A pesar de las tropelías del PP, y a la expectativa de si con Albert
Rivera, ese chico para todo, transversal, les llega, yo diría que reina la
calma en los territorios de la derecha. Está claro que da igual, que debemos
abandonar toda esperanza, pueden sacar mil escándalos y suciedades más. El
suelo marmóreo no va a bajar, bajo ningún concepto, del 25%. Al contrario,
sospecho que un aluvión, aún mayor, de corruptelas, tendría sobre los irreductibles
un efecto cohesionador. Sí, la derecha está en paz y otea, imagino que entre el
asombro y la carcajada mal contenida, la posibilidad de una mayoría absoluta, a
la que podría acceder con los votos del zurrón centroizquierdista que
Ciudadanos (muleta idónea a diestra, y si hace falta a siniestra) se elaboró
con los retales del pacto con el PSOE.
La claridad, la simpleza del convencional campo de la derecha, se
torna en el convencional campo de la izquierda (ese en el que se sitúa, a pesar
de su praxis cuando accede al gobierno, al PSOE) en pura tensión, en mensajes
cruzados. Las ya convocadas elecciones del 26 de junio plantean dos aspectos
básicos e inéditos.
En primer lugar la posible alianza de Izquierda Unida y Podemos,
circunstancia que se dirimirá en apenas una semana por imperativo de los plazos
electorales, y que ya produce un multidireccional fuego graneado y una enorme
preocupación de la derecha por el futuro de IU como organización. Observo que
los anteriormente comunistas camuflados en IU, se convierten en entes preciosos
por los que valdría montar un operativo especial tipo “Salvar al soldado
comunista”. Entiendo que los seres humanos, yo el primero, amamos nuestros símbolos,
nuestra identidad. Y este tema me ha hecho, en una extraña asociación,
acordarme de la Unión Soviética. Hasta el día antes de morir, sus símbolos se
mantuvieron intactos, el socialismo era eterno, lo que no estaba intacto era lo
más importante, el pensamiento, la capacidad de lucha de la gente que debía defender
los valores igualitarios, el objetivo indeclinable de construir una sociedad
mejor. Lo esencial no es la identidad de IU o de Podemos. Lo esencial es si se
puede construir una alternativa con un programa de mínimos y objetivos claros que
esté en condiciones, por primera vez en 40 años, tal vez no de inquietar, para
eso se necesitaría una calle poco activa, pero sí de incomodar, que les haga
dejar de mirarnos como a insectos, a la clase dominante. Caso aparte (y que me
parece el trabajo de un submarino como fue la Nueva Izquierda de López Garrido
y Cristina Almeida que torpedeó el proyecto de Anguita y arribó, tras el
trabajo bien hecho al puerto socialista), es el de Gaspar Llamazares, de plató
en plató defendiendo, desde el paradójico nombre de Izquierda Abierta, una IU
que con él nunca pasó de ser una moderada muletilla del PSOE.
En segundo lugar, si fructifica la confluencia, la palabra, mágica
para unos, y tabú para otros, será sorpasso. La posibilidad del adelantamiento,
de que la hegemonía de ese espacio ideológico llamado izquierda en el que con
gran generosidad se ubica al PSOE cambie de bando después de 40 años. Una unión
de izquierdas puede superar en votos y escaños a una de las, hasta hace un par
de años, sólidas patas del bipartidismo. Pensar en ganarle al PP me parece muchísimo
más complicado. Supondría llevar a su nivel máximo de movilización e ilusión al
voto de izquierdas y dar un gran bocado al voto tradicionalmente socialista. Pero
el simple hecho de superar al PSOE rompería el imaginario monolítico, instalado
durante décadas, de las dos grandes formaciones turnistas, que ya, sin estar
hundido, salió tocado de las últimas elecciones. El PSOE comenzaría un periodo
de lucha interna que no se si llevaría a la anunciada pasokización, pero si
supondría una oportunidad de oro para instalar otro imaginario, más combativo y
transgresor, como referente en el ámbito de la izquierda. Y si la derecha no
obtiene la mayoría absoluta, que es mucho más factible frenar con esta confluencia de
izquierdas, el PSOE, además, se vería obligado a asumir una posición que en el ámbito
del gobierno estatal desconoce, la de tomar partido, bien por activa, entrando
en un gobierno de izquierdas, o bien, siguiendo la posición de Felipe González,
por pasiva, facilitando con su abstención el gobierno del PP.
A confluir, que no es fácil, pero ya es hora. Aún sabiendo que los márgenes de acción que deja este sistema son escasos, y los hipotéticos triunfos modestos, es necesario acabar con lo que he percibido siempre como una tendencia de la izquierda, tan irresistible como esquizofrénica, a una fragmentación casi cainita, a la par que se clama ardorosamente por la unidad popular. No obstante, este pesimista relativamente ilusionado, ante las expectativas creadas, piensa que esta vez no hay marcha atrás.
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