jueves, 31 de diciembre de 2020

En el fin de un año que quiso perdurar

La pandemia lleva a millones de seres humanos a la pobreza, a las colas del hambre, a la desesperación y a anhelar, en el caso español, un titubeante Ingreso Mínimo Vital.  Reverso de la moneda, una sociedad suiza de servicios financieros (UBS) calcula el crecimiento patrimonial del conjunto mundial de los multimillonarios en un 27 %.

La inequidad, y de camino la iniquidad, se extienden. 

No, la pandemia no nos ha hecho mejores, ni peores. La bondad es necesaria, pero no es la cuestión. Yo no desprecio los imperativos morales, al revés, me parecen esenciales para nuestro camino personal en este planeta, pero sé que, desde tiempos ancestrales, a menudo han sido (y son), religiones mediante, traje de aire para el pudiente y pijama de hierro para el sueño del menesteroso. 

Imperativos éticos aparte (a veces tan degradados que pueden aparecer, durante decenios, hasta en la boca de los mensajes, mientras se lo llevaban crudo, de la familia Borbón), las condiciones materiales han sido el combustible para los avances humanos, para las luchas que han permitido ir poniendo pie en territorios tan anhelados como durante centurias o milenios vedados.

Esas mismas condiciones materiales, cuando sentimos el peligro del retroceso, nos pueden llevar a blandir, airados, la cainita quijada del burro, abriendo la rendija, la grieta por donde se introduce el hocico de la fascitización.

Pienso en parte de la gente humilde de mi tierra, Canarias, enseñando, ya que no los dientes, sus miradas torvas a los inmigrantes que llegan en cayucos pagando siempre un tributo de sangre. Según datos, escalofriantes aunque fueran la mitad o la cuarta parte, del colectivo Caminando Fronteras, publicados por el periódico La Provincia el 29 de diciembre, alrededor de 1851 migrantes han perdido la vida en su intento de llegar a Canarias este 2020. Nos impactan los naufragios en nuestras costas (el último costó 8 vidas en Órzola, que no fueron más gracias a la inicial acción decidida de los propios vecinos), pero los "anónimos" que se traga el océano carecen, más allá de la estadística, de existencia.

Pienso en los jóvenes que fueron a "asediar", hace unas semanas, un hotel del sur de Gran Canaria, por una riña, en la que supuestamente estaban implicados inmigrantes. Perfecto ejemplo de una clásica deriva de la lucha de clases: pobres contra muy pobres.

No me resisto a comentar una vertiente del pensamiento fascistizado, en boga en amplios sectores de la juventud, relacionado con los inmigrantes: aquí ejerce su machismo, agrede o acosa a las muchachas canarias, el cachitas de la tierra, faltaría más. Sí, gente a la que nunca veras en una manifestación contra la violencia de género o por cualquier otra causa justa, establece que de fuera no vendrá quien pastoree lo que ellos consideran su "rebaño particular".

Y Vox (el PP es más timorato, necesita, por miras electorales, no alejarse en exceso del centro) azuzando y presto a recoger en sus canastas el fruto podrido de la escasez de conciencia y el exceso de miedo.

Miedo dan también algunas votaciones como la habida recientemente en la ONU, y silenciada por los  grandes medios, ante una propuesta de Rusia que planteaba condenar el nazismo, esa fase superior del fascismo. Votaron dos países en contra: EEUU y Ucrania (esta vez ese lacayo de EEUU en la ONU llamado Israel tuvo, por obvias razones históricas, que separase de su tutelante). La Unión Europea, incluido el gobierno "socialcomunista" español, optó, 75 años después de la derrota del nazismo que asoló Europa, por una miserable abstención. Imagino que para su gusto faltaría la condena paralela del comunismo, esa doctrina en las antípodas del nazifascismo que, Ejército Rojo mediante, destruyó a las huestes hitlerianas en Europa, aunque una mayoría de la población europea, debido a la labor de los medios y a la potente industria cinematográfica de EEUU, piense, al contrario que tras la finalización de la guerra, que la derrota nazi fue, en su mayor medida, obra del país norteamericano.

