miércoles, 3 de septiembre de 2014

Abuelas (y abuelos)

Ya este blog va teniendo un cierto grosor, y confieso que uno de mis temores es repetirme en exceso. Intento contrapesar la posibilidad de ser algo reiterativo con el pensamiento (probablemente optimista) de que siempre es posible el extravío de algunos nuevos paseantes por este callejón. Hago esta reflexión preliminar porque no sé si he comentado en algún pasaje (sí recuerdo haber escrito un breve texto donde hacía referencia a mis abuelos), que una de las reflexiones que siempre le hemos hecho, más su madre que yo, a nuestro hijo, es que ha tenido la gran fortuna de conocer y disfrutar de sus cuatro abuelos hasta entrada su juventud.
Los padres intentamos, o al menos deberíamos hacerlo, transmitirles a los hijos, descontando el inexcusable amor, vivencias y valores. Con los abuelos eso se multiplica, cuantitativamente, por dos. Además, la lejanía generacional suele ser tan grande que en muchos casos enseñan, con sus recuerdos e incluso con sus prácticas, otras maneras de vivir, otros usos no por vetustos mejores o peores, convirtiéndose en fuentes históricas quizás no muy precisas, pero sí humanamente preciosas. Incluso en bastantes ocasiones le aportan a los nietos una ternura y una complicidad que los padres, aun desgarrándonos, debemos mantener a raya en determinados momentos para sacar a relucir nuestra faceta, que no podemos ni debemos eludir, correctora. El abuelo o abuela, lima asperezas, es confidente, ejerce, desde su atalaya vital, de engrasante, cuando la relación paterno-filial se complica.
Hasta ahora he estado obviando adrede, precisamente por evidente, la función cuidadora que recae en multitud de abuelas. Esas miles de horas de guardería gratuita de las que muchos padres nos hemos beneficiado. Además, en los últimos años, los de la crisis, muchos de esos hogares se han transformado en casas de acogida para hijos que se han quedado en la calle, produciéndose un antinatural retorno.
Esta pequeña reflexión previa viene a cuento de una noticia que saltó a los medios hace un par de meses diciendo que un juez de Gijón había dictado una sentencia que establecía que dos a abuelos, ante la absoluta carencia de medios de los padres, debían pasarle a su nieto una manutención conjunta de 250 euros. Huelga decir que un nieto mío, si está en mi mano, tendrá siempre atendidas sus necesidades básicas. Desconozco las circunstancias específicas del caso, pero me plantea ciertos interrogantes. Ser padres (o madres o madre y padre) es un acto voluntario y se supone que libre y por lo tanto responsable de dos (o de una) personas. Ser abuelo no. Y, vuelvo a insistir, trabajo en un barrio con una importante problemática social donde ante el alto nivel de embarazos de adolescentes, abundan las abuelas-madres y algún abuelo-padre. Recuerdo, entre otros, y me tranquiliza las desazones, el caso K. Madre desaparecida en combates perdidos y padre navegando años entre droga y cárcel, encontró su balsa de salvación en su abuela. Hoy, tras partir del centro hace varios años, parece que navega con rumbo estable.
Muchas veces los abuelos asumen la patria potestad de sus nietos, lo que comporta, inexcusablemente, una serie de obligaciones. Pero una circunstancia es la voluntad y otra la obligatoriedad que establece una sentencia. Más cuando lleva implícita lo que a mi parecer es la circunstancia más preocupante de esta historia: abrir camino, vía jurisprudencia, a una cierta deserción del estado como elemento amparador del bienestar del menor. Siempre he sostenido que el estado tiene que defender al niño o adolescente hasta, si llegara el caso, de sus padres, que los hijos no son una propiedad paterna de libre disposición. Quizás sea exagerado y suspicaz, pero temo que estas acciones formen parte de la tendencia, salvo en lo represivo, a un estado cada vez más pequeño, precisamente en todo lo que afecta al sostenimiento de los sectores más desfavorecidos socialmente. El ejemplo más escandaloso de esto último son los recortes en la ley de dependencia. hay personas que, con la prestación aprobada desde hace más de un año, no han recibido ni un euro de las cantidades asignadas. En otros casos, cantidades ya pequeñas, se han visto rebajadas.
Todos sabemos que las redes familiares han sido amortiguadores para salvar a muchas personas de caer al precipicio, mientras con miles de millones de las arcas públicas (si creen que hago demagogia échenle la culpa a la realidad no a mí), se ha salvado a la banca. El estado no  puede aprovechar las redes que tienden los abuelos para ir, con disimulo, incluso apoyándose en sentencias bienintencionadas, desmontando las suyas propias.
Los grandes hacedores siempre buscan moldearnos el pensamiento, nuestra aceptación de la realidad que tuercen. hace diez años el término mileurismo era sinónimo de estar mal remunerado. Ahora empieza a hablarse del seiscientoseurismo, pasando a ser la de mileurista una condición deseable e incluso anhelada. De este modo, la crisis deviene en una plasmación de la historia ejemplar que aprendí de niño acerca del pobre que mientras se lamentaba de su penosa condición vio como "otro más pobre que él" (aquí está la moraleja) recogía los desechos que dejaba.
En el mundo de las fortunas de escándalo ¿tiene derecho el joven que gana seiscientos euros a quejarse cuando el 54% de los integrantes de su franja de edad está desempleado? Tal vez estos últimos, con suerte, tengan un abuelo o abuela que les distraiga unos euros de su magra, y estirable, pensión.

1 comentario:

  1. "Más cuando lleva implícita lo que a mi parecer es la circunstancia más preocupante de esta historia: abrir camino, vía jurisprudencia, a una cierta deserción del estado como elemento amparador del bienestar del menor".

    Interesante y reflexionador vuelco que le das a la noticia.

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