sábado, 16 de diciembre de 2017

Borrell y la desinfección que viene

Miserable Borrell. Declaró que si solo viera TV3 él también sería independentista. Su argumento es absurdo (y siendo un hombre inteligente no es inocente, sabe que manipula), primero porque el independentismo en Cataluña supera más del 40% y TV3 no llega ni al 15% de espectadores. En segundo lugar, admitiéndole que esté escorada hacia el independentismo, se olvida de que en Cataluña más del 80% de la población ve las unionistas la 1, A3, Cuatro, T5 o La Sexta, emisores donde el predominio del españolismo es apabullante. O sea, la voz unionista es ampliamente mayoritaria en el espectro mediático catalán y casi unánime en el resto del estado. Hace referencia Borrell  a la necesidad de, empezando por los medios públicos catalanes, desinfectar el cuerpo social catalán, foco de enfermedad en un país moralmente “sanísimo” donde gobierna el ínclito M. Rajoy, líder de ese ente corrupto lleno de pus (y votos, no lo olvidemos) llamado Partido Popular. Y el cuerpo enfermo, poseído, es Cataluña, el que necesita ser hundido en la pila del agua bendita que purgue toda su podredumbre separatista, aquel donde unos extraños políticos han acabado encarcelados o en el exilio por intentar cumplir el programa electoral que les otorgó mayoría. Está fracturado el esqueleto social catalán, dicen estos médicos de vocación sepulturera que prefieren a la inane y zombificada sociedad española, ésta sí, absolutamente adoctrinada en un patriotismo que nada sabe de derechos y  que en sus expresiones carceleras (“Puigdemont a prisión”), agresivas (“a por ellos”)  o cutres (“la puta de la cabra”) huele a ese fascismo español que llamamos Franquismo.

No deja de sorprenderme (mi familia dice que siempre estoy sorprendiéndome) que el independentismo no tenga el 60 ó 70 por ciento de simpatías en Cataluña. El principal motivo es que yo no querría estar ni cinco minutos en compañía de una gente, el español común, profundamente codigopenalista (para que usar la razón si tengo una ley a mano que me quita el trabajo), que mayoritariamente, y no exagero, me detesta. Sé que decir esto es políticamente muy incorrecto, pero la persona común, el envenenado por la dosis diaria de anarrosas o grisos o las dosis más suaves, más elaboradas, de los ferreras, si pudieran se quedaban con el solar y repoblaban el territorio con otra “especie” menos levantisca.

Para desinfectar la sociedad catalana nada mejor que “la que se avecina”. Algo que, si se produce, hará estremecerse de gozo al tipo que con el disfrute de la extrema derecha y la aquiescencia del centro derecha (PSOE) seguirá habitando el Valle de los Caídos: una Causa General contra el independentismo que, como la que en 1940 impulso Franco contra la España Roja, ponga en la picota a todo el movimiento soberanista. Pasarán ante los jueces, con mayor o menor grado de implicación, centenares de personas. Y el proceso durará años. Y quizás se arrepentirán de la duda, de no hacer efectiva la independencia cuando, a inicios de octubre, el estado español estaba grogui ante la realización de un referéndum cuya puesta en práctica, con cierta altanería, tachaba de imposible. Puestos a ser acusados de rebelión violenta, aunque sea pacíficamente, rebélate.

La única esperanza, quizás, de parar la acción ejemplarizante que está en marcha y que probablemente se intensifique tras el 21 de diciembre, está en el propio 21 de diciembre. Sólo un resultado espectacular del independentismo podría hacer titubear a la maquina represiva del estado. Pero el miedo siempre es una poderosa herramienta para el poder. No soy optimista. El “coco” de las empresas que huyen despavoridas, la cárcel o la simple melancolía de la imposibilidad de lograr tus objetivos, de que tus ideas estén condenadas al territorio de los sueños, puede abrirle el camino, decaimiento independentista mediante, al borreliano equipo de desinfección.

