jueves, 26 de julio de 2018

Lazos amarillos en el salón


La apropiación del espacio público.
Es uno de los sonsonetes más recurrentes de los españoles unionistas. Hago esta precisión porque, aunque poco relevantes y mediáticamente ninguneados, existen los españoles que defienden el derecho de un pueblo determinado (canario, vasco, catalán, gallego, etc) a decidir si quiere constituir un estado propio o no. Y, la verdad, sigue sin ocurrírseme un modo mejor para decidir sobre este asunto que con la consulta, previo y exhaustivo debate, a ese pueblo. Sé que pocas independencias estatales se han logrado de modo tan civilizado. El camino más habitual es la fuerza, la violencia. Se lo leí en alguna ocasión al historiador Josep Fontana. Decía algo así: las independencias se logran mediante guerras de liberación o insurrecciones armadas. Tiene toda la razón. Sudamérica, Cuba, Argelia, Estados Unidos y otros muchos territorios no pasaron por urna alguna para constituir sus estados nacionales. O sea, sangre y más sangre. La que se encontró el elegido al que Silvio Rodríguez hizo bajar a “la guerra, perdón, quise decir a La Tierra”. Esto que escribo no es opinión. Es historia o, para ser más correctos, sucinta descripción.
¿Cuándo los criollos de América del Sur, liderados por Simón Bolívar o San Martín, iniciaron su rebelión armada contra la corona española eran el 50,01% de la población de esos territorios? Nunca sabremos la respuesta a tan extemporánea pregunta. Pero me atrevería a decir que, partiendo de la base de que las grandes mayorías iletradas de inicios del XIX pensarían, circunstancia que en cierta medida aún sucede, con la cabeza del amo o de su intelectual, el cura (ya sé que hubo curas independentistas como el mejicano Morelos), lo más probable es que más de la mitad de la población de esos territorios fueran fieles al rey, al “virgencita que me que como estoy” del orden establecido, pues quizás cuando tienes poco, y la vida te apalea, la mayoría piensa más en conservar ese mínimo que en luchar por mejoras que suponen inciertas.
Saben un hecho que intentaron, lográndolo o no, todas estás sublevaciones o rebeliones más o menos encarnizadas que en el mundo han sido (seré honesto con quién me lee: tras mis derivas mentales de alguna manera tengo que enlazar con la frase inicial, esa que debería ser el hilo conductor del texto), efectivamente, apropiarse u ocupar o dominar el espacio público. El espacio público, las calles y las plazas, es el territorio esencial de la disputa, de la confrontación política, sea esta violenta o pacífica.
El 15M, ocupando durante muchos días con no más de 15 ó 20.000 personas (contingente bastante pequeño en una ciudad de 4 millones de habitantes) un lugar emblemático como la Puerta del Sol de Madrid, sería un buen ejemplo de movimiento pacífico que con su simple visualización en forma de múltiples tiendas de campaña y gente debatiendo en una plaza, tuvo una fuerza  grande y, por su propio cariz carente de directrices claras, una efervescencia corta. Y hubo diferentes réplicas, convirtiéndose muchas plazas del país en espontáneas ágoras. Y algunos analistas, más sabios o perspicaces, dicen que esas plazas parieron a Podemos. Y Podemos, indirectamente, parió a Ciudadanos (“el Podemos de derechas”) como opción de gobierno preparada, si el régimen peligraba mucho, por unos poderes fácticos, con razón o no, algo preocupados por unos morados que, disculpen a este radical, percibo bastante timoratos. 
