lunes, 10 de julio de 2017

Leopoldo o el infierno venezolano y Óscar o el paraíso estadounidense (si sólo miras la tele)

Leopoldo López, ese Nelson Mandela redivivo, ha pasado de una prisión militar (desde la que protagonizó un impagable sketch cómico gritándole a su mujer, que estaba saliendo del penal, con un vozarrón acorde a la masa muscular que ha ido desarrollando entre rejas, el ya famoso: “Lilian, me están torturando”), al arresto domiciliario. Por cierto, una de las alegaciones del tribunal que ha decretado el cambio de su situación penitenciaria se ha basado en un indefinido “motivo de salud” que, curiosamente para un individuo que es torturado a distancia auditiva de su constantemente grabada esposa, ha sido desmentido por sus correligionarios. O sea, la salud, torturas aparte, perfecta. Habrá respirado Felipe González, ese ex presidente abyecto que declaró que la dictadura venezolana era peor que la de Pinochet. No sé si la oposición venezolana tendrá, hablando de similitudes infames, un cantautor a mano, un Víctor Jara de ultraderecha que ofrendar al sanguinario Maduro. Ese que un par de días después de la acción del policía que secuestró un helicóptero y atacó diversos edificios oficiales, y al que aún no he visto ser tildado de terrorista en ningún gran medio de desinformación masiva, fue caricaturizado en un periódico venezolano tiroteado por el mentado policía. No sé yo como actuarían nuestros insignes tribunales, a los que tanto molestan los chistes a cuenta del vuelo de Carrero Blanco, ese gobernante democrático que durante más de treinta años colaboró estrechamente con nuestro gran jefe fascio-terrorista Francisco Franco.
Tras llegar a su casa, que parece ubicada en medio de una extensa y tupida fronda, se alzó Leopoldo y asomó bandera en ristre tras el muro de su finca. Como él no podía dirigirse a la concurrencia que lo aclamaba, otra muestra de dictadura atroz, Freddy Guevara, un dirigente de su partido que imagino airado cada vez que escribe su apellido, leyó un comunicado en el que Leopoldo llamaba a seguir, a perseverar “la lucha en la calle”. Se fue de la cárcel a su casona con la latita de gasolina en la mano. Y la latita de gasolina no es, en este caso, una metáfora socorrida, de quien esto escribe. Al menos ocho personas han sido quemadas por la oposición pacífica venezolana, que se ha dedicado a la caza del chavista con la complicidad de unos medios que han querido, estoy convencido que con bastante éxito, retorcer, desfigurar  (cuestionando el famoso refrán que establece la inferioridad de mil palabras ante una imagen) con sus discursos lo que nos muestran las imágenes. Oposición que también se ha empleado pacíficamente en atacar a pedradas maternidades, en asaltar cuarteles rompiendo vallas contra las que lanzan camiones, en “trancar” arterias principales durante días e ir sus “muchachos” casi a la guerra con mochilas, escudos, cascos y cóteles molotov (mira que usar un invento símbolo histórico de la izquierda revolucionaria y al que da nombre un Comisario del Pueblo Soviético).
Sí, mientras desde el gobierno “dictatorial” de Maduro realizan llamados a la paz, al diálogo, López, envalentonado, cree que es el momento de dar una vuelta de tuerca callejera.  Imagínense si Otegui el día que salió de prisión llega a decir que hay que luchar también en las calles. Piénsenlo. Otegui está inhabilitado hasta 2021 para presentarse a cargo público, y nunca se le permitió recibir en la cárcel la visita de una comisión internacional. Leopoldo López, el que habitaba las mazmorras que habrían hecho estremecerse a Pinochet, pudo ser visitado por Zapatero.
Las comparaciones son imprescindibles. Y en muchas ocasiones tremendamente odiosas. En mayo pasado, con el desconocimiento de la inmensa mayoría de una población española y el silencio o apenas el susurro de la noticia breve en los medios del capital, fue liberado Óscar López Rivera, un hombre que si podría mirar cara a cara, en estatura moral, a Nelson Mandela, pues estuvo encarcelado 36 años, 12 en aislamiento, en la llamada tierra de la libertad, por ser un independentista puertorriqueño al que el gobierno yanqui condenó por actos de sedición y conspiración para derrocarlo. ¡Vaya! Lo que quiere hacer el bueno de Leopoldo en Venezuela, con la salvedad de que él tras tres añitos ya está en casa. Y eso que la fiscal general de Venezuela, hoy en contra del gobierno, solicitó en 2014 para Leopoldo López treinta años de prisión, que la sentencia dejo en trece y medio, por instigar y organizar los disturbios, las guarimbas, que originaron cuarenta y tres muertos. Por cierto, un dato interesante que vi en TeleSur: la asociación que representa a los familiares de los asesinados en las citadas guarimbas, también desconocida por casi toda la población española debido al enorme sesgo derechista de los grandes medios, dieron la bienvenida a ese cambio en la situación de Leopoldo López si contribuye a pacificar el país. Aquí se plantea un simple acercamiento de presos vascos a cárceles de Euskadi seis años después del abandono de la lucha armada de ETA y las principales asociaciones de víctimas del terrorismo ponen el grito en el cielo.
Una última apreciación, el 1 de junio fue asesinado, en una barricada montada por opositores, el juez Nelson Moncada, que en 2016 formó parte del tribunal de apelación que confirmó la sentencia de Leopoldo López. Por razones obvias, no deja de ser curioso el espíritu vengativo de la “dictadura venezolana”.
Maduro, aunque te proclames cristiano ten cuidado con tus mejillas y las de la gente más humilde de tu pueblo, la derecha católica de toda la vida nunca ha puesto ni la una ni la otra.

"Las casitas del barrio alto" de Víctor Jara. Hace una pequeña y recomendable introducción 


Las nuevas armas de la pacífica oposición venezolana

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