Lo he dicho en alguna ocasión y lo reitero, desde mi punto de
vista hay un tipo de nacionalismo que es oprobioso: el imperialista. Ese
nacionalismo que, pongamos que hablo del gran país que habita Joaquín Sabina (pobres
quiénes moran pequeños países humildes que, siguiendo el poema de León Felipe nunca
tuvieron una casa solariega), celebra como fiesta nacional una invasión
sangrienta de otros pueblos disfrazada de descubrimiento.
Este tipo de nacionalismo, que es el español, lleno de una ofensividad
que genera cantos tan hermosos como el “a por ellos”, incomparable loa a la
fraternidad, ha tratado al presidente Nicolás Maduro y anteriormente a Hugo Chávez,
con todo tipo de lindezas despectivas. “Conductor de autobuses” (guagüero decimos
en Canarias), se ha espetado al primero desde una visión aristocrática, con la
intención de menospreciarlo en base a lo que consideran una insuficiente preparación
académica que lo invalidaría para el cargo. “Gorila rojo” era el calificativo usado
contra Chávez para intentar rebajar a la categoría de vulgar militarote a quién
ya es un revolucionario fundamental en la historia de América Latina. Un revolucionario
bajo cuyo nombre la izquierda venezolana sigue ganando elecciones: la última el
domingo 15 de octubre obteniendo la victoria en 18 de las 23 gobernaciones en
disputa.
Las esferas del poder en el estado español siempre hablan del régimen
de Maduro y de los presos políticos de Maduro (antes lo eran de Chávez). Ante
ese machaqueo muchos españoles están convencidos de que en Venezuela no hay
jueces o, si los hay, son simples marionetas.
Esos mismos entes, en cambio, alardean de una independencia
judicial, la española, cada día más en entredicho. El 12 de octubre el
periodista Arsenio Escolar escribió en twitter, tras el besamanos ante el nieto
político de Franco, que en los corrillos se especulaba conque el lunes 16 irían
a la cárcel al menos dos de las cuatro personas llamadas a declarar a la
Audiencia Nacional por un hipotético delito de sedición. Lo clavó. Cuixart y Sánchez llevan ya varios días en la cárcel. Hay nuevos presos políticos en el estado
español. Sí, presos políticos, señores del PSOE y demás gente de alma cándida o
cínica. Es reduccionista considerar preso político a aquel que solo lo es por
lo que piensa o expresa. Están en la cárcel por su acción, guste o no bastante
exitosa, conducente al logro de sus objetivos políticos, no personales.
Digo que hay nuevos presos políticos porque recuerdo a Aisha Hernández
Rodríguez, en Canarias, a Alfon, en Madrid o a los tres jóvenes de Altsasu, ya
casi un año en prisión provisional por ver convertido en delito de terrorismo
una riña de bar con guardias civiles. Ahora entran al trullo los llamados Jordis, máximos
representantes de algo que ha caracterizado, e incluso singularizado, al
movimiento independentista catalán: su absoluto compromiso con la no violencia.
Del 1 de octubre al día en que escribo, apenas 20 días, ha generado más
violencia el unionismo trufado de grupos fascistas que seis años de
movilizaciones independentistas.
Sabemos que ningún juez deja su ideología en casa cuando se pone
la toga. No pocas decisiones, incluso de gran relevancia, se toman con votos
particulares que expresan una posición contraria al fallo. Y se supone que
todos los jueces están aplicando los mismos códigos. Si todo fuera mera técnica
judicial, una simple tarea de cuadrar el articulado legal, las sentencias se
redactarían solas tras, con el programa adecuado, introducir en un ordenador
los datos pertinentes. Si los grandes medios de comunicación españoles fueran
coherentes, esos que defienden a Leopoldo López como paradigma del preso político
(yo no le niego esa condición) estando condenado por incitación a una violencia
que causo 43 muertos en 2013, tendrían que asumir que las dos personas que han
liderado un movimiento pacífico en Cataluña también lo son.
Lo peor del asunto, y aquí quizás me aparto un poco de la intención
original del texto, es que la posible independencia de Cataluña “brilla, fija y
da esplendor” (siguiendo el lema de la unionista Academia de la Lengua) en
amplios sectores de la sociedad española su huero concepto de patria. Me
impresionó un whatsapp en el que se habla, con el colofón de una ristra de
banderitas monárquicas, de que, secuestrado Puigdemont bajo amenaza de ser quemado
vivo, los patriotas hispanos educados en el ¡vivan las caenas! aportan,
gustosamente, combustible, madera y mecheros suficientes para quemar al govern
completo.
No, no todas las banderas son iguales, ni todos los delitos de
odio tampoco lo son. Al menos para la injusticia española.
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