Sí, ocupar el espacio público, es un deber de de la acción política. Y la acción política es, engañifas aparte, desafío y disputa. Y, aún negando mi propia existencia, sé que la acción política que se queda en casa, aunque “ardan” las redes sociales, no es nada.
Ahora se han inventado, para acallar la protesta de buena parte de la sociedad catalana (nunca protesta una sociedad en pleno, salvo en la sociedad ciudadana-pepera de los buenos españoles), esa imbecilidad llamada “neutralidad del espacio público” como antídoto a la apropiación u ocupación de ese territorio que debería ser arcadia feliz destinada a juegos florales.
La última polémica sobre este tema son las cruces amarillas. Parte del independentismo, con un sector en contra, ha escogido, entre otras iniciativas, como método de lucha pro liberación de los presos políticos hacer “plantadas” de cruces amarillas en espacios públicos como playas o plazas.
Como he dicho es una medida polémica dentro del propio espacio independentista pues la cruz como símbolo no complace a mucha gente porque tiene una connotación marcadamente religiosa e incluso funeraria (sus defensores alegan que precisamente quieren simbolizar eso: la muerte de la democracia). En cualquier caso es un reflejo de que el movimiento independentista es interclasista y en el conviven sensibilidades diferentes con iniciativas diversas.
Las cruces han saltado con fuerza a la palestra por lo ocurrido el domingo 22 de julio cuando una persona con un coche entró en la plaza de Vic y, con una conducción temeraria, arrambló con muchas de las cruces allí ubicadas.
La culpa del acto vandálico, tras una protocolaria condena con “la boca chica” por parte del PPSOEC,s y toda la aplastante fanfarria mediática unionista, era de lo expresado en la primera línea de este texto: la apropiación del espacio público por el independentismo. Y se miente y se desvirtúa con descaro. El acto contaba con permiso del ayuntamiento y un límite temporal (sábado y domingo). O sea, no había ocupación indefinida. Por contra, hay un espacio público ocupado desde hace 60 años por una gigantesca cruz fascista que nadie osa tocar y que estoy convencido que en muy poco incomoda a muchos de los que no soportan las cruces amarillas.
El unionismo (brazo judicial español mediante, pues en cuatro jurisdicciones de Europa los exiliados están libres) encarcela a los políticos independentistas que quisieron llevar a cabo su programa electoral, que ganó las elecciones, y apalea el 1 de octubre, vía policial, a gente que quería votar pacíficamente. Aún así, después de demostrar su enorme poder fáctico, el unionismo le quiere negar al independentismo, criminalizándolo y tildándolo de autoritario, la posibilidad de protestar por diferentes medios, que hasta ahora han sido siempre no violentos, acogiéndose a la falacia de una inexistente pulcritud de los espacios públicos.
Acabado el texto, y perteneciendo al sector laico, voy a protestar poniendo lacitos amarillos en el salón. 

martes, 17 de julio de 2018

El 18 de julio y los putrefactos


A mediados de los años 20, en la Residencia de Estudiantes, se puso de moda un vocablo: putrefacto. Saco de un artículo que se llama “El putrefacto y el carnuzo” de Manuel Fructuoso, ubicado en un blog dedicado a la figura de Luis Buñuel, el siguiente extracto: “Rafael Alberti nos da la que podemos considerar la definición más completa: El putrefacto, como no es difícil deducir de su nombre, resumía todo lo caduco, todo lo muerto y anacrónico que representan muchos seres y cosas”.

Hablamos de los años 20 del siglo pasado, en plena dictadura de Primo de Rivera, esa que se instauró con el beneplácito de Alfonso XIII. Imagino que, aunque después sus trayectorias vitales fueron divergentes (Lorca asesinado, Alberti y Buñuel exiliados, Dalí instalado en el negocio) por esa ruptura brutal que significó el golpe militar del 36, aquellos jóvenes, cuyas fotos todos los que orbitamos en la poesía y la izquierda tenemos en mente, considerarían dentro de lo anacrónico, caduco y si no muerto, próximo a fenecer, esa “cosa” que denominamos monarquía y que se encarna en un “ser” único.

Casi 100 años después, en un nuevo 18 de julio, hay un cruce de aromas y dos putrefactos, cada uno a su manera, pero fuertemente imbricados. Franco y Juan Carlos. Padre e hijo. El primero recibió el domingo 15 de julio, brazo en alto, el homenaje de centenares de fascistas que proclaman que “El Valle no se toca”. Por cierto, el diario Público fue el único medio que tras rectificar, al principio utilizó el indefinido y hasta enternecedor “nostálgicos”, los llamó por su nombre: fascistas. Lo que no dijo ningún diario es que los concentrados estaban enalteciendo a un jefe terrorista responsable de más de 100.000 desaparecidos. Y tampoco dijo ningún diario, porque no ocurrió, que apareciera la policía para intervenir en el asunto e identificar a tanto sujeto alabador de http://josejuanhdezlemes.blogspot.com/2013/07/la-18-de-julio-la-banda-terrorista-mas.html La 18 de julio, la banda terrorista más criminal de la Historia de España. Esa policía desaparecida del infausto Valle, que permite a los fascistas campar a sus anchas, si ha estado presente en los recién acabados Sanfermines, citando a los vecinos que han puesto en sus balcones pancartas denunciando la impunidad de la violencia policial ejercida en las fiestas de 1978 y que le costó la vida a Germán Rodríguez. Con tanto descaro como retorcimiento asqueroso de la decencia se cita a esos vecinos por un hipotético “delito de odio”. Gente con el alma putrefacta quiere “matar” a Germán Rodríguez por segunda vez, no sólo negándole justicia, cosa que nunca ha recibido, sino, lo que es más indignante, persiguiendo a quiénes la reclaman. Mientras tanto el gobierno “socialista” español negocia con la familia del jefe terrorista y la Iglesia sacar el cadáver del Valle de los Caídos. Nunca sobra tacto y delicadeza en este país con todo lo que huele a fascismo y sotana. Y es revelador tanto encaje de bolillos jurídico para exhumar a Franco, en contraste, por ejemplo, con la rapidez con la que el anterior gobierno facilitó la salida de las sedes sociales de empresas radicadas en Cataluña.

El hijo, Juan Carlos, es el que mayor aroma desprende ahora. Éste también estuvo casi 40 años en la jefatura del estado. Y fue titulado, con el loor unánime de los medios, como el padre de la democracia. Nos guste o no, cuando sale el presidente de Fundación  Nacional que lleva el nombre del jefe terrorista diciendo que nuestra democracia se fundamenta en su amado líder, tiene la parte de razón que lleva el nombre del emérito. Nos lo han repetido hasta la saciedad: hay democracia gracias a la monarquía…  restaurada por Franco. La democracia era algo concedido, delegado graciosamente por su majestad. Incluso surgió el simpático espécimen que se autodenominaba “republicano juancarlista” (que se estará pensando, imagino, si deviene en “republicano felipista”). Si él se lo creía no es raro que viera lógico cobrarse la democracia concedida al pueblo español en forma de sustanciosas comisiones. Tampoco deberíamos sorprendernos
en el sentido comercial, desde el momento en el estado español deriva en la Marca España, es lógico que el presidente del Consejo de Administración quiera el beneficio correspondiente.

Así, el fuera de la ley (como tal fue declarado por la República, por eso creó su propia legalidad, de la que venimos) engendró otro fuera de la ley. O, para ser más precisos, alguien que según su entrañable amiga Corinna “no distingue lo legal de lo ilegal”. Ante esta y otras muchas afirmaciones de similar gravedad ha imperado el mutismo de la Regia Casa, comisionista incluido, y una declaración de la Ministra portavoz del gobierno Isabel Celaá donde nos trata directamente como a imbéciles. Textual: “Afortunadamente no afectan al jefe del estado su majestad Felipe VI, son grabaciones antiguas y por tanto, ni las consideramos”. Ministra, que el actual es nieto (político) e hijo (biológico y político) de dos delincuentes. Y que nadie me saque el argumento de que un hijo no paga las fechorías de un padre. Estaré de acuerdo desde el momento en que ese hijo someta la institución que le permite tener un cargo vitalicio, sin más mérito que ser la resultante del espermatozoide más avezado, al voto de la ciudadanía. Mientras eso no suceda, en gran medida por culpa nuestra, pues mientras hervimos en la red las calles están gélidas, pensar en la inocencia del hijo es ser, francamente (nunca mejor dicho) babiecas y tolerar al putrefacto(s) que nos cabalga.

