En
Canarias, hace años (quizás aún siga pasando), cuando se celebraba una fiesta
entre amigos, no era raro que en la sobremesa aparecieran un par de guitarras
con las que se iniciaba un repertorio musical que podía ir, el trío Los Panchos
mediante, desde la pausada bolerística de un reloj implacable con las horas o
anhelante de que el ente amado nos dijera ven, a los aires folclóricos de
nuestras islas. Cuando se llegaba a este punto no era raro que, transitando de
lo melancólico a lo ardoroso, con ritmo de Isa parrandera se entonaran los
siguientes “versos”:
“Canarias ya no es
Canarias
porque está llena de
godos,
levántate padre Teide
y dale por culo a
todos”
Aclaro
que en no pocas ocasiones entre los etílicos cantantes había alguno nacido en
tierras peninsulares. En general, el término godo se usaba (creo que desgraciadamente
va cayendo en desuso) para nombrar a la persona que venía de la península con
ínfulas, con la mirada altiva y la cresta excesivamente levantada.
Yo
hace mucho tiempo que no participo en jolgorios de este tipo, pero me temo que
hoy en día los hipotéticos cantadores se tentarían la ropa a la hora de
arrancarse con la mentada coplilla. No faltaría la mente lúcida que los acusara
de xenófobos y quizás un juez con ganas
de encausarlos por esa mierda llamada “delito de odio”. Un delito creado (y
aplicado) por aquellos a los que odiamos la centésima parte de lo que se
merecen. Tal vez podría tachárseles también de supremacistas o incluso de
racistas. Sí, supremacistas aborígenes inflamados con la sangre del enloquecido
Beneharo o del suicida Bentejuí. Me gusta. Odio eterno a la raza goda y alianza táctica (hasta la
liberación, ni un paso más) con el supremacista mayor del aún reino: el catalán
Torra. Si se anima Euskadi, ahora que el PP amaga con putear al PNV en el
Senado, siguiendo la consigna del Che (luchador internacionalista por el
derecho a la autodeterminación de los pueblos, cuidado que alguna cabecita de
esas que dicen que la clase obrera no tiene patria puede explotar) surgirían,
rodeantes, al norte, al este y al sur, un, dos, tres Vietnam en el estado
español.
Ni
siquiera sé ya si la ironía expuesta es un refugio deseable o decente. En
cualquier caso es un arma ínfima para combatir la enormidad de la artillería
mediática que tiene como exclusivo objetivo presentarnos una realidad lo más
distorsionada posible. Una realidad donde, pobre Malcom X, sustituida la clase
trabajadora por la clase media, pululan como setas en otoño los amantes de los
opresores.
Pedro
Sánchez, sé que es una afirmación muy arriesgada, es un tránsito de la derecha
conservadora con rasgos franquistas del PP a una extrema derecha que,
camuflándose tanto como haga falta en ese comodín multiusos llamado
liberalismo, viene con el cuchillo en los dientes a lomos de una oligarquía que
(con sentencias oteando sobre el PP), está preparando desde hace un par de años
un posible cambio de actor principal en el terreno de la derecha. Esta situación,
con todas las fanfarrias mediáticas cantando las loas albertianas ante el
enmerdado (genial parodia en Polonia de
un Titanic pepero anegado por la inmundicia) Mariano, es bajo mi pesimista
punto de vista irreversible, al menos a medio plazo.
Tengo
escasas dudas de que una población “machacada” por los grandes medios, los que
son la única fuente informativa de millones de personas, con mensajes que
establecen estrecha competición entre los simple y lo simplón, acabará aupando
al poder a ese joseantoniano de nuevo cuño que, como su predecesor, solo ve
españoles sin distinción alguna. Españoles que deben colaborar hermanadamente
sin atender a distinción de clase alguna. Contra la lucha de clases esgrimida
por la antiespaña marxista se levanta el fascismo naranja con su teoría de la
colaboración de clases para el engrandecimiento de España (ni rojos ni azules,
ni empresarios ni trabajadores: todos españoles iguales. Sí, son los impulsores
de la desigualdad los que pondrán todo el acento del mundo en engañarnos diciéndonos
que somos iguales). La parte del discurso falangista que defendía la
“dialéctica de los puños y las pistolas” la tienen guardada... por ahora. No la
necesitan. Vivimos bajo la contundencia noqueadora de una oligarquía judicial
que abre el camino hacia esa España renovada, donde parece que otra vez
“empieza a amanecer”.
