Una voz neutra,
preñada de colores muertos,
cansina o hija del hastío,
siempre educada:
“Hernández, hágame el favor,
revise minuciosamente
estos expedientes,
cuente las as, las ces,
las jotas y las kas.
Aísle las mayúsculas,
tienen ínfulas.
Reclúyalas en círculos rojos
de castigo”.
El perfecto trabajo sin latido
para el trabajador sin vocación,
creyente en la obediencia autómata
de ocho a tres,
oficiante presto a aletargar sus razones,
y su corazón raído,
en el altar solitario del asentimiento gris.
Bartleby contracorriente…
yo sí habría preferido hacerlo.
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