Acabo con lo que me parece un signo máximo de putrefacción: el afán desmedido, inhumano, de riqueza. Una riqueza a la que ya tu cuerpo o tu mente no pueden dar cobijo porque ya posees toda la riqueza que te permite hacer, en el sentido material o espiritual, todo lo que quieres. Antes de que, avaricioso, exigieras, según Corinna, una comisión de 80 millones por la construcción  del AVE a La Meca, ya tu capacidad crematística te permitía ir cuando quisieras donde quisieras con todo tipo de comodidades y lujos. Sí, Juan Carlos, antes de nacer, el 18 de julio de 1936, con la sublevación fascista de tu padre político, empezaste a ganar la lotería.

sábado, 14 de julio de 2018

Desarticular


Desarticular.

RAE:
"Dicho de la autoridad: Desorganizar una pandilla de malhechores o una conspiración u otra confabulación, deteniendo a los individuos que la forman o a los principales de ellos".
Google:
"Deshacer o destruir un sistema o una estructura, especialmente la organización de un grupo ilegal o delictivo".
He obviado la definición referente a elementos físicos, un hombro que se sale o quitar una o varias piezas de un mecanismo concreto.
El objeto de este texto trata de organismos configurados por asociaciones de seres humanos.
De las dos definiciones que he traído a colación me parece bastante más precisa,  aunque sea paradójico por su amplitud, la de Google. La de la RAE, queramos o no, pone el acento, al citarlos en primer lugar, en “pandilla de malhechores”. Así se asocia el término desarticulación con un elemento siempre positivo. La de Google en cambio hace referencia en primer término a la destrucción de un “sistema o estructura”. Después habla de “grupo ilegal o delictivo”, evitando calificaciones morales como el mentado malhechores de la RAE.
Cuando el fascismo español, en su larga vida, capturaba (desarticulaba, era la palabra que habitualmente se usaba en los comunicados policiales oficiales) una célula del Partido Comunista de España u otra organización de izquierdas, estaba deteniendo a un grupo ilegal, o delictivo, con arreglo a las leyes, que las tenía, de la Dictadura. Pero bajo ningún concepto
la Brigada Político-Social (hubieron cientos de Billys el Niño) estaba deteniendo a un grupo de malhechores. Eran héroes (y heroínas) que arriesgaban su vida y su libertad y por norma eran sometidos a tortura.
El icono, la imagen más reproducida del siglo XX, el mítico Che Guevara, era un malhechor para las autoridades bolivianas que lo asesinaron y “desarticularon”, eliminándolo por completo, su grupo de guerrilleros.
La palabra tiene connotaciones totalizadoras. La desarticulación busca la eliminación absoluta del grupo perseguido aunque nunca lo llegue a lograr el ente perseguidor. En los 40 años de fascismo cayeron muchas estructuras del PCE, pero el PCE pervivió. El estado desarticuló, a lo largo de los años, muchos comandos de ETA, pero, relatos aparte, nunca lograron la eliminación total, vía policial, de la organización.
El responsable último de esta perorata sobre el término “desarticular” es el expresidente del gobierno José María Aznar, que el pasado 3 de julio, en una entrevista en Onda Cero, dijo que era un “error muy grande no haber intervenido para desarticular el movimiento separatista, y que este siga vivo”.
Dejando de lado que intervenir se intervino, piolines y 155 mediante, desde que oí en diferentes medios el “corte” con la palabrita de marras, ésta se me quedó pululando en la cabeza. La expresión, bajo mi punto de vista, es brutal. Lo expresa sin complejo alguno: había que “matar” (es lo que expresa cuando dice que es un error que “este siga vivo”) al movimiento separatista.
Muestra un pensamiento profundamente antidemocrático. Trata con una terminología de exterminio a un movimiento político pacífico que aglutina a más de dos millones de personas y alrededor de un 48% de los votos con los que ha ganado, por mayoría absoluta de diputados, dos elecciones consecutivas. Aznar considera la actual persecución judicial del estado español, que mantiene en prisión a nueve líderes independentistas, y a seis más en el exilio, absolutamente insuficiente. Aplica la definición de la RAE. Para él, quién cuestiona la sacrosanta unidad de España se constituye automáticamente en un grupo de malhechores. Circunstancia que se produce cuando ese “grupo”, de más de dos millones de personas, tiene la osadía de pasar de la pura retórica (soy independentista pero me resigno, de facto, a no conseguir nunca la independencia) al arduo campo de la práctica. Entonces procedo a criminalizarte, aparte de con las herramientas contundentes del estado, con un vocabulario que produzca asociaciones mentales perversas entre la ciudadanía. Y la palabra desarticulación hace que muchas personas automáticamente piensen en el sujeto desarticulado como un ente delincuencial, aunque, como dije más arriba, el delincuente (véase el líder terrorista Franco o su hijo político, el comisionista que cobró a precio de crack futbolístico su intermediación con los saudíes para el AVE a La Meca) en algunas ocasiones puede ser el jefe del estado perseguidor.
Lo que Aznar no hace es ilustrarnos con la metodología que debe usarse para desarticular un movimiento político y social que tiene un suelo de aproximadamente dos millones de personas en un país de siete millones y medio de habitantes. Una de la tantas variantes imaginables, y no de las peores, podría ser, por no ponernos tremendistas, el aplicado por la Audiencia Nacional a Tamara Carrasco, activista de los CDR a la que una Fiscalía enloquecida quería acusar de terrorismo, confinada cautelarmente en Viladecans, su municipio, y a la que la citada Audiencia denegó un permiso para visitar a su madre, convaleciente con una pierna rota por un accidente, en el municipio de San Vicenç dels Horts. Como dato aclarar que ambos municipios distan 17 kilómetros. Mientras tanto, dejando pasear un poquito al poetastro demagogo, parte de La Manada se calienta al sol de las noches de Ibiza.

