viernes, 6 de noviembre de 2020

La elección del Emperador: un ejercicio antidemocrático

Empiezo a escribir este texto poco antes de las 12 de la mañana del día 6 de noviembre. El Imperio de nuestro tiempo votó el día 3. Alrededor de 60 horas después de concluida su elección, aún no sabemos, con certeza, quién será el “César Imperator” de la denominada por gente como el lacayo Ferreras (con sus 16 horas infames de programa ininterrumpido acerca de un país cuyos habitantes, aparte de cuatro estereotipos, lo desconocen todo del estado español), "la principal democracia del mundo".

El panegírico de nuestros grandes medios de comunicación es tan pertinaz como vergonzoso. Pero no es mi intención, en principio (mis textos son muy suyos, malagradecidos, tienen tendencias independentistas con respecto a mí), hablar de los medios y la elección de los EEUU. Por cierto, hablando de medios, la Ministra de Asuntos Exteriores del reino con la Corona, corrupción mediante, más apestosa de Europa, dijo en la emisora de radio Onda Cero lo siguiente: “España será respetuosa con la decisión que tome el pueblo norteamericano y trabajará con el Presidente elegido, sea quién sea”. Dos aspectos a destacar: primero, a nadie se nos oculta que uno de los fundamentos básicos del lenguaje diplomático es la precisión de las palabras. Y la ministra resbala con un “pueblo norteamericano” que obvia Canadá y otros Estados Unidos que es México. La segunda precisión es la posición de firme que adopta diciendo que el estado español “trabajará con el Presidente elegido, sea quien sea”. Ninguna mención a los problemas del recuento y las acusaciones de fraude. Lógico. La ministra, y el gobierno, conocen su posición subsidiaria. Al Imperio no se le chista, con el Imperio, aunque algunos tengamos la esperanza malévola de que empiecen a hostia limpia, esperan las decisiones sin decir una palabra más alta. Las palabras altisonantes y la altivez supremacista el estado español  (sí, es una política de estado en la que Unidas Podemos ni pincha ni corta) las emplea con Bolivia, apoyando el año pasado un golpe de estado contra Evo Morales; con Venezuela cuyas elecciones parlamentarias de dentro de un mes ya adelantamos, desde hace meses, que no reconocemos; con Bielorrusia, porque somos parte de la expansión de la OTAN hacia el este, en cuya estructura militar apoyamos en referéndum no entrar, en su intento de cercar a Rusia.

Ahora, un elogio de la lentitud. En el 24 horas de TVE Carlota G. Encina, analista del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, cuya presidencia de honor ostenta el hijo del ladrón huido a los Emiratos Árabes, expresó: “El recuento de voto está siendo muy lento, y eso significa que está funcionando”. Buscando significados, también  podría indicar todo lo contrario, que se está cociendo un magnífico puchero. O sea, un pucherazo. Ojo, no estoy diciendo que sea así, lo desconozco yo y lo desconocen la inmensa mayoría de los opinadores que, según su adscripción o simpatía, defienden una postura u otra. Pero tengo cierta memoria, y sé que en otros momentos y lugares la lentitud no ha sido elogiada, sino todo lo contrario, vilipendiada, ha servido de excusa para poner en entredicho a determinados gobiernos incómodos y montar acusaciones que, como en el citado caso boliviano, supusieron el exilio de un Presidente con la connivencia de una organización que ahora permanece silenciosa. Almagro, secretario general de la OEA, siempre deslenguado cuando de desprestigiar y socavar a los gobiernos antiimperialistas se trata, como la Ministra González Laya, también sabe que ante el Imperio, chitón.

En realidad mi pretensión en este texto es dar datos sobre el peculiar sistema electoral norteamericano que a mí me lleva decir, que es antidemocrático.