Entretanto
aquí tenemos, de nuevo en el escenario, al PSOE. El bálsamo que mejor suaviza
la fina piel del progre hispano. Un espécimen especialmente repelente en su versión
artística o intelectual, pues ha sido incapaz, básicamente en aras de cuidar su
cartera, de denunciar la injusticia que supone la existencia de presos
políticos. Vivimos tiempos tan miserables, que todavía hay quién discute que
los líderes independentistas catalanes están en prisión provisional vengativa
por la única causa de pretender, voto mediante, la realización de un objetivo
político.
El
encorsetado pensamiento común es mágico: en democracia no hay presos políticos,
España es una democracia, luego en España no hay presos políticos. Buena parte
de la población va servida con esta simpleza que le evita plantearse porque
cada vez entra más gente en la cárcel por su acción política o es perseguida
por rapear, por ejemplo, que el destino natural de cualquier cabeza que osa
proclamarse rey es el cesto de la guillotina.
Decía
un poco más arriba que ha salido al escenario el prestidigitador que mejor
embelesa las conciencias buenistas de los que buscan el equilibrio entre su
cartel público y su cartera privada. Me resultó enternecedor ver a los ex
asaltacielos gritando “sí se puede” (no deberían olvidarse que para el PSOE ese
afirmativo es siempre condicional) en el Congreso, mientras la bancada
socialista los ignoraba.
El
partido esencial e insustituible del régimen del 78 es el PSOE. En los últimos
40 años la derecha ha tenido, en orden cronológico, dos representantes, UCD y
PP, avizorándose la próxima hegemonía de un tercero: Ciudadanos. El PSOE, en
cambio, es toda la “izquierda” tolerable. Unidos Podemos, aún teniendo un
programa tímidamente socialdemócrata que situaría en el campo de la
ultraizquierda al PCE, e incluso al PSOE del 77, es para los poderes fácticos
hispanos la encarnación del peligro rojobolivarianoseparatista.
Este
partido esencial tomará algunas medidas cosméticas que nos pondrán una sonrisa
en los labios y procederá a lo que toca: apuntalar el régimen. Y como muestra
tenemos al individuo que portará la cartera de exteriores: Borrell el filonazi.
¿Me he vuelto loco? ¿Soy injusto?
Vuelvo
al inicio de este texto: la facilidad con que se extienden certificados de
xenofobia, racismo y supremacismo. El movimiento independentista catalán ha
sido estigmatizado con los conceptos anteriores por mucha gente que, estoy
convencido, padece los ismos antes mencionados en el terreno que importa, el de
los hechos. Por ejemplo, impugnando ante el Tribunal Constitucional una ley de
la Generalitat que establece una sanidad universal que incluye a los
inmigrantes ilegales. Hoy en día vivimos tiempos oscuros en que el fascista
tilda de tal al antifascista.
Sé
que Borrell no es filonazi, pero en la campaña electoral del 21D habló de la
necesidad de desinfectar Cataluña. A Quim Torra lo crucificaron por el
artículo, manipulado, de las bestias. Podríamos decir, abundando en la
concepción del trazo grueso, que Borrell degrada al independentismo al
siniestro papel de silente bestia microbiana, poniéndose casi a la bajura de un
matón judicial, un Llarena cualquiera.
Compartido José Juan en la web de UCR. Saludos, Félix
ResponderEliminarhttp://www.unidadcivicaporlarepublica.es/index.php/opinion-actualidad/politica/18631-yo-el-supremacista-o-el-mundo-de-las-apariencias