Posdata: pido mil disculpas a quién lea el texto por el "subrayado" en blanco, pero no sé ni su origen ni como eliminarlo.

domingo, 8 de julio de 2018

Pastrana contra Marlaska (o viceversa)


Manuel Pastrana y Fernando Grande-Marlaska. Dos nombres y dos caras de un tenebroso asunto. O tal vez dos cruces.
El primero salió en el programa Preguntes freqüents de TV3 el sábado 30 de junio. Dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

«No le va a invitar a un café a un detenido. Hay que sacárselo como se pueda», respondió a la pregunta sobre si era habitual pegar a los detenidos, para reconocer a continuación que «en España sí se ha castigado, pero no tanto como en otros países».
« ¿Son torturas? ¿Se puede hablar de torturas?», preguntó la presentadora, a lo que Pastrana respondió con un contundente «obviamente».
Sin pelos en la lengua, el guardia civil dijo que los vascos, «por regla general, son blandos. Cuando se les toca un poquito cantan».
Quién así habla sabe de que va el asunto. Entró en la guardia civil en 1971. O sea, el individuo estuvo, es un dato objetivo, al servicio de una dictadura criminal y fascista. Llegó a estar infiltrado en ETA y perteneció a los servicios de inteligencia de la también llamada benemérita. Y ahora, jubilado, es carne de libro a través de un periodista llamado Joaquín Vidal. Y visto que aquí la impunidad es norma (hoy 8 de julio se cumplen 40 años del asesinato por la policía de Germán Rodríguez en los Sanfermines de 1978 sin que nadie haya sido juzgado) parece que decidió sincerarse y contar su ajetreada vida. Es un dato que desconozco, pero no tengo noticias de que la guardia civil, como institución, haya desmentido sus graves declaraciones. Tampoco las ha cuestionado ninguna otra institución de un estado que debería estar preocupado porque uno de sus servidores ha confesado (sin mal trato o tortura alguna), que el organismo para el que el trabajaba, vulneraba con regularidad la ley.
Declaraciones que vienen a corroborar, aunque sea de manera indirecta, lo expuesto en el informe “Tortura y malos tratos en el País Vasco entre 1960 y 2014”, elaborado por el Instituto Vasco de Criminología y la Universidad del País Vasco en el que se contabilizan 4.113 denuncias. Y ojo, piensen que es un estudio solo del ámbito vasco.
¿Soy un tipo disparatado si pienso que alguna instancia judicial tendría que llamar a declarar a este señor? Ha confesado en público, ante centenares de miles de televidentes, con un escueto “obviamente”, que en el estado español, a pesar de la blandura congénita del vasco, se ha practicado de manera sistemática el mal trato y la tortura por parte de los cuerpos de seguridad. Insisto, lo dice un guardia civil jubilado y sardónico que no ha sido un número más, pues el sujeto también estuvo en los aledaños del 23F, cuyo origen, por confesión personal de Tejero, situó en La Zarzuela.
Podría haberse animado a citarlo para declarar, si ahora no fuera Ministro del Interior, el hasta hace poco juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska, que la semana pasada, en sede parlamentaria, interpelado acerca del informe antes citado, dijo una frase memorable, digna de figurar en un texto religioso antiguo y dogmático, nacido para embridarnos el pensamiento: “La única verdad es la judicial”. La frase es espeluznante. Si la única verdad es la judicial se supone que todo lo que, en materia de derechos humanos, queda fuera de ese “paraguas” es mentira. ¿En ese informe de más de 400 páginas hay más de 4000 mentirosos? ¿Todos los “refugiados” en la justicia argentina que la justicia española no investiga son mentirosos? ¿Las más de 100.000 víctimas del jefe terrorista Franco enterradas en cunetas por todo el estado español, durante más de 80 años ignoradas por la judicatura española, son mentira?
Pienso que sería interesante, el juez niega lo que el guardia afirma, organizar un debate o, ya que estamos moviéndonos en el ámbito judicial, un cara a cara entre Grande-Marlaska y Manuel Pastrana. O, como ya insinué, un cruz a cruz,  al menos desde el punto de vista de quiénes hayan pasado por sus manos. 
La esencia es que el uno sin el otro no pueden existir. Ambos forman parte del engranaje del poder. Son gente necesaria. Aunque a veces queden con unas vergüenzas al aire, que siempre tapan, ignorándolas, los grandes medios de comunicación. Los dos nos hacen confesiones que nacen de la prepotencia (“obviamente”) o el enfado (“la única verdad…”) porque saben que en un país donde cuesta un mundo quitarle una medalla a un torturador ellos son simplemente intocables.
Mientras tanto me ha asqueado ver el jolgorio de la progresía hispana, la que obvia todo lo anterior, por la condena, en Chile, a los asesinos del cantante comunista (siempre se olvidan de este dato) Víctor Jara. Harto de celebrar triunfos ajenos y distantes, con que se nos cayera la cara de vergüenza por las derrotas propias habría suficiente.
Progresía en cambio callada ante el hecho, escandaloso y criminal, de que la euroorden que solicita a Bélgica la extradición de Valtonyc tiene marcada la casilla “terrorismo”. Igual las opciones las estudiaron conjuntamente Pastrana y Grande-Marlaska.