viernes, 8 de diciembre de 2017

El horno, el fascismo y siempre… la dignidad


Del tripartito que aspira a gobernar Cataluña, el PPSOEC,s, nada digno espero. Son derecha pura y dura. El cinturón de hierro del sistema monárquico. Interpretan sus papeles con mejor o peor convicción y logran que dos tercios o más de los votantes introduzcan en la urna la papeleta de alguno de ellos. Después esos electores vuelven a casa y con mansedumbre asisten a la masacre sostenida de sus derechos, al gobierno de un partido corrupto, felices y contentos de vivir en una democracia que les da la opción de elegir quién incumplirá su programa electoral durante los próximos cuatro años. Visto lo ocurrido en Cataluña, es casi lo mejor, pues parece que el cumplimiento de ese programa puede traerte graves consecuencias penales. Extraño estado ese ente antiguo, que solicita cadenas o prisiones, llamado España. Triste destino el de Oriol, con esos ademanes un tanto cardenalicios, apelando siempre a la no violencia, se ve confinado en prisión por ser, según el juez, una bomba andante, el peligro hecho hombre de un estallido violento. El juez se lo insinúa en su auto: desactívese Oriol, abandone su afán de que haya una explosión que llene de república Cataluña y podrá volver a su cómodo hogar y tendrá toda la “libertad de soñar” (que eso, el ensimismamiento soñador, ha estado permitido siempre), en la intimidad de su hogar mientras juega con sus pequeños vástagos, con una Cataluña republicana en la que no exista un tribunal constitucional que tumbe, una tras otra, todas las leyes de carácter social (15) aprobadas por un Parlament que se creyó soberano. Le faltó al juez advertirle, Oriol, del incierto sino de Puigdemont, condenado a la grisura libre de Bruselas o a la grisura soleada de un apart-penal español.
Como casi siempre me pasa, mis textos, tan o más erráticos que yo, se toman grandes libertades. Siempre les advierto: cuidadín que no está el horno para bollos. Ellos son hijos valientes, pero yo soy un padre cobarde. Un ejemplo: el año pasado me trajo mi hijo de carne y hueso, a estas ínsulas africanas, tras un viaje a Barcelona, cumpliendo un encargo mío (él es un muchacho de orden señor juez, aquí, en Canarias, gracias a la constitución y a la sobresaturación de grandes áreas comerciales en las que somos líderes afroeuropeos, la población está libre de todo adoctrinamiento ideológico), una estelada. Como íntima solidaridad con los alzados catalanes la tengo extendida sobre una parte de la librería en el pequeño cuarto de estudio donde ahora tecleo. Mucho he pensado en desplegarla en mi balcón. Incluso lo consulté, delicioso almuerzo mediante, con un querido amigo. Serio, probablemente también acudieron a su mente el horno y los bollos, me dijo: no, Pepe, no lo hagas. Incluso pensé en mostrar la estelada junto con la tricolor republicana (también tengo la de las 7 estrellas verdes que vergonzosamente no es la oficial de mi patria), que adorna otra estancia de la casa y es la bandera legítima de la España digna, aquella que combatió el fascismo. Pero me vino otro refrán a la mente: igual es peor el remedio que la enfermedad. Quizás en vez de adormecer a la bestia transmitiéndole aquello de "tranquilo, mira, hipotético vecino facha, yo también me siento un poquito español", la bestia se enfurece más pues observa que además de simpatizante del separatismo, soy un puto rojo guerracivilista de esos que se asquean de que el PP haya votado en la Asamblea de Madrid contra la posibilidad, planteada por Podemos, de que la justicia  investigue los crímenes de la dictadura fascista que duró 40 años y no ha procesado a ninguno de sus múltiples represores.
Y aquí enlazo, a lomos de la propuesta de Podemos, con la dignidad que no esperaba en la primera línea de este escrito por parte de ese tripartito de facto, pero que sí exijo, al menos en cierta medida, de Pablo Iglesias, aunque sea por la simple circunstancia de ser un hombre educado en las juventudes del PCE, el partido que de manera más pertinaz lucho contra la dictadura fascista de Franco mientras otros, léase el PSOE, resurgieron vía socialdemocracia alemana cuando ya casi teníamos un dictador cadáver y había que “integrarse” en Europa. Desde esa cultura, y con el independentismo catalán acosado por la represión del estado, es inmoral culpar al soberanismo catalán de contribuir a “despertar el fantasma del fascismo”. Si el Frente Popular no se hubiera constituido y vencido en febrero del 36 la bestia fascista de tres cabezas que puso en marcha su sanguinaria máquina en julio del 36 tal vez nunca habría sembrado de cadáveres las cunetas y no habría existido la posterior dictadura. Con este mecanismo tan miserable de razonamiento podríamos cuestionar los innumerables movimientos políticos que a lo largo de la historia han despertado la reacción de los sectores privilegiados de la sociedad que siempre defienden su status quo. Movimientos políticos que, aun siendo derrotados y ferozmente reprimidos en muchos casos, han ido abriendo muchos caminos. Tú sabes, tacticismos y posibilidades, o imposibilidades, electorales al margen, que al fascismo, vista el ropaje que vista, aunque tenga los correajes guardados, aunque el Rivera se haya dejado al Primo por el camino, solo se le frena combatiéndolo sin tregua ideológicamente, lucha que es hoy, ante la brutal manipulación informativa que convierte a nazis en atribulados vecinos, mucho más complicada que ayer.
Acabo haciendo mención al titular antológico de El País que pasará a los anales de la ignominia: "El separatismo pasea su odio a España por las calles de Bruselas". Anabolizante puro para los del "Puigdemont a prisión", para los del "a por ellos", para los que tienen como himno esa cumbre de la creatividad humana que es "la cabra, la cabra, la puta de la cabra...", para que anunciemos de una vez, Pablo, Monedero (también tiene miga lo tuyo colando, subrepticiamente, a ETA, sabiendo que la simple mención del término activa resortes y desactiva razonamientos), que son otros, los de siempre, quienes tocan las cornetas desperezando al fascismo.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Monigotes

