, aquella mañana en Hiroshima, a las 8.15, cuando la gente iniciaba sus actividades, no sonaron esas alarmas que, afortunadamente, quienes esto leen y quien lo escribe, solo conocemos por el cine. Como dije más arriba no hubo escuadrilla aproximándose. Se probaba una nueva arma que multiplicaba por mil toda la capacidad destructiva concebida por el ser humano hasta ese momento. Bastó un avioncito y una pequeña tripulación para llevar a cabo el acto más mortífero realizado hasta ahora. Acto que se repitió, con alevosía, tres días después en Nagasaki.

Yo repruebo, me parece inaceptable, cualquier bomba colocada en cualquier lugar que causa muerte y dolor indiscriminado entre la población civil. Me explico: no tengo ninguna cortapisa moral, ni condena, para el atentado que, en plena dictadura del terrorista Franco (ese que nombró al tipo campechano que ha puesto pies en polvorosa llevándose la pasta) quitó la vida el 2 de agosto de 1968 al torturador Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social en Guipúzcoa y colaborador de los nazis. Sé que la violencia, siendo indeseable, existe y, guste o no, es un arma política. Y sé que causa mutilación y muerte entre muchos inocentes (atentados de ETA, trenes de Atocha, la ultraderecha italiana en 1980 en Bolonia, los GAL, etc). Pero sé también que los estados son los entes que tienen mayor capacidad de generar terror. Y las bombas atómicas lanzadas  hace 75 años por EEUU, el estado más poderoso militarmente de la historia, son, con su instantáneo hongo atroz, el máximo exponente del terror. 

También, a veces, ese terror estatal, más modesto, surge en letras muy pequeñas en los medios de comunicación. En una esquinita te cuentan, cuando te lo cuentan, que el ejército colombiano, que no es el malvado y chavista ejército venezolano, en su lucha contra las guerrillas colombianas (tildadas de terroristas o narcoterroristas), asesinó a miles de campesinos a sabiendas de que eran inocentes (asépticamente les llaman falsos positivos) para mostrar “buenos resultados” militares y, de paso, aterrorizar a los campesinos pobres susceptibles de apoyar la lucha guerrillera.

Ahora quiero dedicarme al autor de la masacre de los días 6 y 9 de agosto de 1945. Pero antes les invito a que lean lo que ha escrito hoy en twiter el presidente Pedro Sánchez:

“Hace 75 años se produjo el primer ataque nuclear. Hiroshima sufría la devastación y el horror al explotar allí una bomba atómica. Tres días después ocurriría en Nagasaki. Un terrible episodio que nos muestra el camino: apostemos por la convivencia y la paz. Jamás por el odio.”

No lo puedo evitar, me irritan los equilibristas. No cites al autor Pedro, que es, más que aliado, amo, y se nos enfada. Mientras tanto, por si no están avisados o lo desconocen, ya les digo que uno de los negocios del estado español, apuestas tuiteras del presidente por la convivencia y la paz al margen, es la venta de armas. Entro otros a Arabia Saudi (el jodío campechano siempre asoma el hocico), estado que lleva años martirizando, en una de las muchas guerras olvidadas, a Yemen.

He puesto el tuit de Sánchez porque es el reflejo de los titulares en casi todas las informaciones. Sea en los medios o en las redes. Un poco más y parece que las bombas fueron un desgraciado evento meteorológico. Buscando en las redes datos sobre el número aproximado de fallecidos, fue muy llamativo que de todas los enlaces que me salieron en la primera página del buscador, solo uno de aproximadamente diez tenía en su titular la palabra EEUU.

Una pregunta tontorrona: ¿si el perpetrador de la masacre hubiera sido la Unión Soviética ustedes creen que sucedería lo mismo? Sabemos que no. Aprovecharían cada 6 y 9 de agosto para machacarnos con la maldad intrínseca del comunismo que, desalmado, lanzó una bomba sobre la población civil de un país ya derrotado. 

Sin embargo, el acto terrorista se nos vende, en un ejercicio de política-ficción, como un acto piadoso que ahorró centenares de vidas japonesas… y americanas, claro. La resistencia habría sido palmo a palmo y se habría vertido mucha más sangre, nos dicen los vendedores de esta postura. EEUU podía haber hecho la demostración de fuerza, por ejemplo, a 15 o 20 kms de Tokio, la segunda a 10 kms. Se fue a hacer daño adrede, no se quería ahorrar sufrimiento y pienso que habían dos objetivos principales y uno secundario.

El primero se situaba ya en el escenario posbélico: un mensaje claro y rotundo a la URSS de que ellos, EEUU, salían del conflicto con un arma que les daba clara superioridad en el escenario mundial. Por supuesto, Stalin situó como prioritaria la consecución del arma atómica (el primer ensayo soviético fue en 1949) y comenzó, imparable, la carrera armamentística en el marco de una Guerra Fría inevitable entre dos estados  que, alianza coyuntural contra el nazismo aparte, representaban dos modelos políticos y sociales opuestos.

El segundo objetivo era, quizás este equivocado, pero honestamente lo creo, sacar el experimento del “laboratorio”, ver el daño real sobre los seres humanos (hubo personas de las que quedó una mancha) de un arma que era un salto cualitativo tan tenebroso como gigantesco. 

He hablado también de un objetivo secundario. Y sé que especulo mucho, pero no me olvido que en el ADN del poder estadounidense durante todo el siglo XX y lo que llevamos de éste, está la teoría del “Destino Manifiesto”, surgida en el S. XIX, sobre la que ya escribí un texto. La predestinación, cuasi religiosa, de EEUU, de liderar (y dominar) el planeta. Para gente con esta mentalidad, con un territorio que, blindado por dos océanos, no ha sido atacado en los últimos 200 años por potencia extranjera alguna (salvo una pequeña incursión de Don Francisco Villa en 1916), el ataque a  a la base de Pearl Harbor, aunque fuera a varios miles de kilómetros de territorio continental, tuvo que ser, daños aparte, una afrenta a su orgullo. 

No me extiendo más, como siempre mis textos me ignoran: va a ser corto, dije al principio. Pues se alargo un poquito. 

Y lo extiendo unas líneas más: este 6 de agosto también se cumplen 84 años del fusilamiento del diputado comunista por Las Palmas Eduardo Suárez y del socialista Fernando Egea, delegado gubernativo en el Noroeste de Gran Canaria y farmacéutico de Agaete. Su delito: intentar organizar una resistencia al golpe de estado del 18 de julio. La rebelión fascio-militar acusó al diputado electo cinco meses antes (16 de febrero del 36) de… rebelión. 

En este país disfrazar con palabras la realidad, costumbre que pervive con bastante éxito, viene de muy antiguo.


Posdata: lamento mucho el fondo bicolor, yo soy más de la tricolor, pero reconozco mi incapacidad para solucionar este pequeño problema técnico.