domingo, 29 de junio de 2014

Los asuntos de familia se tratan en familia

"Los asuntos de familia se tratan en familia"

¿La oyen? Empieza a sonar, turbia y evocadora, la música.
Esta declaración de Gallardón ha activado en la mente de la mayoría de las personas con un cierto conocimiento cinematográfico, la imagen de un Marlon Brando patriarcal sentado tras una gran mesa desde la que, voz pausada en tono bajo, con la displicencia de un emperador romano baqueteado en mil batallas, recibía los besos cortesanos y dictaba sus irrevocables sentencias.
Está cercano el tiempo en que la violencia machista se ocultaba, en bastantes ocasiones, tras la frase: "nadie debe entrometerse en los problemas de una pareja". El maltrato cotidiano era un problema familiar. Un coto privado en el que ningún foráneo debía intervenir. Más teniendo en cuenta que lo que había unido Dios no debía, salvo que la muerte lo separara (lo que algún sujeto se apresuraba y se apresura, a llevarlo a la práctica mediante el crimen) desunirlo nadie.
Si, siendo irónico, nos ponemos en plan propaganda (y arrimando el ascua a mi sardina con gorro frigio): "la república independiente de mi casa".
Gallardón con esa frase manda un mensaje incompatible con su cargo. Los asuntos de familia no están exentos de la justicia, señor ministro de justicia.
Hasta hace pocos decenios el hijo era considerado casi una propiedad del padre. Todavía es bastante habitual escuchar aquello de que "mientras mi hijo viva en casa hace lo que yo diga". Siempre le cuento a mis alumnos que en mi época de enseñanza media no era obligatoria, por desgracia, la escolarización. Los niños iban a la escuela por lógica responsabilidad de los padres, que querían  una progresión social para sus hijos o, al menos, que manejaran una herramientas básicas para desenvolverse en el futuro. Pero no existía un cuerpo legislativo, una acción de la justicia que impusiera, ante una hipotética desidia de los progenitores, la escolarización del niño y, principalmente, de la niña. Hace ya unos años salió el dato de que dos tercios de los analfabetos eran analfabetas. Y estoy convencido de que la mayoría criadas en zonas rurales apartadas donde los padres y probablemente la necesidad eran la única ley. No pretendo hablar aquí de educación, pero sí dejar claro que las cosas de familia no siempre se resuelven (ni deben) en familia. Es curioso el planteamiento de un ministro que quiere intervenir en algo más íntimo que la familia. En el propio cuerpo de la mujer. En su decisión, inalienable, de tener descendencia o no.
El problema es que hay familias de diferente importancia. Y no me refiero a heterosexuales, homosexuales o monoparentales. Estoy convencido de que el amor, el bien hacer y la ejemplaridad no tiene que ver con la naturaleza de la relación de los adultos que conforman el núcleo familiar.
La importancia de una familia la da su posición en la escala social, que viene marcada por su elevada posición en la escala económica, lo que le suele otorgar gran influencia política.
Hasta hace muy poco, ya se usa menos, aunque se piensa quizás igual, se utilizaba la expresión "ser de buena familia". Probablemente a éstas, a las seculares "familias de toda la vida" (esos apellidos sonoros que en cada población oímos desde la niñez) y a las advenedizas de la riqueza, se refería el ministro cuando uso su inquietante frase. Mil veces lo han escuchado: "los trapos sucios se lavan en casa". Las familias son lavadoras, y las grandes familias tienen un armario con muchísimo más fondo.
El vástago de Gallardón, yéndose del lugar de un accidente, y refugiándose, cuál hijo prodigo etílico, en "la casa del padre" (o padrino), es un asunto de familia y de soberbia de clase. La soberbia del que entiende, además con fundamento y base histórica, que la ley no le concierne, que la ley tiene como función básica mantener el orden social preestablecido. El sometimiento de los humildes. La altivez de Esperanza Aguirre dándose a la fuga cuando los mindundis de movilidad la obligan a esperar lo que ella considera un tiempo excesivo. Alguien pensará que a lo mejor la retenían más de lo debido por una aplicación a la contra del "mire usted quién soy yo". no lo niego. Para una vez que tienes al poderoso a tu merced (cierto que a una merced bastante suave) ¿vas a dejar escapar esa nimia venganza que es hacerle pasar un mal trago?
Pero la esencia familiar en el estado español está en la cúspide. La irreal familia real, disminuida por la mala cabeza y peor casamiento de la hermana del joven Borbón. Las cosas de esa familia se resolvieron durante muchos años en el castillo custodiado por el Can Cerbero de las tres cabezas: PP, PSOE y la acorazada mediática. Hoy la cabeza comunicativa, disminuida por el auge de las redes sociales, corre el peligro de morir por un babeo tan descomunal que seca el organismo más hidratado. La cabeza pepera, pustulosa, corrupta, intenta insuflar vida (alentada por el mago Felipe González), aunque sea pútrida, a la asfixiada cabeza socialista.
Hoy el viejo padrino regio deambula, solitario y añorante de cacerías varias, por palacio. Mientras, obligado a traspasar la empresa familiar, besamanos incluido, al vástago varón, espera contradiciendo (¿o no?) al señor ministro, su aforamiento. Ése que libre a su católica majestad de todo mal, e incluso, mosca cojonera menor, de esa figura menospreciada y en desuso que sembraban los prohombres de las buenas familias: el bastardo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario