lunes, 24 de marzo de 2014

Y el camisa azul , tras décadas de lucha de los rojos, trajo la democracia

Lo que para muchos es virtud, para mí, retorcido como soy, es defecto.
Al hilo de la muerte de Adolfo Suárez nos quieren retrotraer al país de la maravillosa Transición.
El discurso oficial, para consumo de masas telediarizadas, conciso, es: Suárez, hombre procedente del Régimen, bajo la atenta mirada del rey, selló la reconciliación de los españoles, divididos cuarenta años atrás por una guerra absurda y fratricida.
No. La guerra iniciada tras el golpe de estado de 1936, fue un conflicto entre una república democrática sustentada por las clases populares y una clase dominante entregada a los brazos del fascismo militarista  español apoyado por sus homólogos ítalo-alemanes. Y esa fuerza fascista triunfó y gobernó durante cuarenta años. En Alemania o Italia, derrotadas en la 2ª Guerra mundial, no se planteó ninguna transición, se consagró, incluso en sus constituciones, la ilegalización del fascismo. De hecho éste siempre utiliza otras denominaciones. Y ambas ideologías tenían muchísimos seguidores en esos países. No podemos olvidar que los nazis llegaron al poder a lomos de trece millones de votos. ¿Había necesidad de reconciliarse en Italia y Alemania? Lo que había era la voluntad de arrancar las raíces del árbol nazifascista. No se trataba de reconciliarse. Con ciertas ideas no hay, ni debe haber, reconciliación posible. El fascismo tiene su lugar: el de la ideología ignominiosa, racista y machista, que requiere ser combatida a perpetuidad.
Es lamentable que los héroes democráticos de este país no sean, es un ejemplo: Marcos Ana, poeta que pasó desde 1939 a 1961 en la cárcel, o Antonio González Ramos, anónimo obrero canario que murió torturado por la Brigada Político Social a finales de octubre de 1975 en Tenerife, o Enrique Ruano, estudiante universitario que salto de no me acuerdo que piso mientras estaba en poder de nuestra Gestapo particular, o Javier Verdejo al que asesinaron en agosto de 1976 mientras escribía en una pared "Pan, trabajo y libertad" (las marchas del 22 de marzo, casi cuarenta años después siguen luchando por lo mismo). No, aunque suene paradójico, el héroe democrático de este país es un ex ministro secretario general de Movimiento Nacional (nombre que recibía el brazo político del fascismo). Yo, en mi manifiesto retorcimiento, considero que los citados anteriormente y una lista interminable, esos a los que el Borbón no ha salido, corbata negra incluida, a reconocer sus méritos, son, y serían, los auténticos héroes democráticos en un país antifascista.
La Transición es sinónimo de camarilla. Y cada vez que muere uno de los de la camarilla (el tiempo implacable nos iguala), antes Fraga o Carrillo, gimen por todo el país, vía medios de comunicación, los coros de las plañideras. Lógicamente, ahora los lamentos resuenan con más fuerza, pues hablamos del fenecimiento del director de la mutación de la oruga fascista en la mariposa "monarca" democrática.
Mutación, al igual que la zoológica, inevitable. En 1975, tras la caída en 1974 de la Grecia de los coroneles y la Portugal salazarista, sólo quedaba España con un régimen dictatorial. Un régimen feo para una clase dominante que buscaba imbricarse totalmente con sus homólogas occidentales.
Ya desde antes de 1975 comenzó el diseño. Hago un inciso y vuelvo a recomendar el pequeño y revelador libro de Alfredo Grimaldos llamado "Claves de la Transición. 1973-86 (Para adultos)". En 1974 el servicio secreto español facilita la llegada a Paris, para participar en el Congreso de Souresnes, de Felipe González, que desde ese momento lideraría el PSOE. Era necesario crear para el futuro próximo un referente de izquierdas equiparable a la socialdemocracia europea, pues en España el único referente de izquierdas era el Partido Comunista. La razón se argumenta muy bien con el chascarrillo que surgió entre sectores de la izquierda cuando el PSOE, con motivo de su centenario, en 1979, esgrimió el lema de "100 años de honradez" que algún maledicente, poco errado, completó con un "... y 40 de vacaciones".
