jueves, 24 de septiembre de 2020

Alegato “clasista” de un ex profesor que, lo siento Ayuso, casi nunca ha visitado Madrid

Cuando era profesor siempre tuve una querencia especial por la Geografía Humana. En concreto, por mostrar un mundo de marcados contrastes: países desarrollados y países subdesarrollados (ahora se habla más de países en vías de desarrollo). Ambos grupos, por supuesto, con una amplia gama de matices y contrastes dentro de sí mismos.

La querencia de la que hablo venía, quizás, de que era una de  las puertas que me permitían acceder a espacios de la realidad actual del mundo, que generalmente quedan bastante velados a los ojos del alumnado. Yo estaba empeñado en descubrirles (sé que va en contra de la pedagogía que establece que el alumno construye su propio aprendizaje con el profesor en un discreto segundo plano), en la medida de mis escasas dotes adoctrinadoras, otros caminos, otros planteamientos que cuestionaban la ideología dominante y aplastante que es transmitida cotidiana y machaconamente por los grandes emporios comunicativos y que se convierten en parte del acervo del pensamiento social. 

Me viene a la mente la polémica, a inicios de año, sobre el pin parental, dispositivo que planteó el gobierno murciano para que los padres decidieran si sus hijos accedían a determinados contenidos o no. Una pregunta hecha sin ánimo de mofa: ¿si un padre es terraplanista tiene derecho a impedir que se instruya a su descendencia sobre la esfericidad de la Tierra? Me pareció una polémica bastante absurda, pues esos niños o jóvenes crecen en el marco más adoctrinante y determinante, y del que existe difícil escapatoria para la gran mayoría: la familia. 

Lo que quiero decir es que esté tranquilo quién, ingenuamente, tema que en un centro de enseñanza su vástago pueda ser objeto, por un profesor desalmado, de un lavado de cerebro. A lo más que puedes aspirar, cuando eres un profesor crítico (en general, pocos) con el sistema social en que vivimos, y tienes la suerte de impartir el área de las Ciencias Sociales, es a poner sobre la mesa cartas que siempre están en el fondo de la baraja o a las que, distracción mediante, se les “veta” el acceso. Acceso sepultado (ojo, estamos hablando de mentes en formación) bajo toneladas de guasaps insustanciales o fascistizantes y basura televisiva rosa chicle.

Una de esas cartas tiene que ver con el arranque de este texto, en el que citaba los países vulgarmente llamados ricos y pobres. Aparte de entrar en las realidades que los definían como tales y las causas (cuan básica es la historia) de esa dicotomía, me gustaba dar una vuelta de tuerca y hablarles de la riqueza en la pobreza y de la pobreza en la riqueza. 

Nadie duda de que USA es, aún, el país más rico del planeta y que, por ejemplo, Malí (puesto 182 en el Índice de Desarrollo Humano) está entre los territorios con mayor índice de pobreza. Yo quería que entendieran que dentro de cada uno de esos dos países, con diferencias de riqueza abismales, existía otro abismo interior: el de las clases sociales. Siempre les explicaba lo mismo: una persona de la clase alta de ese país pobre llamado Malí vive con todos los lujos del mundo más desarrollado, esos a los que no puede acceder el sin techo del país rico llamado EEUU, portando sus pertenencias en un carrito de supermercado.

Esa lucha de clases, existente más allá del despiste inducido del más débil  de los contendientes, ha adquirido una dimensión nueva en Madrid, producto de la pandemia, con el confinamiento selectivo de unas zonas que corresponden con los barrios más humildes. La realidad es que prácticamente todo Madrid (y casi todo el estado español) está en datos que conllevarían un confinamiento estricto. Sé que no es lo mismo 600 que 1000 casos por 100.000 habitantes, pero es indudable que ambas cifras, según los estándares de la OMS, están ubicadas ya en la desmesura. 

Si yo habitara una de esas zonas confinadas de las que solo puedo “escapar” vía Metro atestado (donde en el colmo de la vileza acaban de inaugurar, sí, inaugurar, con la presencia del Vicepresidente y del Consejero de Transportes como si de una magna obra se tratara, dispensadores hidroalcohólicos… después de meses de pandemia)  para ir a trabajar a las zonas no confinadas, estaría pensando en como canalizar mi rabia al sentirme tratado como un siervo que tiene la obligación de ir a producir y después tornar con toda mansedumbre a su jaula. Porque encima hasta el puto parque, en el que respirar un poco (perdonen el lenguaje pero no me apetece contenerme en exceso), me lo cierran. Seguramente el aire libre es mucho más nocivo que los túneles para transportarse que usan a diario decenas de miles de trabajadores.

