El escrache es una palabra que la plataforma antidesahucios ha puesto en la debate político. Procede
del lunfardo, un dialecto surgido en el siglo XIX en Buenos Aíres, propio de
las clases populares , sobre todo de los sectores relacionados con la delincuencia.
Permítaseme recoger lo que dice Wikipedia sobre el origen del término:
“El lunfardismo
"escracho" es de muy antigua data en el Río de la Plata y ya era
mencionado por Benigno B. Lugones en 1879
referido a la estafa que se comete presentando a la persona a quien se quiere
engañar un billete de lotería y un extracto en el que el mismo aparece premiado
y procurando así que la persona acepte recibirlo pagando un importe menor que
el que supuestamente va a recibir como premio.[10]
También, posiblemente del genovés "scraccé", como sinónimo de
fotografía, especialmente retrato del rostro. De esta segunda acepción pasó a
significar cara y, especialmente, cara fea.[11]
De allí derivó el verbo escrachar con el significado de retratar y, más
recientemente, el de romper la cara.[12]
Se han dado varias hipótesis sobre su origen, entre ellas la que lo hace
derivar del inglés to scratch que significa raspar (el billete usado en
la estafa se raspaba para modificar su número) o del italiano scaracio
escupitajo.[13]”
Yo lo sufrí en diciembre del año pasado en su acepción más antigua. Eso sí. Fue un escrache bendecido por la ley. Silencioso. Simplemente se rieron en mi cara y me atracaron o estafaron: me birlaron una paga entera. Insisto, fue un escrache silencioso, frío pero cortés. No tuvieron malas palabras conmigo, no me dijeron que fuera un profesor inepto, ni a mi vecina la enfermera le insinuaron que sacaba sangre de manera deficiente. Ni al poli del quinto le amonestaron por impericia en el uso de la porra. No, no tuvieron malas palabras. Al revés mi hombro aguantó alguna palmadita solidaria o condescendiente. Tuvieron algo peor que una mala palabra, que un insulto: una mala acción. No violaron las formas, pero llegaron hasta el fondo… de mi cartera. Y encima me hicieron el escrache silencioso en contra de las leyes de Robin Hood. Me roban a mí, profesor que no extrae plusvalía de nadie, que intenta desadoctrinar niños y adolescentes y dotarlos de un pensamiento crítico, para que los grandes ricos sigan aumentando su riqueza y evadiendo al fisco miles de millones de euros al año. ¿Quién le hace escrache a don Emilio Botín? No, no llegamos a su Olimpo. Tenemos que hacérselo a los que tienen un poder vicario, a los señores diputados del partido del gobierno. ¿Les va el escrache en el sueldo? ¿Sufren? Seguro que sí. ¿Me parece mal? No. Sé que no es la solución, pero cuando nos están poniendo la cara como un tomate no voy a lamentar que los administradores de ese sufrimiento, quiénes tienen al alcance de su mano al menos paliarlo, vean alterada su tranquilidad.
Permítanme una reflexión que me viene al
paso. Ya saben mi querencia, quién me haya leído en otras ocasiones, por las
ideas que me cruzan al vuelo. Recuerdo que Zapatero convocó a la Moncloa, creo
que en dos ocasiones, a los 40 principales empresarios del país, que
se sentaron a su alrededor en orden de fortuna decreciente. En aquellos
momentos yo echaba espumarajos por la boca. Pensé: “Yo ya sé que eres el
mayordomo de los oligarcas, pero piensa en la S y en la O de tu partido, ten
dignidad y no lo escenifiques”. Ahora, el tiempo vira los enfoques y acera los
análisis, veo la sapiencia brutal de Zapatero. Ese hombre ante su destino, ante
esa cabeza suya (bueno la de Rubalcaba) que iba a caer al cesto, decide mostrarnos al verdadero gobierno del
país. Zapatero, cual chulo de arrabal bonaerense, quería tocarnos la cara,
irritarnos, hacernos un escrache a lo bestia. Sabiendo la proximidad de su
muerte (política) decide redimir sus pecados de lacayo burgués, abriendo una
espita de gas que inflamara nuestro odio. Quería montar la revolución, afloró
de su alma el marxista primigenio que alumbró su partido en 1879. Incluso convocó cuarenta para que lo
asociáramos con el cuento. Y lo asociamos. Pero ni por esas… no estuvimos a la
altura de la sutil llamarada presidencial.
Retorno. El escrache humorístico es de
Cristiana Cifuentes: que la delegada gubernativa en Madrid - ¿delegada en
Madrid de un gobierno que tiene su sede en Madrid?- hable de la inviolabilidad
del domicilio en un país donde hay desahucios cada día, demuestra que nos han
perdido el respeto casi por completo, que nos miran a la cara y tiene que hacer
tremendos esfuerzos para que no les entre la risa floja, esa risa incontrolable
que a veces nos surge en el lugar menos apropiado.
Humoradas aparte, cuando un movimiento empieza a
preocuparles, a resultarles ya un pelín coñazo, tienen una táctica infalible:
criminalizarlo. “¡Uhhhhhh, que los vi con el amigo del amigo del cuñado de uno
de ETA!”. “¡Ir detrás del diputado es violencia intolerable!”. La gente de la
plataforma antidesahucios está yendo -y esa es una gran virtud- más allá de esos paseos estériles que llamamos
manifestaciones y en las que España es campeona mundial. Ahora se habla del
escrache como en su momento se habló del asalto a los supermercados. Es cierto
Cifuentes, quizás cada vez haya más gente que se esté radicalizando, buscando
la raíz, y eso los hace peligrosos. O no. Quizás todo sea flor de primavera.
Usted y los suyos son expertos podadores.
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