Colgando boca abajo de un puente que cruza una autopista catalana aparecieron, al modo de las venganzas que realizan algunos cárteles de
la droga en México, una serie de monigotes con los logos de los partidos
unionistas (PPSOEC,s).
No tardó en clamar la armada mediática española
contra esta inadmisible barbarie de los independentistas amedrentadores del
pobre y “acollonit” unionismo. Un unionismo que cada vez que ha salido a
manifestarse lo ha hecho de la manita de un fascismo que casi siempre, cuando
acaba la convocatoria oficial, se dedica a repartir hostias, probablemente
siguiendo la doctrina del malvado Cañizares (lo llamo malvado porque creo que
le ofendería más que le llamara ignorante; además se que es imposible que
desconozca que en múltiples luchas por la independencia nacional, Irlanda, por
ejemplo, el catolicismo ha sido fuerza mayoritaria e incluso rectora) que les
allana el camino moral cuando, desde su eminencia eclesial dictaminó lo
siguiente: “no se puede ser independentista y buen católico”. Si no eres santo,
eres diablo. Y contra la bestia, esa que en palabras del maestro Silvio “ruge y
canta a ciegas”, es lícita la espada flamígera. La filosofía de base es la
misma, o peor, que aquella que destinó concienzudos debates a establecer si
mujeres, negros, o indios tenían esos volátiles 21 gramos que algunos
llaman alma.
El unionismo en Cataluña está tan indefenso que ha
logrado que dos líderes sociales y más de medio Govern independentista estén en
prisión, mientras el resto, President incluido, está en el exilio. De propina,
el indefenso mozuelo ha conseguido que imputen a 700 alcaldes, independentistas
por supuesto, y que el color amarillo, en un baile agarrado entre la infamia y el
ridículo, esté prohibido en las fuentes y edificios públicos de Barcelona. Anemia
pura la de esta muchachada horrorizada por los monigotes que, para regocijo de su
ideología ultraderechista, ha logrado que se prohíba que en la fachada de la Conselleria
de Economía figuren dos pancartas con dos palabras, según parece, inadmisibles para
el estado español: “libertad” y “democracia”.
El gran problema es que aquí, mientras los grandes medios
montan su numerito por unos monigotes mal hechos y que seguramente son de falsa
bandera, la Fundación Francisco Franco, que mantiene excelentes relaciones con
la Fundación Adolf Hitler (sujeto convenientemente monigoteado por el Ejército
Rojo) y con la Fundación Benito Mussolini (éste si fue ajusticiado y colgado por
los partisanos), celebra una cena para recordar con devoción a su líder, el
mayor terrorista español del S. XX, y cagarse en los más de 100.000
antifascistas que siguen en cunetas y fosas comunes.
Mientras, escalando la vileza, un tipo llamado M.
Rajoy en algún papelito comprometedor, monigote de la oligarquía (también de la
catalana, que con tantos parabienes lo recibió en un acto reciente) declaró que
no sabía porqué le habían quitado a la calle en la que pasó su tierna infancia (no,
no es retórica, la infancia casi siempre la recordamos con una matizada ternura)
el nombre de Salvador Moreno, un militar fascista que participó en el golpe de
estado el 36, fue ministro un par de veces con Franco y durante la guerra tuvo
el repugnante honor de dirigir el acto más sangriento de la guerra, “la desbandá”,
un bombardeo inmisericorde que se
realizó desde el mar en febrero de 1937 sobre miles de personas que huían por
la carretera costera que une Málaga y Almería.
El problema es que en este país ninguno de los
monigotes que sirvieron a la dictadura fascista de Franco ha pasado, al
contrario que los miembros del Govern, ni cinco minutos en la cárcel. Como digo
más arriba, quizás mientras tecleo esto, ocho y media de la noche del 1 de
diciembre, están de francachela conmemorando a su jefe.
Nos queda el consuelo de que a veces el monigote
fascista, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, en Argentina, recibe
su merecido en forma de 29 condenas a cadena perpetua por los crímenes cometidos
mediante los llamados “vuelos de la muerte” que arrojaban secuestrados al mar. Acabo
con un dato que debería sonrojar a quién hable de la Modélica Transición Española:
en Argentina, hasta el mes de octubre de este año, habían sido condenadas 818
personas (754 más están siendo enjuiciadas) por crímenes cometidos durante la
dictadura militar que gobernó el país de 1976 a 1983. Aquí duró 40 años, casi seis veces
más, y ni siquiera hemos sido capaces de desenterrar los huesos secuestrados de
los antifascistas. Esas personas dignas, que no monigotes, a los que M. Rajoy y
su partido, con total impunidad, ningunean.
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