martes, 20 de octubre de 2020

Venezuela, Colombia, Podemos y un epílogo boliviano

Venezuela. Palabra fetiche del mal.

Estoy convencido de que en los 20 años del siglo XXI que llevamos, en los medios españoles han habido más noticias sobre ese país que en los siglos XIX y XX conjuntamente.

La demonización funciona con gran precisión, con una eficacia que anonada, cebada por la debacle ideológica de la izquierda.

Lamento mostrarme tan pesimista, pero no veo un resquicio, una mísera rendija que me permita avizorar algo de luz para el avance de posiciones colectivistas. Posiciones que pongan en el centro de la vida acabar con las enormes desigualdades que asolan tanto al planeta como al estado español.

Dos datos que quizás sabrán: 

El dato mundial: un 1 % de la población del planeta 75 millones de personas tienen la misma riqueza que el 99 % restante 7450 millones aproximadamente. No deja de ser lacerante que un grupo de multimillonarios mundiales, ninguno de ellos español (ni siquiera el denominado por sus admiradores, reverencialmente, Don Amancio), pidan a sus gobiernos que les cobren más impuestos. Lacerante porque demuestra el nivel de control mundial que despliegan los multimillonarios. Tal es, que pueden adoptar una posición paternalista ante el páramo que tienen enfrente ofreciendo un poco de su maná y cubriéndose con los ropajes del altruismo.

El dato español: los 20 más ricos poseen la misma riqueza que los 14 millones más pobres. Más loas al artúrico don Amancio y a los 19 caballeros de su redonda mesa de oro. 

Pero claro, el problema del Estado español es que estamos a cuarto de hora, según los medios de desinformación masiva, de convertirnos en la “execrable” dictadura venezolana. Esa dictadura tremebunda (peor que la de Pinochet, según Felipe González ¿y qué la de Franco?) celebrará a inicios de diciembre, el día 6, elecciones parlamentarias. Elecciones a las que concurrirán decenas de partidos opositores. Elecciones a las que en septiembre pasado, con casi tres meses de antelación, el gobierno venezolano invitó a la Unión Europea, solicitándole que enviara una delegación de observadores.

¿Cuál fue la respuesta de la Unión Europea? Que no tenía tiempo de prepararla. Lo que ya tienen absolutamente preparada es la brutal campaña de descrédito, apoyándose en el sector de la oposición que respalda a ese presidente de la nada, que responde al nombre de Guaidó. Se pondrá en marcha con el desconocimiento por parte de EEUU, y sus paniaguados adláteres europeos, de los resultados, y con una campaña de los medios de cañoneo masivo para mentes impresionables que ríete tú de los aterradores “órganos de Stalin “.

La Unión Europea, con afán y descaro imperialista, y la anuencia de una OEA que es un felpudo de EEUU, quiere imponer un aplazamiento de las elecciones, aplazamiento que, curiosamente, le ha pedido al gobierno de Maduro, no al monigote por ellos reconocido, llamado Guaidó. En este sentido la Ministra de Asuntos Exteriores del Estado español ha declarado que no reconocerá el resultado de las elecciones parlamentarias. Parlamento en el que actualmente es mayoritaria, merced a su victoria en diciembre de 2015,  la oposición venezolana a la siniestra (curioso término que auna lo avieso y malintencionado con lo referido a la izquierda) dictadura venezolana. Hoy la coyuntura, con una oposición dividida entre boicoteadores y participantes en los comicios, harta de fracasar en sus múltiples estrategias desestabilizadoras y con importantes disensos internos más allá del electoral, es muy favorable al Chavismo.

Por cierto, fronterizo, al este de Venezuela existe un país del cual la mayoría de los españoles no saben cómo se llama su presidente, ni saben tampoco que es un matadero de líderes sociales con 555 asesinados entre 2016 y 2019 según la Defensoría del Pueblo de ese estado, principalmente líderes sociales campesinos e indígenas. Un estado en el que tras los acuerdos de paz con la guerrilla de la FARC (organización llamada terrorista, con la que el gobierno colombiano se sentó en la Habana, precisión que hago para quienes desconocen que la mayoría de conflictos con organizaciones armadas insurgentes se suelen solventar en una mesa de negociación) han sido asesinados  234 de sus excombatientes.

