Desde diferentes ámbitos, no olvidemos el famoso Parlem, se le
solicitó al govern catalán que no hiciera una DUI en aras de no cerrar todas
las vías de diálogo con el gobierno español. El 10 de octubre en sede
parlamentaria Puigdemont declaró la República Catalana y la dejó en suspenso a
los pocos segundos para favorecer una hipotética negociación. A los 15 o 20
minutos recibo en mi whatsapp una imagen donde se ve un bebé boca abajo con la
cara del president y el pañal cagado. Más o menos al mismo tiempo me llega otro
de mi hijo que me dice: el profesor (de la facultad de Ciencias Jurídicas) ha
comentado que Puigdemont ha dado marcha atrás. Las primeras conclusiones o
lecturas de los unionistas sobre lo ocurrido tienen un cierto recochineo:
victoria, el infiel a la indivisible patria hispana se ha asustado. Tanto,
suelta el chisposo fascistilla de turno, que la única empresa que quiere
desembarcar en Cataluña, cuando todas cambian sus domicilios sociales, es la de
dodots. No lo pueden evitar. Les sale por los poros esa chulería repugnante tan
propia de la mentalidad de derechas española (criada con diferentes dosis de heroicas
conquistas de América, fundacionales Reyes Católicos y un fascismo sanguinario
que dominó el estado español durante 40 años y nunca fue derrotado). Da lo
mismo que la persona que te haga llegar el whatsapp se autocalifique de izquierdas,
el PSOE también lo hace, es una mentalidad, esa sí, preñada del peor
nacionalismo existente: aquel que tiene vocación imperialista, de dominio de
otros territorios. Precisamente el que vimos campar el 12 de octubre, triste
día de la fiesta nacional española que conmemora el inicio de la masacre que se
llevó a cabo sobre el continente americano, por mucho que le disguste a algún
teórico sobre imperialismos creadores y destructores y a los defensores de la
perfidia de la Leyenda Negra. En un vídeo de Sociedad Civil Catalana, la más
importante entidad unionista de Cataluña, en el que salen una serie de niños
libres de todo adoctrinamiento, se llega a decir que España es un gran país que
dominó cinco continentes. Puro alarde imperialista que obvia el sufrimiento que
dicho dominio supuso sobre la población originaria. Y no se pretende reescribir
la historia, pero tengamos claro que ha dejado muchas más cicatrices sobre la piel
del planeta el nacionalismo imperialista y su rapiña que las fronteras.
Creó mofa en las redes que Anna Gabriel dijera en el pleno del
Parlament lo siguiente: “somos independentistas sin fronteras”. Que es lo mismo
que decir que somos patriotas sin fronteras. Desde mi perspectiva no es tan
difícil de entender: hacía referencia a que ellos sí tienen verdadera vocación
internacionalista, de apoyo a las causas justas de cualquier pueblo en
cualquier lugar del mundo. Ese es el verdadero internacionalismo de izquierdas:
el que intenta ayudar a cada pueblo a ser, libre de engolamientos y cantos
vacíos, una patria decorosa y justa para la gente que la habita. Nunca es
internacionalismo esa bobada de algunas personas de cartera llena que te
espetan: “yo soy ciudadano del mundo”. Pues claro. El dinero, ese gran
internacionalista, es el sésamo del cuento que volatiliza las concertinas y
abre las fronteras. Las que necesitan una patria, en el sentido que a ese
término le da un pueblo tan solidario como el cubano, que ahora conmemora el 50
aniversario del asesinato por el imperialismo de ese patriota e
internacionalista llamado Ernesto Guevara, son las personas más humildes del
planeta. Son esas patrias las que tienen banderas cargadas de un significado
concreto, real, y no enseñas vacías que anclan su razón de ser en miserables
glorias e injusticias. Por esa razón, no es lo mismo la bandera republicana que
la monárquica, aunque el aguilucho lo hayan guardado. Y por esa misma razón, en
cualquier lucha social para conservar o ganar derechos es una bandera extraña,
inexistente porque la inmensa mayoría de las personas que la sacan a pasear son
patriotas falsos, gente ajena a cualquier tipo de lucha o compromiso social que
no sea celebrar una victoria deportiva o arengar a una tropa invasora.
Acabo volviendo al inicio, al Parlem o Hablemos que se movilizó a
fines de la pasada semana con importantes dirigentes del PSOE en su seno a los
que nunca se me ocurriría tachar de oportunitas. Es curioso el silencio que
mantienen esas buenas personas después del gesto dialogante de Puigdemont. Lo dije
en su momento: podría ser una estrategia blanda para parar la DUI. Espero que
me desmientan saliendo a la calle para solicitar al gobierno que no use el 155
y se siente a negociar sin condiciones. ¿Cómo? ¿Qué hay que negociar en el
marco de la Constitución? A ver si me dicen los sacerdotes del nuevo libro
sagrado en que artículo se recoge el diálogo que llevaron a cabo los señores
González, Aznar y Zapatero con la organización (ex)armada ETA. El problema,
sospecho, es que la acción del movimiento independentista catalán, pacífico y con
cero víctimas mortales, es potencialmente mucho más sangrante para el estado
español que la ya fenecida acción de ETA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario