martes, 18 de agosto de 2020

El rey ladrón: entre el odio y el servilismo

Este texto lo comencé antes que el publicado el 6 de agosto, que se me cruzó con una extraña fuerza arrolladora. Aun así decidí, pequeño homenaje a mi callejón, mantener el arranque.

Llevo meses, en cuanto a escribir en éste mi callejón, lugar que un día decidí convertir en mi tribuna de expresión, callado, profundamente callado, contradictoriamente callado. Sin embargo, conversación continua en mi mente, torbellino de neuronas frenéticas, lo merodeo con pertinacia digna de mejor causa, con afán delictivo y con pensamiento criminal, pues poco más cabe esperar de un siniestro callejón que nunca osarían rondar las buenas personas, esa estirpe atemporal que responde al concepto “españoles de bien”.
Publicó el 19 de julio en su muro de Facebook el antropólogo catalán Manuel Delgado (independentista y comunista, para que le explote el cerebrín a tanto internacionalista de nuevo y falso cuño) el siguiente texto:
“Es sobre esto del papel del odio en las luchas sociales. Ese escándalo que le merece a algunos la mera mención de la palabra "odio" se me antoja un resultado más de esa colosal máquina antipasional que es la llamada "educación en valores", que es educación en las nuevas formas de conformismo y sumisión. 
He tenido tres hijas y a todas las hemos educado en el odio. No el odio a nadie, quede claro, sino en el odio a lo que de injusto y arbitrario tiene el mundo que les rodea y padecen. Hemos hecho lo posible para que la realidad les soliviante y les haga sentir rabia”.
Sé que lo que diré gustará poco y parecerá, quizás, intransigente (otra palabra convenientemente denostada para que, simplemente oírla o leerla, nos produzca un rechazo instintivo) pero tengo ya fijada, para los restos de mi vida, mi posición ideológica, mi bando, mi trinchera. Y si estás en una trinchera, compa, una de las cosas que no debe faltar es la munición. Y sobretodo, cuídate de comprar (haciéndole el trabajo al enemigo ¡oh izquierda mía!) munición ideológica averiada que te explote en la cara.
Y la estigmatización del odio, con su para mí asombrosa tipificación penal, y esa alteración, con tendencia al apagón, que produce en las mentes biempensantes de la izquierda, es, no ya la compra de munición averiada, sino puro abandono del campo de batalla, ni siquiera para replegarte a idear futuras contiendas, sino para “cautivo y desarmado el ejército rojo” (¿les suena?) entregarte al enemigo.
Sí, vuelvo a garabatear en mi callejón, sin complejos, observando una realidad que, usando las palabras de Manuel Delgado, me solivianta y me hace sentir rabioso.
Para empezar o continuar (siendo honesto, no sé a donde arribaré, mis escritos, aunque suene contradictorio, son muy suyos) hay una palabra en el texto de Manuel en la que quiero detenerme: arbitrariedad.
Definición de arbitrario de la RAE: “Sujeto a la libre voluntad o al capricho antes que a la ley o a la razón”. Quizá sea un osado, pero matizaría que la ley sea siempre una fuente de no arbitrariedad. Nadie niega el avance que supusieron hace alrededor de 5000 años los primeros códigos escritos que regularon la convivencia de los seres humanos, pero del mismo modo es imposible negar que las leyes han reflejado históricamente la estructura de poder, la división social en clases que es una de las principales fuentes de arbitrariedad.
Por supuesto, la arbitrariedad es la praxis de lo arbitrario. Y pocas cosas hay más arbitrarias que ostentar un cargo público que se basa en una de las cuatro funciones esenciales de cualquier ser vivo (independientemente de su complejidad o simplicidad): la reproductiva. 
Salvador Sostres en una columna titulada El Rey, publicada el 5 de agosto en el ABC, decía lo siguiente (las cinco líneas iniciales reflejan la esencia de su pensamiento): 
“Los reyes, como los papas, no tienen que ver con los hombres sino con Dios. Es estúpido juzgar a los monarcas con criterios terrenales y además no sirve de nada. La monarquía es un don, una encarnación divina; ni es democrática ni está sujeta a las leyes que los hombres nos hemos dado, ni queda totalmente a nuestro alcance comprender su última profundidad y significado (…)”.