Por cierto, ya que he citado a los medios, y acogiéndome a la benevolencia de ustedes con mis piruetas de un tema a otro (aunque todos son el mismo tema en esencia), como una bola de pinball,  me permito preguntarles si saben quién es Mauricio Casals. Seguramente no. Este buen señor es miembro de Consejo de Administración de Atresmedia (empresa propietaria de Antena 3, La Sexta y Onda Cero) y presidente del diario La Razón. Lo traigo aquí porque ha sido imputado en el denominado Caso Villarejo por la posibilidad de que haya encargado, al comisario más famoso de España, el espionaje de unos hermanos cuyo nombre da igual. García Ferreras, que cuando empieza su programa esquina el torso ante la cámara,  como invitándonos a correr la aventura más rutilante, o Vicente Vallés con su tono comedido y su derechismo mal disimulado, dan la matraca con lo de "más periodismo" y con la sacrosanta libertad de información. En este caso se acogieron a la libertad de silencio o a la razón de no morder la mano que mece la cuna. Lo mismo hizo en su momento, cuando fue imputado su marido, la "reina" de la comunicación mañanera, Ana Rosa (no hace falta ni que añada su apellido). Chitón. Ellos hacen la alharaca y hacen, también, el silencio o el disimulo. 

2021 comenzará sin que la llamada Ley Mordaza, promesa tanto del PSOE como de Podemos, haya sido derogada. Debo ser honesto y reconocerles que desconozco si lo que voy a comentarles a continuación tiene que ver con dicha norma. En cualquier caso sí se acomoda al espíritu de la citada ley el hecho de convocar a 12 jóvenes, los días12, 13 y 14 de enero, a declarar ante la Audiencia Nacional "por un delito contra la Corona". El hipotético delito cometido por estos jóvenes es el derribo, el pasado 12 de octubre, de dos estatuas simuladas de Cristobal Colón y Felipe VI. La acusación es puramente política y va, de lleno, contra la libertad de expresión, pues el derribo de tales estatuas, elaboradas por ellos mismos para ejecutar esa especie de "performance", es un mensaje donde se usa la plástica de la teatralidad como significante en vez de la palabra. Sí, esa acusación quiere amedrentar, que nos pensemos hasta las protestas más inocentonas (recuerdo que en otros lugares derriban estatuas verdaderas, aquí nos las traemos de casa). Imagino que el asunto quedará en nada, pero el mensaje de la justicia, al contrario que las estatuas de cartón piedra, nada simulado, está emitido.

Acabo deseando para quién lea esto, más que nunca, salud, mucha salud para el 2021. Incluso para los integrantes de esas cúpulas empresariales que han logrado, con la aquiescencia de los sectores más derechistas del gobierno, que no se suba el salario mínimo, haciendo circular la noticia, en las circunstancias actuales terrorífica, de que supondría la pérdida de 150.000 puestos de trabajo. Lo entiendo, la subida propuesta era escalofriante: 9 euros al mes. Suponía, la propia ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, hizo las cuentas, la inaudita cantidad, capaz de derribar cualquier empresa, de 30 céntimos diarios. Como colofón de este giro completo alrededor del sol que quiso perdurar para siempre, me permito este breve y apocado poema:


Y este año que fenece,

juguetón de hechuras siniestras, 

nos ha embozado,

nos ha legado, imborrable herencia,

las mentes exhaustas 

y la intuición de los labios.


Señores de nuestro rostro,

crece la sugerencia de los ojos,

languidos faros

de luz corta

y sendero extraviado.

domingo, 27 de diciembre de 2020

La educación o el sueño de la lucidez

"La educación en España ha desaparecido, no estamos creando ciudadanos lúcidos y críticos, estamos creando otra cosa".  Arturo Pérez Reverte en una entrevista de hace un par de meses.  

Actualmente está en primera línea de la actividad política la educación.  La derecha española, desde la fascista hasta la disimulada, ha hallado su nuevo casus belli en la LOMLOE, la ley de educación que sustituirá a la conocida como ley Wert.  Tras su aprobación en el Congreso la bancada de la derecha, puesta en pie, gritaba la palabra más manoseada, aquella que vale para un roto y para un descosido: libertad.  

Ese término mágico que muchas veces se utiliza con una tendencia absolutista. Una tendencia que sus principales valedores, esos que se dicen liberales hasta que se ven amenazados en su riqueza o estatus, y derivan al autoritarismo, aplican con una visión estricta de clase social, de dominación política.

