lunes, 28 de septiembre de 2020

De Virgilio Leret al 27 de septiembre de 1975

27 de septiembre de 1975. Una fecha cargada de simbolismo en la lucha antifascista. Ese día de hace 45 años se produjeron los cinco últimos fusilamientos del régimen fascio-terrorista del general Franco. 

Tres militantes del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y dos militantes de ETA, de un total de once condenados, eran legalmente asesinados mediante sentencias dictadas por tribunales militares y con pelotones formados por guardias civiles voluntarios. Utilizo el término legalmente con toda intención porque las leyes son herramientas existentes hace miles de años. El fascismo español, como cualquier estructura política, se dotó de un cuerpo legislativo, por eso defiendo que gran parte de los avances de la humanidad se han producido luchando, incluso con las armas en la mano, contra leyes injustas y despóticas.

Sin embargo, recordar el final me ha llevado a pensar en el principio del oprobioso camino.

Y en el principio está Virgilio Leret, ingeniero y capitán del Ejército del Aire.

Tiene el triste honor de inaugurar la larguísima lista de asesinados por los militares fascistas sublevados en julio del 36. Jefe de una base de hidroaviones ubicada en Melilla, cuando a las 5 de la tarde del 17 de julio comenzó la sublevación él se mantiene fiel a la República y no solo no secunda el golpe de estado sino que emprende una resistencia que, a las pocas horas, ante la gran superioridad de efectivos de los felones, se ve obligada a deponer las armas. Al amanecer del 18 de julio es fusilado (casi lo ejecutaron antes de la fecha oficial de comienzo del llamado por los fascistas “Glorioso Alzamiento Nacional”), inaugurando también una crueldad aún plenamente vigente: la de los desaparecidos en fosas comunes. No, su familia, como tantos miles y miles, nunca ha podido recuperar sus restos. 

Hago un inciso: en estos días, en mi isla, Gran Canaria, han comenzado los trabajos de excavación en la tristemente famosa Sima de Jinámar a la que fueron arrojados muchos antifascistas. Más triste es que haya gente que piense que, redes sociales mediante, eso es remover viejos rencores. El trabajo de 40 años de  fascismo y muchos más de desmemoria es bastante fructífero en las mentes simples, aquellas a las que educan en el temor al enfrentamiento, aunque la causa sea justa.

Volviendo al capitán Leret, queda claro que fusilaron desde primerísima hora, siguiendo la directiva inicial secreta emitida por el general Mola el 25 de mayo del 36: “(…) la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado”. En otra instrucción reservada emitida posteriormente, el 20 junio del 36, Mola es también diáfano: “Para los compañeros que no sean compañeros, el movimiento triunfante será inexorable”. Y Virgilio fue la primera víctima de una inexorabilidad que lo condujo al mismo paredón que a los cinco antifascistas fusilados, cerrando un círculo lleno de cadáveres, casi 40 años después.

Virgilio no sólo es el primer fusilado, para mi tiene otra dimensión simbólica que representa la España oscura que pare el fascismo: mataron a una persona que había diseñado y patentado, en 1935, un motor a reacción que podría ser un avance importante en la aviación mundial. Se impone Millán Astray y su ¡Muera la inteligencia! como hilo conductor de un país que durante decenios olería, después del intento modernizador de la República, a confesionario. 

Y si hablo de Virgilio Leret no debo olvidarme de Carlota O’Neill.  Y no porque quiera expresar aquello, otrora tan manido, de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. En este caso estuvo al lado o incluso, en el pensamiento, fue una adelantada a su marido. Escritora, periodista y feminista, fue acusada por su suegro, el franquista coronel Leret, de inculcar en su esposo el ateísmo y las “nocivas ideas” que lo llevarían al paredón. Pasó cuatro años en la cárcel y tuvo que luchar por la custodia de sus hijas tras salir de prisión. 

Con Carlota, los fascistas condenaban, otras muchas lo pagaron con su vida, a las mujeres españolas a cuarenta años de minoría de edad, con leyes y directrices morales que las sumieron en una profunda discriminación en múltiples ámbitos.

Me sale un pensamiento al paso, y no puedo dejar de expresarlo (quién me haya leído en otras ocasiones sabe de mi funcionar un poco disperso). Hace unos meses el escritor Arturo Pérez Reverte declaró, comparándolo con la actualidad, que en el tardofranquismo (finales de los 60 y años 70), fuera de la política, la libertad era absoluta. Más allá de que parece desconocer que el ámbito político no es una burbuja, lo impregna todo, se olvida de que la mitad de la población, las mujeres, por mucho que acortaran la falda en los 60 o se desmelenaran con los Beatles y proliferaran las chicas ye-ye, tenían que pedir permiso al marido, firma mediante, para realizar casi cualquier gestión (hace unos años Cristina Almeida contó en televisión que, siendo ya abogada, a inicios de los 70, tuvo que, para realizar un determinado trámite, solicitar la firma de su marido), o si se iban de casa porque convivían con un maltratador, o les daba la gana, podían ser denunciadas y retornadas a su “cárcel” por la policía. También parece olvidar el académico que no existía un derecho civil tan elemental como el de divorciarse. 

Retorno a Virgilio y Carlota, dos grandes desconocidos en este país (especialista en desconocer a sus héroes democráticos, mientras tenemos en cada ciudad una avenida o una plaza con el nombre de un tipo que estaba calladito bajo el ala del tirano y que recientemente ha huido del país por haber utilizado la jefatura del estado para enriquecerse), que también representan, por vía familiar, el hilo de la pertinaz represión entre el inicio de la dictadura fascista del asesino terrorista Franco el 18 de julio del 36 y su funesta rúbrica el 27 de septiembre del 75. 

Carlota O’Neill es tía de una mujer emblemática del feminismo español: Lidia Falcón, que en septiembre de 1974 es detenida y torturada durante nueve días en los calabozos de la Dirección General de Seguridad por el miembro más famoso de la Brigada Político-Social (los conocidos popularmente en la Dictadura como “sociales”): Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, fallecido hace unos meses con todas sus medallas intactas y grandes quejidos de nuestra timorata izquierda a la que, por lo que respecta al asunto de castigar a los criminales fascistas, tildaría, permítaseme el neologismo, de plañidócrata. Sí, plañir, sollozar, y como casi siempre, siguiendo el dicho que tantas veces escuché a mi abuela, “dar palos a la madriguera” de un conejo que ya se ha ido… impune, como todos los Billy el Niño que comenzaron la carnicería con Virgilio Leret, la refrendaron asesinando a los militantes del FRAP y de ETA y prosiguieron sus días, plácidamente, como demócratas de toda la vida.

3 comentarios:

  1. gracias a este acercamiento a la persona Virgilo Leret, conoci el trabajo literario de Carlota O'Neil y la vida carcelaria como exilio, muy agradecida, Raquel Tulic

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  2. Agredecido yo a ti por leer mis textos. Un saludo.

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  3. Estimado, y obstinado, don Pepe Juan:
    "El capitán Leret", se me antoja un titulo digno de Jack London o Verne.
    Nominalmente, no ha de envidiar nada Virgilio Leret a Miguel Strogoff, sin embargo, el correo del Zar es patrimonio universal y al bueno de Virgilio, me temo, no lo rememoran más que usted y doña Lidia Falcón, su familiar política, valga la redundancia.

    Reciba mi, también obstinado, abrazo.

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