martes, 26 de marzo de 2013

Escrache


El escrache es una palabra que la plataforma antidesahucios ha puesto en la debate político. Procede del lunfardo, un dialecto surgido en el siglo XIX en Buenos Aíres, propio de las clases populares , sobre todo de los sectores relacionados con la delincuencia. Permítaseme recoger lo que dice Wikipedia sobre el origen del término:
“El lunfardismo "escracho" es de muy antigua data en el Río de la Plata y ya era mencionado por Benigno B. Lugones en 1879 referido a la estafa que se comete presentando a la persona a quien se quiere engañar un billete de lotería y un extracto en el que el mismo aparece premiado y procurando así que la persona acepte recibirlo pagando un importe menor que el que supuestamente va a recibir como premio.[10] También, posiblemente del genovés "scraccé", como sinónimo de fotografía, especialmente retrato del rostro. De esta segunda acepción pasó a significar cara y, especialmente, cara fea.[11] De allí derivó el verbo escrachar con el significado de retratar y, más recientemente, el de romper la cara.[12] Se han dado varias hipótesis sobre su origen, entre ellas la que lo hace derivar del inglés to scratch que significa raspar (el billete usado en la estafa se raspaba para modificar su número) o del italiano scaracio escupitajo.[13]

Yo lo sufrí  en diciembre del año pasado en su acepción más antigua. Eso sí. Fue un escrache bendecido por la ley.  Silencioso. Simplemente se rieron en mi cara y me atracaron o estafaron: me birlaron una paga entera. Insisto, fue un escrache silencioso, frío pero cortés. No tuvieron malas palabras conmigo, no me dijeron que fuera un profesor inepto,  ni a mi vecina la enfermera le insinuaron que sacaba sangre de manera deficiente. Ni al poli del quinto le amonestaron por impericia en el uso de la porra. No, no tuvieron malas palabras. Al revés mi hombro aguantó alguna palmadita solidaria o condescendiente. Tuvieron algo peor que una mala palabra, que un insulto: una mala acción. No violaron las formas, pero llegaron hasta el fondo… de mi cartera. Y encima me hicieron el escrache silencioso en contra de las leyes de Robin Hood. Me roban a mí, profesor que no extrae plusvalía de nadie, que intenta desadoctrinar niños y adolescentes y dotarlos de un pensamiento crítico, para que los grandes ricos sigan aumentando su riqueza y evadiendo al fisco miles de millones de euros al año. ¿Quién le hace escrache a don Emilio Botín? No, no llegamos a su Olimpo. Tenemos que hacérselo a los que tienen un poder vicario, a los señores diputados del partido del gobierno. ¿Les va el escrache en el sueldo? ¿Sufren? Seguro que sí. ¿Me parece mal? No. Sé que no es la solución, pero cuando nos están poniendo la cara como un tomate no voy a lamentar que los administradores de ese sufrimiento, quiénes tienen al alcance de su mano al menos paliarlo, vean alterada su tranquilidad.
Permítanme una reflexión que me viene al paso. Ya saben mi querencia, quién me haya leído en otras ocasiones, por las ideas que me cruzan al vuelo. Recuerdo que Zapatero convocó a la Moncloa, creo que  en dos ocasiones,  a los 40 principales empresarios del país, que se sentaron a su alrededor en orden de fortuna decreciente. En aquellos momentos yo echaba espumarajos por la boca. Pensé: “Yo ya sé que eres el mayordomo de los oligarcas, pero piensa en la S y en la O de tu partido, ten dignidad y no lo escenifiques”. Ahora, el tiempo vira los enfoques y acera los análisis, veo la sapiencia brutal de Zapatero. Ese hombre ante su destino, ante esa cabeza suya (bueno la de Rubalcaba) que iba a caer al cesto,  decide mostrarnos al verdadero gobierno del país. Zapatero, cual chulo de arrabal bonaerense, quería tocarnos la cara, irritarnos, hacernos un escrache a lo bestia. Sabiendo la proximidad de su muerte (política) decide redimir sus pecados de lacayo burgués, abriendo una espita de gas que inflamara nuestro odio. Quería montar la revolución, afloró de su alma el marxista primigenio que alumbró su partido en 1879.  Incluso convocó cuarenta para que lo asociáramos con el cuento. Y lo asociamos. Pero ni por esas… no estuvimos a la altura de la sutil llamarada presidencial.
Retorno. El escrache humorístico es de Cristiana Cifuentes: que la delegada gubernativa en Madrid - ¿delegada en Madrid de un gobierno que tiene su sede en Madrid?- hable de la inviolabilidad del domicilio en un país donde hay desahucios cada día, demuestra que nos han perdido el respeto casi por completo, que nos miran a la cara y tiene que hacer tremendos esfuerzos para que no les entre la risa floja, esa risa incontrolable que a veces nos surge en el lugar menos apropiado.
Humoradas  aparte, cuando un movimiento empieza a preocuparles, a resultarles ya un pelín coñazo, tienen una táctica infalible: criminalizarlo. “¡Uhhhhhh, que los vi con el amigo del amigo del cuñado de uno de ETA!”. “¡Ir detrás del diputado es violencia intolerable!”. La gente de la plataforma antidesahucios está yendo -y esa es una gran virtud-  más allá de esos paseos estériles que llamamos manifestaciones y en las que España es campeona mundial. Ahora se habla del escrache como en su momento se habló del asalto a los supermercados. Es cierto Cifuentes, quizás cada vez haya más gente que se esté radicalizando, buscando la raíz, y eso los hace peligrosos. O no. Quizás todo sea flor de primavera. Usted y los suyos son expertos podadores.
 

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