La libertad, en su peligroso sentido absoluto, es directamente proporcional a los recursos económicos que tenga una persona. Quiero tener libertad para mandar a mi hijo a hacer una carrera a EEUU, pero, más allá de la bella palabra, es el músculo económico el que me permitirá llevar a cabo esa opción. No cabe duda de que es un banderín de enganche tan bello como, en no pocas ocasiones,  cubierto de mugre.

Aplicada a la nueva ley de educación, los derechistas "libertarios" han hecho bandera principalmente de dos elementos: la educación concertada, a la que no se le permite cobrar "voluntariamente", y la no plasmación en la letra del texto del inexistente español (que es el castellano) como lengua vehicular del Estado.

Estoy radicalmente en contra de la educación concertada.  Circunstancia en la que deberían estar de acuerdo conmigo los extremo-liberales que continuamente apelan a que el Estado adelgace. Su propia lógica debería hacerles defender una enseñanza exclusivamente privada, que no cabalgue a lomos del estado y, para quien no pueda pagársela, o la considere pertinente, una educación pública.

Pero defender la concertada… parece mentira. Los dietistas, los que quieren un estado a régimen perpetuo, defendiendo una educación privada sostenida con fondos públicos que benefician a un empresario, mientras ese, generalmente denigrado, estado, paga a unos profesores a los que, al contrario que a los de la enseñanza pública, no somete a procesos de selección alguna. Se enfadan esos empresarios porque, se supone, que la nueva ley quiere obligarlos a no cobrar esas mensualidades "voluntarias" para sufragar actividades diversas y, además, a acoger al alumnado con necesidades educativas especiales o conflictivo que, ¡oh, sorpresa! tiene como hábitat natural la enseñanza pública. En zonas con marcadores sociales muy deprimidos muy raramente encontrarás un colegio concertado. 

Seré honesto. Yo, con mis tendencias liberticidas, no permitiría otra enseñanza que la pública: una enseñanza científica y laica donde tendría cabida cualquier persona, fuera cual fuera su renta económica o su creencia religiosa.  La enseñanza normativa, no la de casa, no debería ser cuestión de la apetencia de cada ciudadano sino de ese ente colectivo que, se supone, vela por todos, llamado estado.  Ese debería ser el camino para tener lo que el polémico Pérez Reverte expresa en el entrecomillado con el que inicio este texto.

Estoy completamente de acuerdo con que ese debería ser el objetivo de cualquier ley educativa, mejor dicho imposible: ciudadanos lúcidos y críticos.

Aún compartiendo el objetivo que plantea Pérez Reverte, parte, en mi opinión, de una premisa engañosa: "la educación en España ha desaparecido". Me habría gustado que el académico planteara en qué momento hubo en España esa educación. ¿En  la dictadura de Franco? ¿En el temporalmente magro periodo republicano?

Quizás, forzando un poco, podríamos retrotraernos a la Institución Libre de Enseñanza, pero ese, no debemos olvidarlo, fue un intento que afectaba a unas élites. 

Los datos son reveladores. 

A inicios inicios del siglo XX el 45 % de la población española era analfabeta (37% hombres y 54% mujeres), sobretodo en las zonas rurales. En 1940 hay un 18,7 %. Transcurridos 30 años (1970), casi al final de la Dictadura, había un 9 % de analfabetismo. En ese enorme periodo la reducción no llegó ni al 10%. Cuba, por ejemplo, pasó, campaña de alfabetización mediante, de un 20% en 1958 a un 3,9 en 1961.

El fascismo hispano careció de voluntad política, no hizo esfuerzo alguno por sacar a grandes masas de población del analfabetismo, el primer e imprescindible paso para la formación de esa ciudadanía crítica y lúcida.  No lo olviden, es una constante del fascismo: nos quiere acríticos e ignorantes. Y matizo: con esto no estoy diciendo que todo fascista sea un ignorante o inculto, ni muchísimos menos. Pero sí afirmo que esa ideología tiene su caldo de cultivo en el análisis ramplón de amplios sectores de la población ignorantados. 

Escribiendo desde Canarias, me ha estremecido el dato de nuestra archipielágica nación.

En 1981 Las Palmas era la tercera provincia del estado español con más personas analfabetas (16,5 %). Los hombres suponían el 12,5% y las mujeres un escalofriante 20,5%.