miércoles, 4 de julio de 2018

Presos políticos de ayer y de hoy


El libro ‘Así fue la dictadura’ recoge 10 historias de personas que lucharon contra el franquismo, desde el fin de la Guerra Civil hasta la Transición
Víctor Díaz-Cardiel, nacido en 1935, fue detenido en 1965, torturado y condenado a 13 años de cárcel por pertenecer al Partido Comunista de España (PCE).
(…)
“Sé lo que es ser un preso político. Yo lo fui. Nueve años seguidos. Y no tiene nada que ver con esos independentistas que se dicen ahora presos políticos. Y si nos comparamos con mi pobre padre, para qué le voy a contar. No se le fue nunca el miedo. Nunca. Hasta que se murió. Por lo menos esto de los independentistas que se quieren presos políticos nos ha devuelto un poco en la superficie a nosotros, porque si no de qué vamos a salir en ningún sitio. Pero lo de Cataluña no es lo mismo. Hay que marcar las diferencias, porque, si no, aquí se blanquea hasta el día en que vives. Hasta el día que naces, te dicen que no, que usted se equivoca, que no ha nacido ese día… Cómo es posible que haya tanto olvido en este país, porque, hombre, un golpe militar, una guerra y 40 años de dictadura, pues no se pueden olvidar así como así…”.


