viernes, 5 de abril de 2013

Juan Carlos en su laberinto, que es el nuestro

Después de decenios durante los que la monarquía navegaba por las aguas plácidas del silencio y la complicidad mediáticas, desde hace unos pocos años el río de aguas mansas se ha transformado en un rápido lleno de peñascos. El rostro impenetrable de la monarquía entre bambalinas se ha transformado en una careta de rictus grotesco cuando ha salido a escena.
Un escándalo se suma a otro.
Hace unos días se ha sabido que Juan Carlos recibió de su "pobre padre" (según la leyenda monárquica) una herencia de 375 millones de pesetas. Un tercio de los 1.100 millones que dejó su padre -el patriota que quiso luchar en el ejercito fascista a las órdenes de Franco-  en un banco suizo. O sea, el dinero a buen recaudo. El misterio es si el rey ha traído el dinero a España y ha tributado por él. Dicen que lo están investigando.  Debe ser que cuando uno se zambulle en dinero, como el tio Gilito, se le extravían más de dos millones de euros como si nada.
Corina ha tenido casita anexa a la Zarzuela, que va a acabar degrada a sainete o vodevil, en una coyunda entre negocio, política y placer que demuestra lo impune que se ha sentido la institución medieval que está a la cabeza del estado español. Se habla del 3% de esta señora con un desparpajo insultante mientras a todos los trabajadores de este país se nos recortan nuestros salarios.
Urdangarín asume que probablemente tendrá que visitar el trullo una temporadita para ejercer de pararrayos y que la tormenta que ya ha llegado, no inunde el palacio. El suegro es un tipo  que ahora mismo, operación de cadera y operación política mediante, está enclaustrado ojeando las memorias africanas de Isak Dinesen, soñando con la sabana africana que tantas veces su pie holló, mientras se habla sin tapujos de su abdicación en Felipe. "Savia nueva para la institución" que diría un cursi.
El rey debe estar triste, hasta sus más fieles seguidores, esos que han dado en llamarse " republicanos juancarlistas", están tomando cierta distancia, lo que induce a pensar que ven al enfermo con mal aspecto, contagioso. Ahora alguno, indeciso, acentúa su republicanismo sin disminuir aún su juancarlismo y, gente previsora, dispuestos a abrazar el "felipismo", pensando, republicanos sacrificados, que el morado puede esperar. A mí ese espécimen me causa repugnancia intelectual, por una simple razón, eleva a los altares de prócer democrático, a un posibilista criado al arrullo del fascismo y que, como ya he dicho en otras ocasiones, nunca reconoció la lucha y el sufrimiento antifascista de tanta gente anónima. Un ejemplo claro del juancarlista era el exsecretario general del PCE Santiago Carrillo. El hombre de izquierdas más halagado por la derecha de este país a cuenta de su "altura de miras" durante la Transición, últimamente conocida, con minúsculas, como la transacción. Carrillo siempre defendió, desde su condición de republicano por supuesto, ardorosamente al rey. Con un magnífico argumento: prefería un rey neutral, sin ideología, a un presidente de derechas como sería, ejemplo que varias veces puso, Aznar. A mí el argumento me anonadaba, pues me decía: "Si esta es una de las grandes cabezas pensantes de la izquierda española..." En primer lugar, si la gente elige de presidente a Aznar tendré el consuelo de que los extraviados no habrán sido sus  padres por el malhadado día que, discúlpeseme la expresión, echaron el polvo, sino las urnas penetradas de votos. En segundo lugar, no les quepa duda, los reyes tienen ideología. Y es conservadora, de derechas. Desde el momento en que el rey se sitúe en el campo de la izquierda real tiene dos opciones: o renuncia a la corona y a todos sus títulos nobiliarios o, poniéndome estupendo, la abole directamente, pues si es un hombre que conjuga sus ideas con su praxis tendría que renunciar a un cargo público que no proviene ni del mérito ni de la elección, sino del azaroso viaje de un espermatozoide espabilado en busca del privilegiado óvulo.