Las provincia de Santa Cruz de Tenerife era la octava (14,5%). Los hombres representaban el 10,5% y las mujeres el 18,3%. 

O sea, en 1981 el 15,5% de la población canaria era analfabeta. El estado español tenía un 8% que se repartía en un 4,5% de hombres y un 11,3% de mujeres.

Viendo estos datos es bastante controvertible decir que "la educación en España ha desaparecido", pues esa afirmación hace suponer que hubo una educación sólida y crítica que se ha destruido. Los datos demuestran que  no.

Cuando Pérez Reverte plantea que se está creando otra cosa (debería ser más preciso), se equivoca. Se está creando si acaso, no soy optimista con que la nueva ley vaya a resolver los problemas educativos, la misma cosa existente hasta ahora.

El problema estriba en que la "creación" de ciudadanos críticos es una tarea multifactorial. No depende sólo, ni creo que en la mayor medida, de la escuela. El entorno familiar, que te catapulta o te hunde, la clase social y la conciencia que los grandes medios de comunicación intentarán que nunca adquieras, ese amigo o amiga con quién te cruzas y da un giro a tu manera de ver la vida, muchos aspectos te pueden ir conformando y transformando la mirada del entorno cercano o lejano.

Lamento mi pesimismo, pero pienso que el sistema educativo, sin pasos hacia sociedades más igualitarias, no es la panacea de los males sociales, aunque los reformistas del XVIII y el XIX creían (y es una idea que en buena medida persiste) que la educación sería una especie salvavidas social con el que rescatar vidas a la deriva.

No me olvido, aunque sea tarde, del segundo aspecto del que la derecha ha hecho bandera: la no presencia en la letra de la ley, terrible concesión a los separatistas catalanes, del castellano como lengua vehicular.

Lo dije en un texto reciente, un idioma hablado por más de 500 millones de personas en el planeta no está en peligro. En el estado español no hay persona de territorio alguno, incluidas las levantiscas Cataluña y Euskadi, que desconozca la lengua castellana. Esta bandera la tiene que agitar la derecha para mantener vivo ese granero de votos que es el de los nacionalistas españoles que, rebosantes de coherencia, critican a los llamados nacionalismos periféricos. 

Sea vehicular o no, si sigues, por ejemplo, cualquier plataforma que ofrece series o películas, todos sabemos en que idioma te sirven el producto. A mí, monolingüe que amo el castellano e intento cuidarlo expresándome lo más correctamente posible en él (nada detesto más que cuando en un texto, tras corregir con detenimiento, me falta o me sobra una tilde), me parece que, apartando las banderías de las derechas centralistas, la principal amenaza para el castellano son los barbarismos que nos inundan y a veces disfrazan barbaridades como, por ejemplo, el freeganismo (comer reciclando de la basura y hacer de la pobreza algo guay).

Llegados aquí, con todo cariño les dice goobye este borderline y hater al que le gusta hacer spoiler.


miércoles, 16 de diciembre de 2020

"El rey Juan Carlos no es como usted, ni muchísimo menos" o cuando una ultraderechista nos dice la verdad

“La ley es igual para todos, pero no todos somos iguales ante la ley. El rey Juan Carlos no es como usted, ni muchísimo menos”. Isabel Díaz Ayuso.

Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, es un venero inagotable que ahoga al propio Pablo Casado. El arte de brotar simplezas y mendacidades lo maneja con absoluta maestría. No tengo duda alguna de que cuando se convoquen elecciones en su comunidad, de las que se especula con un adelanto, mejorará apreciablemente los resultados del PP en ese territorio, mayoritariamente de derechas, que es Madrid, acrisolado espejo donde confluyen, según su presidenta, lo mejor de todas las Españas. Tiene la virtud de que arrincona con su ultraderechismo, quitándole el aire, a Vox. Además, encandila a la grey reaccionaria, que suele ser amante de los pensamientos poco sutiles y del desparpajo que Ayuso maneja con gran naturalidad. Cuatro ideas claras, sin oración subordinada alguna, y patada a seguir. Y le va de maravilla. Pertenece a la estirpe de Jesús Gil, candelero y más candelero mediático, que dejó Marbella sumida en un lodazal de corrupción al que los marbellies, programas televisivos mediante, se lanzaron con ganas y jaleando las soflamas del atrabiliario personaje (no había que ser un lince para captar la esencia marrullera y gansteril del sujeto).

