Desarticular.
RAE:
"Dicho de la autoridad: Desorganizar una pandilla de malhechores o una conspiración u otra confabulación, deteniendo a los individuos que la forman o a los principales de ellos".
Google:
"Deshacer o destruir un
sistema o una estructura, especialmente la organización de un grupo ilegal o
delictivo".
He obviado la
definición referente a elementos físicos, un hombro que se sale o quitar una o
varias piezas de un mecanismo concreto.
El objeto de este texto
trata de organismos configurados por asociaciones de seres humanos.
De las dos definiciones que he traído a colación me parece
bastante más precisa, aunque sea
paradójico por su amplitud, la de Google. La de la RAE, queramos o no, pone el
acento, al citarlos en primer lugar, en “pandilla de malhechores”. Así se
asocia el término desarticulación con un elemento siempre positivo. La de
Google en cambio hace referencia en primer término a la destrucción de un
“sistema o estructura”. Después habla de “grupo ilegal o delictivo”, evitando
calificaciones morales como el mentado malhechores de la RAE.
Cuando el fascismo español, en su larga vida, capturaba
(desarticulaba, era la palabra que habitualmente se usaba en los comunicados
policiales oficiales) una célula del Partido Comunista de España u otra
organización de izquierdas, estaba deteniendo a un grupo ilegal, o delictivo, con
arreglo a las leyes, que las tenía, de la Dictadura. Pero bajo ningún concepto
la Brigada Político-Social (hubieron cientos de Billys el
Niño) estaba deteniendo a un grupo de malhechores. Eran héroes (y heroínas) que
arriesgaban su vida y su libertad y por norma eran sometidos a tortura.
El icono, la imagen más reproducida del siglo XX, el mítico
Che Guevara, era un malhechor para las autoridades bolivianas que lo
asesinaron y “desarticularon”, eliminándolo por completo, su grupo de
guerrilleros.
La palabra tiene connotaciones totalizadoras. La desarticulación busca la eliminación absoluta del grupo perseguido
aunque nunca lo llegue a lograr el ente perseguidor. En los 40 años de fascismo
cayeron muchas estructuras del PCE, pero el PCE pervivió. El estado desarticuló,
a lo largo de los años, muchos comandos de ETA, pero, relatos aparte, nunca
lograron la eliminación total, vía policial, de la organización.
El responsable último de esta perorata sobre el término “desarticular” es el expresidente del gobierno José María
Aznar, que el pasado 3 de julio, en una entrevista en Onda Cero, dijo que era
un “error muy grande no haber intervenido para
desarticular el movimiento separatista, y que este siga vivo”.
Dejando de lado que intervenir se intervino,
piolines y 155 mediante, desde que oí en diferentes medios el “corte” con la
palabrita de marras, ésta se me quedó pululando en la cabeza. La expresión,
bajo mi punto de vista, es brutal. Lo expresa sin complejo alguno: había que
“matar” (es lo que expresa cuando dice que es un error que “este siga vivo”) al
movimiento separatista.
Muestra un pensamiento profundamente
antidemocrático. Trata con una terminología de exterminio a un movimiento
político pacífico que aglutina a más de dos millones de personas y alrededor de
un 48% de los votos con los que ha ganado, por mayoría absoluta de diputados, dos
elecciones consecutivas. Aznar considera la actual persecución judicial del
estado español, que mantiene en prisión a nueve líderes independentistas, y a
seis más en el exilio, absolutamente insuficiente. Aplica la definición de la
RAE. Para él, quién cuestiona la sacrosanta unidad de España se constituye
automáticamente en un grupo de malhechores. Circunstancia que se produce cuando
ese “grupo”, de más de dos millones de personas, tiene la osadía de pasar de la
pura retórica (soy independentista pero me resigno, de facto, a no conseguir
nunca la independencia) al arduo campo de la práctica. Entonces procedo a
criminalizarte, aparte de con las herramientas contundentes del estado, con un
vocabulario que produzca asociaciones mentales perversas entre la ciudadanía. Y
la palabra desarticulación hace que muchas personas automáticamente piensen en
el sujeto desarticulado como un ente delincuencial, aunque, como dije más
arriba, el delincuente (véase el líder terrorista Franco o su hijo político, el
comisionista que cobró a precio de crack futbolístico su intermediación con los
saudíes para el AVE a La Meca) en algunas ocasiones puede ser el jefe del
estado perseguidor.
Lo que Aznar no hace es ilustrarnos con la
metodología que debe usarse para desarticular un movimiento político y social
que tiene un suelo de aproximadamente dos millones de personas en un país de
siete millones y medio de habitantes. Una de la tantas variantes imaginables, y
no de las peores, podría ser, por no ponernos tremendistas, el aplicado por la
Audiencia Nacional a Tamara Carrasco, activista de los CDR a la que una Fiscalía
enloquecida quería acusar de terrorismo, confinada cautelarmente en Viladecans,
su municipio, y a la que la citada Audiencia denegó un permiso para visitar a
su madre, convaleciente con una pierna rota por un accidente, en el municipio
de San Vicenç dels Horts. Como dato aclarar que ambos municipios distan 17 kilómetros .
Mientras tanto, dejando pasear un poquito al poetastro demagogo, parte de La
Manada se calienta al sol de las noches de Ibiza.
Posdata: pido mil disculpas a quién lea el texto por el "subrayado" en blanco, pero no sé ni su origen ni como eliminarlo.
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