El titular principal dice así:
“Detienen en España a un venezolano acusado de
quemar vivo a otro en las protestas de 2017” .
Los dos subtítulos, se supone que con función
aclarativa, completan la noticia de la siguiente manera:
“Enzo Franchini Oliveros está acusado en
Venezuela de haber quemado vivo a un joven de 22 años”.
“Sucedió durante la oleada de protestas
antigubernamentales que registró el país”.
Todos sabemos que la mayoría de los lectores de prensa generalista, ya sea en papel (cada vez más cercana a su óbito) o en Internet, salvo que la noticia les interese mucho, suelen leer título y subtítulos. Puede ser porque cada uno profundiza en lo que le interesa o porque el tiempo no alcanza ante el enorme flujo informativo, aunque paradójicamente en muchas ocasiones ese flujo tiene sobre todo un aliento desinformativo y, lo que es peor, deformativo.
Todos sabemos que la mayoría de los lectores de prensa generalista, ya sea en papel (cada vez más cercana a su óbito) o en Internet, salvo que la noticia les interese mucho, suelen leer título y subtítulos. Puede ser porque cada uno profundiza en lo que le interesa o porque el tiempo no alcanza ante el enorme flujo informativo, aunque paradójicamente en muchas ocasiones ese flujo tiene sobre todo un aliento desinformativo y, lo que es peor, deformativo.
La noticia que arriba reflejo la ofreció el 11 de julio el digital
“20 minutos”.
Imagino, especulo, que los fundadores de ese diario con el nombre
quisieron plasmar una estimación del tiempo aproximado que un lector medio,
sumergido en la vorágine cotidiana, emplearía en informarse a través de su
cabecera. Estarán ustedes conmigo si estimo que en veinte minutos es muy
difícil ir más allá de las entradillas, incluso siendo bastante selectivo. Un
par de artículos de opinión y un par de noticias completas pueden llevarte,
minuto arriba o abajo, ese tiempo. Al resto una miradita por encima y va que
chuta.
Todo lo anterior lo explico para destacar que ese resumen de la
noticia que nos ofrece, titular y subtítulos mediante, el propio medio
informativo, es básico y, lo más importante, casi nunca es inocente.
Venezuela, el leviatán, ese monstruo que devora o abrasa
(perdóneseme un cierto juego macabro con el lenguaje) a sus hijos. El estado
fallido del que hoy hablaba contrito, en una entrevista para El Mundo, Íñigo
Errejón, pidiendo disculpas por un día, eones ideológicos atrás, en que tuvo la
osadía de decir que en Venezuela se hacían tres comidas al día. Que importante
es la comida en Venezuela y que guapas son las mulatas en las playas de Ipanema,
aunque Brasil tenga un presidente fascista que hace una semana defendió el
trabajo infantil en un país donde más de 5 millones de niños, que viven en la
pobreza extrema, desconocemos cuantas comidas hacen al día para despreocupación
del señor Errejón.
Si estamos avizores no nos engañarán, trabajen por minutos o por
horas, estos animalillos informativos, supuestamente neutrales, que siempre
derrotan hacia la derecha. Y ese titular, falsamente aséptico, es tramposo. No
tengo ninguna duda de que si el asesinado hubiera sido opositor nos habrían
colocado un titular diáfano, inequívoco: “Detienen en España a un chavista
acusado de quemar vivo a un opositor en las protestas de 2017” . Pero no. El chavista,
además negro, fue el quemado. Disimulemos, pues. Penumbra. Al menos para
aquellos que se quedan en el titular, la mayoría, y murmuran para sí,
asqueados: “¡puto Maduro!”.
Hay una anécdota, atribuida al periodista Eugenio d´Ors, contada
por Eduardo Haro Tecglen, que dice que cuando le dictaba un artículo a su
secretaria le preguntaba:
“¿Ha quedado esto claro?”
“Sí, maestro”.
“Pues oscurezcámoslo”.
En la prensa y en los medios informativos dominantes actuales hay
una legión de oscurecedores y focalizadores. Especialistas en la penumbra y el
foco que realizan una tarea u otra, con el mismo fin, según se tercien las
necesidades del momento.
Penumbra y fugacidad informativa acompañaron a la detención en
Sevilla de un miembro del séquito del ya citado presidente brasileño Bolsonaro
al que le fueron incautados, a finales de junio, cuando iban en tránsito hacia
la cumbre del G-20 en Japón, 39 kilos de cocaína. Un sargento, sin encomendarse
a nadie se aventura a llevar una maleta cargadísima de cocaína en un viaje
oficial. A mí, sin ser un lince, no me cuadra. Un tuit de Bolsonaro diciendo
que se le aplique todo el peso de la ley, pelillos a la mar, y después
silencio. Imagínense que ese séquito es el del presidente venezolano Maduro.
Hoy, veinte días después, los grandes medios españoles seguirían perpetrando,
con el foco a pleno rendimiento, su masacre mediática.
Cuando estaba terminando este texto, la noche del 15 de julio, el
digital Público sacó una exclusiva que defiende que el imán de Ripoll, acusado
de ser el cerebro del atentado de Las Ramblas el 17 de agosto de 2017, estuvo
hasta ese mismo día “monitorizado” por el CNI. Público anuncia que hará nuevas
revelaciones en los próximos días. Desde luego, quién esto escribe no está en
disposición de juzgar la veracidad o falsedad de la información de Público. Hago
referencia a esa noticia en este texto porque me reafirma en mi teoría del foco
y la penumbra. El titular de Público es con letras enormes. Foco total. En el
resto de la prensa estatal con sede en Madrid, mientras escribo estas letras 24
horas después de publicada la noticia, reina un silencio absoluto y extraño
teniendo en cuenta la envergadura de la noticia. Penumbra total. Solo una
excepción: en la aldea gala catalana sus medios si han difundido con sumo interés
esta noticia. Pero no pensemos que hay empate, al menos por ahora: salvo para
quiénes nos informamos de manera activa, o son muy activos en las redes, una inmensa minoría, esta noticia está
en la penumbra.
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