El texto que antecede proviene de un libro donde diez luchadores antifascistas de la época de Franco cuentan sus experiencias. Es la parte final de un extracto publicado en El País y recogido por la página web de UCR.
En un estado donde los “héroes” democráticos son un falangista (Adolfo Suárez) y el hijo político de Franco (Juan Carlos I), desgraciadamente los luchadores contra el fascismo no tienen el reconocimiento político y social que deberían. Cualquier obra que le acerque a la sociedad española (aunque estos libros solo llega a los ya convencidos) la realidad represiva del régimen terrorista que gobernó durante 40 años es necesaria.
Pero me duelen ciertas artimañas. Los que halagan para menoscabar. Desde hace unos meses se ha puesto de moda el enaltecimiento de los presos de la Dictadura como una manera de menospreciar, de desvalorizar la cárcel que padecen los presos políticos catalanes. Me da pena que Víctor Diaz-Cardiel, después de contar su terrible peripecia y su posterior ninguneamiento, como colofón de su testimonio se preste a ese juego en el que están siendo utilizados interesadamente por un estado que está actuando represivamente en Cataluña. Incluso el mismo se da cuenta de que los utilizan cuando expresa lo siguiente: “Por lo menos esto de los independentistas que se quieren presos políticos nos ha devuelto un poco en la superficie a nosotros, porque si no de qué vamos a salir en ningún sitio”. Más razón que un santo. El País, con mucha más difusión de la que tendrá el libro, escoge este testimonio porque refuerza su posición de que en España no hay presos políticos. Le interesa mucho más apuntalar esta idea dominante que mostrarnos la iniquidad de un régimen fascista e impune cuyas víctimas se han ido a 10.000 kilómetros a buscar justicia (Argentina), mientras hoy, 4 de julio de 2018, el BOE publica que la nieta del jefe terrorista, Carmen Martínez-Bordiu Franco ha heredado el “ducado de Franco con grandeza de España”.
El que los líderes catalanes en prisión preventiva no hayan sido sometidos a los padecimientos de Víctor Díaz-Cardiel no significa que no sean presos políticos. En ningún lugar se estipula que sea condición imprescindible para ser considerado preso político haber sido sometido a maltrato físico o psicológico. Esa condición la otorga, exclusivamente, la naturaleza del delito por el que estás encausado.
Sé, y aquí me meteré momentáneamente en un jardín, que internacionalmente se pone el límite en el uso de la violencia. Es un debate arduo. Hace unas semanas en el programa de TV3 “Preguntes freqüents” entrevistaron a un ex militante de ETA (por supuesto, con gran revuelo de los medios falsarios). Expuso que entró en ETA, después de reflexionarlo, con todas las consecuencias. Cumplió prisión por asesinato (ni afirmó ni negó su responsabilidad) y dio a entender que lo asumía. Sé que me ganaré la bronca generalizada por mi afirmación: para mí este individuo fue un preso político, pues, más allá del execrable medio (una violencia masivamente usada por estados hipócritas, por cierto), esa fue su intencionalidad. Y que era un tema político nos lo revela todas las veces que diferentes gobiernos españoles negociaron con ETA.
Pero no quería llevar el foco al tema de la violencia. Simplemente quiero pedirles a los presos políticos del régimen fascista de Franco que no entren en competiciones absurdas, que tengan claro que los dirigentes políticos encarcelados son tan presos políticos ahora como ellos lo fueron entonces.
