lunes, 3 de febrero de 2020

Reflexión urgente en la inauguración de la legislatura: el Borbón y la izquierda

Casi siempre, más como fruto de mi natural dubitativo que por tenerlo como norma,  antes de escribir un texto me tomo mi tiempo, mi pensamiento remolonea por tal o cual vericueto, del tal manera que cuando el articulito de marras ve la luz el asunto, si era de candente actualidad, ya campa por territorios fríos tendentes a lo gélido.
Sin embargo, hoy, con la inauguración oficial de la legislatura por parte del nieto político de Franco, el nombrado Felipe VI, me he puesto al teclado apenas unas horas después, con una urgencia quizás incompatible con la tristeza untada de resabio que me ha dejado ver las imágenes de los ministros de Unidas Podemos aplaudiendo el discurso viejuno, eterno, que habla de la igualdad mentirosa de todos los españoles unidos y vaguedades varias que son refrendadas por casi 5 minutos de aplausos a una familia que nunca tuvimos la opción de votar.
Siempre se dice desde el espacio de Unidas Podemos que ellos llegan al gobierno para influir en el día a día de “la gente” (cuanto miedo a emplear el concepto clase trabajadora o cualquier otro término que nos suene excesivamente radical o recuerde un pasado rojo). Y yo les creo, y puedo entender que el objetivo, sin quizás, implica, en un gobierno en el que tienes minoría, la ingesta de sapos. Pero hay un pero. Determinados sapos no son de consumo obligatorio, ni son tragados en menor medida  porque parezca que lo hacemos a regañadientes.
Ha sido noticia la circunstancia de que después de 80 años, tras aquellos que integraron algunos gobiernos republicanos durante la Guerra Civil, volvían al ejecutivo ministros comunistas. Esto se personaliza en la figura de Alberto Garzón, quién se ha significado por llamar, con bastante perseverancia, a Felipe VI, el “ciudadano Borbón”. En alguna otra ocasión ya he manifestado mi desacuerdo con tal denominación, porque comete uno de los errores que quizás más ha lastrado al campo comunista: una cierta tendencia a teñir la realidad con un optimismo no justificado.  Sería más lógico que se refiriera siempre a él como el jefe del estado no electo e impuesto por el dictador fascista Franco (que por cierto, aunque me desagrade profundamente, fue mi jefe del estado). 
Yo ansío que Felipe VI sea, desposeído de todos sus títulos y prerrogativas, el “ciudadano Borbón” que a menudo mienta Garzón, pero ahora mismo, aunque nos moleste, y quizás desnude nuestra incapacidad como izquierda, Felipe VI es el jefe del estado no electo del territorio que habitamos hasta que se muera o abdique en la princesa que, escapada de su territorio natural que es el cuento o el papel couche, le sucederá. 
O sea, “sí tenemos rey”. Y también lo tienen, aunque sus poblaciones sean, de manera incuestionable, mayoritariamente republicanas, los vascos y los catalanes. Puse el anterior entrecomillado en alusión al manifiesto conjunto que sacaron ERC, JxC, CUP, EH Bildu y BNG con el título “No tenemos rey”, haciendo referencia a Cataluña, Euskadi y Galicia. Me parece bien la firma del BNG del manifiesto, pero decir que Galicia es mayoritariamente republicana, con tropecientas mayorías absolutas consecutivas del PP en las elecciones autonómicas, es algo osado. Ahora mismo, el único lugar donde existe la lucha activa de una masa significativa de población por la consecución de una república es Cataluña. Creo que a estas organizaciones les faltó un poco de arrojo para escenificar ese rechazo mediante el abandono del hemiciclo cuando comenzara el discurso. Se me dirá que era darle carnaza a la derecha para explotar en vivas al rey y a España. Mejor, así se habría visto quiénes son los monárquicos fervorosos, los entusiastas de la oprobiosa institución. 
Vuelvo a Garzón (y de refilón a Iglesias, aunque éste, con decepción lo digo, ha sido menos significado en su republicanismo que el líder de Izquierda Unida). El sapo que se ha tragado hoy, con el aplauso tímido, flojito para que no suene, era absolutamente prescindible, pues por eso no iba a quebrarse la a menudo mentada unidad de acción del gobierno. Si tal cosa sucediera la flexibilidad sería mínima y la fragilidad máxima. Pienso que, por encima de todo, había una deuda moral, tanto con los luchadores antifascistas que sufrieron desde la pena de muerte hasta la cárcel cuando gobernó el abuelo político de Felipe VI, como con los miles de enterrados en las cunetas que defendieron la Segunda República. Por esa simple razón, recordando el espíritu de lucha de aquellas personas, debía haber negado su aplauso al no electo el ministro comunista Alberto Garzón que, seguro que mucho mejor que yo, sabe que representa al partido que mantuvo la más sostenida lucha contra la dictadura. 

Desde que vi las imágenes me he preguntado qué pensó el nieto político de Franco  cuando vio a los que, vía celestial, hace unos pocos años iban a derrocarlo, aplaudiéndolo. Imagino que se habrá debatido entre una leve inquietud (¿el enemigo en casa?) y una solida satisfacción (¿el enemigo perdiendo músculo, volviéndose fláccido al contacto de la moqueta?).