viernes, 20 de enero de 2023

Perú, Brasil, la Unión Soviética, y un brevísimo epílogo neerlandés

A veces me cuesta vueltas poco fructíferas poner título a un texto y en otras ocasiones, mucho más escasas, sucede al contrario, tengo el encabezado sin haber escrito aún una palabra del artículo. Como ustedes imaginarán estamos en el segundo de los supuestos. Llevo días con el runrún peruano-brasileño y a la vez, en referencia a este asunto, se me metió en la mente la extinta URSS. No gratuitamente, o quizás sí, sino porque el 30 de diciembre del recién acabado 2022 se conmemoró el centenario de la formación de esa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que espantó a la burguesía mundial. Tanto fue así, que apenas un año después del triunfo revolucionario de octubre de 1917 una coalición de 14 países entre los que estaban EEUU, Reino Unido o Francia intervino en apoyo del contrarrevolucionario Ejército Blanco, que a pasar de esta ayuda acabó siendo derrotado por el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos. Este espanto es el nexo que intentaré desarrollar al final con referencia a los dos países sudamericanos citados.

Empezaré por Perú. El 28 de julio de 2021, tras una reñida elección en la que derrotó a la candidata derechista Keiko Fujimori, asumió la presidencia el maestro Pedro Castillo. Desde el minuto uno este hombre procedente de un entorno humilde y rural, que llegó al cargo con el apoyo de un partido de izquierdas llamado Perú Libre que, algo lamentablemente inusual en estos tiempos, habla de lucha de clases, fue objeto de un ataque inmisericorde por parte de una derecha, esta nunca pierde de vista la lucha de clases, que ha utilizado al legislativo como ariete para derribar al presidente. Aquí quiero hacer un inciso aclaratorio. Perú es una república presidencialista, al igual que el resto de repúblicas sudamericanas u otras como EEUU o Francia. En este tipo de repúblicas tanto el legislativo como el ejecutivo emanan del voto popular directo, la legitimidad de ambas tiene el mismo origen. En las repúblicas no presidencialistas como Alemania o Italia, o como lo fue la Segunda República Española, los presidentes son elegidos por los diputados, no por el voto popular directo, y suelen tener poderes bastante limitados, mayormente representativos y quizás de "mediación" entre las diferentes fuerzas políticas. Carecen generalmente de facultades ejecutivas que sí son propias de los jefes de estado de las repúblicas llamadas presidencialistas.  Por eso en estas puede darse el caso de que el legislativo y el ejecutivo tengan diferente "color" político. En Francia cuando se ha dado esta circunstancia se habla de cohabitación. Caso aparte es el de EEUU, que ya he comentado en alguna ocasión, donde los votantes eligen en cada estado una serie de compromisarios con la particularidad de que la candidatura más votada, aunque sea por un voto de diferencia se los lleva todos. Esto puede ocasionar situaciones antidemocráticas como que en 2016 Donald Trump, con 3 millones de votos populares menos que Hillary Clinton, lograra la presidencia.

He hecho esta pequeña digresión, pues la vorágine mediática puede confundir, para explicar que la fuente de legitimidad de Pedro Castillo es la misma que la del legislativo. Afirmaba más arriba que el ataque no había tenido tregua. Los datos. En Perú existe la posibilidad de que el congreso declare, con el voto de los dos tercios de los diputados, la vacancia de la presidencia por una extraña figura legal, inquietante por la difícil concreción de su significado, llamada incapacidad moral permanente, concepto que me parece casi más un elemento de debate filosófico que político. El 25 de noviembre de 2021 la oposición derechista de un parlamento bastante fragmentado fracasó en el intento, sin transcurrir ni cuatro meses de su asunción de la presidencia, de declarar incapaz moral a Pedro Castillo.  Tres meses y medio después, el 8 de marzo de 2022, volvió, sin éxito, a intentar su destitución. El 7 de diciembre de 2022 estaba prevista otra votación para defenestrarlo que probablemente iba a seguir, ante esa barrera de los dos tercios necesarios, el mismo camino que las anteriores. El presidente en este caso decide, erráticamente, no se sabe asesorado por quien y temblándole el manojo de folios en las manos, contratacar y disolver el congreso, facultad que no tenía pues esa acción sólo la puede hacer cuando el órgano legislativo le haya rechazado dos veces la cuestión de confianza. El parlamento votó a favor de la vacancia y el presidente, un año y cuatro meses después de ser elegido, considerándose que había intentado un golpe de estado, fue detenido. Y el asunto parecía que se finiquitaba ahí. El osado maestrito peruano, salido de la sierra que la burguesía limeña desprecia, se convertía en historia. Pero en ese momento, reconozco que a mí después de un mandato de cesiones y totalmente a la defensiva me sorprendió, aparece el pueblo en las calles y la historia de éxito para la derecha se ha vuelto más compleja. El camino que parecía único y abierto para la derecha se ha complicado con movilizaciones y barricadas a la búsqueda  de vías alternativas. Según datos de la fiscalía han sido asesinadas 48 personas (otras fuentes hablan ya de 60 muertos) en la represión de la policía y los militares. Represión de la que usted tendrá, al no producirse en Venezuela o Cuba o Nicaragua, o sea, al pertenecer Perú al eje del bien, una visión más bien distante, con palabras más neutras, menos estridentes. Recuerde el caso boliviano en 2019 cuando Estados Unidos y la OEA apadrinaron, con la anuencia y el sostén de las grandes corporaciones mediáticas, un golpe de estado contra Evo Morales por denuncias de un fraude electoral que se demostró falso y que también costó, por la represión policial, la vida a varias decenas de personas. Mucha gente en la calle pide la restitución de Pedro Castillo y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Los que lo eliminaron sin dejarlo gobernar (hubo un baile de ministros continuo buscando contentar a la fiera entregándole piezas menores) hoy masacran al pueblo impunemente con la aquiescencia de los EEUU que se visualizó en la reunión de la sustituta de Pedro Castillo,  Dina Boluarte, con la embajadora de ese país menos de una semana después de asumir el cargo. Esa foto significa un plácet de facto por parte de la potencia imperial.