En 2012, en lo peor de la crisis de 2008, Susan George declaró: “Ensayan con los españoles para ver cuánto aguantan”. Parece que el ensayo prosigue. Y da la impresión de que los “científicos” encargados del experimento cada vez están más jubilosos y son más osados en sus planteamientos, y probablemente ni en sus sueños más húmedos esperaban una respuesta tan dócil, tan positiva, para sus intereses, de las cobayas.

Yo, quizás errado, pongo en duda la afirmación del periodista Antonio Maestre que escribió que “los ojos de los barrios se están inyectando en sangre” y añadía “no sigan tentando la suerte”. Discrepo. Pueden tentar la suerte lo que les dé la gana. Está más vigente que nunca la canción emblema de la Transición: Libertad sin ira. Cualquier atisbo de digna ira sería, no lo dudo, convenientemente estigmatizado por los medios que están prestos siempre a deslegitimar cualquier movimiento que consideren dañino para los intereses de clase de los dueños de las imprentas. 

Vigilados por el ceño fruncido de los antidisturbios podrán, no con la mirada amorosa policial que acompañó en mayo a los del barrio de Salamanca,  manifestarse los madrileños de los barrios populares con la distancia debida y con el acompañamiento de las batucadas. Lo afirmo con rotundidad: detesto las batucadas en las movilizaciones. Son un mensaje absolutamente erróneo. Salir a la calle contra una decisión tan clasista como la perpetrada en Madrid, salvo en las manifestaciones procesión como las del 1º de Mayo, o similares,  no es ir de fiesta, debería ser pisar fuerte, masivamente, rostro serio y amenazante, pero claro, la clave está en la extrema delgadez de la línea roja.

Por eso, por la endeblez del rojo y la falta de guerra de sus tambores, Isabel Díaz Ayuso, que posee el discreto encanto de una ¿estudiada? estulticia, circunstancia que complace sobremanera a ese ultraderechista que es el analfabeto político (y que seguramente le hará mejorar resultados en 2023) se permitió decir ante Sánchez, tras pedirle policía, siempre más policía, lo siguiente: “Madrid es de todos. Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España? No es de nadie porque es de todos. Todo el mundo utiliza Madrid, todo el mundo pasa por aquí. Tratar a Madrid como al resto de comunidades es muy injusto a mi juicio”. 

El arranque me recordó la “marxista” parte contratante del siglo XXI. Es una cantinflada que, sin conciencia de clase, llevaría, al menos a mí, desde la ultraperiferia de este archipiélago africano donde habito, a despotricar contra un mensaje que convierte a Madrid en un todo casi ultrajado , que busca el enorgullecimiento de sus habitantes (más allá de que la señora achacara el coronavirus pujante entre otras cosas, a los hábitos de la inmigración extranjera) equiparando Madrid con España e intentando que, por ejemplo, se olviden de que unos días antes, en una muestra inequívoca de para que clase gobierna, anunció, mientras la Sanidad la mantiene gracias a la sobreexplotación del personal, una bajada de impuestos del 0.5% para todas las rentas. Un timo como una catedral,  que descubres que beneficia a las rentas más elevadas, apenas pienses lo que es un 0.5%, por ejemplo, para el que ingresa 200.000 euros al año y  para el que ingresa 20.000. 

Y lo peor es que a mucha gente que clama contra el desastre sanitario la musiquilla de la bajada de impuestos le suena muy bien. Tal vez, algún día, se disipe tanta intoxicación ideológica y con una renacida conciencia de clase nos llegue la coherencia, esa que ellos nunca, nunca, han perdido.


Posdata: Vuelvo a pedir disculpas por mi evidente impericia con la forma, que hace aparecer dos colores de fondo. Siendo sincero, tampoco me preocupa en exceso si la expresión es, cuando menos, correcta.


1 comentario:

  1. Estimado y jubilado don Pepe Juan;
    Efectivamente, Madrid es España dentro de España. De igual modo, el rey emérito de España es el rey emérito de España fuera de España.
    Cómo dijo el gran Rodrigo Rato, es la nueva normalidad, amigo!

    Reciba mi cordial, afectuoso, y clandestino, abrazo

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