Hace unos días, en
la columna que publica en "Eldiario.es", el escritor Isaac Rosa
hablaba de la republicanofobia, diferenciándola del antirrepublicanismo
propio, por lógico y consustancial, de un monárquico. Todos sabemos que una
fobia es un temor incontrolable hacia un elemento o situación
determinados. El claustrofóbico se ahoga en el eterno breve instante que vive
en el ascensor y el agorafóbico puede estar años sin pisar esa intrincada
selva, llena de peligros, que para él son los espacios abiertos. Ambos
consideran su fobia el territorio de la catástrofe. No siendo psicólogo
desconozco en que grado una fobia es inducida por una
circunstancia exterior y en que porcentaje puede haber una
cierta predisposición a adquirirla. Si parto de mi experiencia personal,
tiendo a pensar que en cierta medida pueden ser originadas por un trauma de
mayor o menor calibre. Recuerdo que cuando era un niño pequeño salí un día
apresuradamente de mi casa al rellano de la escalera y me topé con un enorme
perro pastor alemán. Huelga decirles que a partir de ese momento desarrollé un
miedo a los canes que me llevaba a cruzar de acera en cuanto avizoraba uno
de esos animalitos que son, por cierto, y para mi desgracia en aquellos
momentos, unos grandes olfateadores del miedo. Con los años, esa fobia, ese
miedo cerval, sin poder presumir de que haya desaparecido por completo, ha sido
en gran medida domeñado. Una experiencia traumática es uno de los caminos más
diáfanos hacia una fobia.
Y en el estado
español, los inoculadores en muchos cerebros del virus de la
republicanofobia, utilizan como detonante la denostación continua,
caricatura con final trágico, de la Segunda República. La presentan como
un momento álgido de desorden y caos que
inevitablemente desembocó en una Guerra Civil surgida por una
fractura del pueblo. Así, se nos presenta
la 2ª república (y por ende el concepto
república globalmente) como elemento
divisor (factor negativo), en contraste con la aglutinadora monarquía supuestamente
ubicada por encima del bien y del mal (elemento positivo). Durante 40 años la dosis diaria de propaganda no
tuvo, más allá de la menguada que se daba desde la clandestinidad, respuesta
posible alguna. Lo lamentable es que, muerto hace años el dictador, esa visión
catastrofista de la república sigue siendo, a nivel de calle, la visión
dominante, que por supuesto, coincide con el discurso estructurado por una
clase dominante que no vio cuestionado su
dominio, ni económico, ni ideológico, con la muerte de Franco.
Ahora se comenta,
por parte de ciertos sectores, que
para traer la tercera hay que enterrar la segunda y los temores que genera en buena parte del imaginario
colectivo. Esos temores son fruto en gran
medida de la renuncia de la izquierda a hacer pedagogía, a mostrar con orgullo
lo que intentó ser la Segunda República: un régimen que buscó, en un país
preñado de injusticia, desigualdad y miseria, realizar una serie de reformas
sociales que ponían en cuestión el dominio secular y apabullante de una
oligarquía financiera y terrateniente, que apretó el botón de emergencia
que utiliza la burguesía cuando su dominio está en entredicho: la dictadura
fascista. La república dio el voto a la mujer, construyó miles de escuelas,
intentó llevar a cabo una reforma agraria (tocó la sacrosanta propiedad de la
tierra) que sacara del hambre de siglos a los jornaleros, granjeándole la ira
de los terratenientes (plasmada en el 36 en la brutal represión fascista del
campo andaluz). Además enfrentó, ya en la temprana fecha de agosto de 1932, un
intento de golpe de estado del general Sanjurjo, faz (entre otros que
descollarían en el 36) de un ejército educado en el "africanismo"
deshumanizante de las guerras coloniales, conservador, y que se arrojó en brazos
de Hitler y Mussolini. Cuando hablamos de la república nos referimos a un
periodo de cinco años (poco más de una legislatura de las actuales), de los
cuáles gobernó algo más de dos años la CEDA, una derecha fascistizante que
intentó vaciar la república de todo contenido social (frenazo absoluto a
la reforma agraria). Es pura infamia que un país que ha "gozado" de
una pléyade de monarcas borbones indeseables, criminales y felones, como por
ejemplo el iniciador de la dinastía en España, Felipe V, que inauguró su reinado
realizando, en el marco de la Guerra de Sucesión, y como medida ejemplarizante
para las ciudades que se le opusieran, la quema de Xátiva, en cuyo museo
su cuadro figura boca abajo. Decía que es pura infamia que un país que quedó,
mientras la monarquía era su forma indiscutible de estado, en el vagón de cola
del desarrollo europeo y en el podio de la injusticia social, sea tan cándido,
tan servil con siglos de mal gobierno y tan crítico y melindroso (tan abierto a
la republicanofobia) con el breve intento reformador que supuso la Segunda
República.
Sé que la hay que
mirar al futuro y que la república, si algún día llega, arribará en otro
momento histórico y con una sociedad diferente. Yo no aspiro a la Segunda
República bis. Pero lucharé siempre contra la idea dominante de una
república de abril desastrosa que nos conduce, cual castigo divino, a la guerra
civil. Esa guerra incivil, sucia y heroica, es la resistencia armada del pueblo
español con más empeño que medios, a la agresión del fascismo internacional,
manu militari y eclesial. Ningún pueblo enfrentó con más decisión,
prácticamente solo (salvo la ayuda de los brigadistas y la URSS), ante la
complacencia interesada de las oligarquías europea y de EEUU, el embate
fascista. Sin duda esa resistencia es una de las explicaciones de la ferocidad
de la represión en los años de posguerra.
El filósofo Javier
Sadaba dice en un texto que la república es una necesidad moral, pues inmoral,
carente de toda ética, es que una familia nos degrade al resto de los ciudadanos,
quedándose la jefatura del estado (ese estado que se supone componemos todos)
en propiedad y sometida al azaroso sorteo biológico de un avezado
espermatozoide del que tantos (¿tontos?) quedamos excluidos. Lo comparto, pero
no quiero engañar a nadie, para muchos construir república equivale a la
construcción de más igualdad social. Aunque no partamos del punto en
que comenzó su andadura la segunda, mi pretensión es que el cambio de
la forma de estado sea un camino de cambios reales en la vida de la gente. Una
garantía de sanidad, vivienda y educación, de pensiones y
salarios justos. Quiero transitar de mano de la república a una sociedad
que hoy es tabú (aunque paradójicamente haya gobernado más de 20 años un
partido que lleva esa denominación) incluso en la mente de muchas personas
humildes. Una sociedad socialista donde no exista, ya lo he escrito en otras
ocasiones, ni la riqueza insultante, ni la pobreza degradante. Ese tránsito,
que apenas atisbó la segunda, debe recorrerlo, recordando con cariño pero sin
nostalgia a su fenecida hermana, la Tercera.
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