miércoles, 19 de octubre de 2011

Arroyo continuo, fluye la sangre (Una historia de violencia)

La violencia.
John Banville, escritor irlandés al que no he leído, declaraba hace unos días, refiriéndose a la candidatura de Martin MacGuiness, ex jefe militar del IRA, a la presidencia de la República de Irlanda, que "una persona con sangre en las manos no puede ser presidente". Vamos a dejar el planeta casi sin jefes de estado, con lo cuál quizás habría que empezar a estudiar con atención la propuesta del, permítaseme la familiaridad, amigo John. No estoy diciendo que todos los jefes de estado se hayan cargado con sus propias manos a alguien. Bueno, uno al menos si conocemos que lo hizo: el nuestro, Juan Carlos I el Campechano, que con 18 añitos, mientras jugaban con una pistola (ya dice el acervo popular que las pistolas, y más en el caso de la católica España, las carga el diablo) en la villa de su padre en Estoril, mató a su hermano Alfonso de un disparo accidental. Yo nunca he dudado de que el disparo fuera fortuito, su hermano era menor y no le ensombrecía su hipotético acceso al trono vía designación de Franco ( esta se produjo en 1969). Lo que si me llama enormemente la atención, y me hacer dudar de la catadura moral del individuo es, que después de matar a tu hermano, desarrollara una desmedida afición a la caza, o sea, a las armas. No sé si este hombre tiene sangre azul o rojigualda, pero a mí me revuelve el alma. Dejemos al ciudadano Borbón y volvamos al resto de los jefes de estado. La mayoría, más allá de que hayan tocado un arma en su vida, tienen muertos sobre sus espaldas. Simplemente constato, ni me planteo si son mandatarios elegidos o no. La elección por votación popular de Bush, Blair o Aznar no los legitimaba para "democratizar" en sangre Iraq. Estos que acabo de citar no tienen sangre en las manos, pueden llenar una bañera y chapotear. O el amigo "socialista" Solana, secretario general de la OTAN en 1999, cuando durante meses esta organización bombardeó Belgrado matando, entre otros peligrosos individuos, a diez trabajadores de la televisión yugoeslava.  Mandela, que algunos quieren equiparar a Ghandi, como ya dije en alguna ocasión, fundó "La Lanza de la Nación", justificadísimo brazo armado del Congreso Nacional Africano que utilizó durante decenios la lucha armada contra el ejercito racista sudafricano. Mandela gobernó Sudáfrica al poco de salir de la cárcel tras 28 años preso. Su lucha, siendo muy justa, originó muertes y sufrimiento, que por supuesto en mucha mayor medida sufría el pueblo negro oprimido de Sudáfrica. Como anécdota contaré que en uno de los juicios a dirigentes de la izquierda abertzale, cuando uno de ellos citaba a Mandela, a los jueces, haciendo gala de su sapiencia y rigor, poco les faltó para mandarlo a enjuagarse por nombrar, con su boca sucia, al santón de la paz. Y cuidado, estoy convencido de que Mandela ha sido siempre un hombre de paz, incluso cuando empuño, dirigió o inspiró  a los alzados en armas. El poder se cimenta en las armas, que, nos guste o no, matan. Después llegan los grandes medios de comunicación a vestir la sangre con los ropajes dialecticos adecuados, unos buenos y otros malos, malísimos, pertinentes para encauzar el pensamiento en la dirección que los poderosos desean. Las guerras pueden ser justas, necesarias incluso en determinadas situaciones de opresión extrema, pero nunca son humanitarias, siempre generan un enorme dolor. Poca gente duda hoy de la justicia de las guerras de liberación nacional libradas en los siglos XIX y XX. Los dirigentes que gobernaron esos territorios después de liberarlos del colonialismo o el imperialismo, no creo que dudaran de que sus países, como los recien nacidos, eran alumbrados envueltitos en sangre.
 ¿Podemos cuestionar a Martin Macguiness?¿Dentro de equis años podría un expreso etarra ser lehendakari? La sangre se derrama, pero nunca deja de fluir.
Como historiador me produce una cierta desazón saber que el relato de la sangre es, en buena medida, mi medio de vida.
Acabo con dos versos de Silvio Rodríguez de "la Canción del Elegido", que me parece que compendian el devenir del ser humano en este planeta.

Y al fin bajo hacia la guerra…
¡perdón! quise decir a la tierra.

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