Una lección me parece evidente: antes de ceder y ceder moviliza tus bases, apresta tus fuerzas. Si a un histórico de la izquierda peruana como Héctor Béjar, guerrillero en los 60, lo dejas caer a los 18 días de tomar posesión del cargo de Ministro de Asuntos Exteriores por unas declaraciones de 2020 que no gustaron a la Armada ya estás mandando un mensaje de debilidad y alimentando a la bestia. Esa bestia, que hoy, desatada, reprime y asesina al pueblo. Y con esto no niego tener conciencia de tus propias fuerzas, actuar con cintura política y la posibilidad de acuerdos que siempre implican concesiones, pero si tu apariencia y tu acción es errática y de debilidad extrema la derrota es segura. 

Ahora Brasil. El socialdemócrata moderado Lula da Silva venció a finales de octubre de 2022 al ultraderechista Jair Bolsonaro por una diferencia de 1,80% que se traduce en 2.100.000 votos. Aquí, al contrario que en Perú, cuya diferencia porcentual fue mucho más pequeña (0,26% y 44.000 votos), el embate no comenzó en el minuto uno, se inició antes de que empezara a correr el tiempo presidencial. En los dos meses anteriores a la toma de posesión de Lula esa masa fascistizada (viéndolos con la camiseta, hermosa, son los mismos colores de la Unión Deportiva Las Palmas, de la selección brasileña de fútbol, parecen, entiéndase la chacota, unos fascistas mindundis y algo bobalicones) que son los seguidores de Bolsonaro ha pedido, incluso con acampadas frente a los cuarteles, un golpe de estado a la vieja usanza: toma del poder directa de los militares, gremio al que pertenece Bolsonaro. 

Lula asumió el cargo el 1 de enero y el 8 la fascio-futbolera masa asaltó en Brasília, esa urbe creada en gran medida por el arquitecto comunista Óscar Niemeyer para ser el centro del poder político federal, con absoluta impunidad, casi con una política policial de puertas abiertas, las sedes del legislativo, el ejecutivo y el judicial. Fíjense en un contraste clamoroso. En Perú la lucha ha dejado casi 50 muertos, en Brasil, con más de 1000 asaltantes detenidos (por cierto, ahora mismo políticamente huérfanos pues su líder está en EEUU y, como su propio partido, ha rechazado la acción de sus seguidores) la policía, y hay que alegrarse, no ha matado a nadie. No sé si la pasma brasileña habrá sido tan exquisita deteniendo fascistas como el policía local madrileño que se dirigió a un franquista en noviembre diciéndole solícito: “hay determinados símbolos en las banderas que desgraciadamente, por determinadas leyes, no se pueden exhibir”. En cualquier caso, a pesar de los destrozos creo que ni heridos se reportaron. Recordemos que el propio asalto al Capitolio, que se considera acción precursora y modelo (el mecanicismo, las aplicaciones miméticas, son mala cosa) se saldó con 4 muertos. La ultraderecha hispana ha querido minimizar el asalto brasileño hablando del Rodea el Congreso de septiembre de 2012, convocado por parte de la izquierda, donde la policía repartió estopa en abundancia y no se rompió barrera alguna. En cambio, una manifestación de Jusapol, el sindicato ultraderechista policial, en marzo de 2020 sí logró romper el "muro" policial con la aquiescencia de sus compañeros y, sin asaltarlo, llegar hasta el Congreso. Perro no come perro (es un refrán, ojo). También ha surgido la pregunta de si, tras llevar esta legislatura una estrategia deslegitimadora del ejecutivo de coalición, en caso de no poder gobernar tras las generales de este año, la ultraderecha seguiría una estrategia similar. Lo dudo. Por dos razones: es un camino que sin poderosos apoyos externos está condenado al fracaso y, esta razón quizás sea más lamentable, la ultraderecha y la derecha ultra (no exagero, Ayuso es el referente del PP ahora mismo y su discurso sospecho que ya empieza a producir envidia en VOX) van a tener, o rondar, la mayoría absoluta.

