A mediados de los años 20,
en la Residencia de Estudiantes, se puso de moda un vocablo: putrefacto. Saco
de un artículo que se llama “El putrefacto y el carnuzo” de Manuel Fructuoso,
ubicado en un blog dedicado a la figura de Luis Buñuel, el siguiente extracto: “Rafael Alberti nos da la que podemos considerar la
definición más completa: El putrefacto, como no es difícil deducir de su
nombre, resumía todo lo caduco, todo lo muerto y anacrónico que representan
muchos seres y cosas”.
Hablamos
de los años 20 del siglo pasado, en plena dictadura de Primo de Rivera, esa que
se instauró con el beneplácito de Alfonso XIII. Imagino que, aunque después sus
trayectorias vitales fueron divergentes (Lorca asesinado, Alberti y Buñuel exiliados,
Dalí instalado en el negocio) por esa ruptura brutal que significó el golpe
militar del 36, aquellos jóvenes, cuyas fotos todos los que orbitamos en la
poesía y la izquierda tenemos en mente, considerarían dentro de lo anacrónico,
caduco y si no muerto, próximo a fenecer, esa “cosa” que denominamos monarquía
y que se encarna en un “ser” único.
Casi
100 años después, en un nuevo 18 de julio, hay un cruce de aromas y dos
putrefactos, cada uno a su manera, pero fuertemente imbricados. Franco y Juan Carlos.
Padre e hijo. El primero recibió el domingo 15 de julio, brazo en alto, el
homenaje de centenares de fascistas que proclaman que “El Valle no se toca”.
Por cierto, el diario Público fue el único medio que tras rectificar, al
principio utilizó el indefinido y hasta enternecedor “nostálgicos”, los llamó
por su nombre: fascistas. Lo que no dijo ningún diario es que los concentrados
estaban enalteciendo a un jefe terrorista responsable de más de 100.000
desaparecidos. Y tampoco dijo ningún diario, porque no ocurrió, que apareciera
la policía para intervenir en el asunto e identificar a tanto sujeto alabador
de http://josejuanhdezlemes.blogspot.com/2013/07/la-18-de-julio-la-banda-terrorista-mas.html
La 18 de julio, la banda terrorista más criminal de la Historia de España. Esa
policía desaparecida del infausto Valle, que permite a los fascistas campar a
sus anchas, si ha estado presente en los recién acabados Sanfermines, citando a
los vecinos que han puesto en sus balcones pancartas denunciando la impunidad
de la violencia policial ejercida en las fiestas de 1978 y que le costó la vida
a Germán Rodríguez. Con tanto descaro como retorcimiento asqueroso de la
decencia se cita a esos vecinos por un hipotético “delito de odio”. Gente con
el alma putrefacta quiere “matar” a Germán Rodríguez por segunda vez, no sólo
negándole justicia, cosa que nunca ha recibido, sino, lo que es más indignante,
persiguiendo a quiénes la reclaman. Mientras tanto el gobierno “socialista”
español negocia con la familia del jefe terrorista y la Iglesia sacar el
cadáver del Valle de los Caídos. Nunca sobra tacto y delicadeza en este país
con todo lo que huele a fascismo y sotana. Y es revelador tanto encaje de
bolillos jurídico para exhumar a Franco, en contraste, por ejemplo, con la
rapidez con la que el anterior gobierno facilitó la salida de las sedes
sociales de empresas radicadas en Cataluña.
El
hijo, Juan Carlos, es el que mayor aroma desprende ahora. Éste también estuvo
casi 40 años en la jefatura del estado. Y fue titulado, con el loor unánime de
los medios, como el padre de la democracia. Nos guste o no, cuando sale el
presidente de Fundación Nacional que
lleva el nombre del jefe terrorista diciendo que nuestra democracia se
fundamenta en su amado líder, tiene la parte de razón que lleva el nombre del
emérito. Nos lo han repetido hasta la saciedad: hay democracia gracias a la
monarquía… restaurada por Franco. La
democracia era algo concedido, delegado graciosamente por su majestad. Incluso
surgió el simpático espécimen que se autodenominaba “republicano juancarlista”
(que se estará pensando, imagino, si deviene en “republicano felipista”). Si él
se lo creía no es raro que viera lógico cobrarse la democracia concedida al
pueblo español en forma de sustanciosas comisiones. Tampoco deberíamos
sorprendernos
en
el sentido comercial, desde el momento en el estado español deriva en la Marca
España, es lógico que el presidente del Consejo de Administración quiera el
beneficio correspondiente.
Así,
el fuera de la ley (como tal fue declarado por la República, por eso creó su
propia legalidad, de la que venimos) engendró otro fuera de la ley. O, para ser
más precisos, alguien que según su entrañable amiga Corinna “no distingue lo
legal de lo ilegal”. Ante esta y otras muchas afirmaciones de similar gravedad
ha imperado el mutismo de la Regia Casa, comisionista incluido, y una declaración
de la Ministra portavoz del gobierno Isabel Celaá donde nos trata directamente
como a imbéciles. Textual: “Afortunadamente no afectan al jefe del estado su
majestad Felipe VI, son grabaciones antiguas y por tanto, ni las consideramos”.
Ministra, que el actual es nieto (político) e hijo (biológico y político) de
dos delincuentes. Y que nadie me saque el argumento de que un hijo no paga las
fechorías de un padre. Estaré de acuerdo desde el momento en que ese hijo
someta la institución que le permite tener un cargo vitalicio, sin más mérito
que ser la resultante del espermatozoide más avezado, al voto de la ciudadanía.
Mientras eso no suceda, en gran medida por culpa nuestra, pues mientras
hervimos en la red las calles están gélidas, pensar en la inocencia del hijo es
ser, francamente (nunca mejor dicho) babiecas y tolerar al putrefacto(s) que
nos cabalga.
Acabo
con lo que me parece un signo máximo de putrefacción: el afán desmedido,
inhumano, de riqueza. Una riqueza a la que ya tu cuerpo o tu mente no pueden dar
cobijo porque ya posees toda la riqueza que te permite hacer, en el sentido
material o espiritual, todo lo que quieres. Antes de que, avaricioso, exigieras,
según Corinna, una comisión de 80 millones por la construcción del AVE a La Meca, ya tu capacidad crematística
te permitía ir cuando quisieras donde quisieras con todo tipo de comodidades y lujos. Sí,
Juan Carlos, antes de nacer, el 18 de julio de 1936, con la sublevación
fascista de tu padre político, empezaste a ganar la lotería.
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