lunes, 9 de octubre de 2017

Del Parlem al palo o del blanco al rojigualda

Ante la posibilidad de que tras la celebración, en condiciones heroicas, del referéndum que según el gobierno español nunca se iba a celebrar, se declare la independencia por parte del Parlament, ateniéndose al mandato recibido por más del 90% de los votantes, se dibujan dos líneas de respuesta o de disuasión. Ambas se movilizaron el sábado y el domingo en las calles del estado español y de la propia Cataluña.
La línea que podríamos catalogar como blanda, es la que se expresó el sábado ante muchos ayuntamientos: gente vestida de blanco (color vinculado a la paz ¿y a la rendición?) reunida bajo una advocación, una fe a la que nadie, al menos de dientes afuera, le hace ascos: el ya famoso “Parlem” o “Hablamos”. Si algo gusta a casi todo el mundo es catalogarse de dialogante. Desde entes gigantescos y apabullantes como el Gobierno de EEUU hasta microorganismos como un profesor mindundi con tics autoritarios, cualquier bicho racional ha dicho alguna vez: “hablando se entiende la gente”. Y parece que tras decirlo has crecido, aunque sea moralmente, un par de centímetros. Obviaré, no es el asunto, que hablando también se desentiende mucho la gente y que, al menos en el diálogo sobre un conflicto político, siempre están sobre la mesa, ajenos a la mayor o menor entidad de las razones expuestas por cada parte dialogante, los poderes materiales, los instrumentos coercitivos que puede emplear cada una de las partes citadas.
Parlem es lo que llamaríamos, los que tenemos una cierta mala uva, una iniciativa buenista, que quizás sea necesaria, pero a mí acude, con hebras de maldad, una pregunta que mancha la pureza del planteamiento: ¿hablar de qué? Es lo esencial. ¿Cuál es la cancha, qué superficie tiene el terreno en el que van a contender los sujetos dialogantes? ¿Las Tablas de la Ley Constitucional?
Para que el diálogo no esté condenado de antemano al fracaso absoluto tiene que partir de la realidad existente, no del marco inflexible que establece una constitución, cuando en una zona del territorio actual del estado español, Cataluña, se ha desbordado por buena parte de la población el marco constitucional votando en unas condiciones de acoso policial pocas veces vistas en el planeta. A esa fuerza que representan los dos millones de síes obtenidos en medio de la adversidad no los eliminas declarando la votación ilegal. El centro de toda negociación, más allá del Parlem etéreo, solo puede ser una consulta vinculante en la que aparezca el término independencia.
La línea dura se expresó el domingo en Cataluña con la masiva manifestación en la que Vargas Llosa (que apoyó en su momento a Ollanta Humala, líder del Partido Nacionalista Peruano), flirteando con la estupidez, expresaba su rechazo total a los nacionalismos ante una masa enfervorizada de nacionalistas españoles. Esa línea dura dejó claro que su única línea de negociación es el reclamo más coreado: “Puigdemont a prisión”. Algo hemos avanzado, pues la hipotética rima podría permitir ir un paso más allá en el castigo solicitado. Paso que hoy ha dado el impagable (por andar siempre sin careta, a fascismo descubierto) Pablo Casado augurándole a Puigdemont el fin que tuvo Lluis Companys. En este lunes de resaca españolista, henchidos los corazones, el
catalán de bien que diría otro descaretado como Albiol, exiliado en el Madrid de Aguirre, Albert Boadella, ha declarado: “El estado debe aplicar (en lo que sería una actuación pedagógica, según él) un electroshock legal, y si es necesario, militar”. Aparte de su necesidad de epatar con cada palabra que sale de su boquita, se apunta a la vía Companys como marco de resolución del conflicto.
Entre las dos líneas, haciéndose casi un nudo, un PSOE que se viste de blanco el sábado solicitando mucho e inconcreto Parlem y que el domingo se manifiesta de rojigualda en Barcelona sin la presencia de un Iceta que manda a actores secundarios para no verse contaminado por los saludos fascistas que salpimentaron la manifestación unionista. Como guinda, el discurso de un miembro de la vieja guardia socialista, Borrell, que define las fronteras como “cicatrices que la historia ha dejado en la piel de la Tierra”. Todos los movimientos de liberación que surgieron en África, en Asia o en América dejaron la piel de la tierra llena de cicatrices. Tenían que haber protegido la piel tersa de sus imperios manteniéndose sumisos en vez de empeñarse en guerras que causaron, sí, enormes cicatrices sobre todo en su propia población. Sí, ya sé que alguien me dirá que no hablamos de territorios colonizados, que cuando la URSS y Yugoslavia saltaron en multitud de estados independientes Borrell y todos los internacionalistas de nuevo cuño del PSOE y sus intelectuales progres adláteres, andaban mesándose los cabellos por las esquinas.
En homenaje a todos los neointernacionalistas termino transcribiendo aquí el artículo 10 de la Constitución de 1812, cuando la nación española aún intentaba mantener, aunque fuera a sangre y fuego, un planeta libre de cicatrices:
 “Art. 10. El territorio español comprende en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Vie­ja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Gra­nada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de África. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán, Guatemala, provin­cias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nue­va Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Pla­ta, y todas las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno”.
Defendamos el imperio mundial de los plutócratas, que se cree un gran consejo de administración mundial y que caigan  definitivamente, todas las caretas.

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