sábado, 23 de marzo de 2013

Chávez, Allende y el Che. Defensa radical de la revolución venezolana


En mi imaginario, en mi educación sentimental y en la de tantas otras personas de mi generación, o mayores, está la figura del presidente de Chile Salvador Allende. En nuestras retinas, al borde de las lágrimas aunque veamos las imágenes cien veces, están los aviones de los militares fascistas y felones bombardeando La Moneda y en nuestros oídos el último y maravilloso discurso de Allende, a través de Radio Magallanes, que acaba así:
“…mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡ Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”
En quiénes luchábamos contra el fascismo en la España de los 70, quedó grabada a fuego la huella de ese luchador social (el mismo se definió así) que fue el presidente Allende. Un coloso moral, un mártir de la clase obrera. Diría, quizás pisando terreno pantanoso, que a la izquierda le gustan los  mártires, los líderes que se sacrifican en pos de la causa. El problema es que, sospecho, los amamos mucho más si esos líderes son… derrotados. Es muy amplio el espectro de quiénes portan la camiseta del Che (el icono más reproducido del s. XX). El revolucionario que murió casi solo en Bolivia, andrajoso, quijotesco. Al que fotografiaron, ya cadáver,  en la escuela de La Higuerita, como si el Cristo yacente de Mantegna se hubiera encarnado casi 500 años después en aquellos parajes, paradójicamente olvidados de la mano de Dios. En cualquier persona con sensibilidad social suele brotar una simpatía natural por la simbología que nos transmite el Che. En los puestos de cualquier mercadillo del mundo una chapa o una cachucha con su rostro nos dicen: “Hasta la victoria siempre”. Y el paseante ojeador, persona del pueblo, simpatiza. Tal vez porque desconoce que el invocador de la victoria era, más allá del aura justiciera que convirtiéndolo en leyenda lo desdibujó, un comunista de primera hora -cuando aún Fidel usaba únicamente el remo del antiimperialismo martiano-, un comunista convencido que defendía la vigencia de la lucha de clases y la dictadura del proletariado (concepto que a mucha gente de izquierdas horroriza más que el de la existente dictadura de los mercados, que encubre, terminológicamente, la dictadura oligárquica que brutalmente ataca nuestros derechos hoy en día).
Sí, cuando se tiene el cerebro alineado con el corazón, es imposible no emocionarse con Allende, con ese hermoso experimento que se llamó “vía pacífica al socialismo”, aunque al final su más grande soñador, el hombre que creía en la palabra como única herramienta política, por pura dignidad, utilizó un fusil para defender La Moneda y para inmolarse. La experiencia chilena generó gran debate entre las organizaciones revolucionarias de la época. Se concluyó, en general, que la vía pacifica a un cambio social drástico estaba cerrada. La burguesía nunca consentiría la consolidación, si lograba acceder, de un bloque popular que quisiera transitar hacia una sociedad socialista. En aquella época existía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, un estado plurinacional socialista. Un estado donde la dictadura del proletariado, la dictadura -sí, sé que la palabra es fea- de la gran mayorías asalariada sobre las fuerzas burguesas había mutado en un control burocrático del PCUS, que en buena medida acabó relegando a los soviets –asambleas de trabajadores- a un papel secundario. Pronto, poco más de diez años después, a inicios de los 90, este debate sobre la toma del poder violenta o no era apenas un vestigio arqueológico para paleocomunistas añosos. El bloque socialista se derrumbo con estrépito de cascotes rebotando por el planeta. El socialismo era un cadáver y había capitalismo para mil años. Cualquier debate que contuviera la palabra socialismo como significante de una sociedad donde primara la propiedad pública sobre la victoriosa propiedad privada era la pataleta de cuatro orates nostálgicos. Lo teorizó -creo que lo he mencionado en algún otro texto de este blog- Francis Fukuyama en su libro “El fin de la historia y el último hombre” (1992) en el que certifica el fin de la lucha ideológica con el triunfo definitivo de las democracias neoliberales. Sólo faltaba el advenimiento de un cristo inverso al yacente de la Higuerita, un cristo-rey redivivo  y bendiciendo el orden social reinante más allá del fin de los tiempos.
Y en esto llego Chávez y, fracasando para vencer, mando a parar.
En el mismo año de la profecía neoliberal un teniente coronel del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 se subleva en Venezuela. Previamente, en 1989, se había producido “el caracazo”. Miles de personas, ante la subida generalizada de precios y un binomio político-oligárquico cleptómano, salen a las calles a saquear. No era un movimiento organizado, era pura rabia popular. Se saldó con más de mil muertos .
