viernes, 14 de noviembre de 2014

El Papa Francisco y la imagen del comunismo

El Papa Francisco, quizás a su pesar, elogió hace unas semanas al comunismo. En un encuentro mundial de movimientos populares celebrado en el Vaticano, al que acudió Evo Morales, expresó lo siguiente: "si hablo de tierra, techo y trabajo resulta que soy comunista". Después el Papa adujo que la doctrina social de la Iglesia viene de lejos, en concreto de la encíclica "Rerum Novarum", sacada por León XIII en 1891, que, con el habitual tiento eclesial, y ante el empuje de socialistas y anarquistas, tiende una mano al sufrimiento de los obreros y establece una cierta crítica a "la inhumanidad de los empresarios". No obstante, el "daño" estaba hecho, la frase es todo un elogio al comunismo como fin deseable, y me atrevería a entroncarla con otra que pronunció el obispo brasileño Helder Cámara: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. Muchos de los detractores del comunismo reconocen la belleza moral de la idea, pero añaden la coletilla: "es irrealizable y acaba en dictadura". La crítica al comunismo, feroz y descalificadora para siempre, se basa en las experiencias acontecidas en el siglo XX y encabezadas por la URSS. La aplicación práctica, con deficiencias, de una ideología no invalida esa ideología, no la descalifica por los siglos de los siglos. Es necio y falaz quién equipara fascismo y comunismo. La primera es una ideología intrínsecamente perversa que glorifica élites, razas y desigualdades; la segunda es todo lo contrario y además es la que, vía Unión Soviética, permitió que Europa no se convirtiera en un protectorado nazi. Los setenta años de la URSS son, en un contexto histórico, un periodo ínfimo de tiempo. Aunque no pierdo nunca de vista que los hechos históricos los protagonizan seres humanos cuyas vidas, únicas e intransferibles, tienen una temporalidad diferente. Pienso que el fin de cualquier organización colectiva humana debe ser la dignidad de lo esencial (lo que citaba el Papa temeroso de parecer comunista) y, siguiendo la premisa de la Ilustración, la consecución de una relativa felicidad. 
Días pasados confluyeron dos aniversarios con significaciones opuestas. El 7 de noviembre fue el 97 aniversario del inicio de la Revolución Rusa de 1917. El 9 de noviembre fue el 25 aniversario, con la caída del Muro de Berlín, del inicio de la descomposición del denominado bloque soviético. La Unión Soviética, ahora que la frase está de moda tras usarla Pablo Iglesias en la asamblea de Podemos, desde su erróneo ateísmo oficial (lo correcto es defender un laicismo radical), quiso "asaltar los cielos". Y en el sentido físico fueron los primeros en lograrlo al poner a Yuri Gagarin en órbita en 1961. El problema es que tampoco puedes querer asaltar los cielos con ristras de burócratas asentidores y sin libertad real de crítica. El combate esencial contra lo viejo no se libra en un campo de concentración (al que bastantes de los enviados eran comunistas), el combate contra lo viejo, contra la sociedad que cultiva la desigualdad (recuerden: 20 españoles con la misma riqueza que 14 millones), tiene que ser ideológico. Por ejemplo, aún muy pocas personas luchan por limitar la riqueza obscena. Creo que falta mucho para que esta idea cuaje en el cuerpo social, pues lamentablemente la mayoría de las personas, en su idealismo beneficioso para la clase dominante, creen que acumular riquezas es una aspiración deseable e incluso loable.
La Unión Soviética, tal y como fue conocida al menos, no volverá. Fue una experiencia histórica que llevó a una nación cuasifeudal a convertirse en 40 años en una una superpotencia.  Eso se basó, como dice Domenico Losurdo, en mandar un país entero al colegio, dando a muchos de sus habitantes más pobres la posibilidad de formarse, en un país cuya enseñanza era de verdad un derecho gratuito donde, ausentes las barreras económicas, la única existente era la capacidad del propio individuo. 
Sí permanecerá siempre la lucha por sociedades igualitarias, sociedades que no tienen que ser homogéneas, que responderán a contextos culturales diversos y se plasmarán en modelos políticos diferentes, donde la desigualdad escandalosa sea la línea roja (nunca mejor dicho) infranqueable. El nombre que le demos a este sistema (aunque algunos, sentimentales, amamos nuestros símbolos), carecerá de importancia. Y si no podemos asaltar los cielos, intentar, al menos, tener todos un poquito de cielo en La Tierra. Después, si Francisco y los suyos tienen razón, allí, en mi bienamada e inexistente balconada celestial, nos encontraremos.


2 comentarios:

  1. Hola.
    Al hilo de esta entrada, me parece una lectura de lo más interesante, la reflexión que hacía Higinio Polo en el número 265 de febrero de 2010 en la revista El Viejo Topo, con el título "Maldito socialismo ¡cómo te echamos de menos!". Se puede descargar en pdf desde el sumario en esta dirección: http://www.elviejotopo.com/web/revistas.php?numRevista=265
    .
    Personalmente, de joven fui de los "críticos" (no de los enemigos ni de los "anti", sino de los "críticos bien intencionados") y hasta me sentía más identificado -por ejemplo- con el modelo autogestionario yugoslavo. Pero con los años he ido cambiando mi visión y cada vez reivindico más los logros de la sociedad soviética, con todas las críticas que queramos hacer y que son necesarias. Creo que la imagen que ha quedado de la URSS en la masa social, es muy injusta y que es necesario revisarla sin caer en hooliganismos.
    Un saludo.

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  2. Tiene razón en casi todo, a mi juicio, naturalmente. Yo pienso que en Rusia no se dio el comunismo, lo que se produjo fue un capitalismo de Estado. Aunque es verdad que, con sus errores, fue beneficioso no sólo para Rusia, sino también para los trabajadores de esta parte del "telón de acero". El capitalismo individualista y antisocial que padecemos despegó definitivamente tras la caída del muro de Berlín, eso que ahora se celebra tan pomposamente. Los que entonces éramos trabajadores empezamos a notarlo de inmediato.

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