Vuelve, inexorable, con el
victimario jefe aún enterrado en lugar privilegiado y sus víctimas en cunetas,
el 18 de julio (aunque en realidad la escabechina comenzó el 17 por la tarde).
83 años ya del golpe de estado perpetrado contra la República por, redundancia
al canto, “la 18 de julio”, la banda terrorista encabezada por el criminal
fascista Francisco Franco que, después de establecer a sangre y fuego (y con el
inestimable apoyo del nazismo alemán y el fascismo italiano) una dictadura bajo
la forma política de reino, del cuál él era caudillo, nos impuso de facto al
nieto de Alfonso XIII como su “hijo” político.
Sobre Alfonso XIII las
Cortes Constituyentes republicanas aprobaron el 19 de noviembre de 1931, lo
siguiente:
“Don Alfonso de Borbón será degradado de todas sus
dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar ni dentro ni fuera de
España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes
elegidos para votar las nuevas normas del Estado español, le declara decaído,
sin que se pueda reivindicarlos jamás ni
para él ni para sus sucesores”.
Hoy, 83 años después de la conculcación flagrante de la
legalidad republicana, en la jefatura del estado español (y no como adorno)
está el “nieto” político del connotado terrorista Franco, Felipe VI.
El anciano asesino, según confesión de su “hijo”, cuando
avizoraba su final, protagonizó con él (con la edad, lo sé por experiencia,
aumenta la tendencia al lagrimeo) una emotiva escena:
«El día antes de
morir, Franco me cogió la mano y me dijo: ‘Alteza, la única cosa que le pido
es que preserve la unidad de España’.
Juan Carlos, a pesar de los
atentados de ETA, y con Jordi Pujol (el improcesable) como puntual puntal a
diestra y siniestra de los gobiernos de España, nunca vio peligrar la unidad
patria.
El “nieto”, Felipe, sí. Y los hechos recientes, y quizás aún no totalmente
sofocados, nos demuestran que esa petición sigue siendo una línea roja
infranqueable que perdura inmutable de hace 83 años acá.
Y por eso mandó a Cataluña a los
10.000 hijos de Piolín a aporrear a la gente y salió por televisión el 3 de
octubre de 2017 mandando un mensaje durísimo y dejándonos claro a todos que de
florero no tiene nada, que es un cargo no electo, un tipo inhabilitado por las
cortes republicanas y que ostenta la corona por mor de un militar terrorista y
su banda de delincuentes (a tal condición quedaron reducidos a efectos de la
legalidad republicana), que corta más bacalao del que nos hacen creer.
Cansa, pero lo repetiré para
todos aquellos que salen con la cantaleta de la legitimidad proveniente del
referéndum constitucional del 78. La única disyuntiva que planteaba la votación
constitucional para el ciudadano común, y escaldado por casi 40 años de
dictadura cuya vivencia y miedos (por vía personal o memoria familiar) no se
habían disipado, era ganar una serie de libertades políticas que estaban
duramente perseguidas incluso con el jefe terrorista ya fallecido. Como muestra,
los muertos a manos de la policía en los años de una “modélica” Transición que
no fue tal para los cinco trabajadores asesinados en Vitoria o para Germán
Rodríguez muerto por un balazo en la cabeza en los Sanfermines del 78 (por
cierto, ninguno de sus asesinos e inductores pasó ni 5 minutos en la cárcel, ni
los familiares de estos asesinados, ni otros en parecidas circunstancias como
Javier Fernández Quesada muerto de un tiro por la guardia civil en la puerta de
Universidad de La Laguna, tienen consideración de víctimas del terrorismo).
Cualquier persona sabe que el paso previo a la elaboración de una constitución,
la primera medida democrática indispensable, era la consulta específica sobre
un modelo de estado alterado por la acción asesina de terroristas uniformados,
circunstancia que sí aconteció en Grecia o Italia tras la 2º Guerra Mundial.
En España, imposición intocable
de Franco, casi 88 años después de que las cortes republicanas expulsaran a los
Borbones para siempre, seguimos, fruto palpable del 18 de julio, teniendo a los
Borbones, parece que para siempre.
Sí, la monarquía, su retorno, es
un legado del dictador. Y el Tribunal Constitucional nos recordó hace un par de
días, el 17 de julio (esperando un día más les habría quedado redondo), que
sigue siendo intocable.
El Parlament de Cataluña aprobó
por mayoría absoluta en octubre de 2018 una reprobación de la monarquía a la
que calificó de institución caduca. El partido más dolorosamente monárquico del
panorama político español, ese del “almita” republicana, el que en los años 70
del siglo pasado defendía en su programa el derecho de autodeterminación de las
nacionalidades históricas del estado, sí, ése, el PSOE, recurrió el acuerdo al Tribunal Constitucional que ha procedido a
anularla alegando que “la inviolabilidad preserva al rey de cualquier tipo de
censura o control de sus actos”. Censura o control de sus actos del que estaba
preservado, en igual medida, el “abuelito” político de Felipe VI. En fin… la
soberanía de los parlamentos, la representatividad de los diputados, esa
democracia formal que siempre les está desbordando la boca se acaba cuando
topamos con los Borbones (o con la unidad de España). Un apunte: cuidado,
intenten no topar, al menos físicamente, con el “tanque” de medio millón de
euros que le acaba de comprar Hacienda al rey y cuyas preguntas parlamentarias,
de rojos y separatistas, han sido vetadas por el tripartito de la “razón de
estado” que componen el PPSOEC,s.
La protección brutal de la
monarquía impide, además, que un tipo, el rey emérito, del que ya nadie tiene
dudas de que ha amasado una fortuna con todo tipo de trapicheos, viva, plácidamente,
de sarao en sarao, gracias a una inviolabilidad que hunde sus raíces en esa
“extraordinaria placidez” (Mayor Oreja dixit) que instauró, hace 83 años, el
fascismo español.
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