Entre sus simplezas y sus mentiras a veces enuncia, respuesta en sede parlamentaria al portavoz de más Madrid, una gran verdad como la que encabeza este texto. Porque lo que expresó es real, y no debemos ser tan simplones de que nos escandalice, al menos a los que estamos en el campo de la izquierda transformadora. Precisamente los popes de la derecha ultra (salió Casado a rectificarla), y los de ese centro llamado PSOE (seré generoso en los calificativos), ponen mucho énfasis en que todos somos iguales ante la ley para mantener una ficción que le interesa a la estructura de poder del estado. Como tantas otras que mantienen la paz social. Una persona consecuentemente de izquierdas sabe que eso no es así, pero dejémonos de rodeos y entremos a analizar, descomponiéndola en tres partes, la frase.

"La ley es igual para todos". Tiene razón. Ya no estamos en la Edad Media o en el Antiguo Régimen, cuando existía la sociedad estamental y la nobleza y el clero, apenas un 3% de la población, tenían todo tipo de privilegios jurídicos y políticos, aparte de los económicos que les otorgaban sus grandes posesiones de tierras y su absoluta exención fiscal. El 97% restante, el denominado Pueblo Llano o Tercer Estado, lo componía una enorme masa de campesinos, mayormente paupérrimos y dependientes de nobles y clérigos, y una pujante burguesía que, siendo en no pocas ocasiones más rica que la baja nobleza o el bajo clero, carecía de los privilegios jurídicos, políticos o fiscales de éstos.

La Revolución francesa, como elemento fundacional, y las revoluciones de la primera mitad del siglo XIX, trajeron estrictamente la sociedad de clases. En el fondo es paradójico, pues parece que contradice  uno de los tres preceptos de la Revolución francesa: igualdad. Pero no es así. Porque la igualdad que se preconiza no es un igualitarismo económico de tendencia socializante. Se defiende que a todos se les aplique la misma ley, hecho que indudablemente es un avance, aunque a quien beneficia especialmente es a la burguesía que, enclaustrada en el cajón de sastre del Tercer Estado, se sentía minusvalorada durante el Antiguo Régimen. Se derogan las leyes y fueros estamentales y se crean códigos como el napoleónico (código civil francés), que engloban a toda la población, sin distingos  económicos, en el mismo marco jurídico. Por eso digo que con el  siglo XIX llegó, estoy hablando del ámbito occidental, la sociedad estrictamente de clases, en el sentido de que el orden jerárquico se establece exclusivamente, no como sucedía en el Antiguo Régimen, con el famoso aserto popular que dice “tanto tienes, tanto vales “.

El ciudadano francés que hace unos días ganó 200 millones de euros en el Euromillón, así usara su último capital para esta empresa, ya es miembro de la oligarquía. Nadie le exige título alguno para su status, circunstancia que sí se producía en el Antiguo Régimen, donde un hidalgo, el escalafón más bajo de la nobleza, perteneciendo al primer estamento, podía ser pobre de solemnidad.

También la segunda parte de lo planteado por Díaz Ayuso es verdad: “no todos somos iguales ante la ley". El poder económico te otorga unos mecanismos de defensa (costosísimos equipos jurídicos y múltiples conexiones) que el común de los mortales no puede ni soñar, también te da esos mecanismos tu posición política. Aunque esto último, dependiendo del campo político en el que y por el que combates, puede ser un arma de doble filo. Si tu posición desagrada a los grandes poderes oligárquicos puedes ser objeto de una cacería o guerra jurídica (lawfare). 

En el artículo anterior ya establecí una comparativa entre los chicos de Altsasu y los militantes del PSOE condenados por la trama del GAL. A Vera y Barrionuevo estar implicados en el secuestro de Segundo Marey les costó menos pena (10 años) que a los jóvenes de Altsasu su pelea de bar con unos guardias civiles de paisanos (12 años). Otro ejemplo palmario fueron los enormes y cuasi vergonzosos esfuerzos del fiscal Pedro Horrach, en el caso Noos, por salvar a la infanta Cristina. Oligarquía y poder político marcan una desigualdad manifiesta. Y el más reciente ejemplo de guerra jurídica es la inédita e inaudita acción del Tribunal Supremo planteando la repetición del juicio de Otegi y sus compañeros, que, juicio injusto mediante, según el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, ya han cumplido, en conjunto, más de 30 años de cárcel.

