Seamos honestos. Más allá de la
adscripción ideológica o de las simpatías personales o incluso de las pasiones.
En Cataluña la fuerza está del lado del unionismo. La capacidad de reprimir, de
establecer límites coercitivos al otro, no pertenece a los independentistas, la
tiene en exclusiva, con poderosísimas herramientas (policía, tribunales,
ejército), el estado español. Y esto no es opinión, es realidad contrastada con
hechos. Buena parte de los principales líderes independentistas están en la cárcel
o en el exilio. Profesores, alcaldes, militantes de los CDR, incluso alguna
persona que tuvo la osadía de plantarse al lado de un guardia civil con nariz
de payaso. Toda una “fauna” diversa ha pasado por los juzgados para declarar,
generalmente como investigados, por sus actividades políticas.
Sin embargo, los grandes medios,
con tanta maestría como desvergüenza, le dan la vuelta a la tortilla y
convierten al independentismo catalán en una violenta maquinaria coactiva. Y
una gran masa de la población española, carente de criterio fundamentado,
compra el averiado producto que le sirven absolutamente preparado para consumir
sin pararse a pensar cuales son los ingredientes del mejunje que devora.
No soy un incauto, sé que en un
proceso de esta índole, que busca la ruptura de un status establecido, está
presente con bastante crudeza, el conflicto, y cuando este aparece no es raro
que una de sus expresiones sea, con variable intensidad, la violencia. Pero
pensemos un momento en la violencia que generó el conflicto vasco y la que ha
generado el catalán y veremos la abismal diferencia. No obstante (probablemente
porque la amenaza de secesión en Cataluña fue mucho mayor que la existente en
Euskadi en los momentos más álgidos de la acción armada de ETA), nunca hubo un
despliegue policial tan grande en Euskadi. La violencia en Cataluña tuvo su
culmen el 1-O, cuando la policía fue lanzada contra gente pacífica que sólo
quería votar.
El pie que da origen a este
texto, como su nombre indica, es la
viñeta de El Roto en el diario El País donde criminaliza los lazos amarillos.
Ahora iré con ellos, pero antes me gustaría hacer alguna consideración sobre un
“clásico” de los medios y de los unionistas: la fractura social.
Una de las acusaciones más
recurrentes a los independentistas es que han fracturado la convivencia de la sociedad catalana
(familias y amigos que no hablan de política o cuyas relaciones se han tensado). Además, suele apostillarse que
los independentistas sólo gobiernan para los “suyos”.
La fractura, la ruptura en la que
se pone la lupa, ¿sería la misma si los 70 diputados independentistas fueran
unionistas y los 57 unionistas fueran independentistas? Sí, sería la misma, lo
que cambiaría sería la hegemonía electoral, que pasaría del campo
independentista al unionista. Y al cambiar la hegemonía electoral cambiaría el
discurso unionista y sus altavoces mediáticos se centrarían en remarcar la
mayoría absoluta del españolismo. Lo que hacían cuando el PP con el 44% de los
votos tenía 187 escaños en el parlamento español. Por arte de magia, el rompimiento,
el quebrantamiento social, dulcificado, desaparecería de la machacona agenda
mediática.
Algo similar ocurre con el
hipotético gobierno independentista en exclusiva para sus seguidores. Todos,
salvo que queramos engañarnos, sabemos que los gobiernos cuando aplican sus
políticas no establecen un beatífico beneficio universal. Al gobernar se elige,
se prioriza, y eso, salvo que pertenezcas a la clase dominante, que juega en
una liga exclusiva y estratosférica, suele conllevar beneficiados y damnificados.
Pero seamos serios al argumentar, cuando la legislatura pasada el parlamento
catalán aprobó determinadas leyes sociales (pobreza energética y sanidad
universal, por ejemplo), que tumbó el gobierno vía TC, éstas no dejaban fuera
al ciudadano catalán unionista que padece la mentada pobreza energética.
Lo que sucede con los lazos
amarillos es lacerante.
El Roto, Andrés Rábago, publicó
el pasado 13 de junio la viñeta que encabeza este texto, donde muestra un par
de individuos con barretina (provincianismo o estrechez de miras) portando como
una especie de trono de Semana Santa (sacralización o irracionalidad) un lazo
amarillo que, según explica el breve texto que complementa la imagen, serviría
para cazar (violencia o acción criminal) a los que no lo portan.
La realidad es justo la
contraria. En Cataluña, o en cualquier otro lugar del estado español, lo que te
señala, lo que te significa ante el resto es portar el susodicho lazo. Si yo
voy sin lazo nadie sabe si defiendo o no la libertad de los presos políticos
catalanes. En TV3 he visto al filósofo Bernat Dedeu, independentista convencido
y partidario de la liberación de los presos, explicar que a él no le gusta
portar signo distintivo alguno. Está en su derecho. O sea, el que no lleva el
lazo no está transmitiendo mensaje alguno. Salvo que esa persona nos la
explique verbalmente desconocemos su posición. Sin embargo, quién lo porta
lleva un mensaje ambulante que puede despertar simpatía u hostilidad. Yo, en
Canarias, aunque estoy radicalmente en contra de dicho encarcelamiento, no me
atrevo a salir con uno, lo confieso. No dudando que la mayoría de la gente lo
respetaría, creo que no sería raro que algún individuo me increpara. El
peligro, que aumenta fuera de Cataluña, es para aquella persona que quiera denunciar,
sin menoscabar la libertad de nadie, la existencia de presos políticos.
Otra polémica con respecto a los
lazos es su uso en el espacio público. Una alcaldesa socialista de una
localidad catalana cuyo nombre no recuerdo los prohibió en las calles y plazas
de su municipio. Es absurdo. Si algún ámbito tiene la acción política es el
espacio público. En la dictadura fascista de Franco uno podía, cuál Aznar
parlando catalá, expresarse en la intimidad (aunque hasta eso temía la gente,
siempre recuerdo a mi abuela, en el 73 ó 74, diciéndoles a mi padre y a mi
primo, con expresión alarmada que no hablaran de política). Y a la intimidad
les gustaría relegar el lazo amarillo. ¿Que es un símbolo de parte que tiene
muchos detractores? Por supuesto. Como prácticamente todos los símbolos, tengan
oficialidad o no. Ningún símbolo conlleva unanimidad social. Todos generan
debate, confrontación y cuando está en el alero o ha cambiado de bando la
hegemonía, si los medios dominantes quieren, porque la nueva hegemonía pone en
entredicho sus intereses, tenemos servida, criatura aterradora y azuzada,
presta a devorarnos vía parálisis del pensamiento, la fractura social.
Acabo con una noticia que roza el
esperpento o el delirio. Según el rotativo digital “El español”, muchas personas
piden, redes mediante, la dimisión o cese de Empar Marco, directora de la
recién renacida TV pública valenciana “A Punt” por el delito de salir en
pantalla vistiendo, en un intolerable guiño a los presos políticos catalanes,
una chaqueta amarilla.
Cada uno intenta administrar su
dosis de libertad como puede, pero la verdad, con que tropa te has alistado Roto.
José Juan: Mañana sale en la web de UCR. Saludos, Félix
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