Un inciso: un politólogo apellidado  Lavezzolo, en un artículo en “eldiario.es”, usando 5 parámetros (gráfica incluida), llegó a la conclusión de que hasta el 98 Venezuela cumplía los parámetros democráticos y que hoy, en cambio, roza claramente el autoritarismo. Los mil muertos del caracazo, bajo el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, miembro de la Internacional Socialista (ojito con quién te juntas Talegón), pueden reposar tranquilos en sus tumbas. Los masacró una democracia. Es un consuelo. El hambre y la pobreza democráticas siempre son mejores que el hambre y la pobreza dictatoriales. Ya que no nos dejan acoger comida en la boca, que nos dejen, madre de todos los consuelos, expulsar improperios por ella.
Retorno: sí, con la sombra del caracazo, el 4 de febrero intenta Chávez un golpe de estado que, afortunadamente, a pesar de la justeza de sus intenciones, fracasó. Vuelvo (sepan disculparme, siempre me surgen meandros en la exposición) a realizar un inciso aclaratorio: sé que para muchas personas la expresión golpe de estado conlleva una condena automática. Y lo entiendo, ese tic también se pone en marcha en mí. No obstante ¿qué fue el 25 de abril portugués?, otra de las fechas emblemáticas de los izquierdistas setenteros. Fue, en sentido clásico, un golpe militar puesto en marcha con la emisión de la entrañable “Grándola Vila Morena” de Zeca Afonso. Los fusiles de los capitanes de abril, antes de cubrir sus bocas de muerte con claveles, dispararon para deponer la resistencia de sectores fascistas, sobre todo de la policía política portuguesa (PIDE). En el siglo XIX español buena parte de los pronunciamientos militares (así denominados porque se iniciaban con un manifiesto o proclama) fueron realizados por militares progresistas. Recordemos que el himno de la 2ª República se denomina “Himno de Riego” en honor de Rafael del Riego quién encabezó el pronunciamiento que daría comienzo al “trienio liberal” (1820-23) que hubo en el reinado del nefasto Fernando VII (digno antepasado del Borbón que hoy disfrutamos). Sin embargo, aunque la nefasta experiencia española del siglo XX nos hace asociar golpe militar con  golpe fascista, no siempre ha sido así. Las sublevaciones militares las vinculamos con el generalato, mayormente imbricado a los sectores oligárquicos de sus países. Pero en determinadas ocasiones son capitanes, como en el caso de Tomás Sankara en Burkina Faso (País de los hombres integros), cuya madre seguía vendiendo en el marcado cuando su hijo era presidente. Recomiendo la novela de Antonio Lozano “El caso Sankara”, para acercarse a este líder antiimperialista africano, tan desconocido como fascinante. Otras veces son comandantes o tenientes coroneles provenientes del pueblo, y no desclasados, los que se sublevan.
Chávez se plantó contra la podredumbre ideológica de la 4ª república venezolana con una carga ideológica aún difusa, embrionaria, cubriéndose con el manto de Bolívar, símbolo del hombre puro, del libertador que murió pobre y denostado, contemplando el naufragio de su sueño, de lo que hoy en América llaman -hasta el Papa Francisco la ha denominado así- “la patria grande”. Chávez en 1992 es un nacionalista bolivariano y antiimperialista que, como dije más arriba, afortunadamente fue derrotado. Perder le evitó el baldón, aunque se alzara contra la situación lacerante que padecía la mayoría de su pueblo, de llegar al poder con el estigma -que sus enemigos renuevan con gran presteza- de la rebelión militar. Además, su proyecto, inmaduro (me ahorro un jueguito de palabras), carecía de la definición que fue adquiriendo en años posteriores, una hoja de ruta de carácter socialista. Y esto es muy importante, a la vez que los neoliberales anuncian a bombo y platillo que la historia se acaba, que todo el mundo para casita pues no hay más cera que la que arde, Chávez, en los albores del siglo XXI les dice que Venezuela va tomar un rumbo propio hacia el socialismo  a golpe… de elecciones.  Si yo fuera creyente imaginaría a Allende regocijado desde un rincón celeste. Encima empieza a abrir puertas. Se forma tremenda ventolera. El gran caserón latinoamericano empieza ser batido por corrientes con aromas colectivistas. Chávez, desde el respeto, con el ejemplo, entre visita y visita para abrazarse a Fidel, es partera de Evo y Correa. El sandinismo vuelve al poder en Nicaragua. Y el concepto de “Patria Grande”, que implica antiimperialismo y en algunos países un modelo social alternativo e igualitario, deja de ser una entelequia y comienza a plasmarse en instituciones concretas de integración regional que no incluyen a EEUU.  Nos guste o no, el “padre” de todo esto es el zambo Chávez -un mil leches mezcla de negro, indio y blanco- , dicharachero y cantante, al que desde el estado español han denostado, con bastante éxito según las encuestas.  Esa “olla podrida” también la ha saboreado, incluso con deleite, la socialdemocracia. Si lo atacan –sí, en presente, el muerto sigue vivo- es por su peligrosidad, porque en lugar de emular a James Dean y “hacer un bonito cadáver” digno de un rebelde sin causa. O usando la retranca fatalista de Di Stefano cuando dijo aquello de “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. En lugar de un a derrota muy estética, está logrando una victoria muy preocupante para los oligarcas de América Latina. Una victoria que se está dotando de lo más importante para perdurar: conciencia.
