En el último texto que escribí, “El reino de la derecha”, defiendo la
idea de que la derecha triunfa sin apenas oposición y que gran parte de la
hipotética izquierda no es tal, pues no cuestiona el sistema capitalista y,
además, esto lo añado ahora, tiene un enorme complejo ideológico. Me atreví a pedirle al PSOE que, por pura coherencia,
renunciara a la S de socialista. Con todo derecho, y con el respaldo de esa
realeza que se burla de nosotros (nos lo tenemos merecido, es repugnante ver a
tanto idiota hablando sobre el error de los regios comentarios sobre López
Madrid, eludiendo, por un lado, la lógica del desprecio que merece ese súbdito
colectivo que, nos guste o no, es ese ente llamado pueblo español, y por otro,
la idea esencial y única, que es la ilegitimidad de la monarquía, más
allá de que en un desliz nos muestren su patita peluda de ente voraz. Perdón
por lo extenso del paréntesis), el PSOE puede mandarme a la “merde”. Y admiro a
la derecha porque sabe, sin complejos, y a veces con la colaboración de la
hipotética izquierda, imponer su agenda. Ubicarla en el centro y agrandar su
hegemonía ideológica.
Y justo en el centro, en el kilómetro cero, en la fachada de la
Comunidad de Madrid, el gobierno del PP y Ciudadanos acaban de colocar una
doble pancarta con el rostro del preso político con más fama en el estado
español: el venezolano Leopoldo López. Una persona condenada en Venezuela como
instigadora de las guarimbas, que hace dos años ocasionaron 44 muertos y
grandes destrozos de bienes públicos. Me permito recordar que, hasta no hace
mucho, la quema de un contenedor en Euskadi te podía llevar unos cuantos años a
la cárcel. O que en esta bendita democracia dos titiriteros, por inaudita
violencia con muñecos de trapo, padecieron prisión durante cinco días y están pendientes de un juicio donde podría
pedírseles hasta siete añitos de trullo. O que en estos momentos, con el clamoroso y nada inocente silencio de los grandes medios informativos españoles, hay, en una prisión de
Rabat, trece prisioneros políticos saharauis en huelga de hambre desde el uno
de marzo. Aunque sea por vergüenza, por el cruel abandono hace ya cuarenta años
de la población saharaui a su suerte, por la potencia administradora de su
territorio que era España, el rostro de esos hombres debería ser difundido y
objeto de toda la solidaridad institucional, aparte de la popular, en este país. También somos
incapaces de ponerle rostro, aunque sea en una cuartilla del tamaño de la que daba vivas a alkaeta, al poeta palestino Ashraf Fayadh, condenado en
Arabia Saudí, cuya familia real tanto se quiere con la nuestra, a ochos años de
cárcel y ochocientos latigazos por renegar del Islam en unos poemas.
El rostro de Leopoldo en los muros de la antigua Dirección General de
Seguridad de la policía fascista, no es la reivindicación inocente de un hombre
encarcelado por sus ideas (y yo no niego su condición de preso político, pues
puede haber un preso político con delitos de sangre). Es la condena, la
demonización permanente de un proceso político de horizonte anticapitalista,
que habla de construir el socialismo, que incomoda profundamente a la dominante
derecha mundial. Un proceso político que, extraña dictadura, vio la victoria de
la oposición en unas elecciones que, por primera vez en muchos años, oh casualidad, no
sufrieron el baldón acusatorio del amaño. La derecha tiene clara su agenda y,
con al aplauso de la pseudoizquierda del PSOE, o el silencio vergonzoso, sin
lucha, para no perder votos, de Podemos, nos impone sus símbolos y nos planta
con descaro, en formato gigante, el rostro de un mártir de la oligarquía,
mientras ignoramos la existencia un grupo de humildes, olvidados, presos saharauis encarcelados por la dictatorial monarquía marroquí.
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