martes, 18 de marzo de 2014

Los grande medios de comunicación ¿en marcha por la dignidad?

El domingo 16 de marzo hice un pequeño recorrido por los informativos de las tres cadenas generalistas  más importantes del estado español. Tras ese atrevimiento por mi parte (¡con cuanta razón nos previenen los sanadores del cuerpo y del alma contra los excesos!), tuve que acudir raudo a abrir la ventana, para airear la estancia invadida por las emanaciones tóxicas que emanaban del ojo rectangular.
El acto más democrático, según los propios medios occidentales que consideran las urnas la máxima expresión de la democracia, que ha habido en una zona de Ucrania (cuando escribo esto ya ha ingresado en la Federación Rusa) en el último mes, salvo que se considere que derrocar en una plaza de manera violenta al presidente electo Yanukovich sea una expresión de democracia (yo estoy dispuesto a debatirlo, que conste, sé que la papeleta que entra en una urna tiene múltiples condicionantes, que no es un papel inmaculado). Decía que ese acto, un referéndum que consulta a la población de Crimea sobre su futuro, era considera ilegal y reprobable por unas televisiones que son las que abastecen ideológicamente la mente de muchos. El menú del mediodía se completaba con la cotidiana ración de maldad del gobierno venezolano. En una de las cadenas se afirmaba que ocho mujeres venezolanas habían denunciado torturas policiales. Ni una imagen de esas mujeres, ni un nombre, nada. El efecto que se busca no es informar. Lanzas la noticia sin ningún tipo de sustento argumental y el espectador que no va nunca más allá de un telediario pasa, rápidamente, a asociar al gobierno venezolano con un gobierno, no sólo antidemocrático (aunque tenga un record mundial de procesos electorales ganados), sino también torturador. Ese mismo televidente espantado seguro que desconoce que en Venezuela hay quince policías detenidos por excesos que han originado muertes. Y también, de esto estoy aún más seguro, desconoce que Amnistía Internacional ha denunciado en más de una ocasión, sin que esas emisoras lo hayan reflejado, la existencia de torturas en las comisarias del estado español.
En esta batalla informativa, lamentablemente, tener la razón o no es bastante secundario. Se trata de tener el altavoz más potente. Una artillería mediática que lance mentiras, medias verdades y doblerraseros a discreción. Que abata el pensamiento del poco expectante espectador por aturdimiento. Siendo como soy, un pesimista irredento, no dudo de que logran sus objetivos de hacer de amplios sectores del pueblo, un ágrafo político que se maneje con unos clichés prefijados por los grupos empresariales que tienen la propiedad de los medios.
Desde la trinchera digital casi nada se puede hacer. Quienes nos movemos en estas procelosas aguas de la red buscando prensa que de visiones alternativas, somos, mayormente, los ya convencidos. Convencidos en un doble sentido: en la necesidad, como dice la letra de La Internacional, de cambiar de base, y en la certeza de hacer un esfuerzo baldío en un páramo donde apenas nos queda un consuelo ético.
Es tremendamente difícil crecer en el terreno informativo. Ya dije al principio que la inmensa mayoría de la población se informa a través de las televisiones generalistas (estatales o autonómicas). Y esa gente conoce la "heroicidad" de los opositores venezolanos, o la maldad del ex soviético (donde hubo siempre queda, dice el dicho popular) Putin y un referéndum ilegal en el que votaron un 83% de crimeos, saliendo un 96% de favorables a unirse a Rusia, derribando el "muro" del 59% de rusos y dándole, con un 79% de síes del censo, una importante transversalidad al resultado (tuvieron que haber porcentajes significativos de ucranianos y tártaros que votaron la unión). Todo esto sin un ápice de violencia en las calles.
Sí, la gente a través de los medios de masas conoce las maldades de los "sátrapas" foráneos y las luchas (¿heroicas o violentas o terroristas a veces?) de sus opositores. A través de los medios no les enseñan las luchas de aquí, salvo que llegue la hora de demonizarlas.
Ahora mismo están camino de Madrid "Las marchas de la dignidad". Son columnas formadas por gente de diferentes colectivos sociales que han partido de diversas localidades del estado español, para confluir en Madrid el sábado 22 de marzo, reclamando: "servicios públicos, empleo digno, derecho a la vivienda, que se vaya la Troika y que no se pague la deuda". Estos seres humanos que caminan desde diferentes puntos del país, pasando por diferentes municipios y alojándose en pabellones deportivos, tienen una característica en común: son invisibles para los grandes medios. Eso sí, no les quepa duda de que si el sábado en Madrid hay algún altercado, se hará la luz y los taquígrafos focalizando, criminalizadora, a los intolerantes violentos, sumidos en la desdicha histórica de no ser liberadores ucranianos.
Quizás suene demagógico o de mal gusto, pero me cuestiono cuántas de las personas que se emocionaron con la canción de Iraila (un alumno me dijo que la cadena debería aportar la mitad de los beneficios publicitarios  de ese programa a la lucha contra el cáncer, sincero, le contesté que desconocía si la cadena facturó más dinero en esa franja horaria), cuántos de esos siete millones de espectadores que vieron la actuación de una niña que ya sólo es imagen y voz, aparte del dolor de sus familiares, cuántos saben que varios miles de personas marchan a Madrid reivindicando para la gente más humilde una existencia más digna. Hago esta referencia, aparte de por el silencio de los medios, porque tengo la impresión de que en este país nos emocionan más los dramas individuales (devastadores cuando nos alcanzan), que los padeceres cotidianos colectivos, aquellos contra los que si tenemos posibilidad de actuar.
Parafraseando el título de un documental realizado sobre el golpe de estado de 2002 en Venezuela, les aseguro que la revolución de los humildes, aquella que ponga en solfa el poder y los privilegios de la oligarquía, no será ni alentada ni retransmitida, si acaso tergiversada, al menos por los grandes medios que marcan el paradigma del pensamiento,  que instalan en el imaginario de la gente que la unión de Crimea a Rusia no es la decisión de un pueblo, sino el "desafío" (este término se le aplica a cualquier acción de gobierno que disguste a EEUU y su acólita Unión Europea) de Putin. Reconózcanlo: cuando alguien se pone desafiante te dan ganas de encararlo y aflojarle una buena hostia, sea este un gélido eslavo o un mil leches venezolano y bigotudo.


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