Le he escuchado una frase a Chávez que se me ha quedado grabada, es muy simple: “Hay patria… Tendremos patria”. Es curioso. Primero habla en presente y después en futuro. A mí me da sensación de tránsito, de proceso.  Alguno estará alarmado. Sé que a muchas personas en el estado español la palabra les trae reminiscencias del fascio hispano. Pero no. Aquí el concepto de patria es radicalmente distinto. No es el concepto huero e imperial con que a los ya canosos y pelados (término argentino de calvo) nos educaron. Una patria vacía de gente y desbordada de historias apolilladas que convierten, constantemente al mercenario en héroe (por ejemplo El Cid, mito español y cristiano de una inexistente España, que puso su espada al servicio del “infiel” musulmán). Cuando Chávez habla de esa patria en construcción le está diciendo a su pueblo humilde que tendrá futuro, que estará orgullosa de tener educación, techo, cultura, de ir poseyendo, quizás poquito a poco, más espacio para decidir. Chávez equipara patria con dignidad, despoja esa palabra, al menos en gran medida, de estandartes raídos y pendones opresores.
La referencia Chávez, como el Che o Allende, queda ya para siempre, con una pequeña diferencia, no es una referencia de derrota, es una referencia optimista, que avanza, que el próximo 14 de abril, para muchos republicanos siempre una fecha hermosa, puede dar otro pasito hacia una sociedad más justa. Chávez vino para quedarse, para remover conciencias, para aportar savia nueva a la palabra socialismo. A bastantes personas de izquierdas les chirrían las excesivas referencias religiosas, -esos aferramientos a Cristo que Maduro ha heredado de Chávez-, que adornan los discursos de los líderes venezolanos. Soy tajante. Gustos o disgustos concretos aparte, la bondad global del proyecto socialista bolivariano debe ser defendida por cualquier persona de izquierdas. Ojo, no nos confundamos, no hablo de carta blanca para nadie. Pero cuando calibro no tengo dudas. Mi defensa del legado de Chávez es radical en el doble sentido: en la contundencia y en la necesidad de ir a la raíz de los procesos sociales, de valorar si ese proyecto está abriendo camino, está ganando pensamientos, está siendo una herramienta para hacer un mundo mejor, un mundo que no se resigne a una sociedad capitalista que hace 20 años parecía una losa inamovible.
Las sociedades perfectas, monolíticas, se alejan del socialismo. Cuando en el Soviet Supremo de la URSS la votación era del 99 o el 100% yo debería haber pensado: “están enterrando el socialismo”. Un sistema político donde el debate tiene que ser infinitamente más vivo -porque aspiramos a que cada individuo sea un ser formado- que en la sociedad capitalista, donde la opinión de mucha gente se alimenta en los comederos ideológicos de los oligarcas propietarios de los grandes  medios, fundamentalmente televisivos. Por cierto, para los que hablan de falta de libertad de expresión en Venezuela: allí los grandes medios privados son mayoritarios y luchan, unidos, con un elevado concepto de clase (que yo les envidio), contra el proyecto revolucionario. Aquí, en el estado español, salvo en el refugio de Internet, la prensa y la televisión fluctúa entre el centro derecha y la derecha extrema.
Acabo. El 14 de abril, fecha emblemática y querida para los republicanos, en Venezuela se celebran unas elecciones verdaderas, donde se enfrentan dos modelos de sociedad diferentes. Donde cada voto empujará por un camino u otro. Aquí, en el estado español o en Canarias, cuando llegan las elecciones tengo la sensación de que voy a elegir al cochero que llevará las riendas de ese gran carro del que el pueblo tira y que tiene un camino único, predestinado.

2 comentarios:

  1. Excelente texto, no puedo estar más de acuerdo con todo lo que dices. Saludos de un canario en la patria de Allende.

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  2. Mis textos intento que sean dignos, tanto en el fondo como en la forma de expresarlos, para la persona que los lee y para mí. Es el listón que intento ponerme. Muchas gracias por tu aliento. Tu saludo: "un canario desde la patria de Allende", me ha hecho pensar que en Canarias nos falta -habiendo en nuestra historia grandísimos luchadores como Eduardo Suárez Morales o más recientemente Fernando Sagaseta- un referente moral de la dimensión de Allende. Aunque creo que gran parte del pueblo chileno, igual me equivoco, ha abandonado la senda de sus ideas. Desde Canarias, compatriota, un saludo.

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