Remata Ayuso, asomándole la patita del odio de clase, con un despreciativo "el rey don Juan Carlos no es como usted, ni muchísimo menos". Pero, desaire y altanería aparte, dice la verdad de nuevo. Ni como el diputado de Más Madrid, ni como yo, ni como nadie en este país. Es una evidencia que nos restriegan por la cara cada día. Ayer mismo PP, Vox y PSOE (curioso el follón que se monta cuando en una votación coinciden Podemos y Vox, en cambio ya sabemos que si la protagoniza el PSOE es por "razón de estado") en la la Mesa del Congreso denegaron, por quinta vez este año, la creación de una comisión de investigación sobre las andanzas económicas del refugiado en el desierto. Sí, en el estado español tenemos, reminiscencia medieval, un estamento privilegiado compuesto exclusivamente por dos tipos, padre e hijo, jefes del estado gracias a un sanguinario dictador fascista, que pueden delinquir impunemente pues están sujetos a inviolabilidad e irresponsabilidad (es llamativo, respecto a esta última, lo veleidoso que puede ser el significado de una palabra). Curiosamente, el gran protector, el escudo más recio, milongas de militancia y alma republicana aparte, se llama PSOE. El ministro de Justicia Juan Carlos Campo declaró, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del día 15, que el modelo de estado "es un arco de bóveda del que podemos quitar una pieza y que se derrumbe todo". Es una táctica habitual en este estado: apelar al miedo y a la infantilización. Cuida lo que tienes, que los cambios los carga el diablo, y sé consciente de que es otorgado, siguiendo con la religiosidad, por un ser providencial que, privilegio de dioses, no responde ante nadie. Otro elemento de esa providencialidad son los contratos que consigue (y cobra de manera suculenta), con sus amigos sátrapas, para las empresas españolas. EEUU, Rusia, China, Francia, Alemania, Italia, ¿sigo? no firman contratos con país extranjero alguno. Me pregunto en qué punto se transita del infantilismo a la imbecilidad.

Y les da resultado, y no deja en mal lugar al demérito o a la pizpireta Ayuso, sino a nosotros que lo toleramos sin mover un dedo, mostrándonos como lo contrario a lo que escribió Miguel Hernández en un poema que tal vez desecharía ahora. Dos versos de Vientos del Pueblo que dicen: 

nunca medraron los bueyes 

en los páramos de España

La excusa del COVID como elemento que ha hecho que no se salga la calle masivamente contra el evidente latrocinio borbónico, me parece, echando la vista a Francia o Chile o Perú u otros países que se han lanzado a denunciar corruptelas, un pretexto ínfimo. Miremos la realidad alrededor: los centros comerciales, COVID mediante, rebosan. Un amigo al que felicité el cumpleaños un día tarde (siendo medio siglo me causó pesar el despiste), me escribió que entendía que mis 5 sentidos estaban en bordar escarapelas republicanas. Sospecho que las bordarán otros. Quizás sea un gran miope, pero yo no avizoro, al menos traída desde las calles, y por largo tiempo, república alguna.

Los ex militares aspirantes a fusiladores de 26 millones, dignos sucesores de Mola y su directriz del 25 de mayo del 36 que establecía que el golpe debía ser, como fue,  "extremadamente violento", dudo que tuvieran algo más que una leve resistencia enfrentándolos. Tristemente, los memes que han salido en las redes agachan la testuz, muestran formularios donde se establece la vez, el orden, para ser fusilados. Casi lo llevamos como una condecoración: soy fusilable para esos milicos fascistas que ven a Franco ( y algo de razón tienen) como el precursor de nuestra democracia.

Sé que son bromas, y que no hay posibilidades, ni necesidad, hoy en día, de un golpe de estado en el sentido clásico del término; la derecha española y la clase que representa, hija del golpismo del 36, ahora, aunque esté con la matraca del gobierno socialcomunista, no lo necesita, pero esos memes o chistes filtran una idea de mansedumbre que a mí me parece tan preocupante como irritante.