En 2016 Hillary Clinton sacó 65.853.000 votos, Donald Trump obtuvo 62.984.000. No es muy difícil la resta: la señora Clinton sacó cerca de 2.900.000 votos más que el señor Trump. Sin embargo, debido al sistema electoral de EEUU el presidente elegido fue Donald Trump. Esto sucede porque se trata de un sufragio indirecto: los electores eligen en cada estado una serie de delegados que son los que designan al presidente. Como el total de delegados es de 539, el que llega a 270 obtiene la presidencia. La peculiaridad está en que el candidato, Clinton o Trump en el 2016, que gana en un estado se lleva todos los delegados de ese estado (salvo en Maine y Nebraska, para ser precisos). Da igual que tu victoria sea por 1 punto porcentual o por 25. Por supuesto, el número de delegados va en función de la población del estado. California con 39,5 millones de habitantes tiene 55 compromisarios; Dakota del norte con algo más de 700.000 habitantes tiene 3. Debido a esta circunstancia, con casi 3 millones de votos menos, Donald Trump logró, en cuanto a delegados, una victoria muy holgada: 304.

Elecciones de 2020. En el momento que escribo este texto, avanzadísimo el recuento, los datos son los siguientes: Biden obtiene 74.811.000 votos y Donald Trump 70.554.000. La diferencia a favor de Biden es de más de 4.200.000 votos. En cualquier país que haga gala de una elección democrática no habría dudas acerca de quién es el nuevo presidente. Sin embargo, con el tema de los delegados y la posibilidad de decantar estados por diferencias mínimas, Biden aún no es oficialmente presidente. 

Y esto es grave, pues estamos hablando de un sistema presidencialista, como el francés, donde los mentados presidentes poseen amplios poderes.  En Francia gana, como la lógica indica, el candidato que en la segunda vuelta saca un voto más que su oponente. Casos diferentes serían, por ejemplo, el alemán y el italiano, donde los presidentes tienen funciones básicamente protocolarias y son elegidos, buscando un cierto consenso entre los diferentes partidos, por el legislativo.

Parece evidente que no va a suceder, pero se habría podido dar la enorme paradoja antidemocrática de que Donald Trump obtuviera dos presidencias consecutivas sin ganar en ninguna de las dos la mayoría del voto popular.

Alguien, quizás, me podría objetar que Francia es un estado centralista y EEUU es un estado federal. Da igual, en ambos casos se está eligiendo un presidente para el conjunto del estado, independientemente de su estructura interna, y la mínima decencia democrática, ese liderazgo del que tanto presumen y que los grandes medios de comunicación tanto enaltecen, nos debería llevar a denunciar que, incluso en lo formal, ya no hablo de su política exterior, ante la que existe un partido único que sitúa al resto de las naciones como entes subsidiarios de sus intereses, EEUU tiene un sistema antidemocrático.

No quiero acabar sin hablar del censo de votantes. EEUU tiene 328 millones de habitantes. El censo de estas elecciones es de 231.884.000 personas inscritas. Sí, esa es otra clave antidemocrática. En el estado español cuando cumples 18 años automáticamente eres inscrito en el censo electoral. La mayoría de edad otorga por ley el derecho a elegir y ser elegido. Nadie tiene que ir a oficina alguna para formalizar su inclusión en la lista de posibles votantes. 

En Estados Unidos, en cambio, deben haber no menos de 20 de millones de personas que no están inscritas para votar aunque tengan edad para ello. Hago esta deducción por una sencilla razón: es imposible que los 96 millones de no inscritos (30% de la población) sean menores de 18 años, pues las tendencias demográficas propias de los países desarrollados, desde hace decenios, conllevan una reducción de la natalidad y el consiguiente envejecimiento de la población.

Una última observación: los datos nos revelan que la movilización del voto anti Trump ha sido poderosísima, pero no debemos olvidarnos de que también se ha dado, pandemia por medio, el movimiento opuesto, Trump ha crecido, en términos absolutos, con los datos que hay en este momento, más de 7 millones y medio de votos con respecto a los anteriores comicios. Y me hace preguntarme, careciendo de respuesta, si esto puede tener alguna implicación política en el futuro próximo, o a medio plazo, de EEUU. No toda la acción política se plasma en una contienda electoral. 

El oligarca histrión, y con fama de imprevisible, se va. Algunos optimistas, desde mi perspectiva, dicen que deja a la sociedad americana fuertemente dividida, a punto de liarse a tortas o a tiros.  Si así fuera, el pequeño malvado de aviesas intenciones que habita en mí, quizás lamente que el “father of the pelucons”, en palabras de Maduro, no siga otros 4 añitos. Parafraseando e invirtiendo un título del historiador Josep Fontana, "por el mal del Imperio".

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