Ante la posibilidad de que tras la celebración, en condiciones
heroicas, del referéndum que según el gobierno español nunca se iba a celebrar,
se declare la independencia por parte del Parlament, ateniéndose al mandato
recibido por más del 90% de los votantes, se dibujan dos líneas de respuesta o
de disuasión. Ambas se movilizaron el sábado y el domingo en las calles del estado
español y de la propia Cataluña.
La línea que podríamos catalogar como blanda, es la que se expresó
el sábado ante muchos ayuntamientos: gente vestida de blanco (color vinculado a
la paz ¿y a la rendición?) reunida bajo una advocación, una fe a la que nadie,
al menos de dientes afuera, le hace ascos: el ya famoso “Parlem” o “Hablamos”.
Si algo gusta a casi todo el mundo es catalogarse de dialogante. Desde entes
gigantescos y apabullantes como el Gobierno de EEUU hasta microorganismos como
un profesor mindundi con tics autoritarios, cualquier bicho racional ha dicho
alguna vez: “hablando se entiende la gente”. Y parece que tras decirlo has
crecido, aunque sea moralmente, un par de centímetros. Obviaré, no es el
asunto, que hablando también se desentiende mucho la gente y que, al menos en
el diálogo sobre un conflicto político, siempre están sobre la mesa, ajenos a
la mayor o menor entidad de las razones expuestas por cada parte dialogante,
los poderes materiales, los instrumentos coercitivos que puede emplear cada una
de las partes citadas.
Parlem es lo que llamaríamos, los que tenemos una cierta mala uva,
una iniciativa buenista, que quizás sea necesaria, pero a mí acude, con hebras
de maldad, una pregunta que mancha la pureza del planteamiento: ¿hablar de qué?
Es lo esencial. ¿Cuál es la cancha, qué superficie tiene el terreno en el que
van a contender los sujetos dialogantes? ¿Las Tablas de la Ley Constitucional?
Para que el diálogo no esté condenado de antemano al fracaso
absoluto tiene que partir de la realidad existente, no del marco inflexible que
establece una constitución, cuando en una zona del territorio actual del estado
español, Cataluña, se ha desbordado por buena parte de la población el marco
constitucional votando en unas condiciones de acoso policial pocas veces vistas
en el planeta. A esa fuerza que representan los dos millones de síes obtenidos
en medio de la adversidad no los eliminas declarando la votación ilegal. El
centro de toda negociación, más allá del Parlem etéreo, solo puede ser una
consulta vinculante en la que aparezca el término independencia.
La línea dura se expresó el domingo en Cataluña con la masiva
manifestación en la que Vargas Llosa (que apoyó en su momento a Ollanta Humala,
líder del Partido Nacionalista Peruano), flirteando con la estupidez, expresaba
su rechazo total a los nacionalismos ante una masa enfervorizada de
nacionalistas españoles. Esa línea dura dejó claro que su única línea de
negociación es el reclamo más coreado: “Puigdemont a prisión”. Algo hemos
avanzado, pues la hipotética rima podría permitir ir un paso más allá en el
castigo solicitado. Paso que hoy ha dado el impagable (por andar siempre sin
careta, a fascismo descubierto) Pablo Casado augurándole a Puigdemont el fin
que tuvo Lluis Companys. En este lunes de resaca españolista, henchidos los
corazones, el
catalán de bien que diría otro descaretado como Albiol, exiliado
en el Madrid de Aguirre, Albert Boadella, ha declarado: “El estado debe aplicar
(en lo que sería una actuación pedagógica, según él) un electroshock legal, y
si es necesario, militar”. Aparte de su necesidad de epatar con cada palabra
que sale de su boquita, se apunta a la vía Companys como marco de resolución
del conflicto.
Entre las dos líneas, haciéndose casi un nudo, un PSOE que se
viste de blanco el sábado solicitando mucho e inconcreto Parlem y que el
domingo se manifiesta de rojigualda en Barcelona sin la presencia de un Iceta
que manda a actores secundarios para no verse contaminado por los saludos
fascistas que salpimentaron la manifestación unionista. Como guinda, el discurso
de un miembro de la vieja guardia socialista, Borrell, que define las fronteras
como “cicatrices que la historia ha dejado en la piel de la Tierra”. Todos los
movimientos de liberación que surgieron en África, en Asia o en América dejaron
la piel de la tierra llena de cicatrices. Tenían que haber protegido la piel
tersa de sus imperios manteniéndose sumisos en vez de empeñarse en guerras que
causaron, sí, enormes cicatrices sobre todo en su propia población. Sí, ya sé
que alguien me dirá que no hablamos de territorios colonizados, que cuando la
URSS y Yugoslavia saltaron en multitud de estados independientes Borrell y
todos los internacionalistas de nuevo cuño del PSOE y sus intelectuales progres
adláteres, andaban mesándose los cabellos por las esquinas.
En homenaje a todos los neointernacionalistas termino transcribiendo
aquí el artículo 10 de la Constitución de 1812, cuando la nación española aún intentaba
mantener, aunque fuera a sangre y fuego, un planeta libre de cicatrices:
“Art. 10. El territorio español comprende
en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias,
Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia,
Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla
y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de
África. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y
península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias
internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de
la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a
éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nueva
Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas
las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las
islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno”.
Defendamos el
imperio mundial de los plutócratas, que se cree un gran consejo de
administración mundial y que caigan definitivamente, todas las caretas.
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