Sí, Colombia es un país sumamente peligroso para izquierdistas. Por esa razón los grandes medios casi nunca lo sitúan en las portadas ni utilizan el término régimen para demonizarlo, como sí hacen, con muy buenos resultados para sus intereses, para vencer ideológicamente a la izquierda timorata, con Venezuela. 

Siempre me hago una pregunta melancólica por irresoluble, aunque indicios tengo: ¿qué postura habría adoptado hoy gran parte de la izquierda que en los 70 apoyó a Salvador Allende? Y que no me respondan que Allende, el médico, el humanista, el hombre cuyo último discurso lleno de hermosas alamedas a algunos nos sigue moliendo el alma, no puede compararse con el guagüero Maduro. Más allá de la sintonía, mayor o menor, con los liderazgos del determinadas personas, se trata de apoyar, con sus fallas y hasta algún canalla, procesos político-sociales con objetivos emancipadores.

Por los buenos resultados manipuladores de los que hablaba más arriba, la derecha española utiliza el meteórico tránsito hacia Venezuela como uno del los arietes para desestabilizar al timidísimo gobierno socialdemócrata español. Desestabilizarlo, por supuesto, por la parte más débil y hacia la que se fomenta un odio tan irracional  como constante. Hablo de Podemos, pero el odio se centra, con especial saña (tres meses de manifestaciones delante del domicilio particular de un político es inédito en este país y sospecho que en cualquier otro), más que en la formación política en la figura de Pablo Iglesias. En el individuo que consideran un intruso (incluso estético), un tipo que con su discurso, más que con sus hechos, dicho sea de paso, viene a quebrar el cuento de hadas de la democracia perfecta, estable, bipartidista y áulica, un Camelot (llevo unos días mítico-medieval) con un Arturo caído en desgracia que, por el malmeter de un nominalmente eclesiástico caballero desgarbado al que nadie había convidado, se pira del monte del Pardo a las lujosas arenas de Abu Dabi.

La situación me parece fascinante. Pablo Iglesias es un hombre que ha viajado desde el territorio de la contundencia, con un programa anticapitalista, esbozado cuando se fundó Podemos, a unas posiciones en el gobierno absolutamente tibias si observamos su ebullición anterior. Pido por favor que se me diga alguna medida revolucionaria, en el sentido de lesiva para los intereses de la clase dominante, que le suponga a ésta alguna merma de sus intereses económicos, adoptada por un ejecutivo tildado de castro-chavista, dictatorial, filoetarra etc.

No existen.

Aquí no se va a socializar empresa alguna, hablar ya de sectores sería una quimera. Aquí los grandes multimillonarios han incrementado su ganancias durante la pandemia y no se plantea una medida socialdemócrata como incrementar los impuestos en estas dramáticas circunstancias a las rentas más altas. Aquí, probablemente, se apruebe la fusión entra La Caixa y Bankia, la única entidad bancaria española con mayoría de capital público. Capital que quedaría reducido en la entidad resultante a menos del 20%. Aquí el Ingreso Mínimo Vital arranca tarde, con enormes dificultades y una cobertura discutible por escasa.

No explico lo anterior como sucinto memorial de agravios hacia Podemos o Pablo Iglesias. Sé que las acciones de un gobierno de coalición son fruto de la correlación de fuerzas internas y del contexto externo. 

Lo explico para que aprendamos de la derecha. Quizás lo que voy a decir es aventurado y yerro. Mi idea es que la oligarquía tiene el convencimiento de que en Iglesias el rojo peligroso, el tipo que no ha abjurado de su conciencia de clase, sigue ahí, agazapado, con sus cimientos marxistas intactos. 

Por esa razón el ataque es incesante. La clase dominante nunca pierde de vista al enemigo e intenta que no avance ni una mínima posición, aunque sea como fuerza minoritaria y de la mano de una de las patas esenciales del régimen del 78: el PSOE. Tal vez porque tienen el convencimiento, o acaso la leve sospecha, de que Pablo Iglesias, como hace 6 años, cuando nació Podemos, aspira más que a pata de banco a serrucho.

Empecé el paseo por América Latina y y acabé en el estado español. Antes de echar el cierre me permito volver un momento al sur de América para celebrar una alegría y un temor.

La alegría es la victoria del MAS en las elecciones bolivianas, derrotando en las urnas el montaje golpista que conllevó la salida del poder de Evo Morales y una represión que produjo decenas de muertos. Insisto, congratulemos.

Mi temor es que la sombra del golpe, en la futura acción política del Movimiento al Socialismo, perdure y condicione.

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