Por supuesto, Sostres recibió de lo lindo en las redes. No es mi voluntad defenderlo, pero sí quiero dejar clara una circunstancia: la única manera en que yo podría ser monárquico es si pensara acorde a lo expresado por él. Sólo podría ser monárquico si deificara a un individuo y a su estirpe o, lo que es lo mismo, su semilla. Fíjense que el párrafo es la entronización (nunca mejor dicho) de lo arbitrario, pues se evade por completo de la razón. Para Sostres el poder del rey, como, en el caso español, el del asesino que lo puso (“Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”), proviene de un espacio vetado para el tránsito de los mortales: el divino.
Mucha gente califica de disparatado el texto de Sostres, pero la realidad es que la Constitución Española diviniza de facto a una persona a la que considera “inviolable y no sujeta a responsabilidad”. La irresponsabilidad es, por su omnipotencia de facto, cualidad privativa de los dioses. Dioses que en casi todas las tradiciones operan caprichosamente. Y que, específicamente en la tradición judeo-cristiana, es un tipo muy arbitrario (tú eres mi pueblo elegido y a los otros que los zurzan, o un buen Diluvio Universal para purgar las impurezas humanas, o convertida en estatua de sal por curiosa mientras doy matarile a los sodomitas, o un chivatazo a María y a José para que se piren antes de que Herodes liquide a toda la primogenitura de sus dominios). Un dios protector y (muy) castigador. 
Sin duda, Sostres habría sido un buen servil, que era el nombre que recibían en 1812 los absolutistas partidarios de Fernando VII. Pero para mí la sima, el más abyecto de los serviles, es el juancarlista (ahora reconvertido a toda prisa en felipista) pues son gente defensora de la odiosa arbitrariedad de la institución monárquica viniendo, al menos eso aducen ellos, del republicanismo. 
Tras la huida a Emiratos Árabes Unidos del ladrón salió, como representante de los serviles juancarlistas, Cándido Méndez diciendo que el mutis por el foro regio había sido “duro” para él , pues en la casa de sus republicanos padres había una foto del tipejo. Y me quedo rumiando que ese tipo fue 22 años secretario general de un sindicato (UGT), se supone que de clase, que tiene aún en las cunetas de este país decenas de miles de desaparecidos. Desaparecidos para los que el miserable Borbón no ha tenido nunca una palabra de reconocimiento. En este país tuvimos durante 38 años en la jefatura del estado a un engendro que jamás reconoció a ninguna de las personas que lucharon contra el fascista divinizado que le puso la corona sobre las sienes. Y ese engendro es el que, en otra rosca servilista más de los grandes medios de comunicación, donde es pilar básico el PSOE, trajo, como un moderno Jasón tras arduos trabajos, el vellocino democrático a España, país, por lo que parece, hecho, más que para conquistar derechos, para recibir donaciones de hombres providenciales. 
Para los débiles mentales (al escribir esta expresión se me ha venido a la mente un vídeo repugnante y desolador de toreros dando las gracias a “sumajestá” por apoyar la matanza taurina y hacer tanto por España) que hablan de su derecho a la vida privada, explicarles que desde el momento en que ganas un euro, fuera de tu asignación oficial en metálico y en especie, por tu condición de jefe del estado, para más inri no electo y hereditario, nunca se puede alegar privacidad. Y en el caso de que una gestión tuya contribuya a un beneficio económico al estado, eso jamás justifica una comisión: no eres un comercial. 
También hay que ser simplón, o querernos hacer pasar por simplones a los demás para hacernos creer que el hijo no sabía nada, que la mujer no sabía nada, que la prensa no sabía nada, que los sucesivos gobiernos no sabían nada. Todo el mundo que tenía una migajita de poder miraba, entre loas al bribonzuelo, para otro lado. Y no olvidemos que de esos 38 años de reinado 21 fueron con gobiernos del PSOE. 

Sí, yo detesto al hijo y al nieto de Franco y no detestaré a la bisnieta (que sospecho reinará) porque ya no estaré. Para ello me bastaría aquello que expresaba Saint Just de que “todo rey es un usurpador”, pero yo me atrevo a añadir como baldón (que tal vez nos afrenta más a nosotros por aguantarlo con pertinacia y escapismo tuitero, que a ellos), lo que dicen Los bucaneros (peña antifascista del Rayo Vallecano): “Miserable es quién roba al pueblo pese a tenerlo todo”. Miserable, injusto y arbitrario. O sea, odioso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario