La thatcheriana señora Aguirre siempre hace gala de su liberalismo. Ésta
es una palabra que, como una etiqueta que certificara un excedente de moralidad
y generosidad con el genero humano, se cuelgan muchísimas personas. “Yo soy
liberal”, pronunciado con un ligero engolamiento de la voz, suena a amante, así,
a saco y en abstracto, de todas las libertades de los seres humanos.
El término es tramposo en su doble vertiente. En la económica, los
fieles al credo liberal suelen dar muestras de flaqueza cuando menguan los
beneficios o asoman las pérdidas. Entonces las ayudas estatales al sector
privado, cuya divinidad principal son los rescates bancarios, dejan de ser demonizadas
subvenciones gravosas para el erario público. En el ámbito político, el faro de
Aguirre, la extremista liberal Margaret Thatcher, mostró su simpatía por el
sanguinario fascista Augusto Pinochet, que en el terreno económico, mientras al
izquierdista se le controlaba con la picana, aplicaba las ultraliberales políticas
económicas de Milton Friedman.
Por edad, la señora Aguirre tuvo oportunidad de ser una esforzada
luchadora contra “la ideología más criminal de toda la historia”, que no es
aquella a la que yo me siento cercano, y que soy consciente de que ha cometido
crímenes alevosos a la hora de la concreción práctica: la comunista. La ideología
más criminal, por la perversidad de sus postulados teóricos, es el nazifascismo,
que tiene como señas de identidad, como esencias primordiales, como parte de su
código genético: la xenofobia, el racismo y el machismo. Y la señora Aguirre, nacida
en el 52, desde su exacerbado amor a la libertad, pudo combatirla, pues era la
ideología imperante en su país, con la existencia del partido único fascista
Falange Española, cuando ella, alrededor del 70, arribó a la universidad, que
era una de los núcleos más activos en la resistencia antifascista. El principal
problema que habría podido encontrarse, es que ese ente casquivano que era el
espíritu liberal, sumido en la extraordinaria placidez mayororejiana, no se
activó hasta después de muerto, en noviembre del 75, nuestro asesino fascista
particular, Francisco Franco. Ése cuya imagen, junto a la de un jefe nazi, fue
proyectada a gran escala en el muro de un castillo toledano, sin que ningún
juez haya llamado aún a responsable alguno a declarar. Y la escala no es baladí,
pues no olvidemos que dos titiriteros fueron encarcelados y arrostran un
proceso donde la punta de lanza fue un “gora alkaeta” tamaño folio. Además, les
aseguro que es imposible poner la foto de un jefe terrorista más sanguinario en
la España del siglo XX.
Muchos comunistas, esos que usted califica de poseer una ideología
criminal (aseveración absurda, pues una de las frases que más he oído en mi
vida, cuando de política se hablaba y surgía el término comunismo, es la
siguiente: “el comunismo en teoría está muy bien, pero en la práctica…” ¿Quién,
cuando habla de la idea nazifascista, defiende que su problema ha sido la práctica?),
mientras millones de futuros liberales hispanos hibernaban el letargo de la
dictadura fascista, para posteriormente abrirse como flores en primavera, no
cejaron, con poca fortuna y mucha cárcel, en su empeño de luchar contra el
fascismo.
La palabra comunista, maridada con Venezuela, va a ser, al menos hasta
el 26 de junio, y según los resultados electorales también después, incansable
badajo al que no va a faltar una enorme campana, con el objetivo de atemorizar,
repique tras repique, al voto dubitativo.
Reconozco que, aún sabiendo que la confluencia de IU y Podemos está a
años luz de cualquier aroma de comunismo, me produce una cierta satisfacción perversa
ver al facherío patrio paseando, con la careta medio caída, uno de sus demonios
particulares.
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