jueves, 14 de marzo de 2013

Francisco


Los católicos ya tienen Papa. Yo me zafo del "Habemus Papam", musiquilla incluida. Al hilo de esto me viene a la mente la famosa frase con la que Anguita zanjó una polémica que había surgido entre él (en su época de alcalde de Córdoba) y el obispo Infantes Florido: "Usted no es mi obispo, pero yo soy su alcalde". En diez palabras don Julio marcó territorio y puso al poder celestial bajo la égida del poder terrenal.


En el mundo hay poco más de 7000 millones de personas, de las cuales 1200 millones profesan la religión católica (17%). Desconozco como se elaboran esas cifras. Si el criterio es el número de bautizados o los niños que hacen la primera comunión, los números podrían estar algo hinchados, pues estos dos sacramentos los recibe la persona cuando aún no tiene capacidad de decisión propia. Probablemente a la confirmación, que se produce cuando la persona ya tiene 15 ó 16 años, la concurrencia ya es menor. Reconozco que a esto contribuirá, creencias religiosas aparte, la falta de boato de este sacramento respecto a las "pequeñas bodas" comunionales.


En una reciente encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) el 70% de los españoles se declaraban católicos. A mí me cabe la duda -soy consciente de especular-, de si esas personas cuando afirmaban su catolicismo, en realidad daban testimonio de su creencia en un ser sobrenatural (muchas personas cuando son preguntadas por su religiosidad dicen: "Yo creo que debe haber algo") o, su admiración por la figura -histórica o no- de Jesús. Cuando la pregunta del CIS se cerró más, añadiéndole a la palabra católico el término practicante, la cifra descendió al abismo del 11%. O sea, creer en un ente superior y, lo más importante, protector, sí. En cambio se produce un desmarque masivo de la ritualización religiosa, salvo las ceremonias que implican celebraciones que podríamos calificar de mundanas (regalos, comilonas). Pongo un ejemplo. Hoy, en clase de ética con 4º de la ESO, pregunté al alumnado que había hecho la primera comunión. la mayoría, cuándo habían tomado la segunda. Sólo una mano se levantó y cuando casi felicito a la alumna por su coherencia ésta me aclaró que iba a misa para acompañar a su abuela. Por supuesto, la respuesta me enterneció y el motivo me pareció poderosísimo, libre de todo pecado original.


He empezado este texto remarcando, adrede, que ya tienen Papa los católicos. Que ya un nuevo guía espiritual ilumina su camino. Sin embargo, paradojas de la vida, yo que ya no pertenezco a la Iglesia "verdadera", probablemente me siento más concernido por ese nombramiento que muchos autodenominados católicos no practicantes. La razón es muy sencilla. Desde que en el siglo IV el cristianismo se convirtió, con el emperador Teodosio, en la religión oficial del Imperio Romano, ha sido un actor político de primer orden al lado o al frente de las sucesivas clases dominantes. Y no ha abandonado el escenario ni un segundo. Han tenido durante muchos siglos, en especial en Europa y América, el poder de modelar las mentes de la gente. Para la gran mayoría de la población, campesina y analfabeta hasta bien entrado el XIX e incluso el XX , su medio de comunicación -su radio, su televisión- era el púlpito.


El Papa, más allá de su liderazgo religioso que conlleva un liderazgo moral, tiene, aunque sea de manera más soterrada, no solo por ser un jefe de estado, un perfil netamente político. Antes de referirme a este último quisiera hacer una referencia al ámbito moral. Sencillez y humildad. En menos de 24 horas he oído esos conceptos, referidos a Borgoglio, repetidamente, tanto en la voz del docto teólogo como del ciudadano al que le ponen un micrófono en la calle. El manto se teje a una velocidad vertiginosa. Ante la dudosa moralidad de los cardenales burócratas que pululan por el Vaticano surge la figura del hombre del sur, del hombre futbolero y que viaja en colectivo (argentino) o guagua (canario) y se compadece de los humildes, de los pobres. Y aquí, hombro con hombro, junto a la moral, se cuela la intención política. Pienso que este Papa viene a disputarse a los pobres. Hoy en día nadie duda de la importancia del Papa Juan Pablo II para desestabilizar, por la vía polaca, a los países del bloque socialista. Cuando se hizo público el origen del nuevo pontífice no pude evitar asociarlo con la emergencia en toda Latinoamérica de gobiernos que utilizan la palabra socialismo sin complejos, de gobiernos que plantean una contra hegemonía a los EEUU. Gobiernos que, por primera vez en casi 200 años de independencia, intentan poner las riquezas nacionales al servicio de las grandes mayorías. Gobiernos que saben que la lucha de clases no es una antigualla y que no creen en ficticias unidades nacionales entre explotados y explotadores. Sí, en esos países, cada uno con sus características, se visibiliza el conflicto social. Y a diferencia de Europa, allí los sectores populares están llevando la iniciativa ¿Puede Francisco, el hombre apacible, ser un nuevo Carol Woytila con querencias tanguistas? No lo sé. Pero apuesto lo que sea que, boutades de Maduro aparte al hablar de una intercesión de Chávez ante Jesucristo tras su ascensión a los cielos, en las presidencias de Venezuela, Ecuador, Bolivia y , por supuesto Argentina, analizarán detenidamente el impulso de rearme ideológico, que el nuevo Papa puede suponer para los poderosos sectores que quieren torcer el rumbo autónomo de sus países, y lograr que retornen al viejo orden. Aquel donde el desposeído es objeto de veneración, de consuelo, de ayuda, siempre y cuando no quiera convertirse en lo vetado: en sujeto.


 


 



3 comentarios:

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  3. Lo del "Papa progre" me parece que tiene más de mediático que de real. Que sea muy campechano, futbolero y viaje "en colectivo" está muy bien, pero la frontera del populismo y el progresismo puede ser muy tenue, y más todavía, cuando hablamos del conglomerado de poder e intereses que pivotan alrededor de las altas jerarquías del catolicismo oficial.

    A la hora de medir el progresismo, creo que existen algunas referencias bastante más objetivas que otras, como la actitud ante los derechos de las parejas gays o el papel ante la represión durante la dictadura argentina. Por poner un ejemplo, que Aznar no sea Mussolini no lo hace progresista, de la misma forma que tampoco hace progresista a Francisco que no sea Ratzinger.

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