Me gustaría engarzar lo anterior con otro clásico que últimamente está en auge: la superioridad moral de los que vivieron la época fascista y lucharon, que ahora son legión, con respecto a los nacidos sin posibilidades biológicas de arrimar el hombro en tan loable empeño. Estos últimos, cuando tienen la osadía de cuestionar la Transición, parece que debieran guardar devoción por los primeros y cometen sacrilegio. Viene esto a cuento de un enfrentamiento en La Sexta entre Willy Toledo y Nativel Preciado en el que ésta empezó a recitar, con aire condescendiente, las deudas que los “jóvenes” airados, nacidos después de los 60, tienen con los que vivieron como adultos aquellos tiempos.
Ya está bien. Viví la etapa final, nací en el 59. La gente que luchó activamente contra la Dictadura  fue muy minoritaria. Es un dato objetivo. No establezco juicio de valor. El fascismo llegó bañando en sangre al país, aterrorizando, y una de las reacciones al terror es el sometimiento. Nadie tiene la obligación de ser un héroe o arriesgar su vida. Pero hay un hecho palmario: si la lucha contra Franco hubiese contado con todas las personas que ahora se apuntan, Franco no habría muerto en su cama. Había mucha soledad. Y bastante gente luchadora, que se dejó la piel, se tragó la bilis que podía producir tanto acostado fascista y levantado demócrata.
La dictadura de Franco fue eficacísima. Cuando se agotó el ciclo biológico de su máximo líder su aparato político y económico transmutó a la democracia, en lo esencial, intacto: monarquía incuestionable, oligarcas amamantados por el Régimen, políticos de brazo en alto, jueces, policía política (“los sociales”), ejército. Todo el lote. A nadie le “tocaron” un pelo, nadie sintió la más mínima incomodidad. Tapar toda la miseria represiva, todo el dolor callado de la etapa fascista con el velo de la injusticia perpetua se convertía en la base de la democracia en el estado español.
La prueba de ese dolor callado, no reconocido durante muchísimos años, es que en Gran Canaria se inauguró el jueves 28 de junio, con excesiva diurnidad (fue a las 10.30 de la mañana, hora imposible para muchas personas por motivos laborales), un monumento de homenaje a 10 antifascistas arrojados, en octubre del 36, en sacos al mar por un acantilado conocido como la Marfea. Más allá de la tardanza en el reconocimiento, abres el periódico y lees al alcalde Augusto Hidalgo dando la vara con el mismo mensaje de siempre: “la reconciliación no debe impedir mirar hacia atrás” o algo muy similar. Desde luego, no es Susana Díaz, que vacila al personal buscando “una memoria histórica que no mire al pasado”, pero irrita que para homenajear a unos asesinados impunemente por el fascismo sublevado, en unas islas que el golpe controló desde el primer momento y situadas a más del mil kilómetros y un océano de cualquier frente peninsular, haya que acudir, aunque sea de soslayo, usando el término reconciliación, a la dañina teoría de los bandos, que iguala, de cara a buena parte de la población, fascismo y antifascismo.


martes, 3 de julio de 2018

Contenidos mínimos

Nada enseño,
mi alforja, 
rebosante de ángeles
                         decapitados,
es el pago perpetuo
por vigilar,
entre el humo del porro
y el neón del centro comercial,
el almacén de la historia