Desde antes de morir Franco se estaba ideando un régimen bipartidista, sin alternativas pero con alternancia. al principio fue UCD-PSOE y cuando la primera implosionó (en algunos aspectos Suárez resultó un verso libre, por ejemplo España llegó a asistir como observador a una cumbre de los países no alineados) tomó el relevo en el campo de la derecha Alianza Popular, posteriormente refundada como Partido Popular.
Se elogia de Suarez su valentía al legalizar al PCE. ¿Tenía otra alternativa u otro interés? Su legalización era la prueba del algodón de  la limpieza democrática. Además, dejarlo fuera del terreno de juego conllevaba un riesgo. Tarde o temprano tendrías que legalizarlo y únicamente habrías contribuido a fortalecer su prestigio como referente democrático y a dejar fuera del redil su capacidad de movilizar masas. El PCE pisó las moquetas y silenció las calles. Una adecuada ley electoral que cimentaba el bipartidismo minimizando a la tercera fuerza política, creó la democracia perfecta, aquella donde nunca se pone en cuestión el sistema capitalista.
Algún comentario, especialmente optimista para mi impresión, ha establecido, tras las multitudinarias marchas del 22 de marzo (lo deslumbrante puede ser tan pasajero como cegador), un paralelismo entre la muerte del ex presidente y una supuesta agonía del régimen surgido en la Transición. Espero expectante los resultados que arrojen las próximas contiendas electorales. Si el 60% o más del electorado sigue apostando por el dueto PPSOE, significaría que, más allá de la gente que sale a la calle un día, quedaría mucha labor pedagógica, paciente, que hacer y que estaríamos cayendo en un optimismo infundado.
Lo decía al inicio, los grandes medios apelan a recuperar el espíritu de la Transición. Aquella gloriosa época donde el pacto lo presidía todo. Mienten. Esa etapa nunca ha pasado. Tras el escenario del "juego democrático", entre bambalinas, lo esencial, los pomposamente llamados asuntos de estado, son custodiados por una guardia mixta, férrea, del PPSOE.
Anguita, cuando se aireó convenientemente la pinza PP-IU, demostró, datos en mano, que la confluencia de votaciones en el Congreso era mucho mayor, leyendas aparte, entre PP y PSOE.
Aquí vamos transitando de mito en mito, de invento mediático en invento mediático. Como el de la Transición pacífica. Cierto es que con el referente de la guerra del 36, elemento que se usó como atemorizante sobre un pueblo marcado por el sufrimiento, 400 muertos no parecen una cifra muy elevada, aunque si lo suficiente para cuestionar la placidez de aquel periodo. El espantajo de una nueva guerra tras la muerte de Franco era irreal, pues los aparatos represivos, nunca depurados, eran monolíticamente fieles a la dictadura. El pueblo no tenía, objetivamente, la posibilidad que tuvo en el 36 de empuñar las armas. Un escenario de revueltas podía contemplarse, aunque no fuera probable, de guerra civil, en sentido estricto, no.
La acción de la extrema derecha, de esos grupos parapoliciales, rindió, quizás a su pesar, un gran servicio a los reformistas del régimen, que querían un cambio de formas que no alterara los desequilibrios de clase. Suárez, asaeteado por "el bunker" desde el que rugía la bestia, inspiraba en el PCE (mientras el PSOE a veces adoptaba, lengua de Alfonso Guerra mediante, el papel de chico malo), un instinto de protección que le indujo a la desmovilización social. El colofón fue el 23 F, que justificó el martirio de Suárez, don Quijote en el Congreso, y la glorificación del rey providencial.
Acabo. Entre la proliferación de ditirambos he leído uno que decía que Suárez, cual Gorbachov, hizo la perestroika española. En su descargo diré que en su defenestración fue más digno. Él, por más que se lo ofrecieron, nunca quiso anunciar  Pizza Hut, se conformó, buen vasallo de su rey, con un ducado.

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