Que el juancarlista, básicamente votante del PSOE, un hombre teóricamente de izquierdas que se supone defiende, al menos, la igualdad de oportunidades en el acceso a una serie de derechos sociales y a los cargos públicos, defienda un resto de la sociedad estamental, como es la restricción del acceso a la más alta magistratura del estado, a mí, obtuso que soy, me resulta inconcebible. Soy intransigente. Para mí no es baladí que una persona de izquierdas admita que el principal cargo público de un país, suprema paradoja, sea propiedad privada de una familia.
No creo que esta familia deba ser igual ante la ley que el resto de las familias. El fiscal del caso Urdangarín dice que imputar  a Cristina sería tratarla de manera desigual. Bien. Estoy convencido de que a esa señora hay que tratarla de manera desigual porque desde la cuna ha tenido un status de privilegio y ha sido criada en condiciones de excepcionalidad. Además, si un virus ferozmente republicano exterminara a toda su parentela, menos sus vástagos, sería la madre del ¿futuro? jefe del estado. Por lo tanto, ante el exceso de privilegio, le correspondería, desde la lógica y el equilibrio, un exceso de exigencia moral y jurídica en su comportamiento. Si usted es una infanta de España -título un tanto ridículo- su nivel de obligaciones debe estar acorde con su nivel de privilegios. O sea, no habría igualdad. Hablo saliendo de mi republicanismo y situándome en una lógica monárquica consecuente. Quizás el siguiente ejemplo no les parezca adecuado pero lo pongo al juicio de ustedes: ¿Le podemos pedir a una persona con ingresos de mil euros mensuales el mismo esfuerzo fiscal que a otra que gane diez mil?
Otro tema, con el que más de uno se ha tropezado, es el de los insultos o, como se dice jurídicamente, injurias al rey. Hace varias semanas fue condenado a seis mil quinientos euros de multa el coronel Amadeo Martínez Inglés (la misma fiscalía recurrente para desimputar a la infanta, en este caso pedía un año de cárcel) por insultos al rey al decir que es, cito palabras textuales: "el último representante en España de la banda de borrachos, puteros, idiotas, descerebrados, cabrones, ninfómanas, vagos y maleantes que a lo largo de los siglos han conformado la foránea estirpe real borbónica".
Ustedes me dirán que son insultos. Y yo, dándoles la razón, diré: ¿y qué? ¿No es Juan Carlos irresponsable ante la ley? ¿Su privilegiada existencia por vía constitucional, no habilita a una persona carente de los mismos a decir, incluso en lenguaje de grueso calibre, lo que piensa de él y su estirpe? ¿No existe ante alguien tan férreamente protegido ni siquiera el derecho al exabrupto?
Si yo dijera acerca de una persona que es jefe vitalicio de un estado, no juzgable, cuyas cuentas y fortuna es opaca, del que se sospecha que vende la marca de su país cobrando comisiones. Insisto, si yo fuera valiente y dijera que un individuo de esa catadura moral es un chorizo, un ladrón de guante azul, un patriota de la billetera...¿Sería llamado por el juez por injurias al excelso personaje? ¿No sería desigual la contienda? Ya que yo no fui el ente resultante del titánico espermatozoide que fecundo al anhelante óvulo, pido la libertad de decirle lo que quiera, incluso de injuriarlo. Y si su deseo es que a quién le insulte se le juzgue, el mecanismo es muy sencillo. Por ejemplo: el 14
de abril, una fecha de esperanza, salga ante las cámaras, renuncie a su inmerecida posición de privilegio y solicite un referéndum sobre la forma de estado. Después, intentando controlarse y sin mandar a callar a nadie, baje a batirse dialécticamente a la arena. Y si alguien le injuria, acuda, libre de su regia coraza, a la justicia.
Un consejo: si en el camino ve a un juancarlista ondear fervorosamente una bandera republicana no se haga mala sangre.





 
 
 
 
 

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