domingo, 15 de junio de 2014

Republicanofilia

Hace unos días, en la columna que publica en "Eldiario.es", el escritor Isaac Rosa hablaba de la republicanofobia, diferenciándola del antirrepublicanismo propio, por lógico y consustancial, de un monárquico. Todos sabemos que una fobia es un temor incontrolable hacia un elemento  o situación determinados. El claustrofóbico se ahoga en el eterno breve instante que vive en el ascensor y el agorafóbico puede estar años sin pisar esa intrincada selva, llena de peligros, que para él son los espacios abiertos. Ambos consideran su fobia el territorio de la catástrofe. No siendo psicólogo desconozco en que grado una fobia es inducida por una circunstancia exterior  y en que porcentaje puede haber una cierta predisposición a adquirirla. Si parto de mi experiencia personal, tiendo a pensar que en cierta medida pueden ser originadas por un trauma de mayor o menor calibre. Recuerdo que cuando era un niño pequeño salí un día apresuradamente de mi casa al rellano de la escalera y me topé con un enorme perro pastor alemán. Huelga decirles que a partir de ese momento desarrollé un miedo a los canes que me llevaba a cruzar de acera en cuanto avizoraba uno de esos animalitos que son, por cierto, y para mi desgracia en aquellos momentos, unos grandes olfateadores del miedo. Con los años, esa fobia, ese miedo cerval, sin poder presumir de que haya desaparecido por completo, ha sido en gran medida domeñado. Una experiencia traumática es uno de los caminos más diáfanos  hacia una fobia.
Y en el estado español, los inoculadores en  muchos cerebros del virus de la republicanofobia, utilizan como detonante la denostación continua, caricatura con final trágico, de la Segunda República. La presentan como un momento álgido de desorden y caos que inevitablemente desembocó en una Guerra Civil surgida  por una fractura del pueblo. Así, se nos presenta la 2ª república (y por ende el concepto república globalmente) como elemento divisor (factor negativo), en contraste con la aglutinadora monarquía supuestamente ubicada por encima del bien y del mal (elemento positivo). Durante 40 años la dosis diaria de propaganda no tuvo, más allá de la menguada que se daba desde la clandestinidad, respuesta posible alguna. Lo lamentable es que, muerto hace años el dictador, esa visión catastrofista de la república sigue siendo, a nivel de calle, la visión dominante, que por supuesto, coincide con el discurso estructurado por una clase dominante que no vio cuestionado su dominio, ni económico, ni ideológico, con la muerte de Franco.
Ahora se comenta, por parte de ciertos sectores,  que para traer la tercera hay que enterrar la segunda y los temores que genera en buena parte del imaginario colectivo. Esos temores son fruto en gran medida de la renuncia de la izquierda a hacer pedagogía, a mostrar con orgullo lo que intentó ser la Segunda República: un régimen que buscó, en un país preñado de injusticia, desigualdad y miseria, realizar una serie de reformas sociales que ponían en cuestión el dominio secular y apabullante de una oligarquía financiera y terrateniente, que apretó el botón de emergencia que utiliza la burguesía cuando su dominio está en entredicho: la dictadura fascista. La república dio el voto a la mujer, construyó miles de escuelas, intentó llevar a cabo una reforma agraria (tocó la sacrosanta propiedad de la tierra) que sacara del hambre de siglos a los jornaleros, granjeándole la ira de los terratenientes (plasmada en el 36 en la brutal represión fascista del campo andaluz). Además enfrentó, ya en la temprana fecha de agosto de 1932, un intento de golpe de estado del general Sanjurjo, faz (entre otros que descollarían en el 36) de un ejército educado en el "africanismo" deshumanizante de las guerras coloniales, conservador, y que se arrojó en brazos de Hitler y Mussolini. Cuando hablamos de la república nos referimos a un periodo de cinco años (poco más de una legislatura de las actuales), de los cuáles gobernó algo más de dos años la CEDA, una derecha fascistizante que intentó vaciar la república de todo contenido social (frenazo absoluto a la reforma agraria). Es pura infamia que un país que ha "gozado" de una pléyade de monarcas borbones indeseables, criminales y felones, como por ejemplo el iniciador de la dinastía en España, Felipe V, que inauguró su reinado realizando, en el marco de la Guerra de Sucesión, y como medida ejemplarizante para las ciudades que se le opusieran, la quema de Xátiva, en cuyo museo su cuadro figura boca abajo. Decía que es pura infamia que un país que quedó, mientras la monarquía era su forma indiscutible de estado, en el vagón de cola del desarrollo europeo y en el podio de la injusticia social, sea tan cándido, tan servil con siglos de mal gobierno y tan crítico y melindroso (tan abierto a la republicanofobia) con el breve intento reformador que supuso la Segunda República.
Sé que la hay que mirar al futuro y que la república, si algún día llega, arribará en otro momento histórico y con una sociedad diferente. Yo no aspiro a la Segunda República bis. Pero lucharé siempre contra la idea dominante de una república de abril desastrosa que nos conduce, cual castigo divino, a la guerra civil. Esa guerra incivil, sucia y heroica, es la resistencia armada del pueblo español con más empeño que medios, a la agresión del fascismo internacional, manu militari y eclesial. Ningún pueblo enfrentó con más decisión, prácticamente solo (salvo la ayuda de los brigadistas y la URSS), ante la complacencia interesada de las oligarquías europea y de EEUU, el embate fascista. Sin duda esa resistencia es una de las explicaciones de la ferocidad de la represión en los años de posguerra.
El filósofo Javier Sadaba dice en un texto que la república es una necesidad moral, pues inmoral, carente de toda ética, es que una familia nos degrade al resto de los ciudadanos, quedándose la jefatura del estado (ese estado que se supone componemos todos) en propiedad y sometida al azaroso sorteo biológico de un avezado espermatozoide del que tantos (¿tontos?) quedamos excluidos. Lo comparto, pero no quiero engañar a nadie, para muchos construir república equivale a la construcción de más igualdad social. Aunque no partamos del punto en que comenzó su andadura la segunda, mi pretensión es que el cambio de la forma de estado sea un camino de cambios reales en la vida de la gente. Una garantía de sanidad, vivienda y educación, de pensiones y salarios justos. Quiero transitar de mano de la república a una sociedad que hoy es tabú (aunque paradójicamente haya gobernado más de 20 años un partido que lleva esa denominación) incluso en la mente de muchas personas humildes. Una sociedad socialista donde no exista, ya lo he escrito en otras ocasiones, ni la riqueza insultante, ni la pobreza degradante. Ese tránsito, que apenas atisbó la segunda, debe recorrerlo, recordando con cariño pero sin nostalgia a su fenecida hermana, la Tercera.


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