Colgando boca abajo de un puente que cruza una autopista catalana aparecieron, al modo de las venganzas que realizan algunos cárteles de la droga en México, una serie de monigotes con los logos de los partidos unionistas (PPSOEC,s).
No tardó en clamar la armada mediática española contra esta inadmisible barbarie de los independentistas amedrentadores del pobre y “acollonit” unionismo. Un unionismo que cada vez que ha salido a manifestarse lo ha hecho de la manita de un fascismo que casi siempre, cuando acaba la convocatoria oficial, se dedica a repartir hostias, probablemente siguiendo la doctrina del malvado Cañizares (lo llamo malvado porque creo que le ofendería más que le llamara ignorante; además se que es imposible que desconozca que en múltiples luchas por la independencia nacional, Irlanda, por ejemplo, el catolicismo ha sido fuerza mayoritaria e incluso rectora) que les allana el camino moral cuando, desde su eminencia eclesial dictaminó lo siguiente: “no se puede ser independentista y buen católico”. Si no eres santo, eres diablo. Y contra la bestia, esa que en palabras del maestro Silvio “ruge y canta a ciegas”, es lícita la espada flamígera. La filosofía de base es la misma, o peor, que aquella que destinó concienzudos debates a establecer si mujeres, negros, o indios tenían esos volátiles 21 gramos que algunos llaman alma.
El unionismo en Cataluña está tan indefenso que ha logrado que dos líderes sociales y más de medio Govern independentista estén en prisión, mientras el resto, President incluido, está en el exilio. De propina, el indefenso mozuelo ha conseguido que imputen a 700 alcaldes, independentistas por supuesto, y que el color amarillo, en un baile agarrado entre la infamia y el ridículo, esté prohibido en las fuentes y edificios públicos de Barcelona. Anemia pura la de esta muchachada horrorizada por los monigotes que, para regocijo de su ideología ultraderechista, ha logrado que  se prohíba que en la fachada de la Conselleria de Economía figuren dos pancartas con dos palabras, según parece, inadmisibles para el estado español: “libertad” y “democracia”.
El gran problema es que aquí, mientras los grandes medios montan su numerito por unos monigotes mal hechos y que seguramente son de falsa bandera, la Fundación Francisco Franco, que mantiene excelentes relaciones con la Fundación Adolf Hitler (sujeto convenientemente monigoteado por el Ejército Rojo) y con la Fundación Benito Mussolini (éste si fue ajusticiado y colgado por los partisanos), celebra una cena para recordar con devoción a su líder, el mayor terrorista español del S. XX, y cagarse en los más de 100.000 antifascistas que siguen en cunetas y fosas comunes.
Mientras, escalando la vileza, un tipo llamado M. Rajoy en algún papelito comprometedor, monigote de la oligarquía (también de la catalana, que con tantos parabienes lo recibió en un acto reciente) declaró que no sabía porqué le habían quitado a la calle en la que pasó su tierna infancia (no, no es retórica, la infancia casi siempre la recordamos con una matizada ternura) el nombre de Salvador Moreno, un militar fascista que participó en el golpe de estado el 36, fue ministro un par de veces con Franco y durante la guerra tuvo el repugnante honor de dirigir el acto más sangriento de la guerra, “la desbandá”,  un bombardeo inmisericorde que se realizó desde el mar en febrero de 1937 sobre miles de personas que huían por la carretera costera que une Málaga y Almería.
El problema es que en este país ninguno de los monigotes que sirvieron a la dictadura fascista de Franco ha pasado, al contrario que los miembros del Govern, ni cinco minutos en la cárcel. Como digo más arriba, quizás mientras tecleo esto, ocho y media de la noche del 1 de diciembre, están de francachela conmemorando a su jefe.
Nos queda el consuelo de que a veces el monigote fascista, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, en Argentina, recibe su merecido en forma de 29 condenas a cadena perpetua por los crímenes cometidos mediante los llamados “vuelos de la muerte” que arrojaban secuestrados al mar. Acabo con un dato que debería sonrojar a quién hable de la Modélica Transición Española: en Argentina, hasta el mes de octubre de este año, habían sido condenadas 818 personas (754 más están siendo enjuiciadas) por crímenes cometidos durante la dictadura militar que gobernó el país de 1976 a 1983. Aquí duró 40 años, casi seis veces más, y ni siquiera hemos sido capaces de desenterrar los huesos secuestrados de los antifascistas. Esas personas dignas, que no monigotes, a los que M. Rajoy y su partido, con total impunidad, ningunean.