sábado, 30 de agosto de 2014

Izquierda, derecha, los de arriba, los de abajo. La yenka o el arte de moverse sin avanzar

Julio Anguita, Willy Toledo, Pablo Iglesias, Cayo Lara, Alberto Garzón, Juan Carlos Monedero... 
Si alguien habla de la izquierda en el estado español, desde diferentes posiciones, surgen estos nombres entre otros. Son las cabezas más visibles de que yo llamo el debate perpetuo. En los últimos días, a pesar de la agosticidad, ya agonizante, al menos tres de ellos se han significado. Anguita ha escrito un texto en Rebelión con el significativo nombre de "Ahora. Sin pretextos" en el que dice que la unidad, respetando la diversidad de cada cuál hay que construirla ya. Sin embargo, matiza que ve aún improbable una inmediata confluencia electoral que fragüe en el 2015. Cayo Lara por su parte ha expresado que en base a un programa puede haber confluencia con Podemos. No obstante, la gran estrella de los últimos días, quién ha movido el avispero de la izquierda debatiente, ha sido Willy Toledo al expresar su decepción acerca de Podemos, formación por la que en la primera hora expresó sus simpatías. Detractores y defensores han saltado a la arena virtual de las redes a repartir mandobles a siniestra y siniestra (la derecha, PSOE incluido, contempla encantada desde la barrera). Unos y otros "lanzan" su hemeroteca para defender sus respectivas posiciones y dejar malherido al contrario en el charco sanguinolento de sus incongruencias. Los puntos de fricción son constantes. Uno que está ahora muy en boga es la vigencia o no del propio concepto izquierda-derecha versus los de abajo-los de arriba. A este nivel soy bastante anguitista. Quizás haya que ir menos a las etiquetas y más a los programas. Precisamente el flanco por el que el PSOE, partido que ha implementado objetivamente muchas políticas de derechas y alguna canallada como la modificación del artículo 135 de la constitución para priorizar el pago la deuda, ataca a Podemos es por su no utilización del término izquierda. Además adscribe a la nueva formación al tenebroso mundo, casi tabú, del populismo. Un ejemplo muy simple: Bono se autoetiqueta de izquierdas, Otegui también. Donde se demuestra cuál es de izquierdas y cuál no, es en el programa que cada uno defiende y su praxis política, claro. Éste es el principal problema. Hay una única circunstancia en la que no podemos establecer discusión o debate alguno. Me refiero al mundo de los hechos.
Estoy mirando más allá del hipotético programa de confluencia. Salvo las alcaldías que ha tenido Izquierda Unida, la experiencia de la izquierda o los de abajo (escoja cada cuál el concepto de su gusto) al timón de organismos de gobierno ha sido nula. Esto me lleva a expresar mi desánimo cuando Anguita expresa que la confluencia electoral la percibe improbable a corto plazo. En su texto pone en valor la importancia que tuvieron la movilización de un millón de personas el 22 de marzo y los resultados de la izquierda en las europeas del 25 de mayo. Yo planteo que ambos hechos tienen que unirse, que el viento de la movilización tiene que atizar el fuego electoral. Salvo que ese millón se mantenga en la calle mucho tiempo, es imprescindible, para dejar de ser hijos de la melancolía y de la revolución pendiente, que esas acciones masivas tengan plasmación en unas urnas que dan acceso, si no al poder, si al gobierno.
Otro debate es la utilización del concepto pueblo versus clase obrera o trabajadora. Alguien dice: Botín o Amancio Ortega son parte del pueblo. Necesita ese madero insumergible que es el proletariado. Fraternalmente disiento. El oligarca, con negocios por todo el planeta, que gana millones en un día, por esencia no forma parte de pueblo alguno aunque de muchos saque beneficio. Cuando hablamos del pueblo siempre lo hacemos del que trabaja con mayor o menor cualificación y ganancia. Sí son clase obrera aquellos cientos de miles o millones de sus miembros que votan al PP, partido que realiza políticas que reducen los derechos de muchos de sus propios votantes. Cuando una encuesta dice que un tanto por ciento importante de ejecutivos se plantean votar a Podemos me entristezco, no por razones puristas, sino porque sé que cuantitativamente no compensa el número de obreros que votan a la derecha.
Casta. Este año he oído o leído esa palabra más que en toda mi vida consciente anterior. Clase dominante u oligarquía me parecen términos más precisos, pero no voy a hacer ascos a una palabra que ha condensado la frustración de mucha gente, quizás con escaso interés político y acostumbrada a alimentarse informativamente con las ideas fuerza de la televisión, pero con enormes dosis de cansancio ante lo que perciben como una injusticia, el expolio de unos pocos (de manera poco certera en la diana suelen estar sólo banqueros y políticos a granel) sobre la gran mayoría. Creo que el término casta puede ser introductorio. Quizás algunos que se acerquen movidos por la ira, por el odio, que, como le oí al antropólogo Manuel Delgado, es al gran motor de los cambios (no el amor), se den cuenta de que no vivimos en un momento excepcional, donde una legión de chorizos nos quieren exprimir. Vivimos un momento álgido del capitalismo, donde una minoría está acumulando riquezas en magnitudes nunca igualadas en la historia. Algunos descubrirán que la casta, la vieja y fea oligarquía, inhumana,  existe y gobierna con ahínco nuestras vidas y pensamientos desde hace milenios.
La controversia es necesaria y síntoma de salud política, pero es necesario no traspasar líneas, no deslizarse hacia la desconfianza e incluso la maledicencia, entre los que tienen un mismo horizonte, con equiparaciones disparatadas desde el campo de la izquierda transformadora (cuando el fuego graneado de la derecha se basta y sobra para causar graves daños), de los que, con sus diferencias, quieren cambiar el mundo de base. He visto comparar a Podemos con Falange. Similitud que en la época de la famosa "pinza" ya estableció Santiago Carrillo entre Anguita y José Antonio. Argumentación simple, necia o falaz: Podemos no habla de izquierdas y derechas como hacía el fascismo. La complejidad de una posición política condensada en una línea que nos libera de pensar o de buscar acuerdos. Es tranquilizador para el espíritu decirnos que queremos la revolución socialista, e imaginarnos con un capote asaltando el Palacio de Invierno o con barba en Sierra Maestra participando en una guerrilla que deberíamos tener claro que era interclasista, del pueblo en sentido amplio.
Sabemos que con mayores o menores restricciones el sistema asume un  margen de protestas, de manifestaciones, usando los correctivos que crea pertinentes. Generalmente volvemos a casa felices si hemos sido miles en las calles, pero en muchos barrios populares de muchas ciudades, por ejemplo en el de Jinámar, en Gran Canaria, con altísimas tasas de paro, en las urnas, ellos, la derecha, o los que defienden los intereses de los de arriba, son mayoría. Aún hay que convencer a tantísimas personas para tener la posibilidad de enfilar cambios, que remolonear o zancadillear en la búsqueda de todo lo importante que nos une, contra tan formidable enemigo, me parece una irresponsabilidad manifiesta.
Sin afán mimético propongo mirar hacia América Latina. La oligarquía mundial y sus voceros mediáticos denostan a los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, etc, porque con sus grandes contradicciones y dificultades, con caminos plurales, están intentando lo que nosotros no podemos ni avizorar: hacer.

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