Si tuviera una desmesurada
capacidad inventiva podría pensar que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, es
un consumidor habitual de una peligrosa sustancia: la fascistina.
Parece que en cada intervención
pública suya su lema fuera un remedo de la antaño famosa medalla del amor: más
fascista que ayer, pero menos que mañana.
Me referiré, por orden
cronológico, a sus últimas incursiones en el consumo de tan peligrosa
sustancia.
En primer lugar nos contó que era
un veedor o detectador incansable de españoles. Aunque resulta ser un extraño
especialista, pues a la par nos explica su incapacidad para establecer
cualquier tipo de distinción o clasificación entre ellos, por evidente que
resulte. En concreto, creo que es uno de los efectos más notorios de la
fascistina (variedad joseantoniana), el individuo es incapaz de diferenciar
entre el español oligarca o rico y el español pobre o con dificultades para
llegar a fin de mes. Para Albert, en sus ensoñaciones, son iguales los 20
españoles más ricos y los 14 millones más pobres. Y tiene razón en un aspecto:
ambos grupos sociales detentan la misma cantidad de riqueza. Los caminos de la
igualdad entre los españoles, como los de Dios, son inescrutables.
En segundo lugar, tras pasearnos
por la bondad de ser español desde el palacio al desahucio, Rivera pasó, en un
mitin malagueño, ante la mirada aquilina de Vargas Llosa, español por
convicción y ahora ejerciente de converso, al mundo de las propuestas
concretas. España necesita un umbral, un tamiz que no pueda atravesar ningún
antiespañol: el 3%. Cualquier partido que quiera asentar sus reales en el sagrado
congreso español debería superar ese porcentaje de votos a nivel estatal. Si
tomamos como referencia las últimas elecciones de 2016, en las hubo algo más de
24 millones de votantes, los partidos que obtuvieran menos de 720.000 votos
quedarían fuera del parlamento. O sea, todos los partidos a los que el
nacionalista mayor del reino acusa de nacionalistas. Lo mismo que Albiol (otro
adicto a la fascistina) quería limpiar Badalona, el amigo Albert quiere limpiar
España. Más allá de que imagino que sería posible burlarla con una argucia
legal (una especie de gran coalición tipo elecciones europeas), la propuesta,
que probablemente tiene mucho de “prietas las filas” y golosinear el oído de
los seguidores del “a por ellos”, es bastante irresponsable, e incluso peligrosa,
para los intereses de los unionistas españoles. Por una razón simple. Abocas a
los partidos nacionalistas, incluso a
los meramente conseguidores, a plantearse la hipótesis independentista. Si tú
me excluyes de tu parlamento por ser infraespañol, o al menos serlo bajo
sospecha, si me impides sentirme participe en la toma de decisiones sobre la
gran nación española, adiós, yo me que do con mi pequeña patria, el ámbito al
que tú restringes mi acción política.
En tercer lugar, en una
entrevista con Susana Griso, el consumidor de fascistina, cual cabra, siempre
tira al monte. Camino que, en este caso, es su manera de llegar a un lugar que,
disimulos aparte, siempre le resulta grato: el Valle de los Caídos. El futuro
Arlington español. Tenga cuidado con las sobredosis (de fascistina adulterada
en este caso con unos gramos de paletismo) señor Rivera. El Valle de los Caídos
es una vergüenza, una infamia fascista en la cual se rinde culto al mayor
terrorista del siglo XX español. Sí, Rivera, cuando hablas de condenar al
Franquismo (con la boca chica que decimos en Canarias) pero también el
terrorismo estás olvidando que el Franquismo (a mí me gusta llamarlo fascismo,
pues refleja su esencia mucho mejor) es el terrorismo por excelencia,
practicado por Su Excrecencia. Lo he dicho en otros textos, pero lo reitero:
Franco y los felones que le secundaron,
sublevados contra el gobierno legítimo de la Segunda República, asesinaron,
como banda criminal, estableciendo una cifra a la baja, al menos cien veces más
que el icono terrorista español: ETA. Además ETA nunca tuvo la capacidad, si al
concepto de terrorismo nos atenemos, de atemorizar a tanta gente como el
fascismo español durante 40 años.
Un consejo Rivera, quizás malo
para tus intereses viendo los vientos que soplan en Europa, modera el consumo
de fascistina.
Termino con un doble epílogo
mustio y asqueado.
Se han recogido 260.000 firmas
para quitarle a Billy el Niño la medalla que le concedieron en 1977. Desde el
profundo respeto a los impulsores de la iniciativa y a todos los firmantes,
triste país aquel donde toda la justicia que se le puede hacer a un torturador
es quitarle una medalla. Recuerdo cuando, ufano, el poder español quería vender
en Sudamérica las bondades de la Transición, ese maná podrido y blanqueador del
fascismo. Un dato: en Argentina han sido juzgados alrededor de 800 represores
de una dictadura (1976-1983) que duró menos de la quinta parte que la española.
Aquí es casi una heroicidad, imagino las loas a Pedro Sánchez cuando lo haga,
retirarle a un criminal una medalla.
Uno de los últimos actos del
gobierno del PP, vía ministro Catalá, fue permitir la infamia de que, a hombros
de su nieta, perviva el ducado terrorista de Franco. ¿Para cuando el decreto
que elimine, al menos como primer paso, todos los títulos nobiliarios
concedidos a los militares fascistas que se sublevaron contra el gobierno
legítimo de la Segunda República? Aquí no pretendemos, por supuesto, llegar tan
lejos como Chile, donde el Supremo ha ordenado embargar propiedades y 5,1
millones de dólares de Pinochet. Aquí llegamos a lo opuesto, a que la familia
Franco regularizara 7,5 millones de euros con la amnistía fiscal promulgada en
2012 por el PP.
En el estado español, por lo que
toca a la dignidad antifascista (no solo Rivera consume fascistina), con la
limosna de algún acto simbólico que otro vamos más que satisfechos.
Yo, un tímido enfermizo, voy a ser un poco carota. Si te ha gustado el blog, recomiéndalo. Si he sido un poco osado disculpa. Un saludo y gracias por leerme.
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