Yo era, destino en Marte,
el oficinista de la granja,
el autómata antigualla
al que dar cuerda cada mañana,
pero se me cruzó
una idea,
y como el tonto
tras la cometa,
como aquél al que le susurran al oído
las esencias del mundo,
en veloz cabalgadura bifronte
que nunca se mueve,
la perseguí
con tanta desidia
como empeño.
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