Introduzco ya, para no alargar mucho, la referencia a la URSS que, como especifiqué al principio, se ha infiltrado en mi mente al pensar en los hechos peruano-brasileños, hechos que serían extensibles a otras situaciones golpistas lationoamericanas de la última década. La URSS, con todo el arsenal de críticas razonables que se le pueden hacer, con sus deficiencias democráticas sobretodo en el sentido de crear una conciencia crítica que probablemente habría impedido su desplome y esa creación por vía de la apropiación de grandes cantidades de capital público de una nueva clase de millonarios procedentes, oh paradoja, de cuadros medios del partido comunista, fue un país socialista. Allí no hubo esa clase que hoy curiosamente solo se asocia a Rusia: la oligarquía. No digo que vivieran en un igualitarismo estricto, ni que no existieran grupos o castas con determinados privilegios, pero no sucedía como en muchos países capitalistas, donde como en el caso de España las 20 personas más ricas tienen la misma riqueza que las 14 millones más pobres. Sin embargo, me asusta la facilidad con que la clase dominante impone su relato, cualquiera asocia hoy oligarquía con Rusia, mientras los verdaderos grandes oligarcas  como Amancio Ortega, Bill Gates, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg son emprendedores, palabra hermosa y engatusadora que suena a aventura, a gente casi altruista, a horizontes abiertos y a un futuro promisorio.

La conexión me viene desde mi escasa capacidad, lo confieso, de entender el surgimiento de ese fascismo que ha pasado del correaje a la elástica deportiva. Cierto es que soy un adepto a los defensores de la definición del fascismo que lo considera el estado de excepción de la burguesía. Los fascismos en el siglo pasado fueron una reacción al auge del movimiento obrero y, principalmente, al surgimiento de la mentada URSS. Un movimiento de masas vertical que defiende la colaboración de clases (plasmada en la España de Franco en el Sindicato Vertical que aunaba a patronos y obreros) contra aquellos, básicamente los comunistas, que portan el estandarte de la lucha de clases y el derrocamiento, como sucedió en 1917, de la oligarquía. Mi extrañeza procede de que a mi alrededor veo un mundo donde la conciencia de clase de los trabajadores, es la impresión subjetiva del pesimista que soy, pero creo que no muy errada, roza la marginalidad. Por el contrario la conciencia de clase de la gran burguesía, a la par que la incuestionabilidad de su dominio, es mayor que nunca. Además, desde la caída de la URSS y el bloque socialista diría que hay un retroceso en las conquistas obreras (por ejemplo, en el estado español subió la jubilación de 65 a 67 años sin casi contestación social) que me hacen preguntarme para qué necesita ahora la oligarquía al fascismo. Quizás se pretende que el miedo al ogro nos vuelva aún más conformistas con la realidad existente por temor a lo que la ultraderecha pueda llegar a hacer en el gobierno. Mientras tanto, mientras ese miedo crece, la llamada derecha moderada que, dominio ideológico mediante, está casi siempre en el poder, gobierne quien gobierne, cumple la agenda de los poderosos con bastante placidez.

No quiero irme sin hacer referencia a una noticia del 20 de diciembre que pasó casi desapercibida. Ese día  el primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte,  pidió perdón en nombre del estado neerlandés por practicar desde 1621 a 1873 (252 años) el comercio más inmundo: el de seres humanos. El gran negocio de la esclavitud durante dos siglos y medio cimentó el desarrollo capitalista de ese país. Me pregunto cuantos oligarcas holandeses actuales hunden las raíces de su enriquecimiento en ese lodazal. Esa monstruosidad se solventa pidiendo perdón en una ceremonia y reconociendo las iniquidades cometidas sin cuestionar un ápice el sistema que contribuyó a forjar. En cambio, menos de un siglo de experiencias socialistas (nunca ha existido en la práctica el comunismo) sirven para que los grandes altavoces comunicacionales nos vendan constantemente cualquier sistema, como fue la Unión Soviética, que intente llevar a la práctica el socialismo y eliminar la explotación y la desigualdad social, como una utopía condenada para